Introducción. Clase 1 Seminario 4. Jacques Lacan

El esquema en Z. El objeto perdido y vuelto a encontrar. Perlas. El objeto, la angustia, el agujero.

Este año hablaremos de un tema que, en la evolución histórica del psicoanálisis, o lo que así suele llamarse, podía adquirir, de forma articulada o no, una posición central en cuanto a la teoría y a la práctica.

Relación de objeto.

Este tema es la relación de objeto.

En efecto, este tema sólo se podría tratar después de haber tomado cierta distancia con respecto a esta cuestión.

Primero tenemos que preguntarnos que constituye a las estructuras en las que Freud nos mostró que el análisis se mueve y opera, y muy especialmente la estructura compleja de la relación entre los dos sujetos presentes en el análisis, o sea el analizado y el analista. A esto se consagraron nuestros tres años de comentarios y de críticas de los textos de Freud, que voy a recordarles brevemente.

El primer año trató de los elementos mismos de la conducción técnica de la cura, es decir, de las nociones de transferencia y de resistencia.

El segundo se refería al fondo de la experiencia y el descubrimiento freudianos, o sea la noción del inconsciente, y creo haberles mostrado sobradamente que le había impuesto a Freud los principios que introdujo, literalmente paradójicos en el plano dialéctico, que figuran en Más allá del principio del placer.

Finalmente, durante el tercer año, les di un ejemplo manifiesto de la necesidad absoluta del simbolismo llamado significante para comprender algo, sea lo que sea, hablando desde un punto de vista analítico, en el campo propiamente paranoico de las psicosis.

Finalizados estos años de crítica, aquí estamos, armados por lo tanto de cierto número de términos y de esquemas.

La espacialidad de estos últimos no debe tomarse en el sentido intuitivo del término de esquema, sino en otro sentido, perfectamente legítimo, que es topológico —no se trata de localizaciones, sino de relaciones de lugar, por ejemplo, interposición o sucesión, secuencia. Nuestra elaboración culmina en un esquema que podemos llamar el esquema y que es el siguiente:

EL ESQUEMA Z.

Este esquema inscribe en primer lugar la relación del sujeto con el Otro. Tal como está constituida al inicio del análisis, es la relación de palabra virtual por la que el sujeto recibe del Otro su propio mensaje, bajo la forma de una palabra inconsciente.

Este mensaje le está prohibido, es objeto por su parte de un profundo desconocimiento, esta deformado, detenido, capturado, por la interposición de la relación imaginaria entre a y a’, entre el yo y el otro, que es su objeto típico.

La relación imaginaria, que es una relación esencialmente alienada, interrumpe, aminora, inhibe, invierte las más de las veces, desconoce profundamente la relación de palabra entre el sujeto y el Otro, el gran Otro, como otro sujeto, un sujeto por excelencia capaz de engañar.

No fue vano introducir este esquema en la experiencia analítica, en vista como fórmula hoy en día, un número cada vez mayor de analistas, la relación de objeto, que la hacen prevaleces en la teoría analítica como algo primario, pero sin ir más allá al comentarla.

Basan el progreso analítico en una rectificación de la relación del sujeto con el objeto, considerada como una relación dual que, añaden refiriéndose a la situación analítica, seria excesivamente simple.

Pues bien, eso mismo es lo que pondremos a prueba, está relación del sujeto con el objeto que tiende a ocupar cada vez más el centro de la teoría analítica.

La relación de objeto.

Dado que la relación de objeto como dual está relacionada precisamente con la línea a-a’ de nuestro esquema,
—¿podemos acaso construir satisfactoriamente sobre esta base el conjunto de fenómenos que se ofrecen a nuestra observación en la experiencia analítica?
—¿Permite por si sólo este instrumento responder de los hechos? El esquema más complejo que nosotros le oponemos,
—¿puede ser obviado, hay que descartarlo incluso?

La teoría analítica y la práctica, siempre se ha dicho, no pueden disociarse una de otra, y si se concibe la experiencia en una determinada dirección, es inevitable conducirla igualmente en esa dirección. Por supuesto, los resultados prácticos sólo pueden entreverse.

La relación de objeto en Freud.

Para introducir la cuestión de la relación de objeto, y precisamente la pregunta de si es legítimo, si está o no justificado otorgarle una posición central en la teoría analítica, les recordaré brevemente al menos lo que esta noción le debe, o no le debe, al propio Freud. Ante todo, lo hará porque partir del comentario freudiano es para nosotros como una gula y casi una limitación técnica que nos hemos impuesto aquí.

Además, este año me han llegado algunos interrogantes, si no inquietudes, en cuanto a saber si iba o no a partir de los textos freudianos. Y no cabe dude que es muy difícil, en lo que a la relación de objeto se refiere, partir de los textos mismos de Freud, porque no está.

Me refiero, claro, a lo que aquí se plantea formalmente como una desviación de la teoría psicoanalítica. así que he de partir de textos recientes y, al mismo tiempo, de una crítica de sus posiciones. Por otra parte, que a fin de cuentas nos hemos de referir a las posiciones freudianas, eso es indudable, …

Quisiera hacer pues tan sólo un breve repase, que ni siquiera seria concebible si no tuviéramos ya detrás nuestros tres anos de colaboración en el análisis de textos y si no hubiéramos encontrado ya el tema del objeto, bajo formas diversas.

En Freud se habla, por supuesto, de objeto. La última parte de los Tres ensayos para una teoría sexual se llama precisamente El reencuentro del objeto, …. Se habla implícitamente de objeto siempre que interviene la noción de realidad. Hay también una tercera forma de hablar de él, siempre que está en juego la ambivalencia de ciertas relaciones fundamentales, es decir, el hecho de que el sujeto se hace objeto para el otro, cuando hay cierto tipo de relaciones en las cuales la reciprocidad por el rodeo de un objeto es patente, incluso constituyente.

Quisiera subrayar con mayor énfasis bajo que tres modalidades se presentan las nociones relativas al objeto de enfrente. Si se remiten ustedes al capítulo tres de los Tres ensayos, verán algo que está ahí desde la época en que fue redactado el Proyecto …

Sin embargo, si nos remitimos a este primer esbozo de su psicología, encontramos la misma fórmula a propósito del objeto. Freud insiste en que, para el hombre, no hay ninguna otra forma de encontrar el objeto sino la continuación de una tendencia en la que se trata de un objeto perdido, un objeto que hay que volver a encontrar.

No se trata en absoluto del objeto considerado por la teoría moderna como objeto plenamente satisfactorio, el objeto típico, el objeto por excelencia, el objeto armónico, el objeto que da al hombre una base para una realidad adecuada, prueba de madurez —el famoso objeto genital.

Es sorprendente ver que cuando Freud está teorizando la evolución instintual tal como se desprende de las primeras experiencias analíticas, nos indica que el objeto se alcanza por la vía de una búsqueda del objeto perdido.

Este objeto que corresponde a un estadio avanzado de la maduración de los instintos es un objeto recobrado, el objeto recobrado del primer destete, el objeto que de entrada fue el punto al cual se adhirieron las primeras satisfacciones del niño.

Está claro que por el sólo hecho de esta repetición se instaura una discordancia. El sujeto está unido con el objeto perdido por una nostalgia, y a través de ella se ejerce todo el esfuerzo de su búsqueda. Dicha nostalgia marca al reencuentro con el signo de una repetición imposible, precisamente porque no es el mismo objeto, no puede serlo.

La primacía de esta dialéctica introduce en el centro de la relación sujeto-objeto una profunda tensión, de tal forma, que lo que se busca no se busca al mismo título que lo que se encontrara.

El nuevo objeto se busca a través de la búsqueda de una satisfacción pasada, en los dos sentidos del término, y es encontrado y atrapado en un lugar distinto de donde se lo buscaba. Hay ahí una profunda distancia introducida por el elemento esencialmente conflictivo que supone toda búsqueda del objeto. Bajo esta forma aparece en primer lugar la relación de objeto en Freud.

La relación de objeto en el registro filosófico.

[Para] aquellos quienes estos términos tienen ya algún sentido, por ciertos conocimientos filosóficos, pueden percibir la distancia que separa a la relación freudiana del sujeto con el objeto de las concepciones antes mencionadas, basadas en la noción del objeto adecuado, el objeto esperado por adelantado, coaptado a la maduración del sujeto. La perspectiva platónica base toda aprehensión del objeto en el reconocimiento, la reminiscencia, de un tipo de alguna manera preformado.

Tal perspectiva está separada, por toda la distancia existente entre la experiencia moderna y la experiencia antigua, de la noción que aporta Kierkegaard en el registro de la repetición, repetición siempre buscada, pero nunca satisfecha. Por su naturaleza, la repetición se opone a la reminiscencia. De por si es siempre imposible de saciar. En este registro se sitúa la noción freudiana de encuentro del objeto perdido.

Tendremos presente este texto, que muestra claramente como Freud sitúa de entrada la noción de objeto en el marco de una relación profundamente conflictiva del sujeto con su mundo. Como podía ser de otro modo. Si ya en esa época se trata esencialmente de la oposición entre principio de realidad y principio del placer.

Principio del placer y principio de realidad no pueden separarse uno de otro. Aún diría más, se implican y se incluyen el uno al otro en una relación dialéctica.

El principio de realidad está constituido tan sólo por lo que al principio del placer se le impone para su satisfacción, no es más que una prolongación suya, y a la inversa, implica, en su dinámica y en su búsqueda fundamental, la tensión fundamental del principio del placer.

De todos modos, entre ambos, y esto es lo esencial que aporta la teoría freudiana, hay una hiancia que no cabría distinguir si uno fuera sólo la prolongación del otro.

En efecto, el principio del placer tiende a realizarse en formaciones profundamente antirrealistas, mientras que el principio de realidad implica la existencia de una organización o de una estructuración diferente y autónoma, la cual supone que lo que aprehende puede ser precisamente y fundamentalmente distinto de lo que se desea. Esta relación de por sí introduce en la dialéctica del sujeto y el objeto otro término, planteado aquí como irreductible.

Al igual que el sujeto, como acabamos de ver, se halla siempre consagrado por sus exigencias primordiales a un retorno, que por esa razón es un retorno imposible, del mismo modo la realidad está, como lo demuestra la articulación del principio de realidad y el principio del placer, en una profunda oposición respecto de lo que busca la tendencia.

En otros términos, la satisfacción del principio del placer, siempre latente, subyacente, en todo ejercicio de la creación del mundo, tiende siempre en mayor o menor grado a realizarse bajo una forma más o menos alucinada.

La organización subyacente al yo, la de la tendencia del sujeto propiamente dicho, siempre cuenta con la posibilidad fundamental de satisfacerse con una realización irreal, alucinatoria. He aquí otra posición que Freud subraya con toda su fuerza, y ello desde la Traumdeutung, es decir, desde su primera formulación plena y articulada de la oposición entre el principio de realidad y el principio del placer.

Estas dos posiciones no están, en sí mismas, articuladas la una con la otra. El hecho de que se presenten en Freud como distintas, indica ciertamente que el desarrollo no se centra en la relación del sujeto con el objeto. Si cada uno de estos dos términos ocupa un lugar en puntos distintos de la dialéctica freudiana, es simplemente porque la relación sujeto-objeto no es en ningún caso central.

Si puede parecer que esta relación se sostiene directamente y sin ninguna hiancia, sólo es cuando se trata de las relaciones que luego se llamaron pregenitales, ver-ser visto, atacar-ser atacado, pasivo-activo. El modo en que el sujeto vive estas relaciones implica siempre, de forma más o menos implícita, más o menos manifiesta, su identificación con el partener. Estas relaciones se viven en la reciprocidad —aquí el término es válido— de una ambivalencia entre la posición del sujeto y la de partener.

En este plano, en efecto, se introduce una relación entre el sujeto y el objeto que no sólo es directa y sin ninguna hiancia, sino que es literalmente equivalencia del uno al otro. Esta relación es la que pudo servir de pretexto para poner en primer plano la relación de objeto propiamente dicha.

Tal relación de reciprocidad entre el sujeto y el objeto, que merece el nombre de una relación en espejo, plantea en sí misma tantos interrogantes que yo mismo, para tratar de resolverlos, introduje en la teoría analítica la noción de estadio del espejo.

El estadio del espejo.

¿Qué es el estadio del espejo? Es el momento en que el niño reconoce su propia imagen. Pero el estadio del espejo no se limita de ningún modo a connotar un fenómeno que se presenta en el desarrollo del niño. Ilustra el carácter conflictivo de la relación dual. Todo lo que el niño capta al quedar cautivo de su propia imagen es precisamente la distancia que hay entre sus tensiones internas, mencionadas en aquel informe, y la identificación con dicha imagen.

Esto, sin embargo, sirvió como tema, como punto central, para poner en primer plano esa relación sujeto-objeto tomada como la escala fenoménica para una medición válida de lo que hasta entonces se presentaba en términos, no sólo pluralistas, sino ciertamente conflictuales, introduciendo una relación esencialmente dialéctica entre los distintos términos.

Uno de los primeros en dar este nuevo acento, pero no tan pronto como se cree, es Karl Abraham.

Hasta entonces, la evolución del sujeto siempre se había considerado por reconstrucción, de forma retroactiva, a partir de una experiencia central, la de la tensión del conflicto entre consciente e inconsciente.

Tensión creada por un hecho fundamental —lo que la tendencia busca es oscuro, tanto, que lo primero que la conciencia alcanza a reconocer es, principalmente, desconocimiento. Si el sujeto se reconoce, no es por la vía de la conciencia, hay algo más, un más allá. Al ser este más allá radicalmente desconocido por el sujeto, al quedar fuera del alcance de su conocimiento, se plantea al mismo tiempo la cuestión de su estructura, su origen y su sentido.

Pero esta perspectiva fue abandonada, por iniciativa de cierto número de personalidades, seguidas de corrientes significativas en el interior del análisis. Todo se centró en la función de un objeto y, más precisamente, de su estado terminal.

Mientras que nosotros, por nuestra parte, vamos hacia atrás para comprender como se alcanza ese punto terminal, que por otra parte no siempre se observe, puesto que el objeto ideal es literalmente impensable.

En la nueva perspectiva, este objeto ideal es concebido, por el contrario, como un punto de mira, una culminación a la que están dirigidas toda una serie de experiencias, de elementos, de nociones parciales del objeto.

Esta perspectiva se impuso progresivamente desde que Abraham la formuló en 1924, en su teoría del desarrollo de la libido. Su concepción funda para muchos la ley misma del análisis, el marco de todo lo que en él sucede, traza el sistema de coordenadas en el interior de las cuales se sitúa toda la experiencia analítica y determine su punto de culminación, ese famoso objeto ideal, terminal, perfecto, adecuado, presentado como si él sólo indicara el objetivo alcanzado, o sea la normalización del sujeto.

El término de normalización introduce ya, por sí mismo, un mundo de categorías bien ajeno al punto de partida del análisis.

De acuerdo con el testimonio de quienes se han comprometido en esta vía, el progreso de la experiencia analítica había consistido en poner en primer plano las relaciones del sujeto con su entorno.

Este énfasis en el entorno constituye una reducción de lo que aporta toda la experiencia analítica. Es un retorno a la posición claramente objetivante que pone en primer plano la existencia de determinado individuo en su relación más o menos adecuada, más o menos adaptada, con su entorno…

Tras insistir en que si de algo se trata en el progreso del análisis es de las relaciones del sujeto con su entorno, nos informan accesoriamente que esto es particularmente significativo en la observación de Juanito, con esos padres que, según dicen, parecen no tener personalidad propia. No estamos obligados a suscribir esta opinión.

Lo importante es lo que sigue —Era antes de la guerra de 1914, en una época en que la sociedad occidental, segura de ella misma, no se planteaba preguntas sobre su propia perennidad, por el contrario, después de l926 se destaca la angustia y la interacción del organismo con el entorno, las bases de la sociedad han sido conmovidas y la angustia de un mundo cambiante se vive día a día, los individuos se ven distintos. Es la época en que la física se busca a sí misma, relativismo, incertidumbres, probabilismo, parecen dejar al pensamiento objetivo sin su confianza en sí mismo.

Esta referencia a la física moderna como fundamento de un nuevo racionalismo no me parece que merezca ningún comentario. Lo importante es algo que, curiosamente, se confiesa de forma indirecta, que el psicoanálisis serla una especie de remedio social.

Esto es lo que destacan y presentan como característico del elemento impulsor de su progreso. Poco importa si tiene algún fundamento, porque a decir verdad estas cosas nos parecen de poca entidad —lo instructivo aquí es la gran ligereza con que se admiten estas cosas.

El primer artículo, que citaba hace un momento, formula resueltamente que, a fin de cuentas, la concepción general necesaria para la comprensión actual de la estructura de una personalidad viene dada por un punto de vista considerado como el más práctico y el más prosaico posible, el de las relaciones sociales del enfermo— expresión esta última subrayada por el autor.

He aquí en efecto una explicación del carácter un poquito pulverulento de los diferentes planteamientos nacidos en esta línea. Aun así, no ha de satisfacernos del todo, pues no me parece que haya ninguna disciplina cuyos objetos no estén sometidos a variaciones en el tiempo.

En cuanto a las relaciones del sujeto con el mundo, vemos que se afirma un paralelismo en todo momento entre el estado de maduración más o menos avanzado de las actividades instintivas y la estructura del yo en un sujeto dado. Por decirlo todo, a partir de cierto momento, se considera que la estructura del yo dobla el estado de maduración de las actividades instintivas en sus distintas etapas y que, a fin de cuentas, es su representante.

Puede que en sí mismos estos términos no les parezcan, a algunos de ustedes, muy criticables. No importa, no es esta la cuestión, y ya veremos hasta qué punto podemos o no aceptarlos. Pero su consecuencia es la instauración en el propio centro del análisis de algo que se presenta precisamente como una tipología a base de pregenitales y genitales.

Esta escrito —Los pregenitales son individuos con un Yo débil—, y en ellos la coherencia del Yo depende estrechamente de la persistencia de relaciones objetales con un objeto significativo.

Aquí, podemos empezar a plantear preguntas. De paso, tal vez veremos enseguida, si seguimos leyendo el mismo texto, a donde puede conducir la noción de este objeto significativo que no se explica.

La noción técnica que ello implica es que se destacan las relaciones pregenitales dentro de la relación analítica. La pérdida de estas relaciones, o de su objeto, sinónimos en este caso puesto que aquí el objeto existe sólo en función de sus relaciones con el sujeto, acarrea graves desórdenes de la actividad del Yo, tales como problemas de despersonalización, problemas psicóticos.

Aquí tenemos el punto donde se busca el test que mostrarla la profunda fragilidad de la relación del yo pregenital con su objeto. El sujeto se esfuerza por mantener sus relaciones de objeto a toda costa, recurriendo a toda suerte de componendas con este fin, cambio de objeto mediante desplazamiento, o simbolización, que le permitirá, mediante la elección de un objeto simbólico cargado arbitrariamente de los mismos valores afectivos que el objeto inicial, no verse privado de relaciones objetales. Usar aquí el término de «Yo auxiliar» está plenamente justificado.

Los genitales, por el contrario, poseen un Yo que no trace depender su fuerza y el ejercicio de sus funciones de la posesión de un objeto significativo.  Mientras que para los primeros la pérdida de una persona importante subjetivamente hablando, por tomar el ejemplo más simple, ponía en peligro su individualidad, para ellos esta pérdida, por dolorosa que sea, no perturba en nada la solidez de su personalidad. No son dependientes de una relación objetal. Esto no quiere decir que puedan prescindir fácilmente de toda relación objetal, algo prácticamente irrealizable por otra parte, tan múltiples y variadas son las relaciones objetales, sino tan sólo que su unidad no está a merced de la pérdida de un contacto con un objeto significativo. Esto es lo que les diferencia radicalmente de los anteriores desde el punto de vista de la relación entre el Yo y la relación de objeto.

Más adelante —[…] en toda neurosis, la evolución normal parece haberse visto dificultada por la imposibilidad en la que se halla el sujeto de resolver el último de los conflictos estructurantes de la infancia, aquel cuya liquidación perfecta, si puede decirse así, culmina en esa adaptación tan feliz al mundo llamada la relación de objeto genital, que da a cualquier observador la sensación de una personalidad armónica, y en el análisis, la percepción inmediata de una especie de limpidez cristalina del espíritu, lo que es, lo repito, más un [»mito que una realidad” … ]

Limpidez cristalina. Vemos hasta donde puede llevarle a este autor la idea de perfección de la relación objetal.

Mientras que las pulsiones en su forma pregenital presentan un carácter de necesidad de posesión incoercible, ilimitado, incondicional, que comporta un aspecto destructivo, en su forma genital son verdaderamente tiernas, amorosas, y si el sujeto no se muestra oblativo, es decir desinteresado, si sus objetos son tan profundamente narcisísticos como en el caso anterior, ahora es capaz de comprensión, de adaptación a la situación del otra Por otra parte, la estructura íntima de sus relaciones objetales muestra que la participación del objeto en su propio placer es indispensable para su felicidad como sujeto La conveniencia, los deseos, las necesidades del objeto, son tomados en consideración en gran medida.

Con esto baste para plantear un problema muy grave que, en efecto, no podemos dejar de plantear —¿qué significa el desenlace de una infancia, o de una adolescencia, o de una madurez normales?

Hay una distinción esencial que se debe hacer, sugerida tanto por la noción de objetividad como por la experiencia más elemental. No podemos de ninguna forma confundir la noción a la que se apunta más o menos implícitamente en estos textos, …  con el establecimiento de la realidad y todos los problemas de adaptación que esta plantea … Esta confusión está articulada, de tal forma que la objetividad se presenta en determinado texto como característica de la relación con el otro en su forma culminante.

Hay, por el contrario, sin lugar a dudas, una distancia entre lo que implica determinada construcción del mundo, considerada como más o menos satisfactoria en una época dada, y el establecimiento de la relación con el otro en su registro afectivo, incluso sentimental, incluyendo la toma en consideración de las necesidades, la felicidad, el placer del otro. La constitución de este otro en sí, es decir, como hablante, es decir, como sujeto que es, nos lleva indudablemente mucho más lejos.

Tendremos que volver a referirnos a estos textos, obra de auténticos cagadores de perlas. Pero no baste con citarlos, aun formulando las observaciones humorísticas que por sí mismos sugieren. Antes es preciso hacer el progreso que se impone.

Esta concepción extraordinariamente primaria de la noción analítica de evolución instintual está muy lejos de ser admitida universalmente.

Textos como los de Glover, por ejemplo, nos harían volver a una exploración muy distinta de las relaciones de objeto, expresamente mencionadas y definidas. Si frecuentan estos textos, verán ustedes que la función del objeto, cuyas etapas caracterizan a las distintas épocas del desarrollo individual, es concebida de forma muy distinta.

El análisis insiste en introducir una noción funcional del objeto de una naturaleza muy distinta que la de un puro y simple correlato del sujeto. No se trata de una pura y simple acomodación del objeto con determinada demanda del sujeto.

El objeto tiene aquí un papel muy distinto, se sitúa, por decirlo así, sobre un fondo de angustia. El objeto es un instrumento destinado a enmascarar, a modo de una protección, el fondo fundamental de angustia que caracteriza a la relación del sujeto con el mundo en las distintas etapas de su desarrollo. Así, en cada etapa, el sujeto debe ser caracterizado.

Esta entrada fue publicada en Seminario 4 y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario