“Me dará sin mujer descendencia” Clase 23 Seminario 4; Jacques Lacan

De la intersubjetividad al discurso. El objeto en función de significante. La metáfora fóbica. Del mordisco al desatornillamiento. Ana, dueña del caballo.

La verdad sobre Juan, nos dice Freud, no llega a obtenerse por completo. Hoy tenemos que formalizar la observación de forma algo distinta. El único interés de la operación, si tiene alguno, es ceñirnos más y aislar de forma más rigurosa lo que sucede.

Todo lo que hemos hecho hasta ahora se basa en cierto número de postulados.

La neurosis es una pregunta planteada por el sujeto en el plano de su propia existencia.

Esta pregunta adquiere en la histeria las formas siguientes:
—¿Qué supone tener el sexo que tengo?
—¿Qué quiere decir tener sexo? ¿Qué significa que pueda incluso preguntármelo?

Así es, por el hecho de la introducción de la dimensión simbólica, el hombre no es simplemente macho o hembra, sino que está obligado a situarse con respecto a algo simbolizado que se llama macho y hembra.

Si la neurosis esta relacionada con el plano de la existencia, lo está todavía de forma más dramática en la neurosis obsesiva, en la que se trata no sólo de la relación del sujeto con su sexo, sino de su relación con el propio hecho de existir. Así, las siguientes preguntas se sitúan como obsesivas:
—¿Qué es existir?
—¿Cómo soy con respecto a lo que soy sin serlo, ya que de alguna forma puedo dispensarme de ello, distanciarme lo bastante como para concebirme como muerto?

Los síntomas como respuesta a la pregunta articulada.

Si la neurosis es pues una especie de pregunta cerrada para el propio sujeto, pero organizada, estructurada como pregunta, los síntomas se pueden entender como los elementos vivos de esta pregunta articulada sin que el sujeto sepa lo que articula.

Por así decirlo, la pregunta está viva y el sujeto no sabe que él está en esa pregunta.

Los elementos se sitúan en función metafórica y metonímica.

El mismo es a menudo uno de sus elementos, que puede situarse a diversos niveles —a un nivel elemental, casi alfabético, o a un nivel más elevado, sintáctico, en el cual nos permitimos hablar de función metafórica y de función metonímica, partiendo de la idea, tomada de los lingüistas, al menos algunos de entre ellos, de que estas son las dos grandes vertientes de la articulación del lenguaje.

Si nos resulta difícil no perder el hilo en el comentario de las observaciones, es porque siempre hemos de tener cuidado de no decantarnos de forma demasiado completa hacia uno u otro lado.

Para que una observación sea descifrable, hemos de empezar por analizar … Porque la neurosis es una lengua.

Desciframiento.

Así, si llegamos a captar sus transformaciones y podemos proceder a las manipulaciones que nos confirman que se trata verdaderamente de un texto, donde encontramos cierto número de estructuras, es siempre en la medida en que interviene un inicio de desciframiento. Dichas estructuras aparecen sólo si manipulamos el texto.

Calculando los signos repetidos un mayor número de veces, conseguimos hacer suposiciones interesantes, a saber, que signo corresponde a determinada letra en la lengua a la que creemos se debe traducir el texto codificado.

Por suerte, en las neurosis nos dedicamos a operaciones de un orden más elevado, y en ellas encontramos ciertos conjuntos sintácticos con los que estamos familiarizados.

Peligro de simplificación excesiva.

Evidentemente, el peligro es siempre entificar estos conjuntos sintácticos, acercarlos excesivamente a eso que podemos llamar las propiedades del alma, incluso forzarlas un poco en el sentido de una especie de instintualización natural.

Esto es desconocer que lo dominante es el nudo organizador por el cual estos conjuntos adquieren el valor de una unidad de significación, lo que suele llamarse una palabra.

El discurso organizado y dialogo solución del discurso.

Hemos llegado pues al meollo del tema. En nuestro esfuerzo de desciframiento, debemos seguir lo que fue efectivamente anudado en el texto de la neurosis.

Ahora bien, este texto está sometido a la utilización, en la situación actual, de un elemento del pasado del sujeto como elemento significante. He aquí una de las formas más claras de la x de la condensación.

Por lo tanto, cuando abordamos los elementos significantes del texto, no podemos hacer abstracción del hecho de que se descompone en dos términos situados en dos puntos muy alejados de la historia del sujeto, y sin embargo hemos de resolver las cosas en su forma de organización actual. Esto nos obliga a buscar las leyes propias de la solución de cada uno de tales discursos organizados, bajo cuya forma se nos presentan las neurosis.

Pero no sólo está el discurso organizado, también está la forma en que se desarrolla un diálogo destinado a solucionar este discurso, de modo que las cosas se complican todavía más. Que se establezca dicho diálogo supone en efecto ofrecer nuestro lugar como aquel donde deberá realizarse una parte de los términos del discurso.

Virtualmente y al principio, este discurso, por el sólo hecho de serlo, supone en alguna parte    a ese Otro que es el lugar, el testimonio, el garante, el lugar ideal de su buena fe.

Aquí es precisamente donde nos situamos en principio, en el diálogo revelador en el que se formulará el sentido del discurso.

Ahí se nos reclama y ahí vemos emerger los elementos del inconsciente del sujeto, es decir, los términos que irán tomando el lugar que ocupamos.

El diálogo descifra progresivamente el discurso, mostrándonos cual es la función del personaje que en el ocupamos. Esto es lo que se llama la transferencia. A lo largo del análisis este personaje no deja de cambiar.

Así es pues como tratamos de dar a luz el sentido del discurso. Nosotros mismos, como personas, estamos integrados a modo de elementos significantes en el discurso de la neurosis, y a este título se nos permite, a veces se nos exige, resolver su sentido.

Es esencial tener siempre presentes estos dos planos de la intersubjetividad como la estructura fundamental en la que se desarrolla la historia del desciframiento. Esto debe ocupar siempre su lugar propio en las observaciones.

El caso de Juanito (continuación)

En el caso de Juanito, temamos que poner de manifiesto la complejidad de la relación con el padre.

Así es, no olvidemos que este último es quien lleva a cabo el análisis.

Tenemos pues el padre real, actual, que dialoga con el niño. Este es ya un padre que tiene la palabra.

Pero más allá de él, está ese padre a quien se le revela esta palabra y es como el testimonio de su verdad, el padre omnipotente, representado por Freud. Esta es una característica esencial de la observación que merece ser considerada.

En cuanto a la estructura en cuestión, debe localizarse en cualquier clase de relación del analizado con el analista. De la misma forma, esta especie de instancia superior es tan inherente a la función paterna que siempre tiende a reproducirse bajo una modalidad cualquiera.

El esquema subjetivo fundamental.

Dicho esto, nos permite situar mejor hacia donde se ha deslizado nuestro interés. A lo largo de los años precedentes, me han visto ustedes elaborar el esquema subjetivo fundamental, o sea, la relación simbólica entre el sujeto y ese Otro, el personaje inconsciente que lo dirige y lo guía, mientras que el otro imaginario, el pequeño, juega un papel intermedio, el de una pantalla.

Poco a poco nuestro interés se ha ido desplazando y nos hemos visto llevados a reflexionar sobre la propia estructura del discurso en cuestión, que presenta problemas distintos y no menos originales.

A lo largo de este mismo año, hemos desplazado progresivamente nuestro interés. Por supuesto, hay leyes de la intersubjetividad. Son las leyes que rigen la relación del sujeto con el otro con minúscula y con el Otro con mayúscula. Pero no sólo nos ocupamos de esto.

La función original del discurso, en la cual se trata esencialmente de lenguaje, merece que nos la planteemos paso a paso. El discurso también tiene sus leyes, y la relación del significante con el significado es algo distinto que la intersubjetividad, aunque puedan recubrirse, como las relaciones entre lo imaginario y lo simbólico.

Objetos puestos en función de significantes.

Así, en nuestro movimiento de este año a propósito de la relación de objeto, hemos visto como se iba aislando el lugar original de elementos que son realmente objetos, en un estado original, fundador, incluso formador de los objetos, pero que con todo son completamente distintos de los objetos en el sentido acabado. En todos los casos son muy distintos de los objetos reales, porque están extraídos de la psicopatología, es decir, del malestar.

Son objetos puestos en función de significantes.

El objeto en función de significante, lo aislé primero a propósito del fetiche, y de aquí a fin de año sólo habrá alcanzado a considerar la fobia.

En la fobia, esto es particularmente simple y ejemplar. Cada vez que, en un sujeto joven, se enfrenten ustedes a una fobia, podrán advertir que el objeto de dicha fobia es siempre un significante. Es relativamente simple en apariencia, aunque su manejo no lo sea, en cuanto uno entra en su juego. Pero en lo elemental es un significante.

Este es el sentido de la fórmula que les di:

Los términos que figuran bajo la barra representan lo que fue complicando progresivamente la relación elemental con la madre, de la que partimos cuando les hable del símbolo de la frustración, S (M), cuando la madre está presente-ausente. Así se establecen las relaciones del niño con la madre a lo largo de las distintas edades, en la secuencia del desarrollo.

El caso de Juanito nos conduce primero a aquella fase extremadamente ardua en que la madre se complica con elementos suplementarios de toda clase. En primer lugar, el falo,? .

Les dije que era con toda seguridad el elemento crítico de hiancia [brecha] en esa relación de a dos que la dialéctica analítica actual nos presenta como tan cerrada. Por el contrario, es preciso advertir hasta qué punto el propio niño está en relación con una función imaginaria de la madre. Por otra parte, esta el otro niño, a, que, ni que fuese por un instante, echa, expulsa al niño del cariño de la madre.

Siempre verán aparecer una fobia en el niño en este momento crítico, que es típico —algo falta, algo que vendrá a jugar su papel fundamental en la salida de la crisis, aparentemente sin salida, de la relación del niño con la madre. Para demostrarlo, no necesitamos hacer hipótesis. Toda construcción analítica se apoya en la consistencia del complejo de Edipo, que puede esquematizarse así:Si el complejo de Edipo significa algo, es que a partir de cierto momento la madre es considerada y vivida en función del padre. El padre se merece en este caso una P mayúscula, porque suponemos que es el padre en el sentido completo del término. Es el padre al nivel del padre simbólico.

Es el nombre del padre, que instaura la existencia del padre en la complejidad con la que se nos presenta. Esta complejidad, toda la experiencia de la psicopatología nos la descompone bajo el encabezamiento del complejo de Edipo.

La introducción de este elemento simbólico aporta una dimensión nueva, radical, a la relación del niño con la madre.

Para completar la segunda parte de la ecuación, debemos partir de los datos empíricos. Todo aquello cuya existencia nos indican puede, en líneas generales y a reserva de comentarios, instaurarse poco más o menos así:

Lo que escribo p bajo x sería el pene real. (—p) es lo que se opone al niño en una especie de antagonismo imaginario. Es la función imaginaria del padre, en la medida en que este juega el papel agresivo, represivo, supuesto por el complejo de castración.

La experiencia freudiana, si queremos formalizarla, debemos tomarla al pie de la letra, admitirla al menos provisionalmente. Dicha experiencia afirma la constancia del complejo de castración. Sean cuales sean las discusiones a las que se haya podido prestar posteriormente, en ningún momento dejamos de tenerlo como referencia, y la experiencia pone de relieve su coherencia con el complejo de Edipo.

Por una parte, en las relaciones con la madre ocurre algo que introduce al padre como factor simbólico. Él es quien posee a la madre, quien goza de ella legítimamente. Es una función fundamental y al mismo tiempo problemática, que en ocasiones puede debilitarse o fragmentarse.

Por otra parte, hay algo cuya función es hacer entrar en el juego de los instintos del sujeto y en la asunción que este hace de sus funciones una significación esencial, verdaderamente específica del género humano, el cual se desarrolla con la dimensión suplementaria del orden simbólico. Esta significación que está presente ahí, que se vive en la experiencia humana, se llama la castración.

El análisis representa la castración de la forma más instrumental — unas tijeras, una hoz, un hacha, un cuchillo. Son significantes que se estampan en las funciones sexuales.

Forman parte, por así decirlo, del mobiliario instintivo de la relación sexual en la especie humana.

Podíamos tratar de detallar el mobiliario de tal o cual especie animal. Es probable, por ejemplo, que la pechera pectoral coloreada del petirrojo pueda considerarse como un elemento de señal, tanto para el pavoneo como para la lucha intersexual. De cualquier forma, en el animal se encuentra el equivalente del carácter constante de ese elemento paradójico que esta, en el hombre, vinculado con un significante llamado el complejo de castración.

He aquí pues como podemos escribir la fórmula del complejo de Edipo con su correlativo, el complejo de castración.

Pero debe prestarse atención al hecho de que el propio complejo de Edipo se organiza en el plano simbólico, lo cual supone detrás de él la existencia constituyente del orden simbólico. Un episodio de la observación de Juanito nos lo muestra perfectamente.

[Juanito], por su parte, sólo le interesaba la construcción genealógica.

Este interés representa un momento normal del progreso del sujeto. [Juanito] había desarrollado [una] larga discusión para construir las posibilidades genealógicas existentes, es decir, las diferentes formas de relación posibles de un niño con un padre y con una madre, y lo que esto significa.

Lo que le interesaba a Juanito, es el orden simbólico, que es como el centro de gravitación de toda su construcción, tan extraordinaria exuberante y fantasiosa.

Por decirlo ahora en términos generales, la interrogación del orden simbólico emerge en el niño a propósito de P mayúscula en forma de pregunta —¿Qué es un padre?

El padre es en efecto el eje, el centro ficticio y concreto del mantenimiento del orden genealógico, que le permite al niño inmiscuirse de forma satisfactoria en un mundo que, con independencia de como haya que juzgarlo, cultural, natural o sobrenaturalmente, es donde se nace. El niño aparece en un mundo humano organizado por el orden simbólico, y a eso ha de enfrentarse.

El descubrimiento del análisis, [muestra] cuál es el mínimo de exigencias a cumplir por parte del padre real para que comunique, transmita y haga sentir al niño la noción de su lugar en este orden simbólico.

Se presupone igualmente que todo lo que sucede en las neurosis es precisamente para, de alguna forma, suplir alguna dificultad, alguna insuficiencia, en la forma como el niño se había enfrentado al Edipo.

Regresiones que complican.

Otra cosa viene a complicar la situación. Es lo que se llaman regresiones. Se trata de elementos intermedios provenientes de la relación primitiva con la madre, que comprenden ya algún simbolismo dual.

Entre esta relación primitiva y el momento en que se constituye el Edipo propiamente dicho, pueden producirse toda clase de accidentes, debidos tan sólo a que distintos elementos de intercambio del niño van a desempeñar su papel en la comprensión del orden simbólico. En suma, lo pregenital puede integrarse en el nivel edípico, complicando así la pregunta de la neurosis.

La función del elemento fóbico.

En el caso de la fobia, tenemos algo simple. Nadie discute que, en este caso, el niño ha alcanzado, al menos por un momento, lo que se llama la fase genital, cuando se plantean en su forma plena los problemas de la integración del sexo del sujeto. En este ámbito debemos concebir por lo tanto la función del elemento fóbico.

Freud consideraba la función del elemento fóbico homogénea a la función primitiva que había aislado la etnografía de su tiempo, la del tótem…

sólo en el plano de la fobia manifestó Freud claramente que el tótem adquiriese su significación en la experiencia analítica—, con todo, debemos trasponerlo a una formalización menos sujeta a seguridad que la relación totémica. Por eso introduje la última vez aquello que llamé la función metafórica del objeto fóbico.

Es decir, el objeto fóbico viene a desempeñar el papel que, por alguna carencia, por una carencia real en el caso de Juanito, no desempeña el personaje del padre.

No es otra la función del caballo, en la poesía que es en este caso la fobia.

Es el elemento alrededor del cual van a gravitar toda clase de significaciones, formando a fin de cuentas un elemento que suple lo que le faltó al desarrollo del sujeto, es decir, a los desarrollos proporcionados por la dialéctica del entorno donde está inmerso. Pero esto sólo es posible imaginariamente.

Se trata de un significante en bruto. No le falta alguna predisposición, transmitida por todo ese remolque de la cultura que el sujeto va arrastrando.

No tiene por qué sorprendernos que los sujetos recurran regularmente a formas que se pueden llamar típicas, pues aparecen siempre en determinados contextos, en determinadas conexiones o asociaciones que les pueden pasar desapercibidas …

El sujeto elige una para cumplir una función muy precisa, la de permitir la momentánea estabilización de ciertos estados —en este caso, el estado de angustia.

Para cumplir la función de transformar esta angustia en miedo localizado, el sujeto elige una forma que constituye un punto de detención, un término, un pivote, un soporte, a cuyo alrededor se va enganchando todo lo que vacila, amenazado por la corriente interior surgida de la crisis de la relación materna. Tal es, en el caso de Juanito, el papel del caballo.

Sin duda, parece un estorbo para el desarrollo del niño, y para su entorno es un elemento parasitario y patológico. Pero la instauración analítica nos muestra que también tiene una función de enganche, un papel fundamental de punto de detención. Alrededor de este punto, el sujeto puede seguir haciendo girar lo que de otro modo se declararía con una angustia imposible de soportar.

Todo el progreso del análisis consiste en este caso en extraer, en poner de manifiesto, las virtualidades que nos ofrece el uso, por parte del niño, de este significante esencial para remediar su crisis.

Se trata de permitirle a este significante que desempeñe el papel que le ha reservado el niño en la construcción de su neurosis, para afirmar su relación con lo simbólico, tomándolo como auxilio y como punto de referencia en el orden simbólico.

Esto es lo que desarrolla la fobia. Le permite al sujeto manejar ese significante, obteniendo de él posibilidades de desarrollo más ricas que las que contiene.

En efecto, el significante no contiene en sí mismo por adelantado todas las significaciones que le haremos decir, las contiene más bien por el lugar que ocupa, el lugar donde debería estar el padre simbólico.

Al estar ese significante ahí en la medida en que corresponde metafóricamente al padre, permite que se efectúen todas las transferencias, todas las transformaciones necesarias en todo aquello que es complicado y problemático en la relación inscrita en la línea inferior—o sea la madre, la función fálica y el niño —, que requiere en cada ocasión, con respecto a la madre real, un triangulo distinto. Para ello se necesita un termino que para el niño sea imposible de dominar, que, de miedo, incluso que muerda.

Por eso escribimos en el otro lado lo que esta más amenazado, o sea el pene del niño:

¿Qué nos muestra la observación de Juanito?

Todo eso no se va a movilizar seriamente diciéndole al niño que es una tontería, …

Si leen ustedes la observación a la luz del esquema que acabo de darles, advertirán que estas intervenciones, aunque tienen algunos efectos, nunca tienen el alcance persuasivo directo de la experiencia inicial, la eficacia deseable. Por el contrario, todo el interés de la observación consiste en mostrar claramente que en estas ocasiones el niño reacciona reforzando los elementos esenciales de su propia formulación simbólica del problema.

Vuelve a jugar el juego del escondite fálico con su madre —¿Lo tiene? ¿No lo tiene?—, mostrando a las claras que se trata de un símbolo, que a ese título le importa mucho y que no se trata de desorganizárselo. De ahí la importancia de un esquema como este.

Para nosotros en el análisis se trata tal vez, en efecto, de hacer evolucionar este esquema, de permitirle al niño que desarrolle las significaciones de las que el sistema está preñado, no quedarse en la solución provisional consistente para el en ser un pequeño fóbico temeroso de los caballos.

Esquema del progreso de Juanito.

Ahora podremos dar el esquema general de lo que constituye su progreso.

No es superfluo que intervenga el padre, tanto el gran Padre simbólico que es Freud como el pequeño, ese padre amado que sólo comete un error, pero un gran error, el de no cumplir verdaderamente su función de padre y, al menos por un tiempo, su función de padre, o de dios, celoso, …  según la invectiva que le dirige Juanito.

Si bien el padre le había con mucho cariño, con dedicación, de todas formas, no puede ser sino lo que había sido hasta ahora, o sea un padre que en lo real no cumple plenamente con su función.

En cuanto al niño, hace literalmente lo que se le ocurre con su madre y, por ejemplo, se mete en la cama con ella a pesar del padre.

Esto no significa que no quiera a su padre, sino que para él su padre no cumple la función que permitirla encontrarle una salida esquemática y directa a la situación. Nos encontramos, por lo tanto, con una complicación —el padre empieza a intervenir directamente sobre el término: ?, de acuerdo con las instrucciones de Freud, lo que demuestra, en lo que a este último se refiere, que las cosas no están todavía en su punto.

En este sentido podríamos entrar en el detalle de las articulaciones que nos permitirán formular de forma completamente rigurosa lo que está en juego, mediante una serie de formulaciones algebraicas que se transforman unas en otras.

Me resisto un poco a hacerlo, por temor a que los espíritus no estén todavía del todo abiertos o lo que, creo yo, es el futuro del análisis clínico y terapéutico de la evolución de los casos.

Cualquier caso, al menos en sus etapas esenciales, debería llegar a resumirse en una serie de transformaciones.

(Siguen formulaciones)

[El niño] no se ha creido nada de lo que contaba ese señor que hablaba como el buen Dios [Freud], si sólo ha encontrado que hablaba bien, de todos modos, en consecuencia, el mismo ha podido empezar a hablar, es decir, a contar cuentos.

Ana, la hermanita de Juanito.

Juanito hace intervenir a su propia hermana —ese elemento tan arduo de manejar en lo real—en la dimensión imaginaria. Despliega a su alrededor una construcción sorprendente, una brillante fantasía, consistente en primer lugar en suponer que siempre estuvo en el maletero, casi desde toda la eternidad.

Esto supone en él una organización significante muy avanzada. Si, incluso antes de nacer, su hermana estaba ya en el mundo, ¿de qué manera? Imaginariamente, por supuesto.

Tenemos la explicación de Freud. Aquí se representa algo bajo una forma imaginaria infinitamente repetida, constante, permanente, bajo la forma de una reminiscencia esencial.

La pequeña Ana siempre estuvo ahí, en el gran maletero detrás del coche donde, en ocasiones, viaja ella sola. Juanito no deja de insistir en que está ahí, tanto más cuanto que en realidad sabe muy bien que no lo estaba.

Precisamente el primer año, cuando todavía no había nacido, insiste en que sí había nacido y se dedicaba a hacer todo lo que el mismo había hecho, lógicamente, dialécticamente, en su discurso y en sus juegos, durante la primera parte del tratamiento.

En otro momento, nos cuenta que ella está junto al cochero, que cabalga sin estribos y lleva las riendas —no, dice, no llevaba las riendas. Hay aquí como una dificultad para distinguir la realidad de la imaginación, una ambigüedad entre Realidad [Wirklichkeit] y Imaginación [Phantasie], indicada por Freud.

Pero precisamente por medio de este niño imaginario presente desde siempre, por otra parte, siempre lo estar, Juanito prosigue su fantasma, y entonces se esboza para él una relación, igualmente imaginaria, mediante la cual se estabilizará su relación con respecto al objeto materno. Este objeto de un eterno retorno le abre camino hacia esa mujer a la que todo hombrecito habrá de acceder.

Juanito se sirve literalmente de su hermanita como de una especie de ideal del yo. Ella se convierte en la dueña del significante, la dueña del caballo, lo domina, y a su través Juanito puede llegar a fustigar al caballo, a golpearlo, a dominarlo, a adueñarse de él. Así es como se encontrará desde ahora en una relación de dominio con respecto a lo que en adelante se inscribirá en el registro de las creaciones de su mente (dominio de ese otro imaginario que para él será cualquier clase de fantasma femenino, lo que podríamos llamar las niñas de su sueño).

Para él se tratará siempre de esto, de ese fantasma narcisista en el que se encarna la imagen dominadora.

Aun resolviéndole la cuestión de la posesión del falo, esta imagen dejará en un plano esencialmente narcisista e imaginario el dominio adquirido por el sujeto de la situación crítica.

Esto marcará con su profunda ambigüedad lo que se producirá después, a modo de salida o normalización de la situación. La observación indica suficientemente sus etapas.

Tras el desarrollo lúdico de sus fantasmas y la reducción a lo imaginario de los elementos una vez fijados como significantes, se constituirá la relación fundamental que le permitirá a Juanito asumir su sexo. Lo asumirá de una forma que, por muy normal que sea, podemos suponerla marcada por una deficiencia.

Sólo podré mostrarles todos sus acentos la próxima vez, pero hoy les diré algo para indicarles cual es el defecto del punto alcanzado por el niño para sostener su lugar.

En este sentido, lo más significativo se expresa en el fantasma terminal de desatornillamiento, en el que le cambian al niño su sostén para ponerle un trasero más grande —¿Y por qué?

Para adaptarse a ese lugar que ha convertido en mucho más manejable: [la] bañera.

La fórmula normal del complejo de castración implica que el niño, por hablar sólo de el, posee su pene únicamente con la condición de recuperarlo en la medida en que se le devuelve tras haberlo perdido.

¿Cómo juzgar el resultado de determinado progreso analítico, sino por la inversión paradójica de ciertos términos, expresable en una notación simbólica con más y menos?

En este caso, puede decirse que Juanito no ha pasado por el complejo de castración, sino por otra vía. Y esta otra vía, como indica el mito del instalador que le cambia el trasero, lo ha llevado a convertirse en otro Juanito.

Este es todo el sentido de aquella última pincelada con la que Freud hizo el epílogo del caso. Cuando, mucho más tarde, vuelve a ver a Juanito, ya mayor, es para oírle decir —Ya no me acuerdo de nada de todo eso. Vemos aquí el signo y el testimonio de un momento de alienación esencial.

Ya conocen ustedes la historia que cuentan de un sujeto que se había marchado a una isla para olvidar algo. Cuando lo encuentran, van y le preguntan qué era eso que quería olvidar, y entonces no puede responder. Como dice finamente la historia —lo había olvidado.

En el caso de Juanito, sin embargo, hay algo que nos incita a rectificar el acento, diría incluso la fórmula, de esta historia. Si hay algún estigma de lo inacabado, tanto del análisis de Juanito como de la solución edípica postulada por su fobia, es este.

Esas vueltas y esos rodeos del significante que revelaron ser tan saludables, que hicieron desvanecerse progresivamente la fobia, que hicieron superfluo el significante del caballo —si operaron, fue a partir de esto, que Juanito, no olvidó, sino que se olvidó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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