Tres formas de la falta de objeto. Clase 2 Seminario 4. Jacques Lacan

¿Qué es un obsesivo? La tríada imaginaria. El falicismo y lo imaginario. Realidad y Wirklichkeit. El objeto transicional del señor Winnicott.

Esta semana, por ustedes, he leído algunas cosas. He leído lo que los psicoanalistas han escrito sobre el tema que este año será el nuestro, es decir, el objeto, y más especialmente el objeto genital

EL objeto genital, por llamarlo por su nombre, es la mujer. Entonces, ¿por qué no llamarlo por su nombre?

¿Qué fue lo que aporto Freud, siempre tan solo, sobre este tema? —lo que hoy voy a decirles probablemente no iré más allá. Es esto. La idea de un objeto armónico, que por su naturaleza consume la relación sujeto-objeto, la experiencia la contradice perfectamente —no ya la experiencia analítica, sino incluso la experiencia común de las relaciones entre el hombre y la mujer.

Si la armonía no fuese en este registro un asunto problemático, no habría análisis en absoluto. No hay nada más preciso que las formulaciones de Freud al respecto —hay, en este registro, una hiancia, algo que no va, lo cual no significa que eso baste para definirlo. La afirmación positiva de que la cosa no marcha está en Freud, la encontrarán ustedes en El malestar en la cultura, así como en las Nuevas conferencias sobre el psicoanálisis, lección 31.

Esto nos lleva de nuevo a preguntarnos por el objeto.

Doctrina y la experiencia freudiana acerca de la noción de objeto.

El objeto se presenta de entrada en una búsqueda del objeto perdido. El objeto es siempre el objeto vuelto a encontrar, objeto implicado de por si en una búsqueda, opuesto de la forma más categórica a la noción del sujeto autónomo, conclusión a la que lleva la idea del objeto culminante.

En total oposición a esto, en la práctica analítica hay una noción del objeto que se reduce a fin de cuentas a lo real. Se trata de volver a encontrar lo real.

Este objeto sobresale, no ya de un fondo de angustia, sino del fondo de la realidad común, por así decirlo, y el termino de la experiencia analítica es darse cuenta de que no hay razón para tenerle miedo. Miedo es un término a distinguir del de angustia.

Finalmente, el tercer encabezamiento bajo el cual encontramos al objeto, si lo seguimos en Freud, es el de la reciprocidad imaginaria, o sea que, en toda relación del sujeto con el objeto, el lugar del término en relación es ocupado simultáneamente por el sujeto. Así, la identificación con el objeto está en el fondo de toda relación con él.

A este punto, [último] evidentemente, se consagra más aún la práctica de la relación de objeto en la técnica analítica moderna, con el resultado de lo que llamaré un imperialismo de la identificación.

Si tú puedes identificarte a mí, si yo puedo identificarme a ti, sin duda de los dos el yo es el que tiene la mejor adaptación a la realidad y es el mejor modelo. A fin de cuentas, en un caso ideal, el progreso del análisis se reduce a la identificación con el yo del analista.

Semejante parcialidad en el manejo de la relación de objeto puede condicionar una desviación extrema. Esto lo ilustra más en particular la práctica de la neurosis obsesiva.

¿Qué es un obsesivo?

La neurosis obsesiva es, como piensan la mayoría de quienes aquí están, una noción estructurante que puede expresarse aproximadamente así. ¿Qué es un obsesivo? En suma, es un actor que desempeña su papel y cumple cierto número de actos como si estuviera muerto.

El juego al que se entrega es una forma de ponerse a resguardo de la muerte. Se trata de un juego viviente que consiste en mostrarse invulnerable.

Con este fin, se consagra a una dominación que condiciona todos sus contactos con los demás. Se le ve en una especie de exhibición con la que trata de mostrar hasta dónde puede llegar en ese ejercicio, que tiene todas las características de un juego, incluyendo sus características ilusorias —es decir, hasta dónde puede llegar con los demás, el otro con minúscula, que es sólo su alter ego, su propio doble.

Su juego se desarrolla delante de un Otro que asiste al espectáculo. El mismo es sólo un espectador, y en ello estriba la posibilidad misma del juego y del placer que obtiene. Sin embargo, no sabe qué lugar ocupa, esto es lo inconsciente que hay en él. Lo que hace, lo hace a título de coartada.

Esto si lo puede entrever. Se da perfecta cuenta de que el juego no se juega donde él está, y por eso casi nada de lo que ocurre tiene para él verdadera importancia, lo cual no significa que sepa desde donde ve todo esto.

A fin de cuentas, ¿qué dirige el juego? Sabemos que es él mismo, pero, podemos cometer mil errores si no sabemos a dónde se dirige este juego. De ahí la noción de objeto, del objeto significativo para este sujeto.

Sería erróneo creer que se pueda designar este objeto en términos de relación dual, recurriendo a la noción de relación de objeto tal como la elabora el autor en cuestión. Ya verán a que conduce esto.

Está claro que, en esta situación tan compleja, la noción de objeto no está dad inmediatamente, porque el objeto participa de un juego ilusorio, un juego tramposo, que consiste en aproximarse a dada la muerte tanto como sea posible quedando a salvo de todos los golpes, porque el sujeto, de algún modo, ha matado su propio deseo por adelantado, lo ha, por así decirlo, mortificado.

La noción de objeto.

Aquí la noción de objeto es infinitamente compleja y merece ser destacada en todo momento si queremos saber al menos de que objeto estamos hablando. Trataremos de darle a esta noción de objeto un empleo uniforme, que nos permita orientarnos en nuestro vocabulario.

De esta noción… que se muestra completamente difícil de circunscribir. Para acentuar nuestra comparación, digamos que se trata de demostrar lo que él ha articulado para ese Otro espectador que es el mismo sin saberlo y en cuyo lugar nos va poniendo a medida que avanza la transferencia.

Lo que trasluce, lo que surge en el fondo, es el carácter profundamente oral de la relación de objeto imaginario. Si toma la relación dual como real, una práctica no puede sustraerse a las leyes de lo imaginario, y a lo que conduce esta relación de objeto es al fantasma de incorporación fálica.

Esta noción se limita a dar todavía más relieve a … paradojas, y así, cuanto más nos aproximamos a la realización de la relación dual, más aparece en primer plano ese objeto imaginario llamado falo. Ese es el paso que trato de hacerles dar hoy.

La noción de relación de objeto es imposible entenderla, incluso ejercerla, si no se introduce el falo como uno de sus elementos, …  Lo destaca el esquema que les di, al final del pasado año, como conclusión del análisis del significante al cual nos había llevado la exploración de la psicosis, pero también como introducción a lo que pensaba proponerles este año sobre la relación de objeto. Este es nuestro esquema inaugural:

Triada imaginaria

La relación imaginaria, sea cual sea, esta modelada en base a una determinada relación que es efectivamente fundamental —la relación madre-hijo, con todo lo que tiene de problemática. Sin duda, esta relación es como para dar la idea de que se trata de una relación real, y en efecto, ahí se dirige en la actualidad toda la teoría de la situación analítica.

Tratan de reducirla en última instancia a no ser más que el desarrollo de las relaciones madre-hijo, y en toda la secuencia de la génesis encontramos las huellas de tal posición inicial.

Ahora bien, es imposible, incluso para los autores que hacen de ella la base de toda la génesis analítica, hacer intervenir este elemento imaginario sin que se manifieste como un punto clave, en el centro de la relación de objeto, lo que podemos llamar el falicismo de la experiencia analítica.

Lo demuestran tanto la experiencia como la evolución de la teoría analítica, y trataré de hacerles ver, a lo largo de esta conferencia, a que callejones sin salida conduce toda tentativa de reducir este falicismo imaginario a un dato real, cualquiera que sea. En efecto, cuando se busca el origen de toda la dialéctica analítica en ausencia de la trinidad de los términos simbólico, imaginario y real, a fin de cuentas, es inevitable referirse a lo real.

Orientación y teorización actual de la experiencia analítica.

Para aportarles una última pincelada, un rasgo más en mi descripción de cómo se conduce la relación dual en determinada orientación y teorización de la experiencia analítica, me referiré una vez más al encabezamiento de la obra colectiva que antes mencioné.

Cuando el analista, entrando en el juego imaginario del obsesivo, insiste en hacerle reconocer su agresividad, es decir, que hace situar al analista en la relación dual que un momento antes designaba como recíproca, el texto aporta, como prueba del desconocimiento de la situación por parte del sujeto, el hecho de que nunca quiere expresar su agresividad y sólo puede expresarla mostrando una ligera irritación, provocada por la rigidez técnica.

El autor confiesa entonces que insiste en remitir siempre al sujeto al tema de la agresividad, como si se tratara del tema central. El autor añade de forma significativa que a fin de cuentas la irritación y la ironía pertenecen a la clase de las manifestaciones agresivas.

¿Es acaso evidente que la irritación sea característica de la relación agresiva? Es bien sabido, sin embargo, que la agresión puede ser provocada por cualquier otro sentimiento y que en absoluto se excluye, por ejemplo, que un sentimiento de amor este en el origen de una reacción agresiva.

En cuanto a decir que una reacción como la ironía, por ejemplo, es agresiva por naturaleza, no me parece compatible con algo que todo el mundo sabe, que lejos de ser una reacción agresiva la ironía es, ante todo, una forma de interrogación, una modalidad de pregunta.

Esto les demuestra a que reducción de perspectiva conduce semejante concepción de la relación de objeto, concepción que he decidido no volver a mencionar de ahora en adelante.

El objeto, ¿es o no lo real?

Llegamos pues por fin a la pregunta fundamental que deberá ser nuestro punto de partida, porque a ella hemos de volver, y será también nuestra meta. Toda la ambigüedad de la cuestión suscitada en torno al objeto y su manejo en el análisis se reduce a esto —el objeto, ¿es o no lo real?

Llegamos a esta pregunta tanto por la vía del vocabulario elaborado que utilizamos aquí, simbólico, imaginario y real, como por la vía de la intuición más inmediata.

Cuando les hablan de la relación de objeto en términos de acceso a lo real, acceso que debe conseguirse al término del análisis, ¿qué representa esto para ustedes, espontáneamente? ¿Es real el objeto, o no lo es? ¿Lo que se encuentra en lo real ?, es el objeto?

Vale la pena que nos lo preguntemos. Incluso sin llegar al núcleo de la problemática del falicismo que hoy estoy introduciendo, podemos ver, porque es un punto verdaderamente llamativo de la experiencia analítica, que toda la dialéctica del desarrollo individual, así como toda la dialéctica de un análisis, giran alrededor de un objeto principal, que es el falo.

Ya veremos más detenidamente que no se debe confundir falo con pene. Cuando por los años 1920-1930 hubo una inmensa polémica que se ordenó alrededor de la noción de falicismo y la cuestión del período fálico, de lo que se trataba era de distinguir el pene, como órgano real, con funciones definibles por determinadas coordenadas reales, del falo en su función imaginaria. Sólo por esto, ya valdría la pena que nos preguntáramos que quiere decir la noción de objeto.

La noción de falicismo implica de por sí mismo la categoría de lo imaginario.

Pero antes de entrar en ello, preguntémonos que significa la posición recíproca del objeto y lo real.

Hay más de una forma de abordar esta cuestión, puesto que, mientras la abordamos, vemos que lo real tiene más de un sentido. Algunos de ustedes, creo, dejan escapar cierto suspiro de alivio —Por fin va a hablarnos de ese famoso real que hasta ahora había quedado en la sombra. En efecto, no hay motivo de sorpresa, lo real se encuentra en el límite de nuestra experiencia.

Pero ¿qué queremos decir cuando nos referimos a lo real?

Es poco probable que todos partamos de la misma noción, pero es verosímil que podamos acceder a ciertas distinciones o disociaciones esenciales que se pueden aportar en cuanto al manejo del término de real, o de realidad, si examinamos cuidadosamente que uso se hace de ellos.

Cuando se habla de lo real, puede tratarse de cosas diversas. De entrada, se trata del conjunto de cosas que ocurren efectivamente.

Esta es la noción implicada en el término alemán Wirklichkeit, o realidad… Se trata de lo que implica de por si cualquier posibilidad de efecto, … Es el conjunto del mecanismo.

Nociones actuales adoptadas por los analistas.

Sólo voy a hacer aquí algunas reflexiones de paso, para mostrar hasta qué punto los psicoanalistas permanecen prisioneros de categorías verdaderamente ajenas a algo a lo que su práctica deberla, sin embargo, introducirles cómodamente, diría yo, con respecto a la noción misma de la realidad.

La tradición mecano-dinamista, [noción que considera que] … todo lo que sucede en el terreno de la vida mental exija ser referido a algo planteado como material, ¿qué interés puede tener esto para un analista?  —si el principio mismo del ejercicio de su función pone en juego efectos que por hipótesis, … admite que tienen su orden propio. Si sigue a Freud, si concibe lo que rige todo el espíritu del sistema, la perspectiva que debe captar es una perspectiva energética. —

La materia primitiva -la Stuff, ejerce tal fascinación sobre el espíritu medico que, [igualmente] como los demás médicos, ponemos una realidad orgánica en el fundamento de lo que se produce en el análisis, creen estar diciendo algo importante.

Freud también lo dijo, sólo que hay que ver dónde lo dijo y que función cumple. El da a esta realidad un alcance muy distinto. En los analistas, la referencia al fundamento orgánico responde tan sólo a una especie de necesidad de seguridad que los lleva a entonar una y otra vez esa cantinela en sus textos. [Dicen cosas, y toco madera, cosas como:] —Al fin y al cabo, sólo y hacemos intervenir mecanismos superficiales, todo debe remitirse, en ultima instancia, a cosas que tal vez sabremos algún día, a la materia principal que está en el origen de todo lo que ocurre— Esto es una especie de absurdo para un analista, si admite el orden de efectividad en el que suele moverse.

Esta necesidad nuestra de confundir la Stuff, o la materia primitiva, o el impulso, o el flujo, o la tendencia, con lo que está realmente en juego en el ejercicio de la realidad analítica, representa un desconocimiento de la —Wirklichkeit— realidad simbólica.

El conflicto, la dialéctica, la organización, la estructuración de elementos que se combinan y se construyen, dan a la cuestión un alcance energético muy distinto.

Mantener la necesidad de hablar de la realidad última, como si estuviera en algún lugar más que en el propio ejercicio de hablar de ella, es desconocer la realidad donde nos movemos. Puedo calificar esta referencia hoy, de supersticiosa.

Es una especie de secuela del postulado llamado organicista, que no puede tener literalmente ningún sentido en la perspectiva analítica. Les mostraré que ahí donde aparentemente Freud se sirve de ella, no tiene ya ningún sentido de este orden.

La realidad en el análisis.

En el análisis se hace un uso distinto de la noción de realidad, mucho más importante, y que no tiene nada que ver con el anterior.

La realidad, así es, participa del doble principio, principio de placer y principio de realidad. Se trata de algo muy distinto, porque el principio de placer no se ejerce de una forma menos real que el principio de realidad, el análisis precisamente lo demuestra. El uso del término de realidad es aquí muy diferente.

Hay aquí un contraste bastante chocante. Este uso que al comienzo se habla mostrado tan fecundo, que habla permitido introducir los términos de sistema primario y sistema secundario en el orden psíquico, se revelo, cuando el análisis fue progresando, como más problemático, pero de forma muy difícil de captar.

Noción de Winnicott sobre el objeto transicional.

Pues bien, a veces ocurre. Vemos analistas que vuelven a una especie de intuición primitiva y perciben que todo lo que se había dicho hasta entonces no explicaba nada. Esto es lo que le paso al señor Winnicott en un pequeño artículo donde habla de lo que llama objeto transicional —pensemos en transición de objeto o fenómeno transicional.

El señor Winnicott llama la atención simplemente sobre el hecho de que cada vez nos interesamos más en la función de la madre y la tenemos por absolutamente decisiva en la captación de la realidad por parte del niño. Es decir, la oposición dialéctica e impersonal de los dos principios, el principio de realidad y el principio de placer, la hemos sustituido por actores. Sin duda estos sujetos son completamente ideales, sin duda se trata más bien de una especie de figuración, o de guiñol imaginario, pero en eso estamos.

El principio de placer lo hemos identificado con una determinada relación de objeto, es decir, la relación con el seno materno, mientras que el principio de realidad lo hemos identificado con el hecho de que el niño debe aprender a prescindir de él.

EL señor Winnicott, de forma muy pertinente, señala en qué condiciones todo va bien—porque es importante que todo vaya bien, y lo que va mal lo hacemos derivar de una anomalía primordial, de la frustración, término que se convierte en clave en nuestra dialéctica.

Winnicott observe que, en suma, para que las cosas vayan bien, o sea para que el niño no quede traumatizado, la madre debe operar estando presente siempre que es necesario, es decir, precisamente introduciendo, en el momento de la alucinación delirante del niño, el objeto real que lo colma.

Al principio pues, en la relación madre-hijo, no hay ninguna distinción entre la alucinación del seno materno, por principio surgida del sistema primario de acuerdo con la noción que de él tenemos, y el encuentro con el objeto real en cuestión.

Por lo tanto, si todo va bien, el niño no tiene forma de distinguir lo que corresponde a la satisfacción basada en la alucinación a priori vinculada con el funcionamiento del sistema primario, y la aprehensión de lo real que lo colma y le satisface efectivamente.

Por lo tanto, [para Winnicott] se trata de que la madre enseñe progresivamente al niño a experimentar las frustraciones y, al mismo tiempo, a percibir, en forma de cierta tensión inaugural, la diferencia que hay entre la realidad y la ilusión.

Esta diferencia sólo puede instalarse por la vía de una desilusión, cuando, de vez en cuando, la realidad no coincide con la alucinación surgida del deseo.

Winnicott señala simplemente en primer lugar que, en el interior de tal dialéctica, es inconcebible la posibilidad de elaborar algo que vaya más allá de la noción de un objeto estrictamente correspondiente al deseo primario.

Critica a la noción de objeto transicional de Winnicott

Primero: La extrema diversidad de los objetos, tanto instrumentales como fantasmáticos, que intervienen en el desarrollo del campo del deseo humano, es impensable en una dialéctica así, si se encarna en dos actores reales, la madre y el niño.

Segundo: En segundo lugar, como la experiencia lo demuestra, incluso en el niño más pequeño vemos aparecer esos objetos que Winnicott llama objetos transicionales porque no podemos decir de qué lado se sitúan en la dialéctica reducida, y encarnada, de la alucinación y el objeto real.

Tercero: Todos los objetos del juego del niño son objetos transicionales. Juguetes, estrictamente hablando, el niño no necesita que se los demos, porque se los hace el mismo con todo lo que cae en sus manos. Se trata de objetos transicionales. No cabe preguntarse s i son más subjetivos o más objetivos, son de una naturaleza distinta. Aunque Winnicott no franquea el límite de nombrarlos así, nosotros los llamaremos simplemente imaginarios.

En sus trabajos, sin dude dubitativos, llenos de rodeos y confusiones, vemos sin embargo que los autores que buscan explicarse el origen de un hecho como la existencia del fetiche sexual acaban refiriéndose a estos objetos.

Se ven llevados a buscar, tanto como sea posible, puntos en común entre el objeto en el niño y el fetiche que ocupara el primer plano de las exigencias objetales para la mayor satisfacción alcanzable por parte de un sujeto, es decir, la satisfacción sexual.

[Entonces] Espían en el niño la manipulación por poco privilegiada que sea de un pequeño objeto, de un pañuelo que le quite a su madre, una punta de la sabana de una cama, alguna parte de la realidad que accidentalmente se pone a su alcance, lo cual surge durante un período que, aunque se llame aquí transicional, no constituye sin embargo un período intermedio, sino permanente en el desarrollo del niño.

Esos autores se ven llevados a confundir casi estos dos tipos de objeto, sin preguntarse por la distancia que pueda haber entre la erotización del objeto fetiche y la aparición de un objeto como imaginario.

Lo que se olvida en esta dialéctica —olvido que obliga a esa especie de añadidos, de suplementos, que subrayo a propósito del artículo de Winnicott—, es que uno de los mecanismos más esenciales de la experiencia analítica es, desde el principio, la noción de la falta del objeto.

La falta del objeto.

Nunca, en nuestro ejercicio concreto de la teoría analítica, podemos prescindir de una noción de la falta del objeto con carácter central. No es negativa, sino el propio motor de la relación del sujeto con el mundo.

Desde sus inicios, el análisis, el análisis de la neurosis, empieza con la noción de castración, tan paradójica, que puede decirse que todavía no ha sido completamente elaborada.

Creemos que seguimos hablando de ella igual como se hacía en tiempos de Freud: Es un gran error. Cada vez hablamos menos de castración, y hacemos mal. De lo que hablamos cada vez más es de la frustración.

La frustración.

[Veamos por que razón] resulta más familiar por su, la noción de frustración.

¿Qué diferencia hay entre una frustración y una privación? Partiremos de esto, porque Jones se pone a introducir la noción de privación, y a decir que estas dos nociones se experimentan en el psiquismo de la misma forma. Esto es muy atrevido.

Está claro que, si hay que referirse a la privación es porque el falicismo, o sea la exigencia de falo, es, como plantea Freud, el punto fundamental de todo el juego imaginario en la progresión del conflicto descrita en el análisis del sujeto.

Ahora bien, si puede hablarse de privación es a propósito de lo real como algo muy distinto de lo imaginario. La exigencia fálica no se ejerce por ese medio. Parece, es así, muy problemático que un ser que se presenta como una totalidad pueda sentirse privado de algo que, por definición, no tiene. Diremos pues que la privación, en su naturaleza de falta, es esencialmente una falta real. Es un agujero.

La noción que tenemos de la frustración, si nos referimos simplemente al uso que hacemos del término cuando hablamos, es la de un daño.

Es una lesión, un perjuicio que, tal como solemos verlo, de acuerdo con nuestra forma de hacerlo intervenir en nuestra dialéctica, no es más que un daño imaginario.

La frustración es por su esencia el dominio de la reivindicación. Concierne a algo que se desea y no se tiene, pero se desea sin referencia alguna a la posibilidad de satisfacción o de adquisición. La frustración es en sí misma el dominio de las exigencias desenfrenadas y sin ley. El núcleo de la noción de frustración como una de las categorías de la falta es un daño imaginario. Es en lo imaginario donde se sitúa.

A partir de estas dos observaciones nos resulta tal vez más fácil ver de qué se trata en el caso de la castración, cuya naturaleza esencial, su esencia, ha sido mucho más dejada de lado que estudiada en profundidad.

Freud introdujo la castración de forma totalmente coordinada con la noción de la ley primordial, lo que la prohibición del incesto y la estructura del Edipo tienen de ley fundamental. Este es, si lo pensamos ahora, el sentido de lo que Freud enuncio de entrada.

Cuando Freud situó una noción tan paradójica como la de la castración en el centro de la crisis decisiva, formadora, principal, que es el Edipo, lo hizo entrando en la experiencia con una especie de salto mortal.

Retrospectivamente este hecho no puede sino maravillarnos, porque sin dude es maravilloso que todo lo que se nos ocurra sea no hablar de ello. La castración sólo puede clasificarse en la categoría de la deuda simbólica [tener sin tener].

Deuda simbólica, daño imaginario y agujero o ausencia real, he aquí cómo podemos situar esos tres elementos que llamaremos los tres términos de referencia de la falta del objeto.

Sin dude a algunos les parecerá que esto no esta tan claro. Y con razón, porque para que sea válido hay que ajustarse mucho a la noción central de que se trata de categorías de la falta del objeto. He dicho falta del objeto y no objeto, porque si nos situamos con respecto al objeto, entonces podremos plantearnos la pregunta —¿cuál es el objeto que falta en cada uno de estos tres casos?

Dónde más claro está es en la castración. Lo que falta, en la castración, constituida como esta por la deuda simbólica [tener, sin tener], ese algo que decide la ley y le da su soporte, y su inverso, el castigo, evidentemente no es en nuestra experiencia analítica un objeto real.

EL objeto es imaginario. La castración en cuestión lo es siempre de un objeto imaginario.

Esta comunidad entre el carácter imaginario de la falta en la frustración y el carácter imaginario del objeto de la castración, el hecho de que la castración sea una falta imaginaria del objeto, ha favorecido que creyéramos que la frustración nos permitiría llegar con más facilidad al núcleo de los problemas.

Pero la falta y el objeto, e incluso un tercer término que llamaremos el agente, no son forzosamente del mismo nivel en estas categorías. De hecho, el objeto de la castración es un objeto imaginario, y por eso hemos de preguntarnos que es el falo, eso que tanto tiempo ha costado identificar.

El objeto de la frustración, a la inversa, es claramente, por su naturaleza, un objeto real, por muy imaginaria que sea la frustración. Eso por lo que padece, por ejemplo, el niño, sujeto por excelencia de nuestra dialéctica de la frustración, es siempre un objeto real.

Esto nos ayudara a percibir una evidencia que requiere un dominio metafísico de los términos, superior al habitual entre quienes se refieren a esos criterios de realidad que antes mencionábamos—el objeto de la privación, por su parte, es siempre un objeto simbólico. Cuando hablamos de privación, se trata de un objeto simbólico y de ninguna otra cosa.

Esto puede parecer un poco abstracto, pero ya verán lo útil que nos resultara luego para detectar los malabarismos con los que consiguen dar soluciones que no lo son a falsos problemas.

Como verán, se hacen esfuerzos desesperados contra algo que parece intolerable, a saber, la evolución completamente distinta de lo que se llama la sexualidad en el hombre y en la mujer —y para reducir los dos términos a un sólo principio.

Pero tal vez hay ya de entrada algo que permite concebir de forma muy simple y clara porque es tan distinta la evolución en los dos sexos.

Sólo quiero añadir una noción que luego iré adquiriendo toda su importancia, la de un agente. Aquí doy un salto que exigiría volver a la triada imaginaria de la madre, el niño y el falo, pero no tengo tiempo de hacerlo. Sólo quiero completar la tabla. El agente también juega su papel en la falta del objeto.

Tratándose de la frustración, se impone la noción de que es la madre quien juega el papel de agente. ¿Pero este agente? es simbólico, imaginario o real?
¿Y qué es el agente de la castración? ¿Es simbólico, imaginario o real?
¿Y el agente de la privación?
He aquí preguntas que al menos merecen ser planteadas.

Las dejaré, al final de esta sesión, abiertas… la noción del agente excede el marco al que hoy nos hemos limitado, el de una primera pregunta sobre las relaciones del objeto con lo real, mientras que el agente es aquí, manifiestamente, de otro orden.

Ya ven, sin embargo, que la calificación del agente en estos tres niveles es una cuestión que nos es manifiestamente sugerida por el inicio de la construcción del falo.

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