Los Tres Tiempos del Edipo (II) Clase 11 Seminario 5. Jacques Lacan.

Clínica de la homosexualidad masculina.

Ahora hablemos de los homosexuales.
De los homosexuales, se habla. A los homosexuales, se los cuida. A los homosexuales, no se los cura. Y lo más formidable es que no se los cura a pesar de que sean perfectamente curables.

Si algo se desprende de la forma más clara de las observaciones, es que la homosexualidad masculina – la otra también, pero hoy vamos a limitarnos al macho por razones de claridad – es una inversión con respecto al objeto que se estructura en un Edipo pleno y acabado. Más exactamente, aunque realiza esta tercera etapa de la que hemos hablado hace un momento, el homosexual la modifica bastante sensiblemente. Me dirán ustedes – Ya lo sabíamos, realiza el Edipo en una forma invertida. Si con eso les basta, pueden no pasar de ahí, no los obligo a seguirme, pero considero que tenemos derecho a exigirnos algo más que decir: —Porque el Edipo está invertido.

Todavía nos queda algo que buscar en la propia estructura de lo que muestra la clínica a propósito de los homosexuales, si no podemos comprender mucho mejor cómo se sitúa exactamente la terminación del Edipo.

Hay que considerar, en primer lugar, su posición con todas sus características y, en segundo lugar, el hecho de que se aferre hasta tal extremo a dicha posición. El homosexual, en efecto, por poco que se le ofrezca un medio y cierta facilidad, se aferra muchísimo a su posición de homosexual, y sus relaciones con el objeto femenino, en vez de abolidas, están por el contrario muy profundamente estructuradas.

Creo que sólo esta forma de esquematizar el problema permite indicar a qué se debe la dificultad de conmover su posición y, más aún, por qué una vez puesta al descubierto por lo general el análisis fracasa.

Ello no se debe a una imposibilidad interna de dicha posición, sino a que son exigibles toda clase de condiciones y hay que meterse por los recovecos en los que su posición se le ha convertido en algo tan precioso y primordial.

Rasgos en el homosexual.

Primero, una relación perpetua y profunda con la madre. A la madre nos la presentan, de acuerdo con la media de los casos, como alguien que tiene en la pareja parental una función directiva, eminente, y se ha ocupado más del niño que del padre.

Segundo, se dice también, y esto es ya otra cosa, que se habría ocupado del niño de una forma muy castradora, que se habría preocupado muchísimo, con mucha minuciosidad, demasiado tiempo, de su educación. Nadie parece sospechar que todo esto no va en la misma dirección.

Tercero, hay que añadir algunos eslabones suplementarios para llegar a pensar que una intervención tan castradora pudiera producir como efecto en el niño tal sobrevaloración del objeto, en la forma general en que ésta se presenta en el homosexual, que ninguna pareja susceptible de interesarle podría estar privado de él.

La madre que le dicta la ley al padre.

Creo que la clave del problema en lo referente al homosexual es ésta – si el homosexual, con todos sus matices, concede un valor predominante al objeto pene hasta el punto de convertirlo en una característica completamente exigible a la pareja sexual, es porque, de alguna forma, la madre le dicta la ley al padre, en el sentido en que les he enseñado a distinguirlo.

Les dije que el padre intervenía en la dialéctica edípica del deseo mientras que le dicta la ley a la madre. Aquí, se trata de algo que puede revestir diversas formas y se reduce siempre a esto —es la madre quien le ha dictado la ley al padre en un momento decisivo.

Esto quiere decir, muy precisamente, que cuando la intervención interdictiva del padre hubiera debido introducir al sujeto en la fase de su relación con el objeto del deseo de la madre, y cortar de raíz para él toda posibilidad de identificarse con el falo, el sujeto encuentra por el contrario en la estructura de la madre el sostén, el refuerzo, por cuya causa esta crisis no tiene lugar.

En el momento ideal, en el tiempo dialéctico en que la madre debiera ser captada como privada del adyecto, de tal forma que el sujeto ya no supiera literalmente a qué santo encomendarse, lo que encuentra, por el contrario, es su seguridad.

Aguanta perfectamente, porque siente que la madre es la clave de la situación y no se deja ni privar ni desposeer. En otras palabras, el padre puede decir lo que le parezca, pero a ella no le da frío ni calor.

—Casuística.

Por lo tanto, esto no significa que el padre no haya entrado en juego. Freud, ya hace mucho tiempo —por favor, remítanse a Tres ensayos para una teoría sexual —dijo que no era infrecuente [y no se expresa así por casualidad], si dice no es infrecuente, no es por desidia, es porque lo ha visto frecuentemente —que una inversión esté determinada por la Supresión [Wegfall], la caída de un padre demasiado interdictor.

Ahí están los dos tiempos, a saber, está la interdicción, pero también que dicha interdicción ha fracasado, en otros términos, que es la madre quien, al final, ha dictado la ley.

Esto les explica también que, en casos muy diversos, si la marca del padre interdictor está quebrada, el resultado es exactamente el mismo. En particular, en casos en que el padre ama demasiado a la madre, en los que debido a su amor parece demasiado dependiente de la madre, el resultado es exactamente el mismo.

No les estoy diciendo que el resultado siempre sea el mismo, sino que, en ciertos casos, es el mismo. El hecho de que el padre ame demasiado a la madre puede tener un resultado distinto de una homosexualidad.

De momento, subrayo simplemente que causas distintas pueden tener un efecto común, o sea, en casos en los que el padre está demasiado enamorado de la madre, se encuentra, de hecho, en la misma posición de alguien a quien fa madre le dicta la ley.

—Casos de relación agresiva con la madre.

Hay también casos—el interés de esta perspectiva es que reúne casos distintos – en los que el padre, como lo manifiesta el sujeto, siempre permaneció como un personaje muy distante cuyos mensajes no llegaban sino a través de la madre. Pero el análisis demuestra que en realidad está lejos de estar ausente. En particular, detrás de la relación tensional con la madre, muy a menudo marcada por toda clase de acusaciones, de quejas, de manifestaciones agresivas, como se suele decir, que constituye el texto del análisis de un homosexual, se descubre, y de la forma más clara, la presencia del padre como rival, de ningún modo en el sentido del Edipo invertido, sino del Edipo normal.

En este caso, suelen conformarse con decir que la agresividad contra el padre ha sido transferida a la madre, lo cual no es del todo claro, pero al menos tiene la ventaja de ajustarse a los hechos. Lo que se trata de saber es por qué es así.

Es así porque en la posición crítica en la que el padre era efectivamente una amenaza para él, el niño encontró una solución, la consistente en la identificación representada por la homología de estos dos triángulos.

El sujeto consideró que la buena forma de aguantar era identificarse con la madre, porque la madre, por su parte, no se dejaba conmover. De manera que se encontrará en la posición de la madre, definida de esta forma.

Por otra parte, cuando se encuentra frente a una pareja que es el sustituto del personaje paterno, lo que ha de hacer, como se manifiesta frecuentemente en los fantasmas y en los sueños de los homosexuales, es desarmarlo, someterlo, e incluso, de una forma del todo clara en algunos casos, dejarlo incapaz, al personaje sustituto del padre, de lucirse delante de una mujer o mujeres.

Por otra parte, la exigencia del homosexual de encontrar en su pareja el órgano peniano corresponde precisamente a que, en la posición primitiva, la ocupada por la madre que le dicta la ley al padre, lo que es cuestionado —no resuelto, sino cuestionado-, es saber si en verdad el padre tiene o no tiene, y esto es exactamente lo que le pregunta el homosexual a su pareja, antes que ninguna otra cosa y de una forma predominante con respecto a cualquier otra cosa. Después ya veremos qué se habrá de hacer con eso, pero antes ha de mostrar que tiene.

—El amor excesivo del padre por la madre.

Incluso iré más lejos, hasta indicarles en qué consiste el valor de dependencia que representa para el niño el amor excesivo del padre por la madre. Ustedes recuerdan, espero, la fórmula que elegí para ustedes, a saber, que amar es siempre dar lo que no se tiene, no dar lo que se tiene.

No voy a repetir las razones por las cuales les di esta fórmula, pero denla por segura y tómenla como una fórmula clave, como una pequeña rampa que, con sólo tocarla, los llevará al piso correcto, aunque no entiendan nada, y es mucho mejor que no entiendan nada. Amar, es dar a alguien que tiene o no tiene lo que está en juego, pero sin lugar a dudas es dar lo que no se tiene.

Por el contrario, dar es también dar, pero es dar lo que se tiene. Ésta es toda la diferencia.

En todos los casos, si el padre se muestra verdaderamente amoroso para con la madre, se sospecha que no tiene, y así es como entra en juego el mecanismo. Vean cómo en este sentido las verdades nunca son del todo oscuras, ni ignoradas (cuando no están articuladas, al menos se presienten. No sé si se han dado ustedes cuenta de que este tema candente los psicoanalistas nunca lo abordan, aunque saber si el padre amaba a la madre sea por lo menos tan interesante como saber si la madre amaba al padre. Se suele plantear siempre la cuestión en esta dirección – el niño tuvo una madre fálica castradora y todo lo que quieran, tenía con respecto al padre una actitud autoritaria, carente de amor, de respeto, etcétera) pero es muy curioso ver que nunca destacamos la relación del padre con la madre.

No sabemos muy bien qué pensar de esto y no nos parece posible, en resumidas cuentas, decir algo demasiado normativo. Después de todo, dejamos de lado muy cuidadosamente, al menos hasta hoy, este aspecto del problema que con toda probabilidad habré de volver a considerar.

—La vagina dentada – el temido encuentro con el falo.

Otra consecuencia. Hay algo que se manifiesta también con mucha frecuencia y que no es una de las menores paradojas del análisis de los homosexuales. De entrada, parece bien paradójico, con respecto a la exigencia de un pene en la pareja, que tengan pánico de ver el órgano de la mujer, porque, nos dicen, eso les sugiere ideas de castración. Quizás sea cierto, pero no tal como se piensa, pues si algo los frena ante el órgano femenino es precisamente la suposición, en muchos casos, de que ha ingerido el falo del padre, y lo temido en la penetración es precisamente el encuentro con dicho falo.

Algunos sueños—les citaré algunos— perfectamente registrados en la literatura y que se encuentran también en mi práctica, ponen de manifiesto de la forma más clara que lo que emerge con ocasión del encuentro posible con una vagina femenina es un falo que se desarrolla y que representa algo insuperable, y frente a esto el sujeto no sólo ha de detenerse, sino que se ve invadido por toda clase de temores.

Esto le da al temor a la vagina un sentido muy distinto del que se ha considerado bajo la rúbrica de la vagina dentada, que también existe. Es la vagina dentada porque contiene el falo hostil, el falo paterno, el falo al mismo tiempo fantasmático y absorbido por la madre, cuyo verdadero poder posee ella en el órgano femenino.

Esto articula suficientemente toda la complejidad de las relaciones del homosexual. Es una situación estable, no dual de ninguna manera, una situación llena de seguridad, una situación con tres pies.

Precisamente porque siempre se ha considerado como una relación dual y nunca se entra en el laberinto de las posiciones del homosexual, por culpa del analista, la situación nunca llega a ser enteramente elucidada.

El poder del amor.

Aunque tenga las relaciones más estrechas con la madre, la situación sólo tiene su importancia en relación con el padre.

Lo que debiera ser el mensaje de la ley es todo lo contrario, y está, ingerido o no, en manos de la madre. La madre tiene la clave, pero de una forma mucho más compleja que la implicada en la noción global y tosca de que es una madre provista de falo.

Si resulta que el homosexual se ha identificado con ella, no es de ningún modo, pura y simplemente, mientras que tenga o no tenga el adyecto, sino porque está en posesión de las claves de la situación particular que prevalece a la salida del Edipo, donde lo que se juzga es saber cuál de los dos tiene a fin de cuentas el poder.  No cualquier poder, sino muy precisamente el poder del amor. 

Los vínculos complejos de la edificación del Edipo, tal como les son presentados aquí, les permiten comprender cómo la relación con el poder de la ley repercute metafóricamente en la relación con el objeto fantasmático que es el falo, como objeto con el que debe producirse en un momento dado la identificación del sujeto.

La próxima vez … les mostraré cómo, a través de los distintos avatares del mismo objeto, desde el principio, o sea, desde su función como objeto imaginario de la madre hasta el momento en que es asumido por el sujeto, podemos esbozar la clasificación general y definitiva de las diferentes formas en que interviene.

Concluiremos con la relación del sujeto con el falo, de una forma que tal vez les interesará menos directamente pero que a mí me importa mucho.

Así es, terminé mi último trimestre con lo que les planteé sobre la comedia. Cuando les dije que lo esencial de la comedia era el momento en que el sujeto consideraba todo el asunto dialéctico en mano y decía —Después de todo, todo este asunto dramático, la tragedia, los conflictos entre el padre y la madre, nada de eso vale tanto como el amor, así que ahora divirtámonos, entremos en la orgía, hagamos cesar todos esos conflictos, de cualquier forma todo esto está hecho para el hombre – , esto no se lo han acabado ustedes de tragar. Me causó mucho asombro haber sorprendido, incluso escandalizado, a algunas personas. Voy a hacerles una confidencia – eso está en Hegel.

De todas formas, voy a plantear cosas nuevas sobre el tema, algo que me parece mucho más demostrativo que todo lo que se ha podido elaborar sobre los diversos fenómenos del ingenio. Es que, por este camino, se encuentra una sorprendente confirmación de lo que estamos planteando, a saber, el carácter crucial para el sujeto y para su desarrollo de la identificación imaginaria con el falo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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