Los circuitos del Deseo. Clase 26-1 Seminario 5. Jacques Lacan

La base de [nuestra] interpretación. El Otro del Otro. El síntoma y la castración.

Ya estamos a 18 de junio. La parte que le corresponde al significante en la política —al significante del no, cuando todo el mundo se desliza hacia un consentimiento innoble -nunca ha sido estudiada todavía.

El 18 de junio es también el aniversario de la fundación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. También nosotros dijimos no en un determinado momento.

Los circuitos del deseo.

La última vez empecé a comentar la observación de una obsesiva tratada por uno de nuestros colegas, y había empezado a esbozar algunos de los principios que pueden deducirse de la forma en que nosotros articulamos las cosas, y que permiten opinar sobre lo bien o mal dirigido, lo correcto o incorrecto, de la conducción de un tratamiento centrado en un fenómeno que evidentemente existe en el contenido aportado por el análisis, a saber, la toma de conciencia de la envidia del pene.

Ven ustedes el interés del empleo que hacemos de nuestro esquema.

Es del todo insuficiente insistir en eso, porque de todas formas la dialéctica del ser y tener vale para los dos.

El hombre también ha de darse cuenta de que no lo es. En esta misma dirección podemos situar una parte de los problemas implicados en la solución del complejo de castración y de la envidia del pene (Penisneid).

Vamos a verlo más detalladamente, y esto les permitirá, así lo espero, volver a poner poco a poco en su lugar enunciados que en sí mismos no son falsos, pero constituyen visiones parciales.

Con este fin, volveremos a partir hoy de nuestro esquema.

La nuestra la interpretación.

Es extremadamente importante articular de forma conveniente las distintas líneas de acuerdo con las cuales se desarrolla el psicoanálisis.

Un artículo cuya lectura les aconsejo en este sentido es el de Glover, titulado “Efectos terapéuticos de la interpretación inexacta”, aparecido en octubre de 1931 en el “International Journal of Psycho-Ana!ysis.”

Glover observa en un momento dado que la tendencia del modern therapeutic analysis de su época hace descansar toda la interpretación en [agresividad]

—¿Qué se quiere decir por ejemplo cuando se habla del advenimiento del análisis de la agresividad?

En la época en que les enseñaba a ustedes que el sistema narcisista es fundamental en la formación de las reacciones agresivas, a menudo llamé la atención sobre hasta qué punto nuestro uso del término de agresividad seguía cargado de ambigüedad.

La agresividad provocada en la relación imaginaria con el otro con minúscula no se puede confundir con el conjunto de la potencia agresiva.

Para recordar cosas inmediatamente evidentes, la violencia es ciertamente lo esencial en la agresión, al menos en el plano humano. No es la palabra, incluso es exactamente lo contario. Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra.

Si la violencia se distingue en su esencia de la palabra, se puede plantear la cuestión de saber en qué medida la violencia propiamente dicha —para distinguirla del uso que hacemos del término agresividad— puede ser reprimida, pues hemos planteado como principio que en principio solo se podría reprimir lo que demuestra haber accedido a la estructura de la palabra, es decir a la articulación significante.

Si lo que corresponde a la agresividad llega a ser simbolizado y captado en el mecanismo de lo que es represión, inconsciencia, de lo que es analizable incluso, digámoslo de forma general, de lo que es interpretable, ello es a través del asesinato del semejante, latente en la relación imaginaria.

Deletreando en el esquema.

Volvamos a deletrear nuestro pequeño esquema en su forma más simple, que nos da a ver el entrecruzamiento de la tendencia, de la pulsión si ustedes quieren, mientras que representa una necesidad individualizada, con la cadena significante en la que ha de llegar a articularse. Esto ya nos permite hacer algunas observaciones.

[En] el ser humano no hay más que la realidad, esa famosa realidad de la que hacemos uso a tontas y a locas. Supongamos que sólo hay esto. No es impensable que, esta realidad, algo significante la articule.

En suma, este esquema, aunque permanece en el nivel del entrecruzamiento del significante con el empuje o la tendencia de la necesidad, ¿a qué conduce?

A la identificación del sujeto con el Otro, mientras que éste Otro articula la distribución de los recursos que pueden responder a la necesidad.

[Esto no es así] por el hecho, porque es necesario tener en cuenta, el trasfondo de la demanda [el plano posterior], para explicar lo que sucede en esta relación del sujeto en un orden, que existe más allá del orden de lo real, y que nosotros llamamos el orden simbólico, que lo complica, que se superpone a él, sin adherirse.

De entrada, sin embargo, en este nivel, desde este estado simple del esquema, interviene, al menos en el hombre, algo natural, orgánico, que lo complica.

Una explicación genética.

He aquí al sujeto, el niño mítico que sirve de trasfondo a nuestras especulaciones psicoanalíticas. Empieza a manifestar sus necesidades en presencia de su madre. Es aquí, en A, donde se encuentra con la madre como sujeto hablante, y es aquí, en s(A), donde se consuma su mensaje, en el punto donde su madre lo satisface.

Como ya les he advertido, no es en el momento en que la madre no lo satisface, lo frustra, cuando empiezan los problemas. Sería demasiado simple, aunque siempre van a parar a eso, precisamente porque es simple.

—Una intuición de Winnicott.

El problema interesante no le pasó inadvertido a un Winnicott, por ejemplo, de quien se sabe que su ingenio y su práctica cubren toda la gama del desarrollo actual del psicoanálisis y de sus técnicas, incluyendo una consideración extremadamente precisa de los sistemas fantasmáticos que están en el campo fronterizo con la psicosis.

Winnicott, en su artículo sobre los objetos transicionales, que ya les destaqué, muestra con la mayor precisión que el problema esencial es saber cómo sale el niño de la satisfacción, y no de la frustración, para construirse un mundo.

En la medida en que para el sujeto humano se articula un mundo que supone un más allá de la demanda, cuando la demanda se satisface y no cuando es frustrada, aparece lo que Winnicott llama los objetos transicionales, es decir, los pequeños objetos que, como vemos, adquieren una importancia extrema en la relación con la madre – un pedazo de manta que el niño arrastra celosamente, un trozo de cualquier cosa, un sonajero. Es esencial situar con toda su precocidad este objeto transicional en el sistema de desarrollo del niño.

—Cuando la satisfacción no llega [la frustración]

Dicho [lo anterior], detengámonos en la frustración, es decir, lo que ocurre cuando el mensaje no llega.

La relación con la madre, en la que la madre impone, más que su ley, lo que he llamado su omnipotencia o su capricho, se complica con el hecho de que, como nos lo muestra la experiencia, el niño – el niño humano y no cualquier pequeño —está abierto a la relación, de orden imaginario, con la imagen del cuerpo propio y con la imagen del otro, y esto a partir de una fecha que tratamos de determinar cuándo nos interesábamos, hace tres años, en el estadio del espejo.

El estadio del espejo no se ha evaporado después. …

Vemos que en nuestro esquema el estadio del espejo se sitúa más acá de lo que ocurre en la línea de retorno de la necesidad, satisfecha o no.

El sujeto experimenta por ejemplo reacciones de decepción, de malestar, de vértigo, en su propio cuerpo, con respecto a la imagen ideal que tiene de dicho cuerpo y que adquiere en él un valor predominante debido a un rasgo de su organización que vinculamos, con mayor o menor razón, con la prematuración de su nacimiento.

En resumen, vemos que desde el origen se interfieren dos circuitos. El primero es el circuito simbólico donde se inscribe —digamos, para fijar las ideas, para ponerlas en una percha que ustedes ya conocen— la relación del sujeto con el superyó femenino infantil. Por otra parte, está la relación imaginaria con la imagen ideal de sí mismo que queda más o menos afectada, incluso herida, con ocasión de las frustraciones o decepciones.

Así, resulta que el circuito actúa en dos planos, plano simbólico y plano imaginario.

Por una parte, la relación con el objeto primordial, la madre, el Otro como lugar donde se sitúa la posibilidad de articular la necesidad en el significante.

Por otra parte, la imagen del otro, a minúscula, en la que el sujeto tiene una especie de vínculo consigo mismo, con una imagen que representa la línea de su culminación – imaginaria, por supuesto.

Todo lo que hemos dicho … nos ha mostrado la pertinencia de lo que indica este esquema, a saber, que no puede organizarse nada debidamente que corresponda a lo que la experiencia nos aporta en el análisis, de no estar, más allá del Otro a quien su poder coloca primordialmente en posición de omnipotencia, … el Otro de este Otro, por así decirlo, o sea, lo que le permite al sujeto percibir a dicho Otro, lugar de la palabra, como a su vez simbolizado.

El sistema del triángulo edípico supone algo más radical que todo lo que nos aporta la experiencia social de la familia, y eso es ciertamente lo que le da su permanencia tanto a este triángulo edípico como al descubrimiento freudiano.

Así, les dije que el Padre, con P mayúscula, nunca es sólo el padre, sino más bien el padre muerto, el padre como portador de un significante, significante en segundo grado, que autoriza y funda todo el sistema de los significantes y hace que el primer Otro, o sea el primer sujeto a quien se dirige el individuo hablante, esté él también simbolizado.

Únicamente en el nivel de este Otro, del Otro de la ley propiamente dicha, y una ley, insisto en ello, encarnada, puede cobrar su dimensión propia el mundo articulado, humano.

La experiencia nos muestra hasta qué punto es indispensable el trasfondo de un Otro con respecto al Otro, sin el cual no puede articularse el universo del lenguaje tal como se manifiesta, eficaz en la estructuración no sólo de las necesidades sino de eso cuya dimensión original trato de demostrarles este año y que se llama el deseo.

Si el Otro como lugar de la palabra pudiera ser tan solo [un reflejo condicionado], … no sería hablando con propiedad otro, sino únicamente el lugar organizado de los significantes que introduce orden y regularidad en los intercambios vitales en el interior de una determinada especie.

No se ve bien quién hubiera podido organizarlo. Puede considerarse que, en una sociedad determinada, hombres llenos de benevolencia se dediquen a organizarla y a hacerla funcionar. Incluso se puede decir que éste es uno de los ideales de la política moderna. Pero el Otro no es esto.

El Otro no es pura y simplemente el lugar de ese sistema perfectamente organizado, fijado. Es, a su vez, un Otro simbolizado, y esto es lo que le da su apariencia de libertad. El Otro, el Padre en este caso, el lugar donde se articula la ley, está él mismo sometido a la articulación significante y, más que sometido a la articulación significante, está marcado por ella, con el efecto desnaturalizador que supone la presencia del significante.

Lo que está en juego queda lejos todavía de haber alcanzado un estado de conceptualización perfecta, pero, a modo de hipótesis de partida para ilustrar nuestro pensamiento, diremos que el efecto del significante en el Otro, la marca que recibe de él en este registro, representa la castración propiamente dicha.

—Triada: castración – frustración – privación.

En la castración, el agente es real, es un padre real del que se tiene necesidad, mientras que la acción es simbólica, y que la castración que existe, es una acción simbólica que afecta a un objeto imaginario.

[Aquí nos enfrentamos entonces en la situación, que cuando] algo pasa de lo real al nivel al nivel de la Ley, un padre desfalleciente, comporta algo que lo reemplaza sosteniendo su lugar, que es reflejado en el sistema de la demanda.

Allí se instaura en el sujeto ese algo que esta en su plano posterior, bien lejos de estar articulado, lejos de ser perfecto, lejos de estar en pleno rendimiento o en pleno empleo, el efecto de significante sobre el sujeto, marca del sujeto por el significante, dimensión de la falta introducida en el sujeto por ese significante.

Esta falta introducida es simbolizada en esencia, en el sistema del significante como efecto del significante sobre el sujeto, a saber, el significado.

Hablando con propiedad, el significado no aparece tanto debido a cosas profundas, como si la vida floreciera en significaciones, sino por el lenguaje y el significante, que imprime en la vida esa especie de efecto llamado el significado.

—Soporte de la acción simbólica de la castración.

Lo que le sirve de soporte a la acción simbólica llamada la castración es una imagen, elegida en el sistema imaginario para ser dicho soporte. La acción simbólica de la castración elige su signo, que se toma prestado del dominio imaginario.

Algo en la imagen del otro es elegido para llevar la marca de una falta, [que es aquella misma falta por la que el viviente, porque es humano, o sea, porque está en relación con el lenguaje], se percibe como excluido de la omnitud de los deseos, como algo limitado, local, como una criatura, dado el caso como un eslabón en el linaje vital, uno más por el que pasa la vida.

Un animal sólo es, efectivamente, uno de los individuos que realizan el tipo, y a este respecto, en relación con el tipo, cada individuo puede ser considerado como ya muerto. También nosotros estamos muertos con respecto al movimiento de la vida. Pero a través del lenguaje y a diferencia del animal, nosotros ·somos capaces de proyectarlo en su totalidad, e incluso más, en su totalidad como llegada a su fin.

Esto es lo que Freud articula en la noción de instinto de muerte. Quiere decir que para el hombre la vida se proyecta ya como llegada a su término, o sea al punto donde retorna a la muerte.

No hay experiencia de la muerte, desde luego, que pueda corresponder a esto, y por este motivo precisamente está simbolizado de otra forma. Está simbolizado en el órgano preciso en el que se pone de manifiesto de la forma más sensible el empuje de la vida.

He aquí por qué el falo, como representante de la elevación de la potencia vital, ocupa un lugar en el orden de los significantes para representar lo que está marcado por el significante — aquello que, debido al significante, está marcado por la caducidad esencial con la que puede articularse, en el propio significante, la falta en ser cuya dimensión introduce en la vida del sujeto el significante.

—De los fenómenos a la escuela.

[Partir de los fenómenos, tal como se manifiestan en los neuróticos, es el terreno de elección para poner de manifiesto esta articulación [marca de la falta] en su esencia, porque ahí se manifiestan en su desorden], …

La experiencia nos ha demostrado que siempre era en el desorden donde podíamos aprender más fácilmente a encontrar los engranajes y las articulaciones del orden.

Lo que en primer lugar encontró Freud, a través de una experiencia que evidenció inmediatamente la subyacencia del complejo de castración, es la

aprehensión de los síntomas del sujeto.

El síntoma.

¿Qué quiere decir el síntoma?

Se sitúa en el nivel de la significación. Esto es lo que Freud aportó —un síntoma es una significación, un significado. Está lejos de interesar sólo al sujeto. Su historia, toda su anamnesis está implicada. Por esta razón podemos legítimamente simbolizarlo en este lugar mediante una s(A), significado del Otro que proviene del lugar de la palabra.

—El síntoma ésta sobredeterminado.

Pero lo que Freud también nos enseñó es que el síntoma nunca es simple, está siempre sobredeterminado.

No hay síntoma cuyo significante no se traiga de una experiencia anterior. Esta experiencia siempre está situada en el nivel donde se trata de lo que está reprimido.

El corazón de todo lo que está reprimido en el sujeto es el complejo de castración, es el significante de la A tachada que se articula en el complejo de castración, pero que no está por fuerza, ni está nunca totalmente, articulado.

La escena primaria.

La famosa escena primaria que entra en la economía del sujeto e interviene en el corazón y en el horizonte del descubrimiento del inconsciente, ¿qué es? —sino un significante cuya incidencia en la vida he empezado a articular hace un momento.

El ser vivo es captado como vivo, mientras vivo, pero con ese desvió, esa distancia, que es precisamente la que constituye tanto la autonomía de la dimensión significante como el traumatismo o la escena primaria.

¿Qué es pues la escena primaria?

—Sino aquella vida que se capta en una horrible apercepción de sí misma, en su extrañeza total, en su brutalidad opaca, como puro significante de una existencia intolerable para la propia vida, tan pronto se aparta de ella para ver el traumatismo y la escena primitiva.

Es algo de la vida que se le manifiesta a sí misma como significante en estado puro y no puede articularse de ninguna manera ni resolverse.

En cuanto Freud empieza a articular lo que es un síntoma, implica el trasfondo del significante con respecto al significado en la formación de todo síntoma.

 

 

 

 

 

 

 

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