Las fórmulas del deseo. Clase 17: seminario 5. Jacques Lacan

Críticas del Edipo precoz. El deseo y la marca. Sobre Tótem y Tabú. El signo del lenguaje. El significante del Otro tachado.

He empezado escribiendo estas tres fórmulas en la pizarra para evitar escribirlas incorrectamente o de forma incompleta cuando tenga que referirme a ellas. Espero poder aclararlas todas desde ahora hasta el final de nuestro discurso de hoy.

Las fórmulas del deseo —Jacques Lacan

La cuestión del desarrollo de la mujer y de su adaptación a un determinado registro plurivalente del orden humano es, sin duda, un punto sensible de la teoría analítica…. en lo que a la mujer se refiere, conviene no confundir lo que desea – doy a este término su pleno sentido – con lo que pide.

Este simple repaso de la experiencia, no de evidencias, es para mostrar que la cuestión planteada, la de saber qué se trata de realizar en el análisis, no es simple.

El último día les estuve hablando de algo que se había introducido lateralmente en nuestro discurso. Quería llevarlos hasta lo que me servirá luego. De punto de referencia en la crítica de las identificaciones normativas, precisamente, del hombre y de la mujer, y hoy volveré a llevarlos hasta ese punto para proporcionarles una fórmula generalizada.

Recapitulación.

La última vez les di un primer bosquejo de la identificación que produce el Ideal del yo, mientras que éste es el punto de salida, el punto central, el punto de llegada de la crisis del Edipo alrededor de la cual se inició la experiencia analítica, y a cuyo alrededor no deja de girar, aunque adopte posiciones cada vez más centrífugas.

Insistí en que toda identificación del tipo Ideal del yo se debía a la puesta en relación del sujeto con ciertos significantes del Otro que llamé insignias, y esta relación a su vez se incorporaba a un deseo distinto del deseo que había puesto frente a frente esos dos términos, el sujeto y el Otro como portador de dichas insignias.

El hecho de que la identificación se ha producido mediante la asunción de significantes característicos de las relaciones de un sujeto con otro, coincide con e implica que pasen a primer plano relaciones de deseo entre este sujeto y un tercero.

El complejo de castración.

Volvamos a partir de una observación que participa de la máxima de La Rochefoucauld sobre las cosas que no se pueden contemplar fijamente, el sol y la muerte. En el análisis hay cosas así. El complejo de castración es una de estas cosas.

Observen lo que ocurre, y ha ocurrido desde que Freud lo captó por primera vez. Había ahí un punto esencial, un eje, en la formación del sujeto, algo extraño, hay que decirlo, y nunca había sido puesto de relieve ni articulado hasta entonces.

El paso que da Freud es hacer girar la formación del sujeto alrededor de una amenaza precisa, particularizada, paradójica, arcaica, que incluso causa horror, propiamente hablando, y surge en un momento decisivo, sin duda patógeno, pero también normativo.

Esta amenaza no está ahí sola, aislada, sino que es coherente con la relación llamada edípica entre el sujeto, el padre, la madre – el padre hace aquí las veces de portador de la amenaza y la madre está en el punto de mira de un deseo en sí mismo profundamente oculto.

La relación tercera y compleja.

De nuevo se encuentran ustedes en el origen de lo que se trata precisamente de elucidar, aquella relación tercera en la que se producirá la asunción de la relación con ciertas insignias, indicadas en el complejo de castración, pero de una forma enigmática, porque dichas insignias están ·a su vez en una relación singular con el sujeto.

Están, se dice, amenazadas, y al mismo tiempo son lo que de todas formas se trata de recoger, de recibir, y ello en una relación de deseo a propósito de un tercer término, la madre.

Al principio, esto es ciertamente lo que hallamos, y cuando lo decimos, nos enfrentamos precisamente a un enigma.

Esta relación, compleja por definición y por su propia naturaleza, que encontramos en la vida de nuestro sujeto, tenemos que captarla, coordinarla, articularla, nosotros que somos los practicantes. Encontramos mil fórmulas, mil reflexiones, una dispersión de imágenes, de relaciones fundamentales, y hemos de captar todas sus incidencias, sus reflejos, sus múltiples facetas psicológicas en la experiencia del sujeto neurótico. Y entonces, ¿qué ocurre?

La justificación psicologizante.

Se produce ese fenómeno que llamaré la justificación psicologizante. Donde tratamos de buscar el origen y el sentido del temor de la castración, es en el individuo, lo cual nos conduce a una serie de desplazamientos y de transposiciones. Se los resumo.

En primer lugar, el temor de la castración está relacionado con el padre en cuanto objeto, con el temor al padre. Si lo consideramos en su incidencia, nos percatarnos de que se relaciona con una tendencia o un deseo del sujeto, el de su integridad corporal. Al mismo tiempo, lo que se destaca es la noción de temor narcisista.

Segundo, luego — siguiendo siempre una línea por fuerza genética, es decir, que se remonta a los orígenes, pues buscamos en el propio individuo la génesis de lo que se desarrolla a continuación—, encontramos en primer plano, y con el apoyo de material clínico, porque siempre lo hay para captar las encarnaciones de un efecto determinado, el temor al órgano femenino. Y esto de una forma ambigua, ya sea convirtiéndolo en sede de la amenaza contra el órgano incriminado o, por el contrario, en modelo de la desaparición de dicho órgano.

Tercero, finalmente, más lejos todavía, yendo todavía más atrás, en último término, … lo que está en el origen del temor de la castración es el propio falo, oculto en el fondo del órgano materno. En el mismo origen, el niño percibe que el falo paterno tiene su sede en el interior del cuerpo paterno y esto es lo temido por el sujeto. —- conclusión asombrosa y singular que hemos ido alcanzando progresivamente, y no voy a darles hoy la lista de autores, pero en cuanto al último, ya saben que es Melanie Klein—.

Para dar el último paso, es preciso que el órgano paterno en el interior del sexo materno sea considerado amenazador, debido a que el mismo sujeto, en el origen de lo que llaman sus tendencias agresivas, sádicas, primordiales, lo ha convertido en el arma ideal.

En última instancia, todo se reduce así a una especie de puro reflejo del órgano fálico, considerado el soporte de una tendencia primitiva que es la de la pura y simple agresión.

El complejo de castración se reduce entonces al aislamiento de una pulsión agresiva primordial, en adelante desconectada.

Por esta razón, todo el esfuerzo de los autores irá dirigido a reintegrar el complejo de castración en su contexto de complejo, a saber, en aquello que fue su origen y que justificaba profundamente el carácter central que se le reconocía en la economía subjetiva en los inicios de la exploración de las neurosis.

Los autores se ven llevados de esta forma a tomarse las mayores molestias para volver a ponerlo, a pesar de todo, en su lugar, hasta tal punto que, bien considerado, vemos dibujarse el vano círculo de un conjunto de conceptos que se cierra sobre sí mismo. Eso vemos, ciertamente, si examinamos con atención la economía de lo que Melanie Klein articula como algo que se produce en el nivel del Edipo precoz.

Esta expresión no es sino una contradicción entre los términos – es una forma de decir el Edipo preedípico.

Es el Edipo cuando ninguno de los personajes del Edipo ha aparecido todavía.

Los significantes interpretativos de los que ella se sirve para dar un nombre a las pulsiones con las que se encuentra, o cree que se encuentra en el niño, sus propios significantes implican toda la dialéctica en cuestión en el origen.

Pues bien, hay que seguir esta dialéctica desde su punto de partida y en su esencia.

La castración.

La castración tiene un carácter esencial, si la consideramos tal como la experiencia y la teoría analítica, y Freud, desde el principio, la promueven.

—La castración, ¿qué quiere decir eso?

La castración no es una castración real. Está vinculada, hemos dicho, con un deseo. Incluso está vinculada con la evolución, el progreso, la maduración del deseo en el sujeto humano.

Aunque es castración, por otra parte, es indudable que el vínculo con el órgano resulta difícil centrarlo claramente en la noción de complejo de castración.

Como a menudo se ha observado, no es una castración dirigida a los órganos genitales en conjunto, y por eso precisamente no adquiere en la mujer el aspecto de una amenaza contra los órganos genitales femeninos en cuanto tales sino como algo distinto, precisamente en cuanto [como] falo.

Del mismo modo, se ha podido plantear legítimamente la cuestión de saber si en el hombre había que aislar, en la noción del complejo de castración, el pene, o incluir el pene y los testículos.

En verdad, estas discusiones muestran que de lo que se trata no es de esto o de lo otro, sino de otra cosa. Es algo que tiene cierta relación con los órganos, pero cierta relación de cuyo carácter significante no hay lugar a dudas. Lo que predomina es el carácter significante.

El complejo de castración —es en esencia, la relación de un deseo con la que llamare en esta ocasión una marca.

Para que el deseo atraviese felizmente ciertas fases y alcance la madurez, …  es preciso que algo tan problemático de situar como el falo esté marcado por este hecho —sólo se conserva en la medida en que ha atravesado la amenaza de castración.

Hay que mantener esto como el mínimo esencial, … literalmente, ya no sabemos qué decimos si no retenemos estas características como esenciales. Vale más apuntar propiamente a la relación entre estos dos polos, el deseo y la marca, antes de ir a buscarla en sus distintas formas de encarnarse en el sujeto.

Tan pronto abandonamos el punto de partida, la razón de este vínculo se vuelve por fuerza cada vez más enigmática, problemática, y muy pronto queda elidida.

—La marca.

Insisto en este carácter de marca. Por otra parte, además del análisis en todas sus distintas manifestaciones interpretativas o significativas y, sin lugar a dudas, en todo lo que la encarna ceremonialmente, ritualmente, sociológicamente, la marca es el signo de lo que sostiene esa relación castradora, cuya emergencia antropológica nos ha permitido situar el análisis.

No olvidemos las encarnaciones religiosas en las que reconocemos el complejo de castración, por ejemplo, la circuncisión, por llamarla por su nombre, o también, en los ritos de pubertad, determinada forma de inscripción, de marca, de tatuaje, vinculada con una fase que se presenta sin ambigüedad como el acceso a cierto estadio del deseo. Todo esto se presenta siempre como marca e impresión.

No hay que avanzar demasiado deprisa, ni decir que esta marca es lo que modifica el deseo. Tal vez haya en este deseo, desde el origen, una hiancia [brecha, distancia] que le permite a la marca tener su incidencia especial.

De lo que no hay duda es de que existe la más estrecha relación entre lo que caracteriza al deseo en el hombre y la incidencia, el papel y la función de la marca. Encontramos aquí nuevamente, uno frente a otro, el significante y el deseo, y a esto se refiere toda la interrogación que desarrollamos aquí.

Tótem y Tabú (un pequeño paréntesis)

No quisiera alejarme demasiado, pero de todas formas ahí va un pequeño paréntesis. No olvidemos que la cuestión desemboca evidentemente en la función de significante en el hombre, y no es éste el primer lugar donde oyen hablar de ello. Si Freud escribió Tótem y tabú, si para él supuso una necesidad y una satisfacción esenciales articularlo …

Para él es un mito absolutamente esencial, tan esencial, que para él no es un mito. ¿Qué quiere decir, Tótem y tabú?

Quiere decir que, si queremos comprender algo de lo que es la interrogación particular de Freud sobre la experiencia del Edipo en sus enfermos, vamos a parar necesariamente al tema del asesinato del padre.

Esto, Freud no se lo pregunta. Pero yo se lo pregunto a ustedes —¿qué puede significar que para concebir el paso de la naturaleza a la humanidad haya que pasar por el asesinato del padre?

De acuerdo con su método, que es un método de observador y de naturalista, agrupa los hechos, amontona alrededor de este punto-encrucijada todos los documentos que le aporta su información. Sin duda, vemos aparecer en primer plano el punto en que se encuentra su experiencia respecto del material etnológico.

No importa mucho que este material sea más o menos anticuado. Ahora ya no tiene ninguna importancia. Lo que cuenta es que el punto donde sabe qué terreno pisa, donde está satisfecho, donde ve conjugarse los signos que persigue, sea aquel donde la función de la fobia se acerca al tema del tótem. Y ello es indiscernible de un progreso que pone la función del significante en primer plano.

La fobia es un síntoma en el que aparece en primer plano, de una forma aislada y específicamente destacada, el significante.

Me pasé el último año explicándoles, mostrándoles hasta qué punto el significante de una fobia tiene veinte mil significaciones para el sujeto.

Es el punto clave, el significante que hace falta para que las significaciones puedan mantenerse algo tranquilas, al menos durante un tiempo.

De lo contrario, el sujeto queda literalmente sumergido por ellas. Del mismo modo, el tótem también es esto, el significante para todo, el significante clave, gracias al cual todo se ordena, y principalmente el sujeto, porque en este significante el sujeto encuentra lo que él es, y en nombre de este tótem se ordena también para él lo que está prohibido.

Todos sabemos que, en su curso habitual, la vida no se detiene demasiado ante los cadáveres que produce … o sea, es propio de la naturaleza de la memorización que el hecho sea olvidado por el individuo, trátese del asesinado del padre o del asesinato de Moisés. Es propio de nuestra mente olvidar lo que sigue siendo absolutamente necesario como clave, como eje alrededor del cual ella misma gira.

Para que una muerte sea memorizada, es preciso que determinado vínculo haya sido significante, de tal manera que dicha muerte exista de otra forma en lo real, en el bullir de la vida. No hay existencia de la muerte, hay muertos, eso es todo. Y cuando están muertos, nadie, en la vida, les presta ya atención.

En otros términos, ¿a qué se debe la pasión de Freud cuando escribe Tótem y tabú?

Todos dicen- ¿Pero ¿qué dice éste? ¿De dónde viene? ¿Con qué derecho nos cuenta eso? Nosotros, etnógrafos, nunca hemos visto algo así.

Ello no impide que este libro sea uno de los acontecimientos capitales de nuestro siglo, que ha transformado profundamente toda la inspiración del trabajo crítico, etnológico, literario, antropológico.

¿Qué quiere decir esto? —sino que Freud conjuga en él dos cosas, el deseo con el significante. Los conjuga tal como se dice que se conjuga un verbo. Hace entrar la categoría de esta conjugación dentro de un pensamiento sobre el hombre que las filiaciones academizantes filosóficas, … desde el platonismo hasta las sectas estoicas y epicúrea, y pasando por el cristianismo, tiende profundamente a olvidar la relación orgánica del deseo con el significante.

[Al] excluir el deseo del significante, a reducirlo, a explicarlo en cierta economía del placer, a eludir lo que tiene de profundamente problemático, irreductible y, hablando con propiedad, perverso, a eludir lo que es el carácter esencial, vivo, de las manifestaciones del deseo humano, de las cuales debemos poner en primera línea su carácter no sólo inadaptado e inadaptable sino fundamentalmente marcado y pervertido. Este vínculo entre el deseo y la marca, entre el deseo y la insignia, entre el deseo y el significante, nos esforzamos por ver qué lugar le corresponde.

La formulas del deseo.

Volvamos ahora a nuestras tres pequeñas fórmulas que les he escrito.

Hoy quiero simplemente introducirlas y decirles lo que quieren decir, porque no podemos ir más lejos. Estas fórmulas son, en mi opinión, las que les permitirán articular no sólo algo del problema que acabo de proponerles, sino incluso todos los rodeos, incluso divagaciones, del pensamiento analítico sobre lo que sigue siendo nuestro problema fundamental, que es, no lo olvidemos, el problema del deseo.

Empecemos precisando qué quieren decir las letras que hay ahí:

—La d minúscula es el deseo.
—La$ es el sujeto.
—La a es el otro con minúscula,
el otro en tanto que es nuestro semejante y su imagen nos detiene, nos cautiva, nos sostiene, y constituimos a su alrededor ese primer orden de identificaciones que les he definido como la identificación narcisista, que es:
—m minúscula, el yo (moi).Esta primera línea pone estas letras en cierta relación que, como las flechas se lo indican, no se puede recorrer hasta el final partiendo de cada uno de los extremos, se detiene en el punto preciso donde la flecha directriz se encuentra con otra de signo opuesto.

Aquí, la identificación yoica o narcisista está en una determinada relación con la función del deseo. Lo comentaré más adelante.

La segunda línea está relacionada con todo aquello sobre lo que articulé mi discurso a comienzos de este año, cuando traté de hacerles ver en la agudeza cierta relación fundamental del deseo, no con el significante propiamente dicho sino con la palabra, a saber, la demanda.La D escrita aquí quiere decir la demanda.
La A mayúscula que viene a continuación es el Otro, el lugar, la sede, el testimonio al que el sujeto se remite, en cuanto lugar de la palabra, en su relación con un, a minúscula cualquiera.

No es necesario recordar aquí hasta qué punto, desde hace mucho tiempo, repitiéndolo una y otra vez, he articulado la necesidad de este Otro con mayúscula como el lugar de la palabra articulada como tal palabra. Aquí volvemos a encontrar:

—d minúscula y también, por primera vez,
s minúscula, con la misma significación que tiene habitualmente en nuestras fórmulas, a saber, la del significado.
La s minúscula de A mayúscula designa lo que en el Otro es significado, y significado con ayuda del significante, o sea lo que, en el Otro, para mí, el sujeto, toma valor de significado, o sea lo que hemos llamado hace un momento las insignias.
I mayúscula es el ideal del yo, constituido por la identificación con las insignias del Otro.

Sólo la constitución de estas fórmulas ya les presentifica que únicamente hay acceso a la identificación del Ideal del yo cuando el término del Otro empieza a ser tenido en cuenta.

Como las anteriores, la tercera línea trata de articular en una cadena de referencia un problema. Se trata del problema que hoy artículo ante ustedes.—La Δ es precisamente lo que nos plantea un interrogante, a saber, sobre el propio mecanismo que pone al sujeto humano en una cierta relación con el significante, y esto en su esencia de sujeto, de sujeto total, de sujeto en su carácter completamente abierto, problemático, enigmático —expresado en este símbolo.

Ven ustedes aquí al sujeto otra vez, ahora en su relación con el hecho de que su deseo pasa por la demanda, de que el sujeto habla su deseo, y esto tiene ciertos efectos. A continuación, tienen ustedes:

—S mayúscula, que como es habitual es la letra con la que designamos el significante.

La fórmula explica que S mayúscula de A tachada es precisamente lo que, el falo, realiza.

Dicho de otra manera, el falo es el significante que introduce en Ⱥ nuevo, y que lo introduce en Ⱥ y en el nivel de Ⱥ —gracias a ello esta fórmula esclarecerá los efectos de significante. Este punto preciso de incidencia en el Otro es lo que esta fórmula nos va a permitir aclarar. Ahora volvamos a nuestro tema.

Continuación [el deseo]

La relación del hombre con el deseo no es una relación pura y simple de deseo. En sí no es una relación con el objeto. Si la relación con el objeto estuviera ya instituida, no habría problema para el análisis.

Los hombres, como hacen presuntamente la mayoría de los animales, se dirigirían a sus objetos.

Pero existe en el hombre, el hecho de que es animal deseante, que condiciona todo lo que se produce en el nivel que llamamos perverso, a saber, que goza de su deseo.

Toda la evolución del deseo tiene su origen en aquellos hechos vividos que suelen clasificarse en la relación, digamos, masoquista, [pues ésta es la que nos hacen poner en primer lugar en el orden genético, aunque se llega hasta ahí en una especie de regresión]. La que más se presenta como ejemplar y como eje es la relación llamada sádica, o la relación escoptofílica.

Está muy claro que es mediante una reducción, un manejo, una descomposición artificial secundaria de lo que se da en la experiencia, como las aislamos en forma de pulsiones que van sustituyéndose una a otra y que son equivalentes.

La relación escoptofílica, al conjugar exhibición y voyeurismo, es siempre ambigua – el sujeto se ve ser visto, se ve al sujeto como visto, pero, por supuesto, no se lo ve pura y simplemente sino en el goce,

—El goce, (en) esa especie de irradiación y de fosforescencia derivada del hecho de que el sujeto se encuentra en una posición surgida de no sé qué hiancia primitiva, en cierto modo extraída de su relación de implicación con el objeto, y a partir de ahí se capta fundamentalmente a sí mismo como paciente en dicha relación.

De ello resulta que lo que encontramos en el fondo de la exploración psicoanalítica del deseo es el masoquismo – el sujeto se capta como sufriente, capta su existencia de ser vivo como sufriente, es decir como sujeto del deseo.

¿Dónde está ahora el problema? El deseo humano permanecerá para siempre irreductible a cualquier reducción y adaptación. Ninguna experiencia analítica irá contra esto. El sujeto no satisface simplemente un deseo, goza de desear, y ésta es una dimensión esencial de su goce. Esto que les artículo como puedo requiere, para tener algún sentido, que se remitan a su experiencia de cada día, …

Ernest Jones y su concepto de afanasis.

El Sr. Jones, cuya función y cuya utilidad en el análisis habrán sido directamente proporcionales a lo que no entendía, enseguida trató de articular el complejo de castración atribuyéndole un equivalente. Para decirlo de una vez, el significante fálico fue para él, a lo largo de toda su existencia de escritor y de analista, objeto de lo que tal vez podríamos llamar una verdadera fobia.

Lo mejor que escribió, que culmina en su artículo sobre la fase fálica, consiste precisamente en decir – ¿por qué ese maldito falo con el que tropezamos en todo momento, por qué privilegiar ese objeto por otra parte inconsistente cuando hay cosas igualmente interesantes? – la vagina, por ejemplo.

Y, en efecto, el hombre tiene razón. Está claro que este objeto no tiene menos interés que el falo, ya lo sabemos. Lo que ocurre, lo que lo deja estupefacto, es que uno y otro no tienen la misma función.

Estaba estrictamente condenado a no entender nada, pues desde el principio, desde su primera manifestación, no bien trató de articular lo que era el complejo de castración en Freud sintió la necesidad de encontrarle un equivalente, en vez de captar esa cosa coriácea, incluso irreductible, que hay en el complejo de castración, a saber, el significante falo.

Iones no carecía de cierta orientación, tal vez sólo cometía un error, creer que Dios los creó hombre y mujer. Con esta frase concluye su artículo sobre la Phallic Phase, mostrando así perfectamente los orígenes bíblicos de su convicción. Como Dios los creó hombre y mujer, entonces han de estar en armonía, y se tiene que conseguir, o que diga por qué.

Ahora bien, precisamente, estamos en el análisis para darnos cuenta de que, cuando se pide que diga por qué, nos metemos en toda clase de complicaciones. Por eso, desde el principio, Iones sustituyó el término de complejo de castración por el de afánisis, que fue a buscar al diccionario griego y, hay que decirlo, no es una palabra muy empleada por los distintos autores. Quiere decir desaparición. ¿Desaparición de qué? Desaparición del deseo. Es lo que el sujeto temería en el complejo de castración, según el Sr. Iones.

No hay otra forma de hacer de la afánisis un equivalente del complejo de castración más que definirlo como él lo hace, a saber, como la desaparición del deseo. ¿No hay ahí acaso algo que no es del todo infundado? Se trata de algo de segundo o tercer grado con respecto a una relación articulada en términos de necesidad, de eso no cabe duda, pero sin embargo él no parece ni sospecharlo.

Dicho esto, incluso admitiendo que se hayan resuelto todas las complicaciones que sugiere el simple planteamiento del problema [del deseo] en estos términos, queda por estructurar precisamente la relación del sujeto con el Otro, dado que es en el Otro, en la mirada del Otro, donde capta su propia posición.

No en vano distingo aquí la posición escoptofílica, porque está efectivamente en el corazón, no sólo de esta posición sino también de la actitud del Otro.

Quiero decir que no hay posición sádica que, para poder ser calificable de sádica propiamente dicha, no vaya acompañada de cierta identificación masoquista. Así, el sujeto humano se encuentra en una relación con su mismo ser como desprendido, y queda en una posición tal con respecto al Otro que, tanto en lo que capta como en aquello de lo que goza, se trata de algo distinto de una relación con el objeto, se trata de una relación con su deseo.

Lo que ahora queda por saber es lo siguiente – ¿qué hace ahí el falo? Éste es el problema.

El problema de la presencia del falo.

Para resolverlo, abstengámonos de tratar de engendrar el término en cuestión, de imaginarlo mediante una reconstitución genética basada en lo que llamaré referencias fundamentales del oscurantismo moderno.

Así pues, se trata de saber qué hace aquí el falo. Por hoy planteemos qué supone la existencia de la tercera línea, a saber, que el falo desempeña un papel de significante. ¿Qué quiere decir esto?

Para aclararlo, partamos … que hay una determinada relación del hombre con el otro con minúscula, estructurada como lo que acabamos de llamar el deseo humano, en el sentido en que este deseo es ya fundamentalmente perverso [es decir, el sujeto goza de desear] y, en consecuencia, todas sus demandas están marcadas por cierta relación representáda por este nuevo pequeño símbolo losángico [rombo] que encuentran ustedes constantemente en estas fórmulas, [y que significa: posibilidad, chance]

Implica simplemente —ése es todo su sentido— que todo lo que interviene aquí, es gobernado por la relación cuadrangular que desde siempre hemos planteado como base de nuestra articulación del problema, de acuerdo con la cual no hay ningún concebible —ni articularle, ni posible— que no se sostenga en la relación ternaria A, a’, a. Eso es todo lo que quiere decir el losange [rombo] [posibilidad, chance]

Para que la demanda exista, tenga una posibilidad, sea algo, es preciso que haya una determinada relación entre s(A) el deseo como está estructurado, A ◊ d.

En efecto, las líneas se combinan:

La fórmulas del deseo.

En efecto, las líneas se combinan. La primera indica que la identificación narcisista, a saber, lo que constituye el yo (moi) del sujeto, se produce en una determinada relación, y hemos visto sus variaciones a lo largo del tiempo, sus diferencias, sus matices —prestigio, prestancia, dominación— en una determinada relación con la imagen del otro.

Verán ustedes lo que le corresponde, su correlato, en lo que se encuentra al otro lado del punto de revolución de esta tabla o cuadro, a saber, la doble línea de equivalencia que hay en el centro. La misma posibilidad de la existencia de un yo (moi) es puesta en relación, por lo tanto, con el carácter fundamentalmente deseante — vinculado con los avatares del deseo— del sujeto, lo cual está articulado aquí, en la primera parte de la primera línea.

De la misma forma, toda identificación con las insignias del Otro, es decir del tercero propiamente dicho, ¿de qué depende? De la demanda. De la demanda y de las relaciones del Otro con el deseo.

Esto, que es del todo claro y evidente, permite darle su pleno valor al término con el que Freud, por su parte, designa lo que llamamos de forma muy impropia — ya diré por qué – la frustración.

Freud dice frustración [Versagung]. Sabemos por experiencia que cuando algo es versagen se produce en el sujeto el fenómeno de la identificación secundaria, o identificación con las insignias del Otro.

¿Qué implica eso? Eso implica que para que haya algo, que se pueda establecer algo, para el sujeto, entre el Otro con mayúscula como lugar de la palabra y el fenómeno del deseo —el cual se sitúa en un plano del tofo heterogéneo, porque tiene una relación con el otro con minúscula como imagen propia—, es necesario que algo se ha de introducir en el Otro, mientras lugar de la palabra, esa misma relación con el otro con minúscula que es exigible, necesaria y fenomenológicamente tangible para explicar el deseo humano como deseo perverso [gozar de desear]. Lo que hoy proponemos es una articulación del problema.

Esto puede parecerles oscuro. Sólo les diré una cosa —si no se plantea nada de nada, entonces no sólo todo se vuelve cada vez más oscuro, sino que se confunde. Al contrario, es posible que planteando esto podamos hacer surgir un poco de orden.

Planteamos que, Φ el falo, es el significante mediante el cual se introduce en A, como lugar de la palabra, la relación con a, el otro con minúscula, y esto porque el significante tiene algo que ver en ello.

Eso es. Da la impresión de que se muerde la cola —pero es necesario que se muerda la cola. Está claro que el significante tiene algo que ver en ello, porque este significante, nos lo encontramos a cada paso.

Lo hemos encontrado desde el origen, porque no habría entrada del hombre en la cultura —o mejor dicho en la sociedad, si distinguimos cultura y sociedad, pero es lo mismo – si la relación con el significante no estuviera en el origen.

De la misma manera que definimos el significante paterno como el significante que, en el lugar del Otro, plantea y autoriza el juego de los significantes, hay otro significante privilegiado cuyo efecto es instituir en el Otro lo siguiente, que cambia su naturaleza —y por eso, en la tercera línea, el símbolo del Otro está tachado—, a saber, que no es pura y simplemente el lugar de la palabra sino que está, como el sujeto, implicado en la dialéctica, situada en el plano fenoménico de la reflexión, con el otro con minúscula.

Lo que esto añade es que dicha relación existe en la medida en que el significante la inscribe.

Les ruego que, por muchas dificultades que les plantee, lo tengan presente. Por hoy no hagan nada más. Más adelante les mostraré qué es lo que esto puede ilustrar y articular.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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