Transferencia y sugestión. Clase 24 – a. Seminario 5. Jacques Lacan

Psicoanálisis: transferencia – sugetión

Sobre la identificación (continuación de clase 24)

Freud distingue tres tipos de identificación. Esta tripartición esta netamente articulada en un párrafo de texto.

Primero, el primer tipo de identificación, es la forma más original del vínculo de sentimiento con un objeto.

Segundo, la segunda forma, es la base concreta de toda su reflexión en torno a la identificación, profundamente vinculada con todo lo que corresponde a la tópica.

La primera forma de identificación nos la define, por lo tanto, el primer vínculo con el objeto. Es, para ser esquemáticos, la identificación con la madre.

La segunda forma de identificación es la identificación con el objeto amado en calidad o modo regresiva,

Esta identificación, debería producirse en otra parte, en un punto de horizonte que no es fácil de alcanzar, porque la demanda (en la línea o horizonte superior) es precisamente incondicionada, y/o más exactamente, está sometida a la única condición de la existencia del significante, porque fuera de la existencia del significante no hay ninguna apertura posible de la dimensión de amor propiamente dicha.

Así, ésta (la primera identificación) depende enteramente de la existencia del significante, pero en el interior de dicha existencia no depende de ninguna articulación particular.

Por esta razón no es fácil de formular, porque nada podría completarla, colmarla, ni siquiera la totalidad de mi discurso en toda mi existencia, ya que es, por otra parte, el horizonte de mis discursos

—La S tachada.

Esto plantea precisamente la cuestión de saber ¿qué quiere decir la S tachada en este registro? Dicho de otra manera, ¿de qué sujeto se trata?

No hay por qué sorprenderse de que esto no constituya nunca más que un horizonte.

-Todo el problema es saber qué va a construirse en este intervalo, entre la línea o horizonte superior, o línea de la transferencia

Lo que se constituye en este intervalo o intersticio es el deseo.

El neurótico vive la paradoja del deseo como todo el mundo, porque ningún humano inserto en la condición humana se escapa. La única diferencia que caracteriza al neurótico en cuanto al deseo es que está abierto a la existencia de esta paradoja en sí misma, lo cual, por supuesto, no le simplifica la existencia, pero tampoco lo deja en una posición tan mala desde cierto punto de vista.

El neurótico está, así es, en una vía que tiene parentesco con el cuestionamiento del deseo.

Esto me (lleva) a otro paréntesis … Resulta notable que nunca se destaque lo que para nosotros es verdad de experiencia, o sea, el carácter profundamente contradictorio o paradójico de la acción, totalmente emparentado con la paradoja del deseo.

Estos términos que empleo no son míos, porque el término Vergreifen  (errar, cometer un error) lo emplea Freud para designar la acción paradójica, generalizada, humana.

La acción humana se encuentra muy especialmente allí donde se pretende mostrarla en conformidad con la historia.

Mi amigo Kojeve habla del paso del Rubicón como punto de cooperación, solución armoniosa entre el presente, el pasado y el porvenir de César, aunque la última vez que pasé junto a ese Rubicón lo vi seco. Era inmenso cuando César lo cruzó, pero no era en la misma estación. Aunque César pasó el Rubicón con el genio de César, en el hecho de cruzar el Rubicón hay algo que supone tirarse al agua, porque se trata de un río.

En otras palabras, la acción humana no es algo tan armonioso. Para nosotros, analistas, resulta lo más sorprendente del mundo que nadie en el análisis se haya propuesto articular lo relativo a la acción en esta perspectiva paradójica en la que nosotros la vemos constantemente.

Por otra parte, nunca vemos desde otra perspectiva, lo cual nos plantea bastantes dificultades para definir el acting out.

En cierto sentido, es una acción como cualquier otra, pero que adquiere precisamente su relieve porque la provoca el hecho de que utilizamos la transferencia, es decir, hacemos algo extremadamente peligroso, tanto más cuanto que, como lo ven ustedes desde que yo se lo sugiero, no tenemos una idea muy precisa de qué es.

—Un indicio del deseo en la resistencia.

Tal vez una indicación, de paso, sobre la resistencia les aclarará lo que quiero decir.

En ciertos casos, el sujeto no acepta las interpretaciones tal como se las presentamos en el plano de la regresión. A nosotros nos parece que eso pega, y a él no le parece que pegue en ningún modo. Entonces, se dice uno que el sujeto se resiste y que acabará cediendo si insistimos, teniendo en cuenta que estamos siempre dispuestos a jugar con la carta de la sugestión.

Pero tal vez esta resistencia no carezca de valor. ¿Qué valor tiene?

En la medida en que expresa la necesidad de articular el deseo de otra manera, o sea, en el plano del deseo, tiene precisamente el valor que Freud le da en algunos textos.

Si la llama resistencia de transferencia [Übertragungswiderstand,], es porque es lo mismo que la transferencia.

Se trata de la transferencia en el sentido que les digo por ahora. La resistencia trata de mantener la otra línea, la de la transferencia, donde la articulación tiene una exigencia distinta de la que le planteamos cuando respondemos inmediatamente a la demanda.

Esto que les recuerdo corresponde, ni más ni menos, a evidencias, pero evidencias que tenían necesidad de ser articuladas.

Para concluir respecto a la segunda identificación, ¿en qué punto se juzga lo que se produce como regresivo?

La llamada de la transferencia es lo que permite ese jaleo de los significantes que se llama la regresión, pero no ha de limitarse a eso, por el contrario, ha de llevarnos más allá.

Esto es lo que tratamos de considerar por ahora, a saber — ¿cómo operar con la transferencia?

La transferencia tiende de forma del todo natural a degradarse en algo que siempre podremos satisfacer de alguna manera en su nivel regresivo, de ahí la fascinación por la noción de la frustración, de ahí las diferentes articulaciones que se expresan de mil formas en la relación de objeto, y la concepción del análisis que de ellas se deriva.

Todas las formas de articular el análisis tienden siempre a degradarse y sin embargo esto no le impide al análisis ser algo distinto.

—Tercera forma de identificación.

La tercera forma de identificación, Freud nos la articula como la que puede nacer de una comunidad recién descubierta con una persona que no es de ninguna manera objeto de una pulsión sexual.

—¿Dónde se sitúa esta tercera identificación?

Freud nos la ejemplifica de una forma que no deja ninguna ambigüedad en cuanto a la forma de trasladarla a este esquema.

Como se lo he ido diciendo en estos últimos tiempos, en Freud siempre está dicho de la forma más clara. Toma como ejemplo la identificación histérica. Para el histérico, el problema es fijar en algún lugar su deseo …  Este deseo acaba presentando para ella algunas dificultades especiales.

Tratemos de articularlas de forma más precisa.

Este deseo está destinado en ella a no sé qué callejón sin salida, porque sólo puede realizar esa fijación del punto de su deseo a condición de identificarse con cualquier cosa, con un pequeño rasgo.

Donde yo les digo una insignia, Freud habla de un rasgo, un solo rasgo, no importa cuál, de otro en quien ella puede presentir que existe el mismo problema del deseo.

Es decir que su callejón sin salida le abre a la histérica de par en par la puerta principal del otro, al menos la de todos los demás, es decir, todos los histéricos posibles, incluso todos los momentos histéricos de todo el resto, porque presiente en ellos por un instante el mismo problema, el de la pregunta sobre el deseo.

Para el obsesivo, la pregunta, aunque se articula de forma algo distinta, es exactamente la misma desde el punto de vista de la relación, de la topología, y con razón.

La identificación en cuestión se sitúa aquí, en , donde les designé la última vez el fantasma.

Hay un punto donde el sujeto ha de establecer una determinada relación imaginaria con el otro, no en sí, por así decirlo, sino en tanto que esta relación le reporta una satisfacción.

Freud nos precisa que se trata en este caso de una persona que no tiene ninguna relación con una pulsión sexual, cualquiera que sea. Es otra cosa —es un soporte, una marioneta del fantasma.

Le doy aquí a la palabra fantasma toda la extensión que ustedes quieran. Se trata del fantasma tal como lo articulé la última vez, en tanto que puede ser fantasma inconsciente.

El otro sólo sirve aquí para lo siguiente, que no es poco —permitirle al sujeto sostener determinada posición que evita el colapso del deseo, es decir que evita el problema del neurótico.

Ésta es la tercera forma de identificación, que es esencial.

Error de la técnica de análisis.

Lo que se produce en el análisis, en la medida en que en los fantasmas aparece el objeto fálico, y en particular el falo del analista, se produce en un punto de proliferación que, aunque ya está instituido siempre puede ser estimulado.

En este punto es donde el sujeto, como obsesivo, asegura mediante su fantasma la posibilidad de sostenerse frente a su deseo —posibilidad mucho más escabrosa, peligrosa, que para el histérico.

Es aquí, pues, donde aparece a, el falo fantasmático.

En esta técnica que señalo, es ahí donde el analista se hará acuciante, insistente mediante sus interpretaciones para que el sujeto consienta en comulgar, en tragarse, incorporarse fantasmáticamente ese objeto parcial.

Yo digo que es un error de plano. Es hacer pasar al plano de la identificación sugestiva, el de la demanda, lo que ahí está en juego.

Es favorecer una determinada identificación imaginaria del sujeto aprovechándose, por decirlo así, del asidero que proporciona la posición sugestiva que se le abre al análisis sobre la base de la transferencia.

Es dar una solución falsa, desviada, errada, a lo que está en juego, no digo en sus fantasmas sino en el material que le aporta efectivamente al analista.

Esto se lee en las propias observaciones, en las que se pretende construir sobre esta base toda una teoría del objeto parcial, de la distancia respecto del objeto, de la introyección del objeto y de todo lo que de ello se deriva. Les daré un ejemplo.

—Un ejemplo

En esta observación es perceptible en todo momento que la solución del análisis del obsesivo es que llegue a descubrir la castración como lo que es, o sea, como la ley del Otro. Es el Otro quien esta castrado.

Por razones que obedecen a su falsa implicación en este problema, el propio sujeto se siente amenazado por dicha castración, de forma tan aguda, que no puede acercarse a su deseo sin experimentar sus efectos.

Lo que estoy diciendo es que el horizonte del Otro, del Otro con mayúscula en esencia, en cuanto distinto del otro con minúscula, es palpable en todo momento en esta observación.

Su anamnesis pone de manifiesto lo siguiente —la primera vez que se acerca a una niña, huye angustiado, va a encomendarse a su madre y se siente del todo confortado cuando le dicen —Te lo diré todo. No hay más que tomar este material al pie de la letra.

Su sostenimiento subjetivo virtual pasa de entrada por una referencia desesperada al Otro como lugar de la articulación verbal. Ahí es donde en adelante el sujeto se encastillará por completo. Ya está inscrito, se trata de ver que hay debajo.

Tan pronto se abren paso ciertos fantasmas mediante toda clase de incitaciones por parte del analista, llegamos a un sueño que el analista interpreta como el hecho de que la tendencia homosexual pasiva del sujeto se hace patente.

He aquí el sueño Lo acompaño a su domicilio particular. En su habitación hay una cama grande. Me acuesto. Estoy extremadamente incómodo. Hay un bidé en un rincón de la habitación. Me siento feliz, aunque incómodo.

Nos dicen que, tras la preparación de este sujeto por el periodo anterior del análisis, no experimenta muchas dificultades para admitir la significación homosexual pasiva de este sueño.

—A su modo de ver, ¿basta con articular esto? Sin volver a examinar siquiera la observación (en la que hay todos los indicios para demostrar que no es suficiente), limitándonos al propio texto del sueño, una cosa es segura, que el sujeto va a ponerse, nunca mejor dicho, en el lugar del Otro -Estoy en su domicilio particular. Me he acostado en su cama.

— Homosexual pasivo, ¿por qué? Hasta nueva orden, no se manifiesta nada que convierta en esta ocasión al Otro en un objeto de deseo. Por el contrario, veo claramente designado en posición tercera, y en un rincón, algo plenamente articulado a lo que nadie parece prestar atención, cuando, sin embargo, no está ahí por nada. Es el bidé,

—De este objeto, puede decirse que presentifica el falo y a la vez no lo muestra, pues no voy a presagiar que, en el sueño, se indique que alguien se ocupa de utilizarlo. El bidé está ahí indicando lo que es problemático.

Si aparece, ese famoso objeto parcial, no es porque sí. Es el falo, pero, por así decirlo, como pregunta —el Otro, ¿lo tiene o no lo tiene? Ésta es la oportunidad de mostrarlo. El Otro, ¿lo es o no lo es? Esto es lo que hay detrás. En resumen, es la cuestión de la castración.

Este obsesivo es víctima, por otra parte, de toda clase de obsesiones de limpieza que ponen claramente de manifiesto que dado el caso ese instrumento puede ser una fuente de peligro. Para él, el bidé ha presentificado desde hace tiempo el falo, por lo menos el suyo.

Lo que es problemático para este sujeto es la pregunta a propósito del falo en cuanto que éste interviene como objeto de aquella operación simbólica por la que, en el Otro, en el nivel del significante, es el significante de lo golpeado por la acción del significante, de lo que está sujeto a castración.

El objetivo no es saber si el sujeto se sentirá al final confortado por la asunción en él de una potencia superior, por la asimilación a uno más fuerte que él, sino saber cómo habrá resuelto efectivamente la pregunta que está implícita en el horizonte, o sea, la aceptación o no del complejo de castración en la medida en que ésta sólo puede realizarse en su función significante.

Aquí es donde se distingue una técnica de la otra, independientemente de la legitimidad vinculada con la estructura y el sentido mismo del deseo del obsesivo.

Sólo en el plano de la solución terapéutica obtenida, con considerar el nudo, el cierre, digamos la cicatriz resultante, no hay duda de que una determinada técnica no favorece un desenlace correcto, no corresponde a lo que se puede llamar una curación, ni siquiera una ortopedia, aunque fuese coja.

Únicamente la otra puede dar, no sólo la solución correcta sino la solución eficaz.

 

 

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