La pregunta histérica (II): “¿Qué es una mujer? Clase 13 Seminario 3 Jacques Lacan

Dora y el órgano femenino. La disimetría significante. Lo simbólico y la procreación. Freud y el significante.

¿Cuál es el sentido… sobre la formación del analista?

Que lo esencial consiste en distinguir cuidadosamente el simbolismo propiamente dicho, o sea el simbolismo en tanto estructurado en el lenguaje, en el cual nos entendemos aquí, y el simbolismo natural.

la práctica fascina la atención de los analistas sobre las formas imaginarias, tan seductoras, sobre la significación imaginaria del mundo subjetivo, cuando el asunto está en saber—esto es lo que interesó a Freud— qué organiza ese mundo y permite desplazarlo.

La teoría del ego actualmente promovida en los círculos neoyorquinos cambia por completo la perspectiva desde donde deben abordarse los fenómenos analíticos y participa de la misma obliteración. En efecto, esta culmina en la colocación en primer plano de la relación yo a yo. La simple inspección de los artículos de Freud entre 1922 y1924 muestra que el yo nada tiene que ver con el uso analítico que dé él se hace actualmente.

Si lo que llaman el reforzamiento del yo existe, no puede ser otra cosa que la acentuación de la relación fantasmática siempre correlativa del yo, y más especialmente en el neurótico de estructura típica.

¿Cuál es el sentido de lo que introdujo Freud con su nueva tópica cuando acentuó el carácter imaginario de la función del yo? Precisamente la estructura de la neurosis.

Freud coloca al yo en relación con el carácter fantasmático del objeto. Cuando escribe que el yo tiene el privilegio del ejercicio de la prueba de la realidad, que es yo quien da fe de la realidad para el sujeto, el contexto está fuera de dudas, el yo está ahí como un espejismo, lo que Freud llamó el ideal del yo. Su función no es de objetividad, sino de ilusión, es fundamentalmente narcisista, y el sujeto da acento de realidad a cualquier cosa a partir de ella.

El yo en su estructuración imaginaria es como uno de sus elementos para el sujeto. Así como Aristóteles formulaba que no hay que decir ni el hombre piensa, ni el alma piensa, sino el hombre piensa con su alma, diríamos que el neurótico hace su pregunta neurótica, su pregunta secreta y amordazada, con su yo.

La tópica freudiana del yo muestra cómo una o un histérico, cómo un obsesivo, usa de su yo para hacer la pregunta, … La estructura de una neurosis es esencialmente una pregunta, y por eso mismo fue para nosotros durante largo tiempo una pura y simple pregunta. El neurótico está en una posición de (semejante con nosotros), es la pregunta que nos hacemos, y es justamente porque ella nos involucra tanto como a él, que nos repugna fuertemente formularla con mayor precisión.

Lo ilustra la manera en que desde siempre les hablo de la histeria, a la que Freud da el esclarecimiento más eminente en el caso de Dora.

la pregunta histérica. ¿Qué es la mujer?

Caso de Dora.

¿Quién es Dora? Alguien capturado en un estado sintomático muy claro, con la salvedad de que Freud, según su propia confesión, se equivoca respecto al objeto de deseo de Dora, en la medida en que él mismo está demasiado centrado en la cuestión del objeto, es decir en que no hace intervenir la intrínseca duplicidad subjetiva implicada. Se pregunta qué desea Dora, antes de preguntarse quién desea en Dora.

Freud termina percatándose de que, en ese ballet de a cuatro —Dora, su padre, el señor y la señora K.—es la señora K. el objeto que verdaderamente interesa a Dora, mientras que ella misma está identificada al señor K.

La cuestión de saber dónde está el yo de Dora está así resuelta: el yo de Dora es el señor K. La función que cumple en el esquema del estadio del espejo la imagen especular, en la que el sujeto ubica su sentido para reconocerse, donde por vez primera sitúa su yo, ese punto externo de identificación imaginaria, Dora lo coloca en el señor K. Mientras En tanto ella es el señor K. todos sus síntomas cobran su sentido definitivo.

La identificación de Dora con el señor K. es lo que sostiene esta situación hasta el momento de la descompensación neurótica. Si se queja de esa situación, eso también forma parte de la situación, ya que se queja mientras que está identificada al señor K.

¿Qué dice Dora mediante su neurosis? ¿Qué dice la histérica-mujer? Su pregunta es la siguiente: ¿qué es ser una mujer?

Por ahí nos adentramos más aún en la dialéctica de lo imaginario y lo simbólico en el complejo de Edipo.

En efecto, la captación freudiana de los fenómenos se caracteriza porque muestra siempre los planos de estructura del síntoma a pesar del entusiasmo de los psicoanalistas por los fenómenos imaginarios removidos en la experiencia analítica.

Freud indicó muchos rasgos comunes. Nunca dejó de insistir, sin embargo, en la diferencia fundamental del Edipo en ambos sexos.

¿A qué se debe esa diferencia? A la relación de amor primaria con la madre, me dirán, pero Freud estaba aún lejos de haber llegado a eso en la época en que comenzaba a ordenar los hechos que constataba en la experiencia. Evoca, entre otros, el elemento anatómico, que hace que para la mujer los dos sexos sean idénticos. ¿Pero es ésta sin más la razón de la diferencia?

Los estudios de detalle que Freud hace sobre este tema son muy densos. Nombraré algunos: “Consideraciones acerca de la diferencia anatómica entre los sexos, El declinar del complejo de Edipo, La sexualidad femenina.”

¿Qué hacen surgir? Tan sólo que la razón de la diferencia se sitúa esencialmente a nivel simbólico, que se debe al significante.

Hablando estrictamente diremos, no hay, simbolización del sexo de la mujer en su esencia.

En todos los casos, la simbolización no es la misma, no tiene la misma fuente, el mismo modo de acceso que la simbolización del sexo del hombre. Y esto, porque lo imaginario sólo proporciona una ausencia donde en otro lado hay un símbolo muy prevalente.

Es la prevalencia (predominancia) de la Gestalt fálica la que, en la realización del complejo edípico, fuerza a la mujer a tomar el rodeo de la identificación al padre, y a seguir por esta razón durante un tiempo los mismos caminos que el varón.

El acceso de la mujer al complejo edípico, su identificación imaginaria, se hace pasando por el padre, exactamente al igual que el varón, debido a la dominancia de la forma imaginaria del falo, pero mientras que a su vez ésta está tomada como el elemento simbólico central del Edipo.

Igualmente, para la hembra como para el varón el complejo de castración adquiere un valor-pivote en la realización del Edipo, es muy precisamente en función del padre, porque el falo es un símbolo que no tiene correspondiente ni equivalente.

Lo que está en juego es una diferencia en el significante. Esta diferencia significante determina las vías por donde pasará el complejo de Edipo. Ambas vías llevan por el mismo sendero: el sendero de la castración.

La experiencia del Edipo testimonia la predominancia del significante en las vías acceso de la realización subjetiva, (la asunción por la niña, de su situación, sería impensable en el plano imaginario).

Están allí presentes todos los elementos para que la niña tenga de la posición femenina una experiencia que sea directa, y simétrica de la realización de la posición masculina.

La experiencia muestra, empero, una diferencia llamativa: uno de los sexos necesita tomar como base de identificación la imagen del otro sexo.

Que las cosas sean así no puede considerarse como una mera extravagancia de la naturaleza. El hecho sólo puede interpretarse en la perspectiva en que el ordenamiento simbólico todo lo regula.

Donde no hay material simbólico, hay obstáculo, defecto para la realización de la identificación esencial para la realización de la sexualidad del sujeto. Este defecto proviene de hecho de que, en un punto, lo simbólico carece de material, pues necesita uno.

El sexo femenino tiene un carácter de ausencia, de vacío, de agujero, que hace que se presente como menos deseable que el sexo masculino en lo que éste tiene de provocador, y que una disimetría esencial aparezca.

Los seres de lenguaje no son seres organizados, pero que sean seres, que impriman sus formas en el hombre, es indudable.

Consideremos las paradojas resultantes de determinados entrecruzamientos funcionales entre los dos planos de lo simbólico y lo imaginario.

Parecería, por una parte, que lo simbólico es lo que nos brinda todo el sistema del mundo. Porque el hombre tiene palabras conoce cosas. El número de cosas que conoce corresponde al número de cosas que puede nombrar. No hay dudas al respecto.

Por otra parte, tampoco hay dudas acerca de que la relación imaginaria está ligada a la etología, a la psicología animal. La relación sexual implica la captura por la imagen del otro. En otras palabras, uno de los dominios se presenta abierto a la neutralidad del orden del conocimiento humano, el otro parece ser el dominio mismo de la erotización del objeto. Esto es lo que se manifiesta en un primer abordaje.

Ahora bien, la realización de la posición sexual en el ser humano está vinculada, nos dice Freud—y nos dice la experiencia—, a la prueba del destino de una relación fundamentalmente simbolizada, la del Edipo, que entraña una posición que aliena (aleja o sustrae) al sujeto, vale decir que le hace desear el objeto de otro, y poseerlo por procuración de otro.

Nos encontramos entonces ahí ante una posición estructurada en la duplicidad misma del significante y el significado.

La función del hombre y la mujer esta simbolizada, mientras es literalmente arrancada al dominio de lo imaginario para ser situada en el dominio de lo simbólico, es que se realiza toda posición sexual normal, acabada.

La realización genital está sometida, como a una exigencia esencial, a la simbolización: que el hombre se virilice, que la mujer acepte verdaderamente su función femenina.

Inversamente, cosa contradictoria, la relación de identificación a partir de la cual el objeto se realiza como objeto de rivalidad está situada en el orden imaginario. Un objeto se aísla, se neutraliza, y se erotiza particularmente en calidad de tal.

Esto hace entrar en el campo del deseo humano infinitamente más objetos materiales que los que entran en la experiencia animal.

En ese entrecruzamiento de lo imaginario y lo simbólico, yace la fuente de la función esencial que desempeña el yo en la estructuración de las neurosis.

Cuando Dora se pregunta ¿Qué es una mujer? intenta simbolizar el órgano femenino en esencia. Su identificación al hombre, portador del pene, le es en esta ocasión un medio de aproximarse a esa definición que se le escapa. El pene le sirve literalmente de instrumento imaginario para aprehender lo que no logra simbolizar.

Hay muchas más histéricas que histéricos—es un hecho de experiencia clínica porque el camino de la realización simbolice de la mujer es más complicado.

Volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son dos cosas esencialmente diferentes. Diría aún más, se pregunta porque no se llega a serlo y, hasta cierto punto, preguntarse es lo contrario de llegar a serlo. La metafísica de su posición es el rodeo impuesto a la realización subjetiva en la mujer.

Indudablemente, la situación es mucho más compleja en la histeria masculina. Mientras la realización edípica está mejor estructurada en el hombre, la pregunta histérica tiene menos oportunidades de formularse. Pero si se formula ¿cuál es?… el histérico y la histérica se hacen la misma pregunta. La pregunta del histérico también atañe a la posición femenina: ¿qué es la mujer?

La anatomía de los histéricos… siempre se trata de una anatomía imaginaria.

Podemos precisar ahora, ¿cuál es  el factor común a la posición femenina  -que es la mujer- y a la pregunta masculina en la histeria, la que es también la misma? El factor que se sitúa sin a nivel simbólico, pero sin quizá reducirse totalmente a él. Se trata de la pregunta de la procreación -¿Cómo se crean los niños-. La paternidad al igual que la maternidad tiene una esencia problemática; son términos que no se sitúan pura y simplemente a nivel de la experiencia.

Por otra parte, la observación de la “couvade” del francés: “couver”, que significa “incubar” y que designa a un conjunto de síntomas involuntarios asociados a la gestación; los padres primerizos durante la gestación del bebe sienten ellos mismo que están embarazados. Su significado, plantea una pregunta relacionada con la función del padre y su aporte a la creación del nuevo individuo. La “couvade” se coloca a nivel de una pregunta que incumbe a la procreación masculina.

En la misma dirección, tal vez no les parezca forzad la elaboración siguiente.

Lo simbólico da una forma en la que se inserta el sujeto a nivel de su ser.

El ser se reconoce como siendo esto o lo otro a partir del significante. La cadena de los significantes tiene un valor explicativo fundamental, y la noción misma de causalidad no es otra cosa.

Lo que escapa a trama simbólica.

Existe de todos modos una cosa que escapa a la trama simbólica, la procreación en su raíz esencial: que un ser nazca de otro.

La procreación está cubierta, en el orden de lo simbólico, por el orden instaurado de esa sucesión entre los seres. Pero nada explica en lo simbólico el hecho de su individuación, el hecho de que un ser sale de un ser.

Todo el simbolismo está allí para afirmar que la criatura no engendra a la criatura,… Nada explica en lo simbólico la creación.

Nada explica tampoco que sea necesario que unos seres mueran para que otros nazcan…  La cuestión de saber que liga dos seres en la aparición de la vida sólo se plantea para el sujeto a partir del momento en que está en lo simbólico, realizado como hombre o como mujer.

Estas son las mismas preguntas que Freud plantea en el trasfondo de Más allá del principio del placer. Así como la vida se reproduce, ella se ve obligada a repetir el mismo ciclo, para alcanzar el objetivo común de la muerte. Para Freud este es el reflejo de su experiencia.

Cada neurosis reproduce un ciclo particular en la disposición del significante. Sobre el fondo de la pregunta que el significante plantea: cuál es la relación del hombre con el significante, que en calidad de tal, -de significante- .

Si me intereso  especialmente por la pregunta planteada en la histeria, es precisamente porque se trata de saber en qué ella se diferencia del mecanismo de la psicosis, principalmente la del presidente Schreber, en quien la pregunta de la procreación también se dibuja, y muy especialmente la de la procreación femenina.

Mi trabajo es comprender que hizo Freud.

Mi trabajo es comprender que hizo Freud. En consecuencia, interpretar incluso lo implícito en Freud, es legítimo a mi modo de ver. Quiero decirles que si les ruego remitirse a lo que algunos textos han articulado poderosamente, no es para retroceder ante mis responsabilidades.

Vayamos a esos años, alrededor de 1896, en los que el propio Freud nos dice que montó su doctrina; necesitó mucho tiempo para soltar lo que tenía que decir. Freud señala claramente el tiempo de latencia, que es siempre de tres o cuatro años, que hubo entre el momento en que compuso sus principales obras y el momento en que las publicó. La Traumdeutung fue escrita tres o cuatro años antes de su publicación. Ocurre lo mismo con la Psicopatología de la vida cotidiana y el caso Dora.

Comprobamos que la doble estructuración que es la del significante y el significado no aparece retroactivamente. A partir, por ejemplo, de la carta 46, Freud nos dice que comenzó a ver surgir en su experiencia, y a poder construir las etapas del desarrollo del sujeto, así como a relacionarlas con la existencia del inconsciente y sus mecanismos.

Es impactante verlo emplear el término Ubersetzung para designar tal o cual etapa de las experiencias del sujeto mientras se traduce o no. Se traduce, ¿qué quiere decir esto? Se trata de lo que ocurre en niveles definidos por las edades del sujeto: de uno a cuatro años, luego de cuatro a ocho años, luego el período prepubertal, y por fin el período de madurez.

Es interesante destacar el énfasis que Freud da al significante.

La Bedeutung –significación- no puede ser traducida como especificando al significante en relación al significado.

De igual modo, en la carta 52, ya destaqué una vez que Freud decía lo siguiente: Trabajo con la suposición de que nuestro mecanismo psíquico nació siguiendo una disposición en capas, mediante un ordenamiento en el cual cada tanto, el material que se tiene a mano sufre una reorganización según nuevas relaciones y un trastocamiento en la inscripción, una reinscripción.

Lo esencialmente nuevo en la teoría, es la afirmación de que la memoria no es simple, que es plural, múltiple, registrada bajo diversas formas. Les hago notar el parentesco de lo allí dicho con el esquema que comenté el otro día. Freud subraya que esas diferentes etapas se caracterizan por la pluralidad de las inscripciones mnésicas.

Primero está la Wahrnehmung, la percepción. Es una posición primera, primordial, que permanece hipotética, puesto que de algún modo no sale a la luz en el sujeto.
Segundo esta la Bewnsstsein, la conciencia.

Conciencia y memoria en esencia se excluyen. Acerca de este punto Freud jamás varió. Siempre le pareció que la memoria pura, mientras inscripción, y adquisición por el sujeto de una nueva posibilidad de reacción, debía permanecer completamente inmanente al mecanismo, y no hacer intervenir captación alguna del sujeto por sí mismo.

La etapa Wabrnehmung, la percepción  está ahí para indicar que hay que suponer algo simple en el origen de la memoria, concebida como formada por una pluralidad de registros. El primer registro de las percepciones, también inaccesible a la conciencia, está ordenado por asociaciones de simultaneidad. Tenemos ahí la exigencia original de una instauración primitiva de la simultaneidad.

El nacimiento del significante es la simultaneidad, y también su existencia es una coexistencia sincronice.

La Bewnsstsein, la conciencia  es del orden de los recuerdos conceptuales. La noción de relación causal aparece ahí en cuanto tal por vez primera. Es el momento en que el significante, una vez constituido, se ordena secundariamente respecto a algo distinto que es la aparición del significado.

Sólo después interviene la Vorbewasstsein, la pre-conciencia tercer modo de reordenamiento. A partir de este preconsciente se harán conscientes las investiciones, de acuerdo a ciertas reglas precisas.

Esta segunda conciencia del pensamiento está ligada probablemente a la experiencia alucinatoria de las representaciones verbales, a la emisión de palabras. El ejemplo más radical es la alucinación verbal, vinculada al mecanismo paranoico por el cual hacemos audibles las representaciones de palabras. La aparición de la conciencia está ligada a esto; si no seguiría sin lazo alguno con la memoria.

En todo lo que sigue, Freud manifiesta que el fenómeno de la Verdrängung, la represión consiste en la caída de algo que es del orden de la expresión significante, en el momento del pase de una etapa de desarrollo a otra.

El significante registrado en una de esas etapas no pasa a la siguiente, con el modo de reclasificación retroactiva que necesita toda nueva fase de organización significante-significación en la que entra el sujeto.

A partir de esto hay que explicar la existencia de lo reprimido. La noción de inscripción en un significante que domina el registro, es esencial para la teoría de la memoria, mientras ella está en la base de la primera investigación por Freud del fenómeno del inconsciente.

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