El significante y el Espíritu Santo. Clase 3 Seminario 4. Jacques Lacan

La imagen del cuerpo y su significante. La factoría del yo, El significante, el significado y la muerte. La transmisión significante del objeto. Su discordancia imaginaria.

Como aquí se trata de una enseñanza y no hay nada más importante que los malentendidos, empezaré destacando que he podido constatar, directa e indirectamente, que algunas de las cosas que dije la última vez cuando hablé de la noción de realidad no se entendieron.

Este obstáculo consiste en ir a buscar la realidad en algo cuya característica sería la de ser más material.

En primer lugar, para hablarles de la realidad, empecé definiéndola por la eficacia del sistema, en este caso el sistema psíquico. Por otra parte, quise precisarles el carácter mítico de cierta concepción de la realidad y la situé con el ejemplo de la central eléctrica. No tuve tiempo de exponerles la tercera perspectiva que puede servir para presentar el tema de lo real, es decir, precisamente, poner el énfasis en lo que esta antes.

Siempre nos encontramos con esto. Desde luego, es una forma legítima de considerar la realidad fijarse en lo que hay antes de que se haya producido un funcionamiento simbólico, … No estoy en absoluto negando que antes haya algo. Por ejemplo, antes de que Yo [Je] advenga, había algo, estaba el ello. Se trata simplemente de saber que es este ello.

En el caso de la central hidroeléctrica, me dicen, lo que hay antes es la energía. Nunca he dicho lo contrario. Pero entre la energía y la realidad natural, hay un mundo La energía sólo empieza a contar en cuanto la medimos. Y ni siquiera puede pensarse en contarla antes de que haya centrales en funcionamiento.

La cuestión es que se requieren determinadas condiciones naturales para que haya el menor interés por medir la energía… Hace falta todavía que, en la naturaleza, las materias que empleará la máquina se presentan en cierta forma privilegiada y, por decirlo todo, de forma significante. Sólo se instala una central allí donde algunas cosas privilegiadas se presentan en la naturaleza como utilizables, como significantes y, dado el caso, como mensurables. Es preciso que se esté ya en la vía de un sistema tomado como significante.

Veamos ahora como se plantea: la noción de libido.

La noción energética condujo a Freud a forjar una noción que debe usarse en el análisis de forma comparable a como se use la de la energía. Se trata de una noción que, como la de la energía, es completamente abstracta y consiste en una simple petición de principio, destinada a permitir cierto juego del pensamiento.

Sólo permite plantear, y aún de forma virtual, una equivalencia, la existencia de un término de comparación, entre manifestaciones que se presentan como muy distintas cualitativamente. Se trata de la noción de la libido.

No hay nada menos fijado a un soporte material que la noción de libido en el análisis.

La referencia a un soporte químico –la hormona sexual- no tiene estrictamente hablando ninguna importancia tratándose de la libido…. La experiencia analítica nos exige pensar que no hay más que una sola y única libido. Así, Freud sitúa enseguida la libido en un piano, si puedo decirlo así, neutralizado, por paradójico que este término les parezca.

La libido es lo que vincula el comportamiento de los seres entre si y les daré, por ejemplo, una posición activa o pasiva —pero, nos dice Freud, esta libido tiene, en todos los casos, efectos activos, incluso en la posición pasiva, pues desde luego hace falta una actividad para adoptar la posición pasiva.

De este modo viene Freud a indicar que, por este hecho, la libido se presenta siempre bajo una forma eficaz y activa, aspecto que la emparentaría más bien con la posición masculina. Freud llega a decir que sólo la forma masculina de la libido está a nuestro alcance.

Todo esto sería muy paradójico si no se tratara simplemente de una noción que sólo está ahí para permitirnos encarnar ese vínculo que se produce a un nivel determinado, estrictamente hablando el nivel imaginario, en el cual el comportamiento de un ser vivo en presencia de otro ser vivo le está vinculado por los lazos del deseo, la apetencia, efectivamente uno de los resortes esenciales del pensamiento freudiano para organizar lo que está en juego en todos los comportamientos de la sexualidad.

Estamos acostumbrados a considerar el Es como una instancia estrechamente relacionada con las tendencias, los instintos, la libido, Pero ¿qué es el Es?

El Es [ello] es lo que, en el sujeto, es susceptible, por mediación del mensaje del Otro, de convertirse en Yo (Je). He Aquí la mejor definición.

Si el análisis nos aporta algo, es esto—el Es [ello] no es una realidad bruta, ni simplemente lo que esta antes, el Es ya está organizado, articulado, igual como está organizado, articulado, el articulado, el significante.

Esto es cierto igualmente para lo que produce la máquina. Toda la fuerza que ya está ahí podrá ser transformada, sólo con una diferencia, que no sólo se transforma, también se puede acumular… Aunque toda esa energía este antes, sin embargo, una vez construida la central, nadie puede discutir que hay una diferencia sensible, no solo en el paisaje, sino en lo real.

La central no se ha construido por intervención del Espíritu Santo. Más exactamente, se ha construido por intervención del Espíritu Santo, y Si lo dudan, se equivocan-

Si les hago esta teoría del significante y del significado, es precisamente para recordarles la presencia del Espíritu Santo, que es absolutamente esencial para el progreso de nuestra comprensión del análisis.

La noción de libido y sus relaciones con el principio de realidad y el principio de placer.

¿En qué sentido los dos sistemas, primario y secundario, se oponen?

Podemos decir esto —lo que sucede en el sistema primario está gobernado por el principio del placer, es decir, por la tendencia a volver al reposo, y lo que sucede en el sistema de realidad se define por lo que fuerza al sujeto a la conducta del rodeo en la realidad, como suele decirse, exterior.

Ahora bien, nada en estas definiciones concuerda con la sensación resultante del carácter conflictivo y dialéctico del uso de estos dos términos en la práctica, en su uso concreto, al que ustedes se libran todos los días.

La paradoja del principio del placer.
Lo que en el ocurre se presenta sin duda, tal como se indica, como vinculado con la ley del retorno al reposo, la tendencia del retorno al reposo.

Sin embargo, si Freud introdujo la noción de libido, y él lo dice formalmente, es porque el placer en el sentido concreto, el deseo, tiene en alemán un sentido ambiguo que el subraya —es a la vez el placer y la apetencia, es decir, el estado de reposo, pero también la erección del deseo. Estos dos términos, aun pareciendo contradictorios, no están menos eficazmente vinculados en la experiencia.

La paradoja del principio de realidad.
No es menor la paradoja que se encuentra en el nivel de la realidad. Del mismo modo que en el principio del placer hay, por una parte, el retorno al reposo, pero por otra parte está la apetencia, igualmente no sólo hay esa realidad contra la cual se tropieza, también está el rodeo, el desvío de la realidad.

Esto parece mucho más claro si, correlativamente a la existencia de los dos principios, hacemos intervenir los dos términos que los vinculan y permiten su función dialéctica —es decir los dos niveles de la palabra expresados en las nociones de significante y de significado.

Ya situé en una especie de superposición paralela el curso del significante, o el discurso concreto, por ejemplo, y el curso del significado— en él, y como significado, se presenta la continuidad de lo vivido, el flujo de las tendencias en un sujeto y entre sujetos.

Esta representación es tanto más valida, cuanto que no puede concebirse nada, no sólo de la palabra, ni del lenguaje, sino tampoco de los fenómenos que se presentan en el análisis, sin admitir la posibilidad de perpetuos deslizamientos de significado bajo el significante y de significante sobre el significado. Nada se explica en la experiencia analítica sin este esquema fundamental.

Este esquema supone que lo que es significante de algo puede convertirse en todo momento en significante de otra cosa, y todo lo que se presenta en la apetencia, la tendencia, la libido del sujeto, está siempre marcado por la impresión de un significante —lo cual no excluye que haya tal vez alguna otra cosa en la pulsión o en la apetencia, algo que de ningún modo está marcado por la impresión del significante.

El Espíritu Santo.

La intervención del significante plantea un problema que me llevo a recordarles hace un momento la existencia del Espíritu Santo, que hace dos años ya vimos que era para nosotros, que es en el pensamiento y en la enseñanza de Freud. El Espíritu Santo es la entrada del significante en el mundo.

Esto es sin lugar a dudas lo que Freud aporto bajo el término de instinto de muerte. Se trata de ese límite del significado nunca alcanzado por ningún ser vivo, que incluso nunca se alcanza en absoluto, salvo en este caso excepcional, probablemente mítico, porque sólo lo encontramos en los escritos últimos de cierta experiencia filosófica.

Con todo, se trata de algo que se encuentra virtualmente en el límite de la reflexión del hombre sobre su vida, que le permite entrever la muerte como condición absoluta, insuperable, de su existencia, tal como lo expresa Heidegger.

Las relaciones del hombre con el significante el su conjunto se encuentra vinculadas de forma muy precise con esta posibilidad de supresión, de puesta entre paréntesis de todo lo vivido.

Lo que se encuentra en el fondo de la existencia del significante, de su presencia en el mundo, vamos a ponerlo aquí, en nuestro esquema, como una superficie eficaz del significante donde se refleja, de algún modo, lo que podemos llamar la última palabra del significado, es decir, de la vida, de lo vivido, del flujo de las emociones, del flujo libidinal. Se trata de la muerte, como soporte, base de la operación del Espíritu Santo que hace existir al significante.

Este significante que tiene sus leyes propias, sean o no reconocibles en un fenómeno dado, ¿es esto lo que se designa como Es [ello]. Planteamos esta pregunta—y la resolveremos. Para comprender algo de lo que hacemos en el análisis, hay que responder—sí.

El Es del que se trata en el análisis, es significante que ya está en lo real, significante incomprendido. Ya está ahí, pero es significante, no se trata de no sé qué propiedad primitiva y confusa correspondiente a no sé qué armonía preestablecida, hipótesis a la que vuelven siempre quienes no dudare en llamar esta vez Espíritus débiles.

La falsa pre-armonía establecida.

Cuando uno se imagine que el inconsciente significa que lo que hay en un sujeto sirve para adivinar que le corresponde en otro, está suponiendo una armonía primitiva, nada más y nada menos.

A esta concepción se opone la observación tan simple de Freud en sus Tres ensayos, es decir, que lamentablemente no hay nada en el desarrollo del niño, y precisamente en su relación con las imágenes sexuales, que indique que ya estén construidos los carriles del libre acceso del hombre a la mujer y viceversa. No se trata de ningún modo de un encuentro obstaculizado tan sólo por los accidentes que puedan producirse por el camino.

Lo que dice Freud es todo lo contrario o sea que las teorías sexuales infantiles, cuya huella quedara impresa en el desarrollo de un sujeto, en toda su historia, todo lo que será para él, la relación entre los sexos, están relacionadas con la primera maduración del estadio genital, la cual se produce antes del desarrollo completo del Edipo, o sea la fase fálica.

Si esta fase se llama fálica, … [es] porque en el plano imaginario sólo hay una representación primitiva del estado, del estadio genital —el falo en esencia.

El falo no es el aparato genital masculino en su conjunto, es el aparato genital masculino exceptuando su complemento, el escroto, por ejemplo.  La imagen erecta del falo, esto es lo fundamental. Sólo hay una. No hay más elección que una imagen viril o la castración.

No es que ratifique lo que dice Freud. Les indico que este es su punto de partida cuando reconstruye el desarrollo. Se pueden tratar de encontrar referencias naturales para esta idea descubierta en el análisis, y sin duda eso hizo todo lo que precede a los Tres ensayos. Pero el análisis subraya precisamente que la experiencia nos ha hecho descubrir multitud de accidentes que están muy lejos de ser tan naturales.

EL significante ya instalado.

Lo que ahora estoy poniendo en el principio de la experiencia analítica es la noción de que hay significante ya instalado y ya estructurado.

Ya hay una central construida y en funcionamiento, no la han hecho ustedes. Esta central es el lenguaje, en funcionamiento desde hace tanto tiempo como pueden ustedes recordar.

Desde que hay significantes en funcionamiento, los sujetos están organizados en su psiquismo por el propio juego de esos significantes propio juego de esos significantes. Por este hecho, el Es [ello], que van a buscar ustedes a las profundidades, no es nada tan natural, y menos aún que las imágenes.

A decir verdad, la existencia en la naturaleza de la central hidroeléctrica producto de la operación del Espíritu Santo es incluso lo contrario de la noción de naturaleza.

En lo escandaloso de este hecho —en eso radica la posición analítica. Cuando abordamos al sujeto, sabemos que hay ya en la naturaleza algo que es su Es [ello], el cual está estructurado según la modalidad de una articulación significante que marca todo aquello que se produce en el sujeto con sus huellas, con sus contradicciónes, con su profunda diferencia respecto de las acomodaciones naturales.

Me ha parecido que debía recordar estas posiciones que me parecen fundamentales. Detrás del significante, les he puesto en el esquema esta realidad última, completamente velada para el significado, como también para el uso del significante —la posibilidad de que nada de lo que hay en el significado exista.

Así es, el instinto de muerte no es sino darnos cuenta de que la vida es improbable y completamente caduca. Nociones de esta clase no tienen la menor relación con ninguna especie de ejercicio de la vida, porque esta consiste precisamente en trazar un pequeño camino en la existencia exactamente como lo hicieron todos aquellos que nos precedieron en el mismo linaje típico.

La existencia del significante sólo está vinculada con el hecho, [porque es un hecho], de la existencia del discurso, y que este se introduce sobre un fondo, más o menos conocido o desconocido, el cual curiosamente Freud sólo pudo caracterizarlo, llevado por la experiencia analítica, diciendo que el significante funciona sobre el fondo de cierta experiencia de la muerte.

El sujeto se ve llevado a comportarse de una forma esencialmente significante, repitiendo de forma indefinida algo que le resulta mortal, hablando con propiedad.

Y a la inversa, igual que la muerte se refleja en el fondo del significado, del mismo modo el significante toma en préstamo toda una serie de elementos vinculados con un término profundamente comprometido en el significado, es decir el cuerpo,

Tal como en la naturaleza hay ya determinadas reservas, hay en el significado cierto número de elementos que en la experiencia se dan como accidentes del cuerpo, pero el significante los tome, y tome así de ellos, por así decirlo, sus primeras armas.

Se trata de esas cosas inaprehensibles y sin embargo irreductibles, entre las cuales está el término fálico, la pura y simple erección.

La piedra erigida es uno de sus ejemplos, la noción del cuerpo humano, como cuerpo erecto, es otro así, … como cierto número de elementos, vinculados todos ellos con la efigie corporal y no tan sólo con la experiencia vivida del cuerpo, constituyen elementos primeros, tomados de la experiencia, pero completamente transformados por el hecho de ser simbolizados.

Simbolizados quiere decir que han sido introducidos en el lugar del significante propiamente dicho, caracterizado por el hecho de articularse de acuerdo con leyes lógicas.

Hay leyes últimas y estas son las leyes del significante, presentes en todo inicio, sin duda implícitas, pero ineludibles.

La experiencia analítica.

Volvamos ahora al punto donde dejamos las cosas la última vez, en el tiempo de la experiencia analítica.

La relación central de objeto, la que es dinámicamente creadora, es la de la falta. En la experiencia, todo hallazgo del objeto, nos dice Freud, es una recuperación.

No se pueden leer los Tres ensayos como si se tratara de una obra escrita de un tirón. Cierto es que no hay obra de Freud que no haya estado sujeta a revisión, todas llevan notes añadidas, las modificaciones del texto son extremadamente frecuentes. Pero si la Traumdeutung, por ejemplo, se enriqueció, fue sin alterar en nada su equilibrio original.

Por el contrario, si leyeran la primera edición de los Tres ensayos, se quedarían estupefactos —porque no reconocerían ninguno de los temas que tan familiares les resultan en el libro tal como lo leen habitualmente, con las adiciones hechas principalmente en 1915, varios años después de la Introducción al Narcisismo. Eso es lo que primero que deberían tener en mente al estudiar este texto.

Todo lo que concierne al desarrollo libidinal sólo es concebible tras la aparición de la teoría del narcisismo y una vez aisladas las teorías sexuales del niño con sus malentendidos fundamentales, consistentes, …

La promoción de la noción de fase fálica sólo llegará después de la última edición de los Tres ensayos, en el artículo de 1923 sobre La organización genital infantil. Este momento crucial de la genitalidad en el desarrollo queda fuera de los límites de los Tres ensayos.

Pero aún sin llegar del todo a ese punto, el progreso de estos ensayos en la investigación de la propia relación pregenital sólo se explica por la importancia de las teorías sexuales. Lo mismo ocurre con la propia teoría de la libido.

Libido del Yo

El capítulo titulado La teoría de la libido concierne a la noción del narcisismo propiamente dicho. Si podemos dar cuenta del origen de la idea de teoría de la libido, Freud nos lo dice, es después de disponer de la noción de una libido del Yo [Ichlibido] como reserva de la libido que constituye los objetos, y añade, a propósito de esta reserva —solo podemos echar un vistazo por encima de las murallas.

En suma, es la noción de la tensión narcisista, de la relación del hombre con la imagen, lo que introdujo la idea de la medida común libidinal, y al mismo tiempo la del centro de reserva a partir del cual se establece toda relación objetal como fundamentalmente imaginaria.

Dicho de otra manera, una de las articulaciones esenciales es la fascinación del sujeto por la imagen, que a fin de cuentas siempre es una imagen que lleva en sí mismo. Esta es la última palabra de la teoría narcisista.

Si luego, en determinada orientación psicoanalítica, se les pudo reconocer a los fantasmas un valor organizador, es porque no se suponía una armonía preestablecida, una conveniencia natural del objeto para el Sujeto tal como nos muestran los Tres ensayos en su primera versión.

El desarrollo de la sexualidad infantil en dos tiempos.

El desarrollo de la sexualidad infantil se caracteriza por un escalonamiento en dos tiempos. Debido al período de latencia, es decir, la memoria latente que atraviesa este período, el objeto primero, precisamente el objeto materno, es rememorado de una forma que no ha podido cambiar, y es, dice Freud, irreversible, de manera que el objeto nunca será sino un objeto vuelto a encontrar, y seguirá llevando la marca del estilo primero del objeto.

Siempre hay por lo tanto una división esencial, fundamentalmente conflictiva, en el objeto recobrado y en el hecho mismo de su reencuentro, hay siempre por lo tanto una discordancia del objeto recobrado con respecto al objeto buscado. Esta es la noción a partir de la cual se introduce la primera dialéctica freudiana de la teoría de la sexualidad.

Esta experiencia fundamental supone que hay, durante el período de latencia, conservación del objeto en la memoria, sin saberlo el sujeto, es decir, transmisión significante.

Luego este objeto resultará discordante, tendrá un papel perturbador, en toda relación de objeto ulterior del sujeto. En este marco, con ciertas articulaciones idóneas y en momentos determinados de esta evolución, se descubrirán las funciones propiamente imaginarias.

La introducción de lo imaginario, que luego llego a gozar de tal preeminencia, y dominancia, se produjo únicamente a partir del artículo sobre el narcisismo, no se articula con la teoría de la sexualidad hasta 1915, no se formula a propósito de la fase fálica hasta 1920, pero entonces se afirma de forma tan categórica, que desde ese momento lo cambia todo y deja a toda la audiencia analítica sumida en la perplejidad, de forma que la dialéctica llamada de la etapa pregenital, y no preedípica, como les he advertido, quedo situada con respecto al Edipo.

El término preedípico fue introducido a propósito de la sexualidad femenina, y diez años más tarde. En 1920, se designa como relación pregenital el recuerdo de las experiencias preparatorias de la experiencia edípica, pero que tan sólo se articularan en esta última. La relación pregenital sólo puede aprehenderse a partir de la articulación significante del Edipo.

Las imágenes y los fantasmas que constituyen el material significante de la relación pregenital provienen en sí mismos de una experiencia que se ha producido en el contacto con el significante y el significado. El significante extrae su material de alguna parte en el significado, de cierto número de relaciones vivas, efectivamente ejercidas o vividas.

Todo este pasado es tomado a posteriori y entonces se estructura aquella organización imaginaria que ante todo se presenta, en cuanto la descubrimos, con un carácter contradictorio. Más que concordar con ella, se opone a la idea de un desarrollo armónico regular. Se trata por el contrario de un desarrollo crítico, en el cual desde el origen los objetos, tal como se les llama, de los distintos períodos, oral y anal, ya se toman por algo distinto de lo que son. Se trata de objetos ya trabajados por el significante, y revelan estar sometidos a operaciones de las que es imposible extraer la estructura significante.

Esto es precisamente lo que se designa con todas las nociones de incorporación, que son las que las organizan, las dominan y permiten articularlas.

Esta experiencia, ¿cómo organizarla? Tal como les dije la última vez, debemos hacerlo en torno a la noción de la falta del objeto.

Niveles de la falta.

Ya les mostré los tres niveles de esta falta, que es esencial situar cada vez que se produce una crisis, o un encuentro, o una acción eficaz en el registro de la búsqueda del objeto, que en sí misma tiene siempre un carácter crítico.

Estos niveles son los siguientes
—castración,
—frustración,
—privación.

Lo que son cada uno como falta, la estructura central de cada uno de ellos, son cosas esencialmente distintas.

En las lecciones siguientes, situaremos el punto exacto donde se instalan la teoría moderna y la práctica actual. Los analistas de hoy en día reorganizan en efecto la experiencia analítica a partir del nivel de la frustración, y descuidan la noción de castración, que sin embargo fue el descubrimiento original de Freud junto con el del Edipo.

Tan sólo voy a subrayar lo que quiere decir cada uno de estos términos.
En la castración, hay una falta fundamental que se sitúa, como deuda, en la cadena simbólica.
En la frustración, la falta sólo se entiende en el piano imaginario, como daño imaginario.
En la privación, la falta esta pura y simplemente en lo real, límite o hiancia real.

Cuando digo que, en el caso de la privación, la falta está en lo real, quiero decir que no está en el sujeto. Para que el sujeto acceda a la privación, ha de concebir lo real como algo que puede ser distinto de cómo es, es decir, que ya lo simbolice.

La referencia a la privación tal como aquí la planteamos consiste en poner lo simbólico antes —antes de que pudiéramos decir cosas sensatas. Se opone así a la génesis del psiquismo como habitualmente se plantea.

Planteamiento correcto de las relaciones de objeto.

Sólo se puede plantear correctamente el problema de las relaciones de objeto a partir de cierto marco que debe considerarse como fundamental para su comprensión. Este marco, o el primero de estos marcos, es que, en el mundo humano, la estructura como punto de partida de la organización objetal es la falta del objeto.

Esta falta de objeto, debemos concebirla en sus diferentes estratos en el sujeto—en la cadena simbólica, que se le escapa, tanto en su principio como en su fin—en el piano de la frustración, donde en efecto el mismo se instala en lo vivido como pensable—pero también hemos de considerar esta falta en lo real porque cuando hablamos de privación no se trata de una privación sentida.

La privación es el eje de referencia que necesitamos. Hasta tal punto, que todo el mundo se sirve de ella, pero la beta consiste, y así es como procede el Sr. Jones, en hacer de la privación en un momento dado el equivalente de la frustración.

La privación está en lo real, completamente fuera del sujeto.

Para que el sujeto capte la privación, antes ha de simbolizar lo real.
¿Qué lleva al sujeto a simbolizarlo?
¿Cómo introduce la frustración el orden simbólico?
Esta es la pregunta que nos plantearemos, y veremos que el sujeto ni está aislado, ni es independiente, y que no es el quien introduce el orden simbólico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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