El obsesivo y su deseo. Clase 23 Seminario 5. Jacques Lacan

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A través de la exploración que proseguimos de las estructuras neuróticas en cuanto condicionadas por lo que llamamos las formaciones del inconsciente, la última vez llegamos a hablar del obsesivo y terminamos nuestro discurso diciendo que ha de constituirse frente a su deseo evanescente.

Empezamos a indicar, a partir de la fórmula el deseo es el deseo del Otro, por qué su deseo es evanescente. La razón se ha de buscar en una dificultad fundamental en su relación con el Otro, en tanto que éste es el lugar donde el significante ordena el deseo.

Esta dimensión es la que tratamos de articular aquí, porque creemos que a falta de distinguirla se introducen las dificultades en la teoría y las desviaciones en la práctica.

De paso, queremos que se den cuenta de cuál es el descubrimiento de Freud, cuál es el sentido de su obra si la consideran tras un recorrido suficiente y en su conjunto. Consiste en que el deseo se ordena por el significante – pero, por supuesto, dentro de este fenómeno, el sujeto trata de expresar, de manifestar en un efecto de significante en cuanto tal lo que ocurre en su propio abordaje del significado.

… “Queremos que se den cuenta de cuál es el descubrimiento de Freud, … Consiste en que el deseo se ordena por el significante —pero, por supuesto, dentro de este fenómeno, el sujeto trata de expresar, de manifestar en un efecto de significante en esencia lo que ocurre en su propio abordaje del significado.

La misma obra de Freud se inserta, hasta cierto punto, en este esfuerzo.

… En la obra de Freud el hombre siempre se experimenta en base al hecho de que se constituye como sujeto de la palabra, como Yo (Je) del acto de la palabra. ¿Cómo negarlo, si así es como se experimenta en el análisis y de ninguna otra forma?

El hombre se encuentra, pues, frente a la naturaleza en una postura …  donde la relación de sujeto con la naturaleza encuentra con qué formularse es en el interior de su experiencia de la palabra.

Su relación con la vida resulta estar simbolizada mediante aquel señuelo que arranca de las formas de la vida, el significante del falo, y ahí está el punto central, la más sensible y la más significativa de todas las encrucijadas significantes que exploramos a lo largo del análisis del sujeto.

El falo es el vértice, el punto de equilibrio. Es el significante por excelencia de la relación del hombre con el significado, y por esta razón se encuentra en una posición privilegiada.

La inserción del hombre en el deseo sexual.

La inserción del hombre en el deseo sexual está condenada a una problemática especial, cuyo primer rasgo es que ha de encontrar un lugar en algo que la precede, la dialéctica de la demanda, en la medida en que ésta [la demanda] siempre pide algo que es más que la satisfacción a la que apela, y va más allá.

De ahí el carácter problemático y ambiguo del lugar donde se sitúa el deseo. Este lugar siempre está más allá de la demanda mientras que la demanda apunta a la satisfacción de la necesidad, y está más acá de la demanda en tanto que la demanda, por estar articulada en términos simbólicos, va más allá de todas las satisfacciones a las que apela, es demanda de amor que apunta al ser del Otro, a obtener del Otro esta presentificación esencial —que el Otro dé lo que está más allá de toda satisfacción posible, su propio ser. A eso se apunta, precisamente, en el amor.

En el espacio virtual entre el requerimiento de la satisfacción y la demanda de amor es donde el deseo ha de ocupar su lugar y ha de organizarse.

Por eso sólo podemos situarlo en una posición siempre doble con respecto a la demanda, a la vez más allá y más acá, según el aspecto que consideremos de la demanda —demanda con respecto a una necesidad o demanda estructurada en términos de significante.

El deseo desborda toda clase de respuesta en el plano de la satisfacción, reclama en sí mismo una respuesta absoluta, y entonces proyecta su carácter esencial de condición absoluta en todo lo que se organiza en el intervalo interior entre los dos planos de la demanda, el plano significado y el plano significante. En este intervalo es donde el deseo ha de ocupar su lugar y ha de articularse.

Por esta razón precisamente, el Otro se convierte en el relevo del acceso del sujeto a su deseo.

El Otro en cuanto lugar de la palabra, en tanto que es a él a quien se dirige la demanda, será también el lugar donde se ha de descubrir el deseo, donde se ha de descubrir su formulación posible.

Ahí se ejerce en todo momento la contradicción, pues este Otro está poseído por un deseo – un deseo que, inauguralmente y fundamentalmente, es ajeno al sujeto. De ahí las dificultades de la formulación del deseo en las que tropezará el sujeto, y tanto más significativamente cuando le veamos desarrollar las estructuras neuróticas que el descubrimiento analítico ha permitido delinear.

Estas estructuras son distintas según se haga hincapié en la insatisfacción del deseo, y así es como la histérica aborda su campo y su necesidad, o en la dependencia respecto del Otro en el acceso al deseo, y así es como este abordaje se le propone al obsesivo. Por esta razón, lo dijimos al acabar la última vez, en el obsesivo ocurre aquí, en ($ Oa), algo que es distinto de la identificación histérica.

Interpretación clásica y errónea del deseo.

El deseo es para el histérico un punto enigmático, y nosotros seguimos dándole todavía, por decirlo así, esa especie de interpretación forzada característica de todos los primeros planteamientos del análisis de la histeria por parte de Freud.

En efecto, Freud no vio que el deseo está situado para el histérico en tal posición, que decirle Desea usted a éste o a ésta es siempre una interpretación forzada, inexacta, errada.

Tanto en las primeras observaciones de Freud como más tarde en el caso de Dora, … no hay ningún ejemplo en el que Freud no haya cometido un error y no haya obtenido al menos, sin ninguna clase de excepción, la negativa de la paciente a acceder al sentido del deseo de sus síntomas y de sus actos, cada vez que así ha procedido.

Así es, el deseo de la histérica no es deseo de un objeto sino deseo de un deseo, esfuerzo por mantenerse frente a ese punto donde ella convoca2 a su deseo, el punto donde se encuentra el deseo del Otro.

—La histérica.

—La identificación en la histeria,

[Ella] se identifica por el contrario con un objeto. … de hecho, de

hecho, ese alguien se convierte para ella en su otro yo. Se trata de un objeto cuya elección siempre fue expresamente articulada por Freud de una manera conforme con lo que estoy diciéndoles, a saber, que en la medida en que ella o él reconoce en otro, o en otra, los índices de su deseo, o sea, que ella o él se encuentra frente al mismo problema de deseo que ella o él, se produce la identificación – con todas las formas de contagio, de crisis, de epidemia, de manifestaciones sintomáticas, tan característicos de la histeria.

El Obsesivo.

El obsesivo tiene otras relaciones, porque el problema del deseo del Otro se le presenta de una forma del todo distinta. Para articularlo, vamos a tratar de introducirnos a través de las etapas que nos ofrece la experiencia.

Las vías trazadas por el análisis …  nos ha incitado a encontrar la solución del problema del obsesivo, son parciales o partidarias.

Por supuesto, proporcionan un material. Este material y la forma en que es utilizado, lo podemos explicar de distintas formas en relación con los resultados obtenidos.

En primer lugar, podemos criticar dichas vías en sí mismas. Esta crítica ha de ser convergente. Si se deletrea la experiencia tal como se ha orientado efectivamente, se pone de manifiesto de forma indiscutible que tanto la teoría como la práctica han tendido a centrarse en la utilización de los fantasmas del sujeto.

Ahora bien, el papel de los fantasmas en el caso de la neurosis obsesiva tiene algo de enigmático, pues el término de fantasma nunca se define.

Hemos hablado aquí extensamente de las relaciones imaginarias, de la función de la imagen como guía, por decirlo así, del instinto, como canal, como indicación en el camino de las realizaciones instintivas.

Sabemos por otra parte hasta qué punto en el hombre es reducido, magro, pobre, el uso (hasta donde se puede detectar con certeza) de la función de la imagen, pues parece reducirse a la imagen narcisista, especular.

Es, sin embargo, una función extremadamente polivalente y no neutralizada, ya que funciona por igual en el plano de la relación agresiva y en el de la relación erótica.

¿Cómo podemos articular las funciones imaginarias esenciales, predominantes, de las que todo el mundo habla, que están en el corazón de la experiencia analítica, las del fantasma, en el punto donde nos encontramos?

Creo que ahí, en  , el esquema que aquí presentamos nos abre la posibilidad de situar y articular la función del fantasma. Les pido que se lo representen en primer lugar de una forma intuitiva, teniendo en cuenta el hecho de que no se trata de un espacio real, por supuesto, sino de una topología donde pueden trazarse homologías.

La relación con la imagen del otro, i(a), se sitúa en una experiencia integrada en el circuito primitivo de la demanda, en el cual el sujeto se dirige en primer lugar al Otro para la satisfacción de sus necesidades.

Es, pues, en algún lugar de este circuito donde se produce la acomodación transitivista, el efecto de prestancia que pone al sujeto en una determinada relación con su semejante en cuanto tal.

La relación de la imagen se encuentra así en el nivel de las experiencias e incluso del tiempo en que el sujeto entra en el juego de la palabra, en el límite del paso del estado infans al estado hablante.

Una vez establecido esto, diremos que, en el otro campo, allí donde buscamos las vías de la realización del deseo del sujeto mediante el acceso al deseo del Otro, la función del fantasma se sitúa en un punto homólogo, es decir en

El fantasma.

El fantasma lo definiremos, si les parece, como lo imaginario capturado en cierto uso de significante. Además, esto se manifiesta y se observa de forma característica, aunque sólo sea cuando hablamos de los fantasmas sádicos, por ejemplo, que desempeñan un papel tan importante en la economía del obsesivo.

Nos referimos a escenas, a guiones, en suma —por lo tanto, es algo profundamente articulado en el significante.

Pues bien, cada vez que hablamos de fantasma, no hay que obviar su aspecto de guion o de historia que constituye una dimensión esencial suya. (No es una imagen ciega del instinto de destrucción, no se trata de que el sujeto -aunque yo mismo produzca una imagen para explicar lo que quiero decir- vea de pronto ahí delante a su presa, de color rojo),

es algo que el sujeto articula en una escenificación en la que, además, se pone en juego él mismo.

La fórmula S con su barrita, es decir, el sujeto en el punto más articulado de su presentificación con respecto a

minúscula, es muy válida aquí en cualquier clase de desarrollo propiamente fantasmático de lo que nosotros llamaremos la tendencia sádica, en tanto que puede estar implicada en la economía del obsesivo.

Advertirán ustedes que siempre hay una escena en la que el sujeto se presenta en el guion bajo formas diversamente enmascaradas, está implicado en imágenes diversificadas donde se presentifica un otro en cuanto semejante, también como reflejo del sujeto. Diré más- no se insiste lo suficiente en la presencia de cierto tipo de instrumento.

—El fantasma de la flagelación.

Ya me he referido a la importancia del fantasma de flagelación. Freud lo articuló especialmente como algo que parecería desempeñar un papel muy particular en el psiquismo femenino. Éste es uno de los aspectos de la comunicación precisa que hizo sobre el tema.

Lo abordó desde cierto punto de vista debido a su experiencia, pero este fantasma está lejos de limitarse al campo de los casos de los que habló Freud en aquella ocasión. Si se examina detenidamente, tal limitación era perfectamente legítima, pues dicho fantasma desempeña un papel particular en cierto hito del desarrollo de la sexualidad femenina, y en un punto particular, precisamente en tanto que en él interviene la función del significante falo.

Pero esta función no desempeña un papel menor en la neurosis obsesiva y en todos los casos en los que vemos surgir los fantasmas llamados sádicos.

¿Cuál es el elemento que le da su predominio enigmático a este instrumento?

No se puede decir que su función biológica lo explique bien en forma alguna. Sería posible imaginarlo buscando por el lado de no sé qué relación con las excitaciones superficiales, las estimulaciones de la piel, pero ustedes pueden apreciar hasta qué punto tales explicaciones tendrían un carácter incompleto y casi artificial.

La función de este elemento, que tan a menudo aparece en fantasmas, va unida a una plurivalencia significante que hace decantarse la balanza hacia el significado, y no hacia algo que se pudiera relacionar con una deducción de orden biológico de las necesidades, o cualquier otra cosa.

Esta noción del fantasma como algo que sin lugar a dudas participa del orden imaginario, pero, cualquiera que sea el punto donde se articule, sólo adquiere su función en la economía por su función significante, nos parece esencial y hasta ahora no ha sido formulada de esta forma. Aún diría más – no creo que haya ninguna otra forma de concebir los llamados fantasmas inconscientes.

—El fantasma inconsciente?

Lo fundamental de la experiencia analítica es que hay en el inconsciente cadenas significantes que subsisten en esencia, que desde ahí estructuran, actúan sobre el organismo, influyen en lo que surge en el exterior como síntoma.

Es menos difícil, … poner el propio fantasma en el nivel de lo que, en su común medida, se presenta de entrada para nosotros en el nivel del inconsciente, a saber, el significante. El fantasma es esencialmente un imaginario capturado en una determinada función significante.

Les propongo simplemente que sitúen, en el punto S tachada con respecto a a minúscula, el efecto fantasmático.

Su característica es la de ser una relación articulada y siempre compleja, un guion, que puede permanecer latente durante mucho tiempo en un punto determinado del inconsciente, pero sin embargo está organizada – así como un sueño, por ejemplo, sólo se concibe si la función del significante le proporciona su estructura, su consistencia y, al mismo tiempo, su insistencia.

—Los fantasmas sádicos del obsesivo.

Es un dato de la experiencia común, y ocupa el primer plano en la investigación analítica de los obsesivos, la confirmación del lugar que tienen en el obsesivo los fantasmas sádicos.

Ocupan este lugar, pero no lo ocupan por fuerza de forma patente y manifiesta. Por el contrario, en el metabolismo obsesivo, las diversas tentativas del sujeto para reequilibrarse ponen de manifiesto cuál es el objeto de su tentativa de equilibrio, o sea, conseguir reconocerse con respecto a su deseo.

Cuando vemos a un obsesivo en bruto o en estado de naturaleza, tal como nos llega o se supone que nos llega a través de las observaciones publicadas, vemos a alguien que nos habla ante todo de toda clase de impedimentos, de inhibiciones, de obstáculos, de temores, de dudas, de prohibiciones.

También sabemos de entrada que no será en ese momento cuando nos hable de su vida fantasmática, sino gracias a nuestras intervenciones terapéuticas o sus tentativas autónomas de solución, de salida, de elaboración de su dificultad propiamente obsesiva. Entonces nos confiará la invasión, más o menos predominante, de su vida psíquica por fantasmas. Ustedes saben hasta qué punto esos fantasmas pueden adquirir en algunos sujetos una forma verdaderamente invasiva, absorbente, cautivante, que puede engullir partes enteras de su vida psíquica, de sus vivencias, de sus ocupaciones mentales.

Estos fantasmas sádicos … no podemos conformarnos con articularlos como las manifestaciones de una tendencia, sino que hemos de ver en ellos una organización, ella misma significante, de las relaciones del sujeto con el Otro.

Para nosotros, de lo que se trata de dar una formula es del papel económico de esos fantasmas.

Dichos fantasmas tienen la característica en el sujeto obsesivo de permanecer es el estado de fantasmas. Sólo son realizados de forma completamente excepcional y sus realizaciones son para el sujeto, por otra parte, siempre decepcionantes.

En efecto, en este caso observamos la mecánica de la relación del sujeto obsesivo con el deseo —a medida que intenta, por las vías que se le proponen, acercarse al objeto, su deseo se amortigua, hasta llegar a extinguirse, a desaparecer.

El obsesivo es un Tántalo, diría yo, si la iconografía, bastante rica, no nos presentara a Tántalo como una imagen sobre todo oral. Sin embargo, no en vano se lo presento a ustedes así, porque tendremos ocasión de ver la subyacencia oral de lo que constituye el punto de equilibrio del fantasma obsesivo.

De todas formas, esta dimensión oral por fuerza ha de existir, por que a fin de cuentas a este plano fantasmático [se puede llegar a para]

Muchos analistas se han lanzado a una práctica de absorción fantasmática con el fin de encontrar un medio de darle al obsesivo, en la vía de la realización de su deseo, una nueva forma de equilibramiento, una cierta atemperación.

Algunos resultados son indiscutibles, aunque están pendientes de crítica.

—Las exigencias del superyó en el obsesivo.

Lo que se presenta de la forma más aparente en los síntomas del obsesivo y que se suele llamar las exigencias del superyó.

-¿De qué forma hemos de concebir estas exigencias?
-¿Cuál es su raíz en el obsesivo? … De esto se tratará a continuación.

Podríamos decir que el obsesivo siempre está pidiendo permiso. Encontrarán esto en lo concreto de lo que les dice el obsesivo en sus síntomas – está inscrito y muy a menudo articulado. Si nos fiamos de este esquema, ocurre en este nivel,

Pedir permiso es, precisamente, tener como sujeto una determinada relación con la propia demanda de uno.

Pedir permiso es, en la misma medida en que la dialéctica con el Otro – el Otro mientras que habla – es puesta en cuestión, incluso en peligro, emplearse a fin de cuentas en restituir a ese Otro, ponerse en la más extrema dependencia con respecto a él.

Esto nos indica ya hasta qué punto al obsesivo le resulta esencial mantener este lugar. Aquí es donde vemos la pertinencia de lo que Freud siempre llama Versagung, la negativa. Negativa y permiso se implican. El pacto es negado sobre un trasfondo de promesa, esto es mejor que hablar de frustración.

No es en el plano de la demanda pura y simple donde se plantea el problema de las relaciones con el Otro, al menos cuando se trata de un sujeto al completo.

El problema sólo se plantea en estos términos cuando tratamos de recurrir al desarrollo e imaginar a un niño impotente frente a su madre, como un objeto a merced de alguien.

Desarrollo del niño en la palabra.

Pero como el sujeto está en una relación con el Otro que hemos definido por la palabra, hay, más allá de toda respuesta del Otro, y precisamente porque la palabra crea este más allá de su respuesta, un punto virtual en alguna parte.

No sólo es virtual, sino que, en verdad, si no fuera por el análisis no podríamos asegurar que nadie accediera a él —salvo mediante ese análisis esencial y espontáneo que suponemos siempre posible en alguien que realizara a la perfección el Conócete a ti mismo. Pero tenemos todas las razones para suponer que hasta ahora este punto sólo se ha precisado de forma estricta en el análisis.

La Negativa.

Lo que precisa la noción de Versagung [Negativa] es, hablando con propiedad, una situación del sujeto con respecto a la demanda.

Les pido que den aquí el mismo pequeño paso adelante que les pedí que dieran a propósito del fantasma. Cuando hablamos de estadios o de relaciones fundamentales con el objeto y los calificamos de oral, de anal, incluso de genital, ¿de qué estamos hablando?

De cierto tipo de relación que estructura el medio ambiente [la Umwelt] del sujeto alrededor de una función central y define su relación con el mundo a lo largo del desarrollo.

Todo lo que le viene de su entorno tendría así una significación especial, debida a la refracción producida a través del objeto típico, oral, anal, o genital.

Aquí hay un espejismo —y esta noción únicamente se reconstruye a posteriori y se vuelve a proyectar en el desarrollo.

—Critica a la noción clásica del desarrollo.

La concepción que critico ni siquiera está articulada habitualmente de una forma tan elaborada, y a menudo se elude.

“Se habla de objeto y luego, al lado, se habla de entorno, sin pensar un instante siquiera en la diferencia que hay entre el objeto típico de una relación definida por un estadio—de rechazo, por ejemplo – y el entorno concreto, con las incidencias múltiples de la pluralidad de los objetos a los cuales el sujeto, cualquiera que sea, se encuentra sometido, diga lo que diga, desde su más tierna infancia.”

Critica al supuesto autismo.

“Hasta nueva orden, hemos de poner muy en duda la supuesta ausencia de objetos en el niño de pecho, su supuesto autismo. Si quieren ustedes creerme, tendrán esta noción por puramente ilusoria. Basta con recurrir a la observación directa de los niños más pequeños para saber que no hay nada de eso, y los objetos del mundo son para él tan múltiples como interesantes y estimulantes.”

—Un dato nuevo acerca de La regresión.

¿De qué se trata pues?
¿Qué hemos descubierto?

Podemos definirlo y articularlo como algo que es, en efecto, cierto estilo de la demanda del sujeto.

¿Dónde las hemos descubierto, estas manifestaciones que nos han hecho hablar de relaciones con el mundo sucesivamente orales, anales, genitales?

Las hemos descubierto en los análisis de personas que habían superado mucho tiempo atrás los estadios en cuestión, relacionados con el desarrollo infantil.

Decimos que el sujeto regresa a esos estadios —¿qué queremos decir con esto?

—La engañifa.

Responder diciendo que hay retomo a una de las etapas imaginarias de la infancia- si son concebibles, pero supongámoslas aceptables – es una engañifa que no nos da la verdadera naturaleza del fenómeno. ¿Hay algo que se parezca a un retomo semejante?

Cuando hablamos de fijación en determinado estadio en el sujeto neurótico, … Lo que vemos efectivamente en el análisis es que durante la regresión —el sujeto articula su demanda actual en el análisis en términos que nos permiten reconocer una determinada relación respectivamente oral, anal, genital, con cierto objeto.

Esto significa que, si estas relaciones del sujeto han podido ejercer a largo de toda la secuencia de su desarrollo una influencia decisiva, es porque, en una determinada etapa, han accedido a la función de significante.

Cuando en el inconsciente el sujeto articula su demanda en términos orales, articula su deseo en términos de absorción, se encuentra en una determinada relación ,  es decir, en una articulación significante virtual que es la del inconsciente.

Esto nos permitirá calificar de fijación en determinado estadio algo que se presentará en un momento de la exploración analítica con un valor particular, y podremos considerar interesante hacer regresar al sujeto a ese estadio para que pueda elucidarse algo esencial sobre el modo en que se presenta su organización subjetiva.

Pero lo que nos interesa no es darle gravitación, ni compensación, ni siquiera reintegro simbólico a lo que fue, con mayor o menor razón, en un momento dado del desarrollo, la insatisfacción del sujeto en el plano de una demanda oral, anal u otra, insatisfacción en la que estaría detenido.

Si esto nos interesa es únicamente por lo siguiente, porque en ese momento de su demanda fue cuando para él se plantearon los problemas de sus relaciones con el Otro, que luego resultaron determinantes para el establecimiento de su deseo.

En otros términos, todo lo que obedece a la demanda en lo que ha vivido el sujeto es cosa pasada, de una vez para siempre. Las satisfacciones, las compensaciones que podamos darle nunca serán más que simbólicas, y dárselas puede considerarse incluso un error, si no es imposible.

No es del todo imposible, precisamente gracias a la intervención de los fantasmas, de eso más o menos sustancial sostenido por el fantasma. Pero creo que es un error de orientación del análisis, porque deja sin verificar las cuentas, al final del análisis, de las relaciones con el Otro.

 

 

 

 

 

 

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