Los tres tiempos del Edipo (1). Clase 10 Seminario 5. Jacques Lacan

Del Nombre del Padre al falo. La clave del declive del Edipo. Ser y tener. El capricho y la ley. El niño súbdito

Vamos a continuar nuestro examen de lo que hemos llamado la metáfora paterna.

Llegamos al punto en que afirmé que donde residían todas las posibilidades de articular claramente el complejo de Edipo y su mecanismo, a saber, el complejo de castración, era en la estructura que pusimos de relieve como la de la metáfora.

El complejo de Edipo

Para empezar a articular los problemas, en primer lugar, se trata por ejemplo de habituarles a pensar en términos de sujeto.

El sujeto.

¿Es algo que se confunde pura y simplemente con la realidad individual que tiene ustedes delante cuando dicen el sujeto?
¿O acaso, tan pronto le haces hablar, eso implica necesariamente otra cosa?

Quiero decir- ¿es la palabra como una emanación y flota por encima de él, o bien desarrolla, impone por sí misma, sí o no, una estructura como la que he comentado extensamente, a la que les he habituado?

Esta estructura dice que, apenas hay sujeto hablante, la cuestión de sus relaciones mientras que habla no podría reducirse simplemente a un otro, siempre hay un tercero, el Otro con mayúscula, constituyente de la posición del sujeto hablante, es decir, también, como analizante.

No es tan sólo una necesidad teórica suplementaria. Da toda clase de facilidades cuando se trata de comprender dónde situar los efectos con los que se enfrentan ustedes, a saber, lo que ocurre cuando se encuentran en el sujeto con la exigencia, los deseos, un fantasma [no es lo mismo], así como, y esto parece ser en suma lo más incierto, lo más difícil de captar y definir, una realidad.

Tendremos ocasión de verlo en el punto en el que nos introducimos ahora para explicar el término de metáfora paterna.

La metáfora paterna.

¿De que se trata en la metáfora paterna?
Propiamente, es en lo que se ha constituido, de una simbolización entre el niño y la madre, poner al padre, en condición símbolo o significante, en lugar de la madre.

Veremos qué quiere decir este en lugar de que constituye el punto central, el nervio motor, lo esencial del progreso constituido por el complejo de Edipo.

Admitir ahora como fundamental el triángulo niño-padre-madre es añadir algo que es real, sin duda, pero que establece ya en lo real, quiero decir mientras instituida, una relación simbólica.

La primera relación de realidad se perfila entre la madre y el niño, y ahí es donde el niño experimenta las primeras realidades de su contacto con el medio viviente. Si hacemos entrar al padre en el triángulo, es con el fin de dibujar objetivamente la situación, mientras que para el niño todavía no ha entrado.

El padre, para nosotros, es, es real. Pero no olvidemos que sólo es real para nosotros, mientras, que las instituciones le confieren, sino su nombre de padre.

Lo importante, es así, no es que la gente acepte perfectamente que una mujer no puede dar a luz salvo cuando ha realizado un coito, es que sancione [la mujer] en un significante que aquel con quien ha practicado el coito es el padre.

Pues de lo contrario, tal como está constituido por su naturaleza el orden del símbolo, nada absolutamente puede evitar que eso que es responsable de la procreación siga siendo, en el sistema simbólico, idéntico a cualquier cosa, a saber, una piedra, una fuente o el encuentro con un espíritu en un lugar apartado.

La posición del padre como simbólico no depende del hecho de que la gente haya reconocido más o menos la necesidad de una determinada secuencia de acontecimientos tan distintos como un coito y un alumbramiento.

La posición del Nombre del Padre, la calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico.

Que puede servir, que puede ser puesto en relación según las formas culturales, pues esto no depende de la forma cultural, esto es una necesidad de la cadena significante como tal

Por el solo hecho de que ustedes instituyan un orden simbólico, algo corresponde o no a la función definida por el Nombre del Padre, y en el interior de esta función, ustedes ponen allí significaciones que pueden ser distintas según los casos, pero que, en ningún caso dependen de ninguna necesidad distinta de la necesidad de la función del padre, a la cual le corresponde el Nombre del Padre en la cadena significante.

Relación del niño con la madre.

La relación del niño con la madre, mientras que el niño depende del deseo de la madre, de la primera simbolización de la madre, y de ninguna otra cosa.

Mediante esta simbolización, el niño desprende su dependencia efectiva respecto del deseo de la madre de la pura y simple vivencia de dicha dependencia, y se instituye algo que se subjetiva en un nivel primordial o primitivo.

Esta subjetivación consiste simplemente en establecer a la madre como aquel ser primordial que puede estar o no estar. En el deseo del niño, el de él, este ser es esencial.

¿Qué desea el sujeto? No se trata simplemente de la apetición de los cuidados, del contacto, ni siquiera de la presencia de la madre, sino de la apetición de su deseo.

Desde esta primera simbolización en la que el deseo del niño se afirma, se esbozan todas las complicaciones ulteriores de la simbolización, pues su deseo es deseo del deseo de la madre.

En consecuencia, se abre una dimensión por la cual se inscribe aparentemente lo que desea objetivamente la propia madre, mientras ser que vive en el mundo del símbolo, en un mundo donde el símbolo está presente, en un mundo parlante.

Aunque sólo viva en él de forma parcial, aunque sea, como a veces sucede, un ser mal adaptado a ese mundo del símbolo o que ha rechazado algunos de sus elementos, esta simbolización primordial le abre a pesar de todo al niño la dimensión de algo distinto, como se suele decir, que la madre puede desear en el plano imaginario.

El deseo de Otra cosa.

Así es como el deseo de Otra cosa del que hablaba hace ocho días hace su entrada de una forma todavía confusa y completamente virtual… Hay en ella el deseo de Otra cosa, distinta que satisfacer mi propio deseo, cuya vida empieza a palpitar.

En esta vía, al mismo tiempo hay acceso y no hay acceso. En esta relación de espejismo mediante la cual el ser primero lee o anticipa la satisfacción de sus deseos en los movimientos esbozados del otro, en esta adaptación dual de la imagen a la imagen que se produce en todas las relaciones interanimales, ¿cómo concebir que pueda ser leído como en un espejo, tal como se expresan las Escrituras, lo Otro que el sujeto desea?

Sin duda, es difícilmente pensable y al mismo tiempo se efectúa demasiado difícilmente, … Se efectúa difícilmente en el sentido de que se efectúa de una forma errónea, pero aun así se efectúa.

Ciertamente, no se efectúa sin la intervención de algo más que la simbolización primordial de aquella madre que va y viene, a la que se llama cuando no está y cuando está es rechazada para poder volver a llamarla.

Ese algo más que hace falta es precisamente la existencia detrás de ella de todo el orden simbólico del cual depende, y que, como siempre está más o menos ahí, permite cierto acceso al objeto de su deseo, que es ya un objeto tan especializado, tan marcado por la necesidad instaurada por el sistema simbólico, que es completamente impensable de otra forma sin su prevalencia. Este objeto se llama el falo, y a su alrededor hice girar toda nuestra dialéctica de la relación de objeto el año pasado.

¿Por qué? ¿Por qué es necesario ese objeto en este lugar? —sino porque es privilegiado en el orden simbólico.  En esta cuestión queremos entrar ahora más detalladamente.

Hay en este dibujo una relación de simetría entre falo, que está aquí en el vértice del temario imaginario, y padre, en el vértice del temario simbólico.

Vamos a ver que ésta no es una simple simetría, sino ciertamente un vínculo. ¿Cómo puedo plantear ya que este vínculo es de orden metafórico?

Dialéctica del complejo de Edipo.

Pues bien, eso es precisamente lo que nos lleva a introducimos en la dialéctica del complejo de Edipo. Tratemos de articular paso a paso de qué se trata, como lo hizo Freud y como otros lo han hecho.

Si articulamos paso a paso esta génesis, por así decirlo, [en] la cual la posición del significante del padre en el símbolo es fundadora de la posición del falo en el plano imaginario.

Si conseguimos distinguir claramente los tiempos lógicos, digamos, de la constitución del falo en el plano imaginario como objeto privilegiado y prevalente, … y si de su distinción resulta, [entonces] podemos orientarnos mejor, interrogar mejor tanto al enfermo en el examen como el sentido de la clínica y la conducción de la cura, podemos considerar nuestros esfuerzos justificados. Dadas las dificultades con que nos topamos en la clínica, en el examen y la maniobra terapéuticos, estos esfuerzos están justificados de antemano.

El deseo del Otro, que es el deseo de la madre.

Observemos este deseo del Otro, que es el deseo de la madre y que tiene un más allá. Ya sólo para alcanzar este más allá se necesita una mediación, y esta mediación la da precisamente la posición del padre en el orden simbólico.

Preguntémonos cómo se plantea la cuestión en lo concreto, en vez de proceder dogmáticamente.

Vemos que hay estados muy distintos, casos, también etapas, en los que el niño se identifica con el falo.

Éste era el objeto del camino que recorrimos el año pasado. Mostramos en el fetichisrno una perversión ejemplar, en el sentido de que ahí el niño tiene una determinada relación con el objeto del más allá del deseo de la madre, cuya prevalencia y valor de excelencia, por decirlo así, ha observado, y se aferra él por medio de una identificación imaginaria con la madre.

También indicarnos que, en otras formas de perversión, y especialmente en el travestismo, el niño asumirá la dificultad de la relación imaginaria con la madre en la posición contraria. Se suele decir que él mismo se identifica con la madre fálica. Yo considero más correcto decir que con lo que se identifica es propiamente con el falo, en cuanto escondido bajo las ropas de la madre.

Se lo recuerdo para mostrarles que la relación del niño con el falo se establece porque el falo es el objeto del deseo de la madre.

Pero la experiencia nos demuestra que este elemento desempeña un papel activo esencial en las relaciones del niño con la pareja parental. Lo recordarnos la última vez en el plano teórico, en la exposición del declive del complejo de Edipo, con respecto al Edipo que se suele llamar invertido. Freud nos recalca el caso en que el niño, identificado con la madre, habiendo adoptado esta posición a la vez significativa y prometedora, tiene su consecuencia, a saber, la privación que para él se derivará, si es un varón, de su órgano viril.

Es una indicación, pero la cosa va mucho más lejos. La experiencia analítica nos demuestra que el padre, mientras que priva a la madre del objeto de su deseo, especialmente del objeto fálico, desempeña un papel del todo esencial, no diré en las perversiones sino en toda neurosis y a lo largo de todo el curso, aunque sea el más sencillo y normal, del complejo de Edipo.

En la experiencia siempre verán que el sujeto ha tomado posición de cierta forma en un momento de su infancia respecto del papel desempeñado por el padre en el hecho de que la madre no tenga falo. Este momento nunca está elidido.

De lo que aquí se trata es del nivel de la privación. Ahí el padre priva a alguien de lo que a fin de cuentas no tiene, es decir, de algo que sólo tiene existencia porque lo haces surgir en la existencia en cuanto símbolo

Está muy claro que el padre no puede castrar a la madre de algo que ella no tiene. Para que se establezca que no lo tiene, eso ya ha de estar proyectado en el plano simbólico como símbolo.

Pero es, de todas formas, una privación, porque toda privación real requiere la simbolización. Es, pues, en el plano de la privación de la madre donde en un momento dado de la evolución del Edipo se plantea para el sujeto la cuestión de aceptar, de registrar, de simbolizar él mismo, de convertir en significante, esa privación de la que la madre es objeto, como se comprueba. Esta privación, el sujeto infantil la asume o no la asume, la acepta o la rechaza. Este punto es esencial. Se encontrarán con esto en todas las encrucijadas,.

El punto nodal de complejo de Edipo.

Llamémoslo el punto nodal, ya que se me acaba de ocurrir… no coincide… con aquel momento cuya clave buscamos, el declive del Edipo, [cuyo] resultado, su fruto en el sujeto, [es] a saber, la identificación con el padre.

Pero hay un momento anterior, cuando el padre entra en función como privador de la madre, es decir, [cuando] se perfila detrás de la relación de la madre con el objeto de su deseo como el que castra, pero aquí sólo lo pongo entre comillas, por lo que es castrado, en este caso, no es sujeto, es la madre.

Precisiones.

Este punto no es muy novedoso. Lo nuevo es indicarlo de forma precisa.
No lo duden, y podrán, verificarlo y confirmarlo cada vez que tengan ocasión de verlo, la experiencia demuestra que, si el niño no franquea ese punto nodal, es decir, no acepta la privación del falo en la madre operada por el padre, mantiene por regla general, … una determinada forma de identificación con el objeto de la madre, … Esto es un punto de referencia.

►¿Cuál es la configuración especial de la relación con la madre, con el padre y con el falo, por la que el niño no acepta que la madre sea privada por el padre del objeto de su deseo?
►¿Hasta qué punto se ha de señalar en este caso que en correlación con esta relación el niño mantiene su identificación con el falo?

Ser o No Ser el falo.

Hay grados, por supuesto, y esta relación no es la misma en la neurosis, en la psicosis y en la perversión. Pero esta configuración es, en todos los casos, nodal. En este nivel, la cuestión que se plantea es —ser o no ser, ser o no ser el falo. En el plano imaginario, para el sujeto se trata de ser o de no ser el falo. La fase que se ha de atravesar pone al sujeto en la posición de elegir.

Pongan también este elegir entre comillas, pues aquí el sujeto es tan pasivo como activo, sencillamente porque no es él quien mueve los hilos de lo simbólico.

La frase ya ha sido empezada antes de él, ha sido empezada por sus padres, y adonde quiero llevarlos es precisamente a la relación de cada uno de estos padres con dicha frase empezada y a cómo conviene que la frase se sostenga mediante cierta posición recíproca de los padres con respecto a la frase. Pero digamos, porque debemos expresarnos bien, que hay ahí, en neutro, una alternativa entre ser o no ser el falo.

Tener o no tener el falo.

Ustedes perciben perfectamente que se ha de franquear un paso considerable para comprender la diferencia entre esta alternativa y la que está en juego en otro momento y que también hemos de esperar encontrar, la de tener o no tener, por basarnos en otra cita literaria. Dicho de otra manera, tener o no tener el pene, no es lo mismo. En medio está, no lo olvidemos, el complejo de castración.

De qué se trata en el complejo de castración, es algo que nunca se articula y resulta casi completamente misterioso. Sabemos, sin embargo, que de él dependen estos dos hechos

—por una parte, que el niño se convierta en un hombre,
—por otra parte, que la niña se convierta en una mujer.

En ambos casos, la cuestión de tener o no tener se soluciona —incluso para aquél que, al final, está en su derecho de tener, es decir el macho— por medio del complejo de castración.

Lo cual supone que, para tenerlo, ha de haber habido un momento en que no lo tenía. No llamaríamos a esto complejo de castración si no pusiera en primer plano, en cierto modo, el hecho de que, para tenerlo, primero se ha de haber establecido que no se puede tener, y en consecuencia la posibilidad de estar castrado es esencial en la asunción del hecho de tener el falo.

Éste es un paso que se ha de franquear y en el que ha de intervenir en algún momento, eficazmente, realmente, efectivamente, el padre.

Intervención del padre.

No digo que no interviniera ya efectivamente antes, pero mi discurso ha podido dejarlo, hasta ahora, en segundo plano, incluso prescindir de él. A partir de ahora, cuando se trata de tenerlo o no tenerlo, nos vemos obliga dos a tenerlo en cuenta.

En primer lugar, es preciso, insisto en ello, que este, fuera del sujeto, constituido como símbolo. Pues si no lo está, nadie podrá intervenir realmente en condición de revestido de ese símbolo. Como intervendrá ahora efectivamente en la etapa siguiente es en condición de personaje real revestido de ese símbolo.

¿Qué hay del padre real mientras capaz de establecer una prohibición?

Ya hemos advertido a este respecto que, para prohibir las primeras manifestaciones del instinto sexual que alcanzan su primera madurez en el sujeto, cuando éste empieza a valerse de su instrumento, incluso lo exhibe, le ofrece a la madre sus buenos oficios, no tenemos ninguna necesidad del padre.

Aún diría más, cuando el sujeto se muestra a la madre y le hace ofrecimientos, (momento todavía muy cercano al de la identificación imaginaria con el falo), lo que ocurre se desarrolla la mayor parte del tiempo – lo vimos el año pasado a propósito de Juanito – en el plano de la depreciación imaginaria. Con la madre basta perfectamente para mostrarle al niño hasta qué punto lo que le ofrece es insuficiente, y basta también para proferir la interdicción del uso del nuevo instrumento.

—Padre portador de la ley

El padre entrará en juego, no hay la menor duda, como portador de la ley, como interdictor del objeto que es la madre.

Esto, como sabemos, es fundamental, pero queda del todo fuera de la cuestión tal como el niño la pone en juego efectivamente. Sabemos que la función del padre, el Nombre del Padre, está vinculada con la interdicción del incesto, pero a nadie se le ha ocurrido nunca poner en primer plano en el complejo de castración el hecho de que el padre promulgue efectivamente la ley de interdicción del incesto.

Hace de obstáculo entre el niño y la madre, es el portador de la ley, pero de derecho, mientras que de hecho interviene de otra forma.

El padre mientras que está investido del significante del padre, interviene en el complejo de Edipo de una forma más concreta, más escalonada, por así decirlo, y esto es lo que queremos articular hoy.

En este nivel es donde resulta más difícil entender algo, cuando sin embargo nos dicen que aquí se encuentra la clave del Edipo, a saber, su salida.

Aquí, el pequeño esquema que les he comentado durante todo el primer trimestre, para gran hastío, según parece, de algunos, demuestra que no debe de ser completamente inútil.

Les recuerdo algo a lo que hay que volver una y otra vez – sólo después de haber atravesado el orden, ya constituido, de lo simbólico, la intención del sujeto, quiero decir su deseo que ha pasado al estado de demanda, encuentra aquello a lo que se dirige, su objeto, su objeto primordial, en particular la madre.

El deseo es algo que se articula. El mundo donde entra y progresa, este mundo de aquí, este mundo terrenal, no es tan sólo en un entorno [una Umwelt] en el sentido de que ahí se pueda encontrar con qué saturar las necesidades, sino un mundo donde reina la palabra, que somete el deseo de cada cual a la ley del deseo del Otro.

La demanda del joven sujeto franquea, pues, más o menos felizmente la línea de la cadena significante, que está ahí, latente y ya estructurante. Por este solo motivo, la primera prueba que tiene de su relación con el Otro, la tiene con aquel primer Otro que es su madre en tanto que ya la ha simbolizado.

Como ya la ha simbolizado, se dirige a ella de una forma que, por muy quejumbrosa, más o menos, que sea, no está menos articulada, pues esta primera simbolización va ligada a las primeras articulaciones, que localizamos en el Fort-Da. Si esta intención, o esta demanda, puede hacerse valer ante el objeto materno, es porque ha atravesado la cadena significante.

Por eso el niño, que ha constituido a su madre como sujeto sobre la base de la primera simbolización, se encuentra enteramente sometido a lo que podemos llamar, pero únicamente por anticipación, la ley. [Es tan solo una metáfora. Es preciso desplegar la metáfora contenida en este término, la ley, para darle su verdadera posición en el momento en que la empleo.]

La ley de la madre es, por supuesto, el hecho de que la madre es un ser hablante, con eso basta para legitimar que diga la ley de la madre. Sin embargo, esta ley es, por así decirlo, una ley incontrolada.

Reside simplemente, al menos para el sujeto, en el hecho de que algo de su deseo es completamente dependiente de otra cosa que, sin duda, se articula ya [en esencia, perteneciente] ciertamente al orden de la ley, pero esta ley está toda entera en el sujeto que la soporta, a saber, en el buen o el mal querer de la madre, la buena o la mala madre.

—Un nuevo termino.

Por eso voy a proponerles un término nuevo que, como verán, no es tan nuevo, pues basta con forzarlo un poquito para hacerlo coincidir con algo que la lengua ha encontrado no por casualidad.

Partamos del principio que planteamos aquí, que no hay sujeto si no hay significante que lo funda. Si el primer sujeto es la madre, es en la medida en que ha habido las primeras simbolizaciones constituidas por el par significante del Fort-Da.

Con respecto a este principio, ¿qué ocurre con el niño al comienzo de su vida?

Se preguntan si para él hay realidad o no realidad, autoerotismo o no autoerotismo. Verán que las cosas se clarifican singularmente tan pronto centren sus preguntas en el niño como sujeto, aquel de quien emana la demanda, aquel donde se forma el deseo —y todo el aná1isis es una dialéctica del deseo.

Pues bien, yo digo que el niño empieza como “subdito”.

Es un súbdito porque se experimenta y se siente de entrada profundamente sometido al capricho de aquello de lo que depende, aunque este capricho sea un capricho articulado.

.—El ejemplo de Juanito.

Lo que les planteo lo exige toda nuestra experiencia, y tomo para ilustrarlo el primer ejemplo que me viene a la mente. Pudieron ver ustedes el año pasado cómo encontraba Juanito una salida atípica para su Edipo, [que no es la salida que vamos a tratar de designar ahora sino una suplencia].

Su caballo para todo, así es, lo necesita con el fin de suplir todo lo que le falta en ese momento de franqueamiento, el cual no es sino esta etapa de la asunción de lo simbólico como complejo de Edipo a la que hoy les estoy conduciendo. Lo suple, pues, con aquel caballo que es a la vez el padre, el falo, la hermanita, todo lo que se quiera, pero corresponde esencialmente a lo que ahora les voy a mostrar.

Recuerden cómo sale de ahí y cómo esta salida está simbolizada en el último sueño. Lo que él llama al lugar del padre es aquel ser imaginario y omnipotente que lleva el nombre del fontanero.

El fontanero está ahí precisamente para liberar algo, pues la angustia de Juanito es esencialmente, se lo dije, la angustia de un sometimiento.

Literalmente, a partir de determinado momento, Juanito comprende que si está sometido de esta forma ya no se sabe a dónde puede llevarlo eso.

Recordarán ustedes el esquema del coche que se va, que encarna el centro de su miedo. Precisamente a partir de este momento es cuando Juanito instaura en su vida cierto número de centros de miedo que serán el eje del restablecimiento de su seguridad.

El miedo, o sea algo que tiene su fuente en lo real, es un elemento del aseguramiento del niño. Gracias a sus miedos le asigna un más allá a aquel sometimiento angustiante del que se percata cuando se pone de manifiesto la falta de ese dominio externo, de ese otro plano. Para que no sea pura y simplemente un súbdito es preciso que aparezca algo que le dé miedo.

Aquí es donde conviene observar que esa Otra a la que se dirige, es decir, en particular la madre, tiene una determinada relación con el padre.

Todo el mundo se ha dado cuenta de que sus relaciones con el padre dependen mucho de las cosas, en vista de que el padre – la experiencia nos lo ha demostrado – no desempeña su papel, como se suele decir.

No tengo necesidad de recordarles que la última vez les hablé de todas las formas de carencia paterna concretamente designadas en términos de relaciones interhumanas. La experiencia impone en efecto que es así, pero nadie articula suficientemente de qué se trata.

No se trata tanto de las relaciones de la madre con el padre, en el sentido vago en que pueda haber entre ellos una especie de rivalidad de prestigio, que acabaría centrándose en el tema del niño. Sin duda alguna, este esquema de convergencia no es falso, y la duplicidad de las instancias es más que exigible, de lo contrario no podría haber este ternario, pero con eso no basta, aunque lo que ocurre entre uno y otro, todo el mundo lo admite, es esencial.

—La madre de Juanito.

Llegamos aquí a esos vínculos de amor y de respeto alrededor de los cuales algunos hacen girar todo el análisis del caso de Juanito, a saber —la madre, —¿era suficientemente buena con el padre, afectuosa, etcétera?

Y así volvemos a caer en el hábito del análisis sociológico ambientalista. Ahora bien, no se trata tanto de las relaciones personales entre el padre y la madre, ni de saber si uno y otro dan la talla o no la dan, como de un momento que ha de ser vivido y que concierne a las relaciones no sólo de la persona de la madre con la persona del padre, sino de la madre con la palabra del padre —con el padre mientras que lo que dice no es del todo equivalente a nada.

Lo que cuenta es la función en la que intervienen,

Primero, el Nombre del Padre, único significante del padre,
Segundo, la palabra articulada del padre,
Tercero, la ley mientras que el padre está en una relación más o menos íntima con ella.

Lo esencial es que la madre fundamenta al padre como mediador de lo que está más allá de su ley, la de ella, y de su capricho, a saber, pura y simplemente, la ley propiamente dicha.

Se trata, pues, del padre en cuanto Nombre del Padre, estrechamente vinculado con la enunciación de la ley, como nos lo anuncia y lo promueve todo el desarrollo de la doctrina freudiana. Es a este respecto como es aceptado o no es aceptado por el niño, como aquel que priva o no priva a la madre del objeto de su deseo.

En otros términos, para comprender el Edipo hemos de considerar tres tiempos que voy a tratar de esquematizarles con ayuda de mi pequeño diagrama del primer trimestre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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