La dialéctica de la frustración. Clase 4 Seminario 4. Jacques Lacan

La frustración es el verdadero centro de la relación madre-hijo. De vuelta al Fort-Da. La madre, de lo simbólico a lo real. El niño y la imagen fálica. La fobia de la inglesita.

Aquí tienen la tabla que hemos hecho y que permite articular con precisión el problema del objeto tal como se plantea en el análisis.

La frustración.

Un curiosos deslizamiento.

La falta de rigor en esta materia, la confusión que demuestran los analistas, han tenido como resultado un curioso deslizamiento.

El análisis partió de una noción de las relaciones afectivas del hombre que llamaré escandalosa…introducía la noción, de que, el abordaje del objeto sexual presenta una dificultad esencial de orden interno.

Es singular que desde ahí nos hayamos deslizado hacia una noción armónica del objeto.

Para que puedan medir la distancia que hay entre esta noción y lo que el propio Freud articulaba con el mayor rigor, he elegido pare ustedes una cita de las más significativas sobre el objeto, no sobre la relación del objeto…. La obra de Freud contiene muchas cosas sobre el objeto, … pero que la propia noción de relación de objeto no es nada destacada, ni cultivada, ni ocupa el primer plano de la cuestión.

He aquí, extraída de su artículo sobre Las pulsiones y sus destinos, la frasee de Freud:
“El objeto de la pulsión es aquel a través del cual el instinto puede alcanzar su objetivo. Es lo más variable que tiene el instinto, no es nada que esté pegado a él desde el origen, sino algo que les está subordinado a consecuencia de su apropiación para su apaciguamiento.”

También puede decirse—de la posibilidad de su apaciguamiento. Se trata de su satisfacción en la medida en que, de acuerdo con el principio del placer, la meta de la tendencia es llegar a su propio apaciguamiento.

La noción de que no hay armonía preestablecida entre el objeto y la tendencia, está pues articulada… Esto no es una doctrina, sino una cita. Pero una cita entre otras que van en la misma dirección. La cuestión ahora es articular la concepción del objeto que está en juego aquí…

Ya hemos conseguido poner de relieve, gracias a diversos puntos articulados en Freud de distintas formas, que la noción del objeto es siempre la de un objeto vuelto a encontrar a partir de un hallazgo primitivo, de tal forma que la recuperación, el reencuentro, nunca es satisfactorio.

Además, hemos visto, por otras características, que el objeto es, por una parte, inadecuado y, por otra, que escapa incluso a su aprehensión por un concepto. Y ahora nos vemos llevados a ajustar más las nociones fundamentales, y en particular a revisar la que se encuentra en el centro de la teoría analítica actual, la noción de frustración.

Revisión de la noción de frustración.

¿En qué medida ha sido necesaria esta noción?
¿En qué medida conviene rectificarla?

Por nuestra parte, hemos de criticarla para hacerla utilizable y, por decirlo todo, coherente con lo que constituye el fondo de la doctrina analítica, es decir, eso en lo que consiste fundamentalmente el pensamiento de Freud, en el cual la noción de frustración resulta marginal, como he subrayado muchas veces.

Marcando diferencias.

Les he recordado lo que se presentaba en los datos de partida—la castración, la frustración y la privación. Lo fecundo es marcar las diferencias entre estos tres términos.

La castración.

¿Qué hay de la castración?
La castración está esencialmente vinculada con un orden simbólico instituido, que supone una larga coherencia, de la que no puede aislarse al sujeto en ningún caso.

Todas nuestras reflexiones anteriores ponen de manifiesto el vínculo de la castración con el orden simbólico, pero basta con esta simple observación—en Freud, de entrada, la castración estuvo relacionada con la posición central atribuida al complejo de Edipo como elemento de articulación esencial de toda la evolución de la sexualidad. Si he escrito en la tabla deuda simbólica, es porque el complejo de Edipo contiene ya en sí mismo, como algo fundamental, la noción de la ley, noción imposible de eliminar.

El hecho de que la castración esté en el plano de la deuda simbólica queda ya sobradamente justificado, me parece, por esta observación preciada, que se sostiene en todas nuestras reflexiones anteriores. De modo que prosigo.

¿Qué objeto es el que está en juego, o es puesto en juego, en la deuda simbólica instituida por la castración?

Se trata de un objeto imaginario, el falo. Al menos esto es lo que afirma Freud, y de ahí partiré hoy para tratar de llevar un poco más lejos la dialéctica de la frustración.

La frustración.

Ahora, la frustración. Ocupa la posición central en esta tabla… Al acentuar la noción de frustración, no nos apartamos mucho de la noción que Freud puso en el centro del conflicto analítico, que es la de deseo. Lo importante es captar que quiere decir la frustración, como se introdujo, con que está relacionada.

La noción de frustración, cuando se pone en primer plano en la teoría analítica, es remitida a la primera edad de la vida. Está vinculada con la investigación de los traumas, fijaciones, impresiones, provenientes de experiencias preedípicas.

Esto no implica que sea exterior al Edipo—de alguna forma constituye su terreno preparatorio, su base y su fundamento. Modela la experiencia del sujeto y prepara ciertas inflexiones que decidirán la vertiente hacia la que el complejo habrá de inclinarse, de forma más o menos acentuada, en una
dirección que podría ser atípica o heterotípica.

¿Qué forma de relación con el objeto es la que está en juego en la frustración?

Introduce manifiestamente, la cuestión de lo real.

He aquí en efecto que con la noción de frustración se introduce en el condicionamiento, en el desarrollo del sujeto, toda una cohorte de nociones que suelen traducirse en un lenguaje de metáforas cuantitativas—se habla de satisfacción, de gratificación, de cierta cantidad de beneficios adaptados, adecuados, a cada una de las etapas del desarrollo del joven sujeto, cuya saturación más o menos completa o, por el contrario, su carencia se considera un elemento esencial. Se trata de condiciones reales, que supuestamente debemos localizar en los antecedentes del sujeto a través de la experiencia analítica.

Este interés por las condiciones reales, que salta a la vista en ciertas muestras de la literatura analítica actual, está ausente en las primeras observaciones analíticas en su conjunto, o al menos está articulado de otra forma en el plano conceptual.

Esta advertencia nos abrirá los ojos para que podamos ver algunas pruebas, que no faltan. Basta con ir a los textos pare ver cuál ha sido el paso que se ha dado en la investigación del niño guiada por el análisis, por el sólo hecho del desplazamiento del interés en la literatura analítica. Pueden apreciarlo fácilmente, al menos quienes estén lo bastante familiarizados con las tres nociones de la tabla como para reconocerlas sin dificultad.

La frustración se considera pues como un conjunto de impresiones reales, vividas por el sujeto en un período del desarrollo en el que su relación con el objeto real se centra habitualmente en la imago del seno materno, calificada de primordial, en relación con la cual se formarán en él las que he llamado primeras vertientes y se inscribirán sus primeras fijaciones, aquellas que permitieron describir los tipos de los diferentes estadios instintuales.

Así han podido articularse las relaciones del estadio oral y del estadio anal con sus subdivisiones fálica, sádica, etc.— y mostrar cómo están todas ellas marcadas por un elemento de ambivalencia que hace que la propia posición del sujeto participe de la posición del otro, que el sujeto sea dos, que participe siempre de una situación dual imprescindible para una asunción general de su posición. En suma, nos encontramos ante la anatomía imaginaria del desarrollo del sujeto.

Limitándonos a esto, veamos a donde nos lleva. Estamos pues ante un sujeto que se encuentra en una posición de deseo con respecto al seno como objeto real. Llegamos así al quid de la cuestión—¿qué es esta relación, la más primitiva, del sujeto con el objeto real?

Hay aquí un malentendido, surgido de una confusión, que ha impedido el avance en este debate y conduce a fórmulas tan diversas que no puedo enumerarlas enseguida antes de progresar en la conceptualización. Tan sólo les recordaré esa teoría de la que ya hemos hablado, la de Alice Balint.

Esta teoría pretende conciliar la noción de autoerotismo, tal como Freud la plantea, con lo que parece imponerse en la realidad del objeto al que se enfrenta el niño en un estadio primitivo de su desarrollo. Conduce a una concepción articulada y chocante que el señor y la señora Balint llaman el Primary Love. Según ellos, se trata de la única forma de amor en la que egoísmo y don son perfectamente compatibles, porque se establece una perfecta reciprocidad entre lo que el niño exige de la madre y lo que la madre exige del niño, una perfecta complementariedad de los dos polos de la necesidad.

Esta concepción es perfectamente contraria a toda experiencia clínica. En el sujeto encontramos siempre la evocación de la marca de todas las discordancias verdaderamente fundamentales que han podido producirse.

De hecho, la noción de un amor tan estrictamente complementario y como destinado a encontrar por sí mismo su reciprocidad, constituye una evasión, tan poco compatible con una teorización correcta, que los autores acaban confesando que se trata de una posición ideal, si no ideativa.

La teoría kleiniana en oposición de la teoría del Primary Love.

Sólo he tomado este ejemplo para introducirnos en lo que será el elemento motor de nuestra crítica de la noción de frustración, la teoría kleiniana. Evidentemente, la representación fundamental que nos da la teoría kleiniana no es igual que la de la teoría del Primary Love, …

Ha llegado a mis manos cierto boletín, el de la Asociación de los psicoanalistas de Bélgica… En este boletín más confidencial, se abordan las cosas con más matices, como si la falta de seguridad les diera algo de vergüenza y no la dejarán traslucir sino en lugares apartados donde, seguramente, cuando se da a conocer parece incluso más meritoria.

Así, en este boletín se encuentra un artículo de los señores Pasche y Renard con la reproducción de la crítica que hicieron de las posiciones kleimanas en el congreso de Ginebra.

Le reprochan a Melanie Klein una teoría del desarrollo que, según ellos, lo pone todo dentro del sujeto, como si estuviera preformado.

Primero: Todo el Edipo con su desarrollo posible estaría ya incluido en lo instintivo, y los distintos elementos, ya articulados potencialmente, no tendrían más que ir surgiendo.

Segundo: Los autores proponen compararlo con la forma en que, para algunos, en la teoría del desarrollo biológico, el roble estaría ya contenido enteramente en la bellota. A un sujeto así, nada le vendría del exterior.

Tercero: Al principio habría las primitivas pulsiones agresivas—en efecto, la agresividad prevalece manifiestamente en Melanie Klein, si se entiende en esta perspectiva—, luego los contragolpes de estas pulsiones agresivas, experimentadas por el sujeto como provenientes del exterior, o sea del campo materno, y, a través suyo, la progresiva construcción de la totalidad de la madre, que, nos dicen, sólo puede ser concebida como un esquema preformado, a partir del cual se instaura la supuesta posición depresiva.

Quisiera tan sólo subrayar aquí la formulación a la que conducen paradójicamente en conjunto y que constituye el corazón del artículo.

Primero: Creen leer en Melanie Klein que eso está ya dado desde el principio en una constelación interna, de forma que luego no sería extraño que la noción del objeto interno ocupara el primer plano y prevaleciera.

Segundo: Llegan así a la conclusión que según creen se puede extraer de la aportación kleiniana— que de hecho se trata de la noción de esquema preformado hereditario, y subrayan que resulta muy difícil representárselo.

Tercero: Así, dicen, el niño nace con instintos heredados frente a un mundo que no percibe, sino que lo recuerda, y luego no ha de partir ni de sí mismo ni de ninguna otra cosa, no ha de ir descubriendo mediante una serie de hallazgos insólitos, sino reconociendo.

En suma, a nadie se le escapa el carácter platónico de esta fórmula y muchos de ustedes le reconocerán. Este mundo que sólo debe ser recordado se instaura en función de cierta preparación imaginaria a la que el sujeto está predispuesto. Esto lo formulan a modo de crítica, incluso de oposición.

Pero podemos comprobar, que, con esta crítica, se hallan más cerca de lo que le reprochan a Melanie Klein.

 Sin duda se produce ahí algún espejismo, y no se trata de seguirla cuando ella nos dice que el Edipo ya está ahí, presente en las formas del pene, aunque sean formas fragmentadas, que se desplazan por entre los hermanos y las hermanas en esa especie de campo definido por el interior del cuerpo materno.

Pero el hecho de que pueda revelarse esta articulación en determinada relación con el niño y se pueda articular muy precozmente, esto sí que nos plantea sin duda un interrogante fecundo.

Esta articulación teórica, puramente hipotética, sitúa en el origen un dato que, por muy satisfactorio que sea para nuestra idea de las armonías naturales, no es conforme con lo que nos enseña la experiencia.

Algo nuevo con respecto a la relación primordial madre-hijo.

Todo esto, me parece, les va indicando porque ángulo podemos introducir algo nuevo en la confusión que sigue habiendo con respecto a la relación primordial madre-hijo.

Es un error no partir de la frustración, que es verdaderamente el centro cuando se trata de situar las relaciones primitivas del niño. Pero además hay que tener una noción justa de esta noción central. Se gana mucho con abordarla de la siguiente forma—hay desde el origen en la frustración dos vertientes, que vemos estrechamente enlazadas de principio a fin.

Primero: Por una parte, está el objeto real. No cabe duda de que un objeto puede empezar a ejercer su influencia en las relaciones del sujeto mucho antes de que haya sido percibido como objeto. El objeto es real, la relación directa.

Sólo en función de una periodicidad en la que pueden aparecer agujeros y carencias, podrá establecerse cierta forma de relación del sujeto….

Así ocurre, por ejemplo, en la posición auto-erótica tal como la entiende Freud, en la que no hay propiamente constitución del otro, ni puede plantearse la relación de ninguna forma concebible.

Segundo: está el agente. Así es, al objeto sólo le corresponde alguna instancia, sólo opera, en relación con la falta. Y en esta relación fundamental que es la relación con la falta de objeto, corresponde introducir la noción del agente, que nos permitirá aportar una formula esencial para el planteamiento general del problema. En este caso, el agente es la madre.

Para mostrárselo, me bastará con recordarles lo que ya hemos estudiado en estos últimos años, o sea lo que Freud articuló sobre la posición inicial del niño en los juegos de repetición, captados de forma fulgurante en su comportamiento.

La madre es algo distinto que el objeto primitivo. No aparece propiamente desde el inicio, sino, como Freud lo subrayó, a partir de esos primeros juegos, juegos que consisten en tomar un objeto perfectamente indiferente en sí mismo y sin ninguna clase de valor biológico. Para el caso, se trata de una pelota, pero también podría ser cualquier cosa que un niño de seis meses haga saltar por encima de la baranda de su cuna para recuperarlo a continuación.

Este par presencia-ausencia, articulado de forma extremadamente precoz por el niño, connota la primera constitución del agente de la frustración, que en el origen es la madre. Podemos escribir como S(M) el símbolo de la frustración.

De la madre, nos dicen que, en cierta etapa del desarrollo, la de la posición depresiva, introduce un elemento nuevo de totalidad opuesto al caos de objetos despedazados que caracterizan a la etapa precedente. Pues bien, este elemento nuevo, es con más razón la presencia-ausencia.

Por supuesto, esta escansión de la llamada está muy lejos de darnos de golpe todo el orden simbólico, pero nos da un esbozo de él.

Nos permite así aislar un elemento distinto que la relación de objeto real que, … [Este par ausencia-presencia] ofrecerá precisamente al sujeto la posibilidad de establecer una relación con un objeto real, con su escansión y con las marcas o las huellas que deja. Esto ofrece al sujeto la posibilidad de conectar la relación real con una relación simbólica.

Antes de mostrárselo de forma más manifiesta, quiero únicamente destacar lo que supone el sólo hecho de que en la experiencia del niño se introduzca el par de opuestos presencia-ausencia… Esto que así se introduce es lo que tiende naturalmente a adormecerse en el momento de la frustración.

El niño se sitúa pues entre la noción de un agente, que participa ya del orden de la simbolicidad, y el par de opuestos presencia-ausencia, la connotación más-menos, que nos da el primer elemento de un orden simbólico.

Sin duda este elemento no basta por sí sólo para constituirlo, porque luego hace falta una secuencia, agrupada como tal, pero en la oposición del más y el menos, presencia y ausencia, está ya virtualmente el origen, el nacimiento, la posibilidad, la condición fundamental, de un orden simbólico.

La cuestión ahora es la siguiente:

►¿cómo concebir el momento de viraje en que la relación primordial con el objeto real se abre a una relación más compleja?
►¿Cuál es el momento decisivo en el cual la relación madre-hijo se abre a elementos que introducirán lo que hemos llamado una dialéctica?

Creo que podemos formularlo de forma esquemática planteando la siguiente pregunta:

►¿qué ocurre si el agente simbólico, el término esencial de la relación del niño con el objeto real, la madre en esencia, no responde?
►¿Si ya no responde a la llamada del sujeto?

Demos nosotros mismos la respuesta. Cae. Si antes estaba inscrita en la estructuración simbólica que hacía de ella un objeto presente-ausente en función de la llamada, ahora se convierte en real.

¿Por qué? Hasta entonces existía en la estructuración como agente, distinto del objeto real que es el objeto de satisfacción del niño. Cuando deja de responder, cuando de alguna manera responde a su arbitrio, se convierte en real, es decir se convierte en una potencia.

Esto, advirtámoslo, es el esbozo de la maduración de toda la realidad en lo sucesivo.

Correlativamente, se produce un vuelco en la posición del objeto. Mientras se trata de una relación real, el seno—tomémoslo como ejemplo—puede considerarse tan cautivador como se quiera. Por el contrario, en cuanto la madre se convierte en una potencia y como tal en real y de ella depende manifiestamente para el niño su acceso a los objetos.

¿Qué ocurre? Estos objetos, que hasta entonces eran pura y simplemente objetos de satisfacción, se convierten por intervención de esa potencia en objetos de don. Y he aquí que entonces, ni más ni menos como la madre hasta ahora, pueden entrar en la connotación presencia-ausencia, como dependientes de ese objeto real que de ahora en adelante es la potencia materna.

En suma, los objetos en el sentido en que nosotros lo entendemos aquí, … los objetos que se pueden tomar, poseer, los objetos que el niño quiere conservar junto a él, ya no son tanto objetos de satisfacción, sino la marca del valor de esa potencia que puede no responder y que es la potencia de la madre.

En otros términos, la situación ha dado un vuelco—la madre se ha convertido en real y el objeto en simbólico. El objeto vale como testimonio del don proveniente de la potencia materna.

El objeto tiene desde ese momento dos órdenes de propiedades de satisfacción, es por dos veces objeto posible de satisfacción—como antes, satisface una necesidad, pero también simboliza una potencia favorable.

Acerca de la noción de la omnipotencia del niño.

Es muy importante recordarlo, si tenemos en cuenta que una de las nociones más incómodas de la teoría desde que se convirtió, según cierta fórmula, en psicoanálisis genético, es la noción de omnipotencia del pensamiento, la omnipotencia.

Pero ¿es concebible que el niño tenga la noción de la omnipotencia?

Tal vez sí en lo esencial, pero eso no quiere decir que la omnipotencia en cuestión sea precisamente la de él. Sería absurdo. Esta concepción conduce a callejones sin salida. Esa omnipotencia es la de la madre.

En este momento, que les estoy describiendo, de realización de la madre, es ella la que es omnipotente, no el niño. Es un momento decisivo, en el cual la madre pasa a la realidad a partir de una simbolización del todo arcaica. En este momento, la madre puede dar cualquier cosa.

Es erróneo, completamente impensable, que el niño tenga la noción de que él es omnipotente. En su desarrollo nada nos lo indica, … Lo que cuenta, como van a ver, son las carencias, las decepciones, que afectan a la omnipotencia materna.

Esta investigación puede parecerles algo teórica. Al menos ha tenido la ventaja de introducir distinciones esenciales y abrir vías que no son las que habitualmente se toman. Ahora verán a dónde nos conducen inmediatamente.

Continuación.

Así, el niño se encuentra en presencia de algo que ha realizado como potencia. Lo que hasta entonces se situaba en el plano de la primera connotación presencia-ausencia, pasa de pronto a un registro distinto y se convierte en algo que puede negarse y detenta todo aquello de lo que el sujeto puede tener necesidad. Y aunque no lo necesita, desde el momento en que eso depende de aquella potencia, se convierte en simbólico.

En el mundo de los objetos, el falo en función.

Ahora planteemos la cuestión desde un punto de partida muy distinto. Freud nos dice que en el mundo de los objetos hay uno con una función paradójicamente decisiva, el falo.

Este objeto se define como imaginario, de ningún modo puede confundirse con el pene en su realidad, es propiamente su forma, su imagen erecta.

Este falo tiene un papel tan decisivo, que tanto su nostalgia como su presencia, o su instancia en lo imaginario, resultan al parecer más importantes todavía para los miembros de la humanidad a quienes les falta su correlato real, o sea las mujeres, que para quienes pueden consolarse con tener de él alguna realidad, pero aun así toda su vida sexual está subordinada al hecho de que imaginariamente asuman cabalmente su uso y, a fin de cuentas, lo asuman como lícito, como permitido—es decir los hombres.

El falo, la falta de objeto esencial de la mujer.

Por su parte, Freud nos dice que entre las faltas de objeto esenciales de la mujer está incluido el falo, y que esto está íntimamente vinculado a su relación con el niño.

Por una simple razón—si la mujer encuentra en el niño una satisfacción, es precisamente en la medida en que halla en él algo que calma, algo que satura, más o menos bien, su necesidad de falo.

Tenemos pues a la madre y al niño en determinada relación dialéctica. El niño espera algo de la madre, también él recibe algo de ella. No podemos omitir este hecho. Digamos, de forma aproximada, a la manera de los Balint, que el niño puede creer que es amado por él mismo.

La cuestión entonces es la siguiente —¿Qué ocurre, si la imagen del falo para la madre no se reduce por completo a la imagen del niño?

Lejos de ser armónica, la relación de la madre con el niño es doble, con:

Por una parte, una necesidad de cierta saturación imaginaria y.
Segundo,
lo que pueden ser efecto las relaciones reales y eficientes con el niño, en un nivel primordial, instintivo, que en definitiva puede ser mítico.

Para la madre, siempre hay algo que permanece irreductible en todo esto. A fin de cuentas, si seguimos a Freud, diremos que el niño como real simboliza la imagen. Más precisamente—el niño como real ocupa para la madre la función simbólica de su necesidad imaginaria—están los tres términos.

Aquí podrán introducirse todas las variedades. Todo tipo de situaciones ya estructuradas existen entre el niño y la madre. En cuanto la madre se introduce en lo real como potencia, se le abre al niño la posibilidad de un objeto que, como objeto de don, es propiamente intermedio.

La cuestión es saber en qué momento y cómo puede ser introducido el niño directamente en la estructura simbólico-imaginario-real, tal como se produce para la madre. Dicho de otra manera,

¿en qué momento puede entrar el niño—para asumirla de una forma, como veremos, más o menos simbolizada—en la situación imaginaria, real, de la relación con aquello que es para la madre el falo?

¿En qué momento puede el niño, en cierta medida, sentirse él mismo desposeído de algo que exige de su madre, al darse cuenta de que lo amado no es él sino cierta imagen?

Aquí hay algo que va más lejos. Esta imagen fálica, el niño la capta en él, y ahí interviene lo que es propiamente la relación narcisista.

Cuando el niño capta la diferencia de los sexos, surgen las siguientes cuestiones.

¿en qué medida se articulará esta experiencia con lo que está a su alcance en la presencia de la madre y en su acción?

¿Como se inscribe entonces el reconocimiento de este tercer término imaginario que es el falo para la madre?

Más aún, la noción de que a la madre le falta ese falo, que ella misma es deseante, no sólo de algo distinto de él, sino simplemente deseante, es decir, que algo hace mella en su potencia, será para el sujeto lo más decisivo.

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