La metáfora paterna. Clase 9 Seminario 5. Jacques Lacan

Superyó, Realidad, Ideal del yo, Variedad de la carencia paterna, Melanie Klein.

De forma excepcional, anuncié el título de aquello de lo que iba a hablarles hoy, o sea, la metáfora paterna.

De cualquier manera, de lo que pienso hablarle este año a propósito de las formaciones del inconsciente es, ciertamente, de cuestiones de estructura.

La metáfora paterna concierne a la función del padre, como se diría en términos de relaciones interhumanas.

La función del padre el corazón del Edipo.

La función del padre tiene su lugar, un lugar bastante amplio, en la historia del análisis. Se encuentra en el corazón de la cuestión del Edipo, y ahí es donde la ven ustedes presentificada.

Freud la introdujo al principio de todo, porque el complejo de Edipo aparece ya de entrada en La interpretación de los sueños. Lo que revela el inconsciente al principio es, de entrada y ante todo, el complejo de Edipo.

Lo importante de la revelación del inconsciente es la amnesia infantil que afecta, ¿a qué? A los deseos infantiles por la madre y al hecho de que estos deseos están reprimidos.  Y no sólo son primordiales, sino que están todavía presentes.  He aquí de dónde partió el análisis, y a partir de qué se articulan una serie de cuestiones clínicas.

He tratado de ordenarles en cierto número de direcciones las cuestiones que se han planteado en la historia del análisis a propósito del Edipo.

Tres polos históricos del complejo de Edipo.

Primero polo: la universalidad del complejo de Edipo, promovido al principio como fundamental en la neurosis, pero por la obra de Freud se convertiría en algo universal. Se encontraba no sólo en neurótico sino también en el normal. Y ello, por una buena razón, que el complejo de Edipo tiene una función esencial de normalización.

Así, por una parte, se podía considerar que lo que provoca las neurosis es un accidente del Edipo, pero también se podía plantear la pregunta – ¿Hay neurosis sin Edipo?

—¿Hay neurosis sin Edipo?

Algunas observaciones parecen indicar, en efecto, que no siempre desempeña el papel esencial el drama edípico sino, por ejemplo, la relación exclusiva del niño con la madre. Así, la experiencia obligaba a admitir que podía haber sujetos que presentaran neurosis en las cuales no se encontrara en nada Edipo.

—La neurosis sin Edipo.

La noción de la neurosis sin Edipo es correlativa ar conjunto de las cuestiones planteadas sobre lo que se llamó el superyó materno. Cuando se planteó la cuestión de la neurosis sin Edipo, Freud ya había formulado que el superyó era de origen paterno.

Entonces surgió la pregunta:

—¿en verdad el superyó es únicamente de origen paterno?
—¿No hay en las neurosis, detrás del superyó paterno, un superyó materno todavía más exigente, más opresivo, más devastador, más insistente?

No quiero extenderme mucho porque tenemos un largo camino que recorrer. He aquí, pues, el primer polo, donde se agrupan los casos de excepción y la relación entre el superyó paterno y el superyó materno.

Segundo polo del Edipo.

Surgió la pregunta de si todo un campo de la patología que entra en nuestra jurisdicción… podría ser referido a lo que llamaremos el campo preedípico.

Lo que el propio Freud había planteado muy pronto en los inicios de su obra, cinco años después de La Interpretación de los sueños, en los Tres ensayos para una teoría sexual, daba a entender que lo que ocurre antes del Edipo tenía también su importancia.

Por supuesto, en Freud, esto adquiere su importancia, por a través del Edipo.

La noción de retroacción del Edipo sobre la cual, como ustedes saben llamo aquí constantemente su atención con insistencia, no había sido nunca, nunca, puesta de relieve. Esta noción parecía eludir el pensamiento. Sólo se consideraban las exigencias del pasado temporal.

—Nuestra experiencia en el terreno de las etapas preedipicas.

Ciertas partes de nuestro campo de experiencia se relacionan en especial con este terreno de las etapas preedípicas del desarrollo del sujeto, a saber, por un lado, la perversión, por otro lado, la psicosis.

La perversión era esencialmente considerada una patología cuya etiología debía ponerse en relación con el campo preedípico, y tenía como condición una fijación anormal.

En consecuencia, por otra parte, la perversión no era considerada sino como la neurosis invertida, o, más exactamente, como la neurosis que no se había invertido, la neurosis que había permanecido patente.

Lo que en la neurosis se había invertido, se veía a la luz del día en la perversión. Al no haber sido reprimida la perversión, por no haber pasado por el Edipo, el inconsciente se encontraba a cielo abierto. Es una concepción a la que ya nadie presta atención, lo cual no quiere decir, sin embargo, que hayamos adelantado.

Así, señalo que en torno a la cuestión del campo preedípico se agrupan la cuestión de la perversión y la de la psicosis.

Lo que aquí está en juego puede esclarecerse para nosotros de diversas formas. Ya sea perversión o psicosis, se trata en ambos casos de la función imaginaria.

—Importancia de la imagen en el registro de la perversión y la psicosis.

Aun sin estar especialmente introducido en la forma en que la manejamos aquí, cualquiera puede percatarse de la especial importancia de la imagen en estos dos registros, por supuesto desde ángulos distintos.

En una [psicosis] es una invasión endofásica [habla que no visible, pero hecha de palabras auditivadas]; no es como el carácter engorros, parasitario, de una imagen en la perversión, pero tanto en un caso como en el otro, se trata ciertamente de manifestaciones patológicas en la cuales el campo de la realidad está profundamente perturbado por imágenes.

La historia del psicoanálisis atestigua que la experiencia, la preocupación por la coherencia, la forma en que la teoría se construye y se mantiene en pie, han hecho atribuir especialmente al campo peedípico las perturbaciones, en algunos casos profundas, del campo de la realidad por la invasión de lo imaginario.

El término imaginario, por otra parte, parece prestar mejores servicios que el de fantasma, que sería inadecuado para hablar de las psicosis y las perversiones. Toda una dirección del análisis se empeñó en la exploración del campo preedípico, hasta tal punto que incluso puede decirse que todos los progresos esenciales después de Freud han ido en esta dirección.

Melanie Klein.

En nuestro tema de hoy, me gustaría subrayar, a este respecto, una paradoja esencial, el testimonio que constituye la obra de la Sra. Melanie Klein.

En una obra, como en toda producción a base de palabras, hay dos planos. Está, por una parte, lo que dice, lo que formula en su discurso, por otra parte, lo que quiere decir, mientras que, en su sentido, separando él quiere y el decir, se encuentra su intención.

Además, está también lo que dice sin querer decirlo, y una de las cosas más llamativas en este sentido es la siguiente:

Esta analista que nos aportó impresiones tan profundas, tan esclarecedoras, no sólo sobre el tiempo preedípico, sino sobre los niños que examina y analiza en una etapa que se supone preedípica en una primera aproximación de la teoría – Melanie Klein, que por fuerza aborda en esos niños una serie de temas en términos a veces preverbales, casi cuando aparece la palabra – pues bien, cuanto más se remonta hacia el tiempo de la historia presuntamente preedípica y cuantas más cosas ve allí, ve siempre y en todo momento, permanente, la interrogación edípica.

Lean su artículo, sobre el Edipo precisamente. En él describe una etapa extremadamente precoz del desarrollo, la etapa llamada de la formación de los malos objetos, anterior a la fase paranoide-depresiva, relacionada con la aparición del cuerpo de la madre en su totalidad. Si nos fiamos de [Melanie Klein], el papel predominante en la evolución de las primeras relaciones objetales infantiles lo desempeñaría el interior del cuerpo de la madre, que centraría toda la atención del niño.

Ahora bien, uno constata con sorpresa que, basándose en dibujos, en dichos, en toda una reconstrucción de la psicología del niño en esta etapa la Sra. Melanie Klein nos manifiesta que entre los malos objetos presentes en el cuerpo de la madre —como son todos los rivales, los cuerpos de los hermanos y las hermanas, pasados, presentes y futuros—, se encuentra precisamente el padre, representado en forma de su pene.

Es, ciertamente, un hallazgo que merece que le prestemos atención, porque se sitúa en las primeras etapas de las relaciones imaginarias, con las que pueden ponerse en relación las funciones propiamente esquizofrénicas y psicóticas en general. Esta contradicción tiene todo su valor, cuando Ja intención de la Sra. Melanie Klein era ir a explorar los estadios preedípicos.

Cuanto más se remonta en el plano imaginario, más constata la precocidad – bien difícil de explicar si nos atenemos a una noción puramente histórica del Edipo – de la aparición de un tercer término paterno, y ello desde las primeras fases imaginarias del niño. Por eso digo que la obra dice más de lo que quiere decir.

He aquí, pues, ya definidos dos polos de la evolución del interés en torno al Edipo – en primer lugar, las cuestiones del superyó y de las neurosis sin Edipo, en segundo lugar, las cuestiones relativas a las perturbaciones que se producen en el campo de la realidad.

Tercer polo del Edipo.

Este tercer polo, que no merece menos puntualizaciones —la relación del complejo de Edipo con la genitalización, como se suele decir. No es lo mismo.

Por una parte, … el complejo de Edipo tiene una función normativa, no simplemente en la estructura moral del sujeto, … sino [también] en la asunción de su sexo, … lo cual, como ustedes saben, permanece siempre en el análisis dentro de cierta ambigüedad.

Por otra parte, la función propiamente genital, es objeto de una maduración después de un primer desarrollo sexual de orden orgánico, al que se le ha buscado una base anatómica en el desarrollo de los testículos y la formación de los espermatozoides.

La relación entre este crecimiento orgánico y la existencia en la especie humana del complejo de Edipo ha quedado como un problema filogenético [desarrollo evolutivo] sobre el que planea mucha oscuridad, hasta tal punto que ya nadie se arriesgaría a escribir artículos sobre el tema. Pero, en fin, este interrogante no ha estado menos presente en la historia del análisis.

La cuestión de la genitalización.

Así, la cuestión de la genitalización es doble.

—Primero, hay, por un lado, un crecimiento que acarrea una evolución, una maduración.
—Segundo, hay, por otro lado, en el Edipo, asunción por parte del sujeto de su propio sexo. Es decir, para llamar las cosas por su nombre, lo que hace que el hombre asuma el tipo viril y la mujer asuma cierto tipo femenino, se reconozca como mujer, se identifique con sus funciones de mujer.

La virilidad y la feminización son los dos términos que traducen lo que es esencialmente la función del Edipo. Aquí nos encontramos en el nivel donde el Edipo está directamente vinculado con la función del Ideal del yo —no tiene otro sentido.

En suma:

He aquí, por lo tanto, los tres capítulos en los que podrán ustedes clasificar todas las discusiones que se han producido en torno al Edipo y, al mismo tiempo, en torno a la función del padre, porque es una y la misma cosa. Ni hablar de Edipo si no está el padre, e inversamente, hablar de Edipo es introducir como esencial la función del padre.

Recapitulando:

Repito para quienes toman notas. En cuanto al tema histórico del complejo de Edipo, todo gira alrededor de tres polos:

—el Edipo en relación con el superyó,
—en relación con la realidad,
—en relación con el Ideal del yo.

El Ideal del yo, porque la genitalización, cuando se asume, se convierte en elemento del Ideal del yo.

El Edipo gira en torno a la realidad, porque se trata de su relación con las afecciones que conllevan una alteración de la realidad, como la perversión y psicosis.

Ahora, intentemos ir un poco más lejos.

Es claro que aquí, en el tercer capítulo, a saber, alrededor de lo que concierne a la función del Edipo mientras que resuena directamente sobre esta asunción del sexo, toda la cuestión del complejo de castración en lo que tiene de no tan elucidado.

DE buen grado tomamos las cosas por el camino de la clínica [relaciones masivas globales], preguntándonos lisa y llanamente —»Entonces, y el padre, ¿qué es lo que hacía el padre durante ese tiempo?» ¿De qué modo estaba el padre implicado en el asunto? Se trata de una observación real a propósito de cada sujeto.

Ciertamente, la cuestión de la ausencia o de la presencia del padre, del carácter benéfico o maléfico del padre, no se oculta.

También hemos visto aparecer recientemente el término de carencia paterna, y esto no es enfrentarse con un tema menor —saber qué hayan podido decir al respecto y si se sostenía, es distinto. Pero, en fin, esa carencia paterna, la llamen así o de otra forma, es un tema que está a la orden del día en una evolución del análisis que se hace cada vez más ambientalista, como se suele decir elegantemente.

A Dios gracias, no todos los analistas caen en este enredo. Muchos analistas a quienes les den informaciones biográficas tan interesantes como, Pero los padres no se entendían, había desavenencias conyugales, eso lo explica todo, les responderán, incluso aquellos con quienes no siempre estamos de acuerdo – ¿Y qué? Eso no demuestra absolutamente nada. No hemos de esperar ninguna clase de efecto particular —y estarán en lo cierto.

Dicho esto, cuando buscamos la carencia paterna, ¿en qué nos interesamos con respecto al padre? Se amontonan preguntas en el registro biográfico. El padre, ¿estaba o no estaba? ¿Viajaba, se ausentaba, volvía a menudo? Y también – ¿puede constituirse de forma normal un Edipo cuando no hay padre?

Estas preguntas son en sí mismas muy interesantes, y aún diría más, por esta vía se introdujeron las primeras paradojas, las que obligaron a plantearse las preguntas que vinieron después. Entonces se vio que un Edipo podía muy bien constituirse también cuando el padre no estaba presente.

Al principio, incluso, siempre se creía que era algún exceso de presencia del padre, o exceso del padre, lo que engendraba todos los dramas. Era una época en que la imagen del padre terrorífico se consideraba un elemento lesiona.

En las neurosis se apreció muy rápidamente que todavía era más grave cuando era demasiado amable. Hemos ido aprendiendo con lentitud, y así, ahora estamos en el otro extremo, preguntándonos por las carencias paternas. Están los padres débiles, los padres sumisos y los padres sometidos, los padres castigados por su mujer y, finalmente, los padres lisiados, los padres ciegos, los padres patituertos, todo lo que ustedes quieran. De cualquier forma, se debería tratar de ver qué se desprende de semejante situación y de encontrar fórmulas mínimas que nos permitan progresar.

La cuestión de la ausencia o presencia paterna.

—En primer lugar, la cuestión de su presencia o de su ausencia, concreta, en cuanto elemento del entorno. Si nos situamos en el nivel donde se desarrollan estas investigaciones, es decir el nivel de la realidad, puede decirse que es del todo posible, concebible, se entiende, se comprueba por experiencia, que el padre existe incluso sin estar, lo cual debería incitarnos a cierta prudencia en el manejo del punto de vista ambientalista sobre la función del padre.

Incluso en los casos en que el padre no está presente, cuando el niño se ha quedado solo con su madre, complejos de Edipo completamente normales – normales en los dos sentidos, normales en cuanto normalizantes, por una parte, y también normales porque desnormalizan, quiero decir por sus efectos neurotizantes, por ejemplo -, se establecen de una forma homogénea con respecto a los otros casos. Primer punto que debe atraer nuestra atención.

—En segundo lugar, en lo que se refiere a la carencia del padre, quisiera simplemente hacerles observar que nunca se sabe de qué carece el padre.

… A propósito de Juanito. Vimos las dificultades que teníamos para precisar, sólo desde el punto de vista ambientalista, en qué residía la carencia del personaje paterno, pues estaba lejos de faltar en su familia – estaba allí, cerca de su mujer, desempeñaba su papel, hacía comentarios, a veces su mujer lo mandaba un poco a paseo, pero al fin y al cabo se ocupaba mucho de su hijo, no estaba ausente, y estaba tan poco ausente que incluso lo hacía analizar, lo cual es el mejor punto de vista que pueda esperarse de un padre, al menos en este sentido.

Es preciso tratar de establecer una distinción que permita ver de qué peca la investigación: No peca por lo encuentra sino por lo que busca. Creo que el error de orientación es el siguiente:

confunden dos cosas que están relacionadas, pero no se confunden:

— el padre en cuanto normativo y
— el padre en cuanto normal.

Por supuesto, el padre puede ser muy desnormativizante si él mismo no es normal, pero esto es trasladar la pregunta al nivel de la estructura – neurótica, psicótica – del padre. Así, la normalidad del padre es una cuestión, la de su posición normal en la familia es otra.

—En tercer lugar, la cuestión de su posición en la familia no se confunde con una definición exacta de su papel normativizante.

Hablar de su carencia en la familia no es hablar de su carencia en el complejo. Así es, para hablar de su carencia en el complejo hay que introducir otra dimensión distinta de la realista, definida por el modo caracterológico, biográfico u otro, de su presencia en la familia.

En esta dirección daremos el siguiente paso.

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