La niña y el falo (2). Clase 15 seminario 5. Jacques Lacan

La crítica de Ernest Jones. Un paso adelante.

Posición de Ernest Jones.

Pero vayamos ahora a la articulación que Jones plantea a modo de respuesta.

Voy a basarme hoy en su artículo “Early Development of femaly Sexuality, 1927, escrito extremadamente significativo de lo que queremos demostrar. Es también el punto más avanzado de la articulación de Jones. Se sitúa cuatro años después del articulo de Freud sobre la sexualidad femenina.

El artículo de Jones formula sin rodeo, el punto de vista de los londinenses, centrado ya en la experiencia kleiniana.

A la manera de los londinenses, Jones plantea oposiciones netas. Su exposición gana con ello en pureza y claridad, y proporciona una buena base para la discusión. Tiene todo su interés fijarse en cierto número de sus observaciones, remitiéndose lo más posible al texto.

En primer lugar, Jones advierte que, como lo que demuestra la experiencia, es difícil captar la supuesta posición masculina propia de la niña con respecto a su madre en la fase fálica.

Las suposiciones de Jones, se lo voy a decir enseguida. apuntan esencialmente a lo que articula de forma clara al final del artículo —una mujer, ¿es un ser bom, es decir, nacido así, mujer, o es un ser made, fabricado mujer? Ahí es donde sitúa él su interrogación, y eso es lo que le lleva a rebelarse contra la posición freudiana. A esta alternativa apunta el camino que sigue.

Sin duda, su trabajo parte de una especie de resumen de los hechos surgidos de la experiencia concreta con el niño que permiten. ya sea objetar, ya sea a veces confirmar, pero en todo caso corregir, la concepción freudiana —pero lo que anima toda su demostración es lo que plantea al final corno una pregunta – ¿sí o no? De hecho, a su modo de ver, en verdad no hay elección posible, al ser una de las dos respuestas absolutamente excluyente —desde su punto de vista, no se podría sostener una posición que supone que la mitad de la humanidad está hecha de seres made, es decir, fabricados en el desfiladero edípico.

No parece advertir en este sentido que el desfiladero edípico no fabrica menos, si de eso se trata, a los hombres.

Sin embargo, el hecho de que las mujeres entren ahí con un bagaje que no es el suyo le parece que constituye una diferencia suficiente respecto del niño como para ponerse a protestar.

Envidia del pene, una formulación reactiva a una fobia -E. Jones

Esta reivindicación, en substancia, consiste en decir- es cierto que observamos en la niña pequeña, en un momento determinado de su evolución, que el falo está en primer plano, así como una exigencia, un deseo manifestado en la forma ambigua, para nosotros tan problemática, de Envidia del pene [Penisneid]

Pero, ¿qué es esto? He aquí en qué consiste todo lo que nos explica Jones —es una formación de defensa, es un rodeo comparable a una fobia, y la salida de la fase fálica se debe concebir como la curación de una fobia que sería en suma una fobia muy generalmente extendida, una fobia normal, pero de la misma clase y con el mismo mecanismo que la fobia.

Yo por meterme en el corazón de su demostración.

El falo el elemento significativo -Lacan

Si la relación de la niña pequeña con el falo debe ser concebida como dice Jones con toda seguridad nos acercamos a la concepción que yo les planteo cuando le digo que es título de elemento significante privilegiado como interviene el falo en la relación edípica de la niña pequeña. ¿Significa esto que vayamos a adherirnos aquí a la posición de Jones?, sin duda no.

Si recuerdan ustedes la diferencia que establecí entre fobia y fetiche, diremos que el falo desempeña más bien el papel de fetiche que el de objeto fóbico. Insistiremos en ello ulteriormente.

Volvamos a la entrada de Jones en su articulación crítica y digamos a partir de qué va a constituirse esa fobia. Dicha fobia es, para él, una construcción de defensa contra el peligro engendrado por las pulsiones primitivas del niño, tanto la niña como el varón. Pero aquí se trata de la niña, y Jones observa que su relación original con la madre —a esto me refería hace un momento cuando les decía que íbamos a encontrar cosas muy singulares— testimonia de una posición femenina primitiva. Dice que está lejos de comportarse con respecto a su madre como un hombre con respecto a una mujer.

La madre deseante de Melanie Klein

Nos introduce entonces, siguiendo a Melanie Klein, … que el niño considera – traduzco a Jones – como, una persona que había tenido éxito en llenarse con las cosas que el niño deseaba tanto

Este éxito tiene toda su importancia, porque implica. aunque Jones no se dé cuenta, que, si se calca todo del texto de lo que se encuentra en el niño, el sujeto materno es ciertamente un ser deseante.

La persona que ha tenido éxito es la madre, puesto que ha sido lo suficientemente feliz como para llenarse ella misma con las cosas que el niño desea terriblemente, a saber, con ese material regocijante de cosas sólidas y líquidas.

El imperio del cuerpo materno.

Pueden verlo a propósito de lo que ella llama en sus contribuciones el Edipo ultraprecoz del niño. Los dibujos del niño nos muestran que el imperio materno contiene lo que he llamado, mediante una referencia a la historia china, los reinos combatientes – el niño es capaz de dibujar en el interior de ese campo los significantes que Melanie Klein localiza, los hermanos, las hermanas, los excrementos. Todo ello cohabita en el cuerpo materno, todo está ya en su interior, puesto que ella distingue también lo que la dialéctica del tratamiento permite articular como el falo paterno.

Éste estaría ya presente, como un elemento particularmente nocivo y particularmente rival con respecto a las exigencias del niño en cuanto a la posesión del contenido del cuerpo materno.

Nos resulta muy difícil no ver que estos datos acusan y profundizan el carácter problemático de las relaciones que nos presentan como supuestamente naturales, cuando nosotros las vemos ya estructuradas por lo que la última vez llamé toda una batería significante, articulada de tal forma que ninguna relación biológica natural puede justificarlas.

Por lo tanto, es ya en el nivel de esta experiencia primitiva donde se produce la entrada en escena del falo en la dialéctica del niño. Aunque esta referencia nos la presente Melanie Klein como leída en lo que trae el niño, el hecho en sí mismo no deja de ser bastante asombroso.

La introducción del pene como un seno más accesible, más cómodo y, en cierto modo, más perfecto, he aquí algo que se debería admitir como un dato de la experiencia.

¿Qué puede hacer del pene algo más accesible, más cómodo, más gozoso que el seno primordial’? Ésta es la cuestión de qué significa ese pene y, por lo tanto, esa introducción precoz del niño en una dialéctica significante. Por Jo demás, toda la continuación de Ja demostración de Jones se limitará a plantear esta pregunta de una forma cada vez más acuciante.

Como lo exigen sus premisas, Jones se ve llevado a decirnos que el falo sólo puede intervenir como medio y coartada de una especie de defensa. Supone, pues, que, en el origen, en lo que la niña pequeña se encuentra libidinalmente interesada es en una cierta aprehensión primitiva de su propio órgano, femenino, y pasa a explicarnos por qué es preciso que esta aprehensión de su vagina, la reprima.

La relación del niño femenino con su propio sexo suscita una ansiedad mayor que la que suscita en el niño varón la relación con su sexo, porque, nos dice, el órgano es más interior, más difuso, más profundamente su propia fuente en sus primeros movimientos. De ahí el papel que desempeñará, por lo tanto, el clítoris.

«Louise Bourgeois: Retrospective» Centre Georges Pompidou, Paris, France 

El clítoris, dice, como es, por su parte, exterior, servirá para que el sujeto proyecte en él sus angustias, y con mayor facilidad será el objeto de su reaseguro, al poder experimentar, mediante sus propias manipulaciones, en rigor incluso mediante la vista, el hecho de que el órgano sigue ahí.

En la continuación de su evolución la mujer dirigirá siempre a objetos más exteriores, a saber, su apariencia, su vestido, Jo que él llama su necesidad de reaseguro, lo cual Je permitirá también moderar Ja angustia desplazándola a un objeto que no es su punto de origen. El resultado es que dicho origen precisamente permanece muy especialmente desconocido.

[En suma], como pueden ver ustedes, encontramos aquí implicada una vez más la necesidad de que el falo ocupe el primer plano en calidad de exteriorizable. de representable, a modo de término límite en el que se detiene Ja ansiedad. Ésta es la dialéctica de Jones. Vamos a ver si es suficiente.

Esta dialéctica lo lleva a presentar Ja fase fálica como una posición fálica, que le permite al niño alejar la angustia centrándola en algo accesible, mientras que sus propios deseos, orales o sádicos, dirigidos al interior del cuerpo materno, suscitan inmediatamente temores de represalia y le parecen un peligro capaz de amenazarla, a ella, en el interior de su propio cuerpo. Tal es la génesis que atribuye Jones a Ja posición fálica como fobia.

Sin duda, el falo interviene en cuanto órgano fantaseado. pero accesible, exteriorizado, y a continuación podrá desaparecer otra vez de Ja escena. […] La angustia original, en definitiva, innombrable, vinculada con el órgano femenino, que corresponde en el niño-hembra a las angustias de castración en el varón, a continuación, podrá cambiar y transformarse en aquel miedo a ser abandonada que, según él, es característico de Ja psicología femenina.

He aquí el problema con el que nos enfrentamos, …

Cómo considera Freud que resuelve el asunto.

Su posición es Ja de observador y su articulación se presenta, por Jo tanto, como una observación natural.

El vínculo con la fase fálica es de naturaleza pulsional. La entrada en Ja feminidad se produce a partir de una libido que, por su naturaleza, es, digamos —para situar las cosas en su punto exacto, sin seguir a Jones en su crítica algo caricaturesca—, activa.

Se alcanza la posición femenina en la medida en que la decepción, mediante una serie de transformaciones y equivalencias, llega a hacer nacer en el sujeto una demanda con respecto al personaje paterno en el sentido de obtener de él algo que colme su deseo.

A fin de cuentas, el presupuesto de Freud, por otra parte, plenamente articulado, es que la exigencia infantil primordial es, como él dice, sin objetivo, carece de finalidad. Lo que exige, es todo, y debido a Ja desilusión de esta exigencia por otra parte imposible de satisfacer, Ja niña entra poco a poco en una posición más normativa. Hay ahí seguramente una formulación que, por problemática que sea, supone una apertura que nos permitirá articular el problema en los términos de deseo y de demanda que yo trato de destacar.

Jones responde que ésta es una historia natural, una observación de naturalista, no tan natural —y yo voy a hacérsela más natural. Lo dice claramente. La historia de la fobia fálica es tan solo un rodeo en el paso a una posición primordialmente determinada. La mujer es born, nacida, nacida mujer, en una posición que es ya la de una boca, una boca absorbente, una boca chupadora. Tras la reducción de su fobia, que no es más que un simple rodeo, recuperará su posición primitiva.

Lo que llaman ustedes pulsión fálica no es más que el artificialismo de una fobia contradescrita, suscitada en la niña por su hostilidad y su agresión hacia la madre. Es únicamente un simple rodeo en un ciclo esencialmente instintivo, y la mujer entra luego de pleno derecho en su posición, que es vaginal.

He aquí en resumen la posición de Ernest Jones.

Respuesta de Lacan.

El falo es absolutamente inconcebible en la dinámica o la mecánica kleiniana.

Sólo es concebible si se lo implica de entrada como el significante de la falta, el significante de la distancia entre la demanda del sujeto y su deseo.

Para acercase a este deseo, siempre hay que hacer una cierta deducción de la entrada necesaria en el ciclo significante.

Si la mujer ha de pasar por aquel significante, por paradójico que sea, es porque no se trata de realizar una posición hembra dada primitivamente, sino de entrar en una dialéctica determinada por el intercambio.

Mientras que el hombre, el macho, se ve apartado por el hecho de la existencia significante de todas las prohibiciones que constituyen la relación del Edipo, ella ha de inscribirse en el ciclo de los intercambios de la alianza y del parentesco convirtiéndose ella misma en un objeto de intercambio.

Aquello que estructura la relación edípica en su base, como nos lo demuestra efectivamente todo análisis correcto, es que la mujer ha de proponerse, o, más exactamente, aceptarse ella misma como un elemento del ciclo de los intercambios.

El hecho en sí es inaudito, e infinitamente más importante desde el punto de vista natural que todas las anomalías que hasta ahora hemos podido advertir en su evolución instintiva. Era de esperar, así es, que encontráramos una especie de representante de esto en el nivel imaginario, en el nivel del deseo, en las vías indirectas por las que ella misma ha de entrar.

El hecho de que la mujer, como el hombre por otra parte, haya de inscribirse en el mundo significante, queda puntuado en ella por ese deseo que, mientras que, significado, deberá permanecer siempre a una cierta distancia, al margen de cualquier cosa que se pueda relacionar con un deseo natural.

Así es, la introducción en esta dialéctica exige que algo de la relación natural deba quedar amputado, sacrificado, ¿y con qué fin? Precisamente para que se convierta en el propio elemento significante de la introducción en la demanda.

Se observará un retorno, que yo no calificaría de sorprendente, de la necesariedad —que acabo de enunciarles con toda la brutalidad implícita en esa observación sociológica basada en todo lo que sabemos, y más recientemente articulada por Lévi-Strauss en sus Estructuras elementales del parentesco—, necesariedad para media humanidad de convertirse en el significante del intercambio, de acuerdo con leyes diversas, más simplemente estructuradas en las estructuras elementales, con efectos mucho más sofisticados en las estructuras complejas del parentesco.

Lo que observamos, asé es, en la dialéctica de la entrada del niño en el sistema del significante es en cierto modo el reverso del paso de la mujer como objeto significante a lo que podemos llamar la dialéctica social, entre comillas, pues se ha de poner todo el énfasis en la dependencia del vínculo social respecto de la estructura significante y combinatoria. Ahora bien, para que el niño entre en esta dialéctica social significante, ¿qué observamos? Precisamente lo siguiente, que no hay ningún otro deseo del que dependa más estrecha y directamente que el deseo de la mujer, mientras que es significado precisamente por lo que le falta, el falo.

Una de dos. O bien el niño entra en la dialéctica, se hace él mismo objeto en la corriente de los intercambios y, en un momento dado, renuncia a su padre y a su madre, es decir a los objetos primitivos de su deseo.

O bien conserva esos objetos. Es decir que mantiene en ellos algo que es mucho más que su valor, pues su valor es precisamente lo que se puede intercambiar.

Desde el momento en que reduce esos objetos a puros significantes, pero se aferra a ellos como a los objetos de su deseo, es que el vínculo edípico sigue conservándose, es decir, la relación infantil con los objetos parentales no desaparece. Y en la medida en que no desaparece, y estrictamente en esta medida, vemos manifestarse – digamos de una forma muy general —aquellas inversiones o perversiones del deseo que muestran que en el interior de la relación imaginaria con los objetos edípicos no hay normativación posible.

¿Por qué? Muy precisamente por lo siguiente, porque siempre está, corno tercero, incluso en la relación más primitiva, la del niño con la madre, el falo en cuanto objeto del deseo de la madre, que le pone una barrera infranqueable a la satisfacción del deseo del niño, o sea, ser él mismo el objeto exclusivo del deseo de la madre.

Y esto es lo que lo empuja a buscar una serie de soluciones, que serán siempre de reducción o de identificación de esa tríada.

Si es preciso que la madre sea fálica, o poner el falo en el lugar de la madre, entonces es el fetichismo. Si es preciso que él mismo realice, íntimamente. aquella unión del falo con la madre a falta de la cual nada en él puede satisfacerse, entonces es el travestismo.

En suma, en la medida en que el niño, es decir el ser que entra con necesidades naturales en esta dialéctica, no renuncia a su objeto, su deseo no encuentra satisfacción.

El deseo no encuentra satisfacción, salvo a condición de renunciar en parte —esto es esencialmente lo que articulé en primer lugar diciéndoles que ha de convertirse en demanda, es decir, deseo en cuanto significado, significado por la existencia y la intervención del significante, o sea, en parte, deseo alienado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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