Los Tres Tiempos del Edipo (II) Clase 11 Seminario 5. Jacques Lacan

El deseo del deseo, el falo metonímico, Inyecto y Adyecto.

El esquema que les traje la última vez reúne lo que he tratado de hacerles entender bajo el título de los tres tiempos del complejo de Edipo. De lo que se trata, como les destaco en todo momento, es de una estructura, constituida no en la aventura del sujeto sino en otra parte, en la que él ha de introducirse. Otros pueden interesarse también en ella a títulos diversos.

Los psicólogos que proyectan las relaciones individuales en el campo interhumano, o interpsicológico, o social, en las tensiones de grupos, que traten de inscribir esto en sus esquemas, si pueden.

De la misma forma, los sociólogos deberán tener muy en cuenta relaciones-estructurales que constituyen en este punto nuestra común medida, por la simple razón de que ésta es la raíz última – la propia existencia del complejo de Edipo es socialmente injustificable, quiero decir, no puede fundarse en ninguna finalidad social. En cuanto a nosotros, estamos en posición de ver cómo se ha de introducir un sujeto en esa relación que es la del complejo de Edipo.

Que no se introduce sin que en ello desempeñé un papel de primerísimo orden el órgano sexual masculino, no me lo inventé yo. Éste es centro, eje, objeto de todo lo que se relaciona con aquel orden de acontecimientos, muy confusos y muy mal discernidos, que llaman el complejo de castración. Pero aun así se sigue hablando de ello en tales términos que es asombroso que no produzcan más insatisfacción en el público.

Por mi parte, en esta especie de fulminación psicoanalítica a la que aquí me dedico, intento darles una letra que no se enturbie, o sea, distinguir mediante conceptos los diversos niveles de lo que está en juego en el complejo de castración.

Hay que hacerlo intervenir tanto en una perversión que llamaré primaria, en el plano imaginario, como en una perversión de la que tal vez hablaremos hoy un poco más y que está íntimamente vinculada con la terminación del complejo de Edipo, a saber, la homosexualidad.

Complejo de Edipo (continuación)

Para tratar de ver claro, retomaré, porque es algo bastante nuevo, la forma en que les articulé la última vez el complejo de Edipo, centrado en el fenómeno vinculado con la función particular de objeto que en él desempeña el órgano sexual masculino.

Tras rehacer estos pasos para ilustrarlos bien, les mostraré, tal como se lo había anunciado, que esto aporta algunas luces sobre los fenómenos, bien conocidos, pero mal situados, de la homosexualidad.

Los tiempos lógicos del complejo de Edipo.

En los esquemas que les propongo y que están extraídos del jugo de la experiencia, trato de establecer tiempos. No son por fuerza tiempos cronológicos, pero no importa, porque también los tiempos lógicos pueden desarrollarse sólo en una determinada sucesión.

Primer Tiempo.

Tienen ustedes por lo tanto en un primer tiempo, como les dije, la relación del niño, no con la madre, como se suele decir, sino con el deseo de la madre. Es un deseo de deseo.

Como he podido comprobar, no era una fórmula tan usual, y algunos tenían cierta dificultad para hacerse a la idea de que es distinto desear algo que desear el deseo de un sujeto.

Lo que hay que entender es que este deseo de deseo implica estar en relación con el objeto primordial que es la madre, así es, y haberla constituido de tal forma que su deseo pueda ser deseado por otro deseo, en particular el del niño.

Tratemos de precisar muy bien cuál es la relación del niño con lo que está en juego, a saber, el objeto del deseo de la madre.  Lo que se ha de franquear es esto, D, a saber, el deseo de la madre, el deseo deseado por el niño, D (D). Se trata de saber cómo podrá alcanzar dicho objeto, dado que está constituido de forma infinitamente más elaborada en la madre, quien va algo más adelantada en la existencia que el niño.

Este objeto hemos planteado que es el falo, como eje de toda la dialéctica subjetiva. Se trata del falo [en condición de] deseado por la madre. Desde el punto de vista de la estructura, hay diversos estados distintos de la relación de la madre con el falo.

Éste desempeña un papel primordial en la estructuración subjetiva de la madre, puede estar en diferentes estados como objeto —incluso es esto lo que dará lugar a toda la complicación subsiguiente. Pero, por ahora, nos conformaremos con tomarlo tal cual, porque consideramos que sólo se puede introducir orden y una perspectiva adecuada en todo lo que es fenómeno analítico partiendo de la estructura y de la circulación significantes.

Si nuestros puntos de referencia son siempre estables y seguros, es porque son estructurales, porque están vinculados a las vías de construcciones significantes. Esto es lo que nos sirve de guía, y por eso no tenemos que preocuparnos aquí por lo que es el falo para una madre efectiva en un caso determinado. Sin duda, aquí hay que diferenciar algunas cosas. Ya lo retomaremos.

Si nos fiamos simplemente de nuestro esquemita habitual, el falo se sitúa aquí, es un objeto metonímico.

En el significante, podemos conformarnos con situarlo así —es un objeto metonímico. Debido a la existencia de la cadena significante circulará, de todas formas, como la sortija, por todas partes en el significado — y es, en el significado, lo que resulta de la existencia del significante. La experiencia nos enseña que este significante adquiere para el sujeto un papel principal, el de un objeto universal.

Esto es Jo sorprendente, desde luego. Esto es lo que escandaliza a quienes quisieran que Ja situación en lo referente al objeto sexual fuese simétrica [correspondiente] para ambos sexos. Así como el hombre ha de descubrir y luego adaptar a una serie de aventuras el uso de su instrumento, lo mismo debería ocurrirle a la mujer, a saber, que el cunnus estuviera en el centro de toda su dialéctica. No es así de ninguna manera, y esto es precisamente lo que descubrió el análisis. Es la mejor sanción de que hay un campo que es el campo del análisis, distinto del campo del desarrollo instintivo más o menos vigoroso, y en conjunto superpuesto a la anatomía, es decir a la existencia real de los individuos.

¿Cómo concebir que el niño que desea ser el objeto del deseo de su madre consiga satisfacerse?

Evidentemente, no tiene otra forma de hacerlo más que ocupar el lugar del objeto de su deseo.

¿Qué quiere decir esto? He aquí al niño, en N. En diversas ocasiones ya hemos tenido que representarlo mediante Ja relación de su demanda con la existencia de la articulación significante propiamente dicha, que no está sólo en él, la que se encuentra.

En el punto marcado Yo (Je), todavía no hay nada, al menos en principio. La constitución del sujeto como Yo (Je) del discurso no está forzosamente diferenciada todavía, aunque esté implicada desde la primera modulación-significante.

No es obligatorio que el Yo se designe [en esa condición] en el discurso para que pueda ser su soporte. En una interjección, en una orden. Ven, hay un Yo, pero latente.

Podríamos expresarlo poniendo sólo una línea punteada entre D y Yo (Je). De la misma forma, el objeto metonímico, enfrente, todavía no está constituido para el niño.

En D surge el deseo esperado de la madre. Enfrente, se sitúa lo que será el resultado del encuentro de la llamada del niño con Ja existencia de la madre como Otra, a saber, un mensaje.

¿Qué se necesita para que el niño llegue a coincidir con el objeto del deseo de la madre?, que ya podemos representar en este nivel como lo que está inmediatamente a su alcance.

Empecemos poniendo en línea punteada – pero por razones distintas, porque esto le resulta completamente inaccesible – lo que está más allá de la madre.

Es preciso y suficiente con que el Yo (Je) latente en el discurso del niño vaya aquí, a D, a constituirse en el nivel de este Otro que es la madre, —que el Yo (Je) de la madre se convierta en el Otro del niño.

Lo que lo que circula por la madre en D, mientras que ella misma articula el objeto de su deseo, vaya a M a cumplir su función de mensaje para el niño, lo cual supone, a fin de cuentas, que éste renuncie momentáneamente a su propia palabra, sea cual sea, pero no hay problema, pues su propia palabra todavía está más bien en este momento en formación.

El niño recibe, pues, en M el mensaje en bruto del deseo de la madre, mientras que debajo, en el nivel metonímico con respecto a lo que dice la madre, se efectúa su identificación con el objeto de ésta.

Esto es extremadamente teórico, pero si no se capta al principio es imposible concebir lo que ha de pasar a continuación, es decir, la entrada en juego del más allá de la madre, constituido por su relación con otro discurso, el del padre.

—La identificación primitiva.

Ya han visto ustedes en qué desplazamiento se basa Jo que llamaremos en este caso la identificación primitiva. Consiste en este intercambio que hace que el Yo (Je) del sujeto vaya al Jugar de la madre como Otro, mientras que el Yo (Je) de la madre se convierte en su Otro. Esto es lo que pretende expresar el peldaño que se ha subido en Ja pequeña escalera de nuestro esquema, lo cual acaba de producirse en este segundo tiempo.

Segundo Tiempo.

Este segundo tiempo tiene como eje el momento en que el padre se hace notar como interdictor.

Se manifiesta como mediado en el discurso de la madre. Hace un momento, en la primera etapa del complejo de Edipo, el discurso de la madre era captado en estado bruto. Decir ahora que el discurso del padre está mediado, no significa que hagamos intervenir de nuevo lo que la madre hace de la palabra del padre, sino que en la palabra el padre interviene efectivamente sobre el discurso de la madre. Aparece, pues, de forma menos velada que en la primera etapa, pero no se revela del todo. A esto responde el uso del término mediado en esta ocasión.

—El mensaje de interdicción.

En esta etapa, el padre interviene en calidad de mensaje para la madre. Él tiene la palabra en M, y lo que enuncia es una prohibición, un no que se transmite allí donde el niño recibe el mensaje esperado de la madre. Este no es un mensaje sobre un mensaje. Es una forma particular de mensaje sobre un mensaje – que, para mi gran sorpresa, los lingüistas no distinguen, y así se ve el gran interés que tiene nuestra confluencia con ellos -, a saber, el mensaje de interdicción.

Este mensaje no es simplemente el No te acostarás con tu madre, dirigido ya en esta época al niño, es un No reintegrarás tu producto, dirigido a la madre.

Son también todas las formas bien conocidas de lo que se llama el instinto maternal las que tropiezan aquí con un obstáculo.

Así es, la forma primitiva del instinto maternal, como todo el mundo sabe, se manifiesta – en algunos animales tal vez aún más que en los hombres —mediante la reintegración oral, como decimos elegantemente, de lo que salió por otro sitio.

Esta prohibición, llega como tal hasta A, donde el padre se manifiesta en cuanto Otro. En consecuencia, el niño resulta profundamente cuestionado, conmovido en su posición de súbdito – potencialidad o virtualidad a fin de cuentas saludable.

En otros términos, si el círculo no se cierra completamente en torno al niño y éste no se convierte pura y simplemente en el objeto del deseo de la madre, es en la medida en que el objeto del deseo de la madre está afectado por la interdicción paterna.

El proceso hubiera podido detenerse en la primera etapa, dado que la relación del niño con la madre supone una triplicidad implícita, pues no es ella lo que él desea sino su deseo.

Esto es ya una relación simbólica, que le permite al sujeto un primer cierre del círculo del deseo de deseo, y un primer logro – el hallazgo del objeto del deseo de la madre. Sin embargo, todo es cuestionado de nuevo por la interdicción paterna, que deja al niño colgado cuando está descubriendo el deseo del deseo de la madre.

Esta segunda etapa está un poco menos hecha de potencialidades que la primera. Es sensible, perceptible, pero esencialmente instantánea, por así decirlo, o al menos transitoria. No por ello es menos capital, pues, a fin de cuentas, es la que constituye el meollo de lo que podernos llamar el momento privativo del complejo de Edipo.

Si puede establecerse la tercera relación, la etapa siguiente, que es fecunda, es porque el niño es desalojado, y por su bien, de aquella posición ideal con la que él y la madre podrían satisfacerse, en la cual él cumple la función de ser su objeto metonímico.

Así es, entonces se convierte en otra cosa, pues esta etapa supone aquella identificación con el padre de la que les hablé la última vez y el título virtual para tener lo que el padre tiene. Si la última vez les hice un rápido bosquejo de los tres tiempos del Edipo, es para no tener que repetirlo hoy, o más exactamente para disponer de todo el tiempo para examinarlo hoy paso a paso.

El Nombre del Padre.

Detengámonos aquí un instante para lo que es casi un paréntesis, importante, sin embargo, relacionado con la psicosis.

Es extremadamente importante considerar la forma en que el padre interviene en este momento en la dialéctica del Edipo.

En la psicosis, el Nombre del Padre, el padre mientras función simbólica, el padre en el nivel de lo que ocurre aquí entre mensaje y código, y código y mensaje, está precisamente Rechazado [verworfen].

Por esta razón, aquí no está lo que he representado con líneas punteadas, a saber, aquello con lo que el padre interviene en cuanto ley. Está la intervención en bruto del mensaje no sobre el mensaje de la madre al niño. Este mensaje, como mensaje en bruto, es también fuente de un código que está más allá de la madre. Ello es perfectamente localizable en este esquema de conducción de los significantes.

—El caso del presidente Schreber.

Si nos remitimos al caso del presidente Schreber, éste, ante el requerimiento, en un momento vital esencial, de hacer responder al Nombre del Padre en su lugar, es decir, allí donde no puede responder porque nunca ha llegado a estar, ve surgir en su lugar esta estructura.

Dicha estructura se realiza mediante la intervención masiva, real, del padre más allá de la madre, al no apoyarse ésta en él, de ninguna manera como promotor de la ley.

De ello resulta que, en el punto principal, fecundo, de su psicosis, el presidente Schreber, ¿qué es lo que oye? Con toda exactitud, dos tipos fundamentales de alucinaciones que nunca encontramos aisladas de esta forma en los manuales clásicos.

—Dos tipos fundamentales de alucinaciones del presidente Schreber

Primero, están las voces que hablan en la lengua fundamental, cuya característica es que le enseñan al sujeto el código mediante esa misma palabra. Los mensajes que recibe en lengua fundamental, hechos de palabras que, neológicas o no, a su manera siempre lo son, consisten en enseñarle al sujeto lo que ellas mismas son en un nuevo código, ése que le repite literalmente un nuevo mundo, un universo significante.

En otros términos, una primera serie de alucinaciones sobre un neocódigo que se presenta como proveniente del Otro. Es lo más terriblemente alucinatorio que hay.

Segundo, hay otra forma de mensaje, el mensaje interrumpido. Recordarán ustedes aquellos pequeños pedazos de frases —Especialmente ha de … Ahora quiero…, etcétera. Son inicios de órdenes y, en algunos casos, verdaderos principios  —Acabar una cosa cuando se ha empezado, y así sucesivamente.

En resumen, estos mensajes se presentan como puros mensajes, órdenes u órdenes interrumpidas, como puras fuerzas de inducción en el sujeto, y son perfectamente localizables en ambos lugares, mensaje y código, disociados.

He aquí a qué se reduce la intervención del discurso del padre cuando desde el origen está abolido, cuando nunca se ha integrado a la vida del sujeto lo que constituye la coherencia del discurso, a saber, la autosanción mediante la cual, al terminar su discurso, el padre vuelve a él y lo sanciona como ley.

El complejo de Edipo en condiciones normales.

Ahora, pasemos a la etapa siguiente del complejo de Edipo que supone, en las condiciones normales, que el padre intervenga, …. Interviene en este nivel para dar lo que está en juego en la privación fálica, término central de la evolución del Edipo y de sus tres tiempos. Se manifiesta efectivamente en el acto del don [mientras que él lo tiene].

Ya no es en las idas y venidas de la madre donde está presente, por lo tanto, todavía medio velado, sino que se pone de manifiesto en su propio discurso. En cierto modo, el mensaje del padre se convierte en el mensaje de la madre, en tanto que ahora permite y autoriza.

Mi esquema de la última vez sólo quiere decir esto, que este mensaje del padre, al encarnarse, puede producir la subida de un nivel en el esquema, y así el sujeto puede recibir del mensaje del padre lo que había tratado de recibir del mensaje de la madre.

Por mediación del don o del permiso concedido a la madre, obtiene a fin de cuentas esto, se le permite tener un pene para más adelante. He aquí lo que realiza efectivamente la fase del declive del Edipo – tiene verdaderamente, lo dijimos la última vez, el título en el bolsillo.

[Nuestro pequeño castrado … tienen al final del Edipo un bonito papel que no es poca cosa, pues en él se basará más adelante que pueda asumir con tranquilidad, en el más feliz de los casos, tener un pene, dicho de otra manera, ser alguien idéntico a su padre.

Hay algo abstracto y sin embargo dialéctico en la relación entre los dos tiempos de los que les acabo de hablar, aquel en el que el padre interviene corno interdictivo y privador, y aquel en el que interviene corno permisivo y donador —donador con respecto a la madre.

Pueden pasar otras cosas, y ahora, para verlo, hemos de situarnos en la madre y plantearnos de nuevo la cuestión de la paradoja que representa el carácter central del objeto fálico en cuanto imaginario.

—En el lugar de la madre.

La madre es una mujer a la que suponernos ya en la plenitud de sus capacidades de voracidad femenina, y la objeción planteada a la función imaginaria del falo es completamente válida.

Si la madre es esto, el falo no es pura y simplemente aquel bello objeto imaginario, pues ella se lo ha tragado hace ya algún tiempo.

En otras palabras, el falo, en la madre, no es únicamente un objeto imaginario, es también perfectamente algo que cumple su función en el plano instintual, corno instrumento normal del instinto.

Es el inyecto, si así puedo expresarme – con una palabra que no quiere decir simplemente que ella se lo introduce, sino que se lo introducen. Este  in indica igualmente su función instintiva.

Si tenernos ahí toda la dialéctica del Edipo, es porque el hombre ha de atravesar todo el bosque del significante para alcanzar sus objetos instintivamente válidos y primitivos. Ello no impide que, a pesar de todo, de vez en cuando lo consiga.

Gracias a Dios, de lo contrario las cosas se hubieran extinguido desde hace mucho tiempo a falta de combatientes, en vista de la excesiva dificultad para alcanzar el objeto real.

—Inyecto – Adyecto.

Ésta es una de las posibilidades en cuanto a la madre. Hay otras, y deberíamos tratar de ver qué quiere decir para ella su relación con el falo, dado que, corno a todo sujeto humano, le preocupa enormemente.

Por ejemplo, podernos distinguir, junto a la función de inyecto, la de adyecto. El término designa la pertenencia imaginaria de algo que, en el nivel imaginario, se le da o no se le da, tiene permiso para desearlo, le falta.

El falo interviene entonces corno falta, corno el objeto del que está privada, corno objeto del Penisneid, de aquella privación siempre sentida cuya incidencia conocernos en la psicología femenina.

Pero también puede intervenir corno objeto que de todas formas se le da, pero desde donde está, tornado en consideración de forma muy simbólica. Ésta es otra función del adyecto, aunque pueda confundirse con la del inyecto primitivo.

En suma, si bien tiene todas las dificultades que supone haber de introducirse en la dialéctica del símbolo para llegar a integrarse en la familia humana, la mujer tiene por otra parte todos los accesos a algo primitivo e instintual que la sitúa en una relación directa con el objeto, no ya de su deseo sino de su necesidad.

Una vez elucidado esto, ahora hablemos de los homosexuales.

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