Del sin-sentido y de la estructura de Dios. Clase 9. Seminario 3. Jacques Lacan

A propósito de una expresión empleada por Schreber, para decir las voces le señalan que les falta algo, yo les hacía notar que tales expresiones no existen porque sí, que nacen en el curso de la historia de la lengua, y en un nivel de creación suficientemente elevado como para que sea precisamente en un círculo interesado en las cuestiones del lenguaje.

Estas expresiones parecen ser la consecuencia natural de determinado ordenamiento del significante, pero se puede certificar históricamente su aparición en un momento preciso.

Decía pues que le mot me manque (me falta la palabra), expresión que parece tan natural, aparece en el Saumaize con la indicación de que nació en “las conversaciones de las preciosas.” … Estos giros, que les parecen de lo más naturales, y que se han vuelto usuales, están registrados en el Saumaize, y también en la Retórica de Berry, que es de 1663, como creados en el círculo de las preciosas.

Esto les muestra cómo no hay que hacerse ilusiones con la idea de que el lenguaje está moldeado por una aprehensión simple y directa de lo real. Todos suponen una larga elaboración, implicaciones, reducciónes de lo real, lo que podríamos llamar un progreso metafísico. Que las personas actúen de determinada manera con ciertos significantes, entraña todo tipo de presupuestos. “Me falta la palabra”, por ejemplo, supone, primero, que la palabra tiene que estar.

Continuación del comentario de Las Memorias.

Del Sin sentido y la estructura de Dios.

Retomaremos hoy nuestro comentario siguiendo tos principios metódicos que hemos postulado. Para avanzar un poquito en el delirio del presidente Schreber, procederemos a tomar el documento. Es, por cierto, lo único que tenemos.

Señalé que Schreber había redactado el documento en una época en que su psicosis, estaba lo bastante avanzada como para que pudiese formular su delirio. A raíz de esto, admito ciertas reservas, legítimas, puesto que se nos escapa algo que podemos suponer más primitivo, anterior, originario: la vivencia, la famosa vivencia, inefable e incomunicable de la psicosis en su período primario o fecundo.

Cada quien es libre de dejarse hipnotizar por eso, y de pensar que perdemos lo mejor. Deplorar que se pierde lo mejor suele ser una manera de evitar lo que se tiene a mano, y que quizá valdría la pena considerar.

¿Por qué un estado terminal sería menos instructivo que un estado inicial? No es seguro que el estado terminal signifique una minusvalía, a partir del momento en que postulamos el principio que, en materia de inconsciente, la relación del sujeto con lo simbólico es fundamental.

Este principio exige que abandonemos la idea, implícita en muchos sistemas, de que lo puesto en palabras por el sujeto es una elaboración impropia y siempre distorsionada, de una vivencia que sería una realidad irreductible.

Es efectivamente la hipótesis sobre la cual descansa La Conciencia Mórbida de Blondel, buen punto de referencia al que a veces recurro con ustedes. Según Blondel, la vivencia del delirante tiene algo tan original e irreductible que, cuando el la expresa, lo que nos ofrece sólo puede engañarnos. Sólo queda renunciar a penetrar esa vivencia impenetrable.

La misma suposición psicológica, implícita en lo que cabe llamar el pensamiento de nuestro tiempo, marca el empleo usual y abusivo de la palabra intelectualización. Para todo un tipo de intelectuales modernos, existe algo irreductible que la inteligencia está destinada, por definición, a no alcanzar. Bergson hizo mucho para establecer este peligroso prejuicio.

Una de dos:
o bien el delirio no pertenece en grado alguno a nuestro dominio, el del análisis, nada tiene que ver con el inconsciente;
o bien depende del inconsciente tal como nosotros—es un trabajo que hemos hecho juntos—hemos creído poder elaborarlo en el curso de estos últimos años.

En su fondo, el inconsciente está estructurado, tramado encadenado, tejido de lenguaje. Y el significante no sólo desempeña en él un papel tan importante como el significado, sino que desempeña el papel fundamental. En efecto, lo que caracteriza al lenguaje, es el sistema del significante en cuanto tal.

El significado no son las cosas en bruto, dadas de antemano en un orden abierto a la significación. La significación es el discurso humano mientras remite siempre a otra significación.

En efecto, se aprecia claramente que, en sentido diacrónico (evolutivo), con el tiempo, se producen deslizamientos, y que en cada momento el sistema en evolución de las significaciones humanas se desplaza, y modifica el contenido de los significantes, que adquieren empleos diferentes… Bajo los mismos significantes, se producen, con el correr de los años, deslizamientos de significación como esos que prueban que no puede establecerse una correspondencia bi-unívoca entre ambos sistemas.

El sistema del significante, una lengua, condiciona el inconsciente.

Un sistema del significante, una lengua, tiene ciertas particularidades que especifican las sílabas, los empleos de las palabras, las locuciones en que se agrupan, y ello condiciona, hasta en su trama más original, lo que sucede en el inconsciente.

Si el inconsciente es tal como Freud lo describió, un (juego de palabras) puede en sí mismo ser la clavija que sostiene un síntoma, juego de palabras que no existe en una lengua vecina. Esto no quiere decir que el síntoma esté fundado siempre en un juego de palabras, pero siempre está fundado en la existencia del significante en cuanto tal, en una relación compleja de totalidad a totalidad, o más exactamente de sistema entero a sistema entero, de universo de significante a universo de significante.

Hasta tal punto es esta la doctrina de Freud, que no puede darse otro sentido a su término de sobredeterminación, y a la necesidad que el postula de que, para que haya síntoma, es necesario que haya al menos duplicidad, al menos dos conflictos en causa, uno actual y otro antiguo.

Sin la duplicidad fundamental del significante y el significado, no hay determinismo psicoanalítico concebible. El material vinculado al antiguo conflicto es conservado en el inconsciente a título de significante en potencia, de significante virtual, para poder quedar capturado en el sentido del conflicto actual y servirle de lenguaje, es decir de síntoma.

En consecuencia, cuando abordamos los delirios con la idea de que pueden ser comprendidos en el registro psicoanalítico, en el orden del descubrimiento freudiano, y según el modo de pensamiento que éste permite en lo concerniente al síntoma, ven claramente que no hay razón alguna para rechazar, como producto de un compromiso puramente verbal, como una fabricación secundaria del estado terminal, la explicación que Schreber da de su sistema del mundo, aún si el testimonio que nos entrega no siempre está, sin duda, más allá de toda crítica.

Sabemos bien que el paranoico, a medida que avanza, vuelve a pensar retroactivamente su pasado, y encuentra hasta en años muy lejanos el origen de las persecuciones de las que fue objeto.

A veces, situar un acontecimiento le cuesta muchísimo trabajo, y percibimos claramente su tendencia a proyectarlo, por un juego de espejos, hacia un pasado que también se vuelve bastante indeterminado, un pasado de eterno retorno, como dice Schreber.

Pero esto no es lo esencial. Un escrito tan extenso como el del presidente Schreber, conserva todo su valor a partir del momento en que suponemos una solidaridad continua y profunda de los elementos significantes, desde el inicio hasta el final del delirio. En una palabra, el ordenamiento final del delirio permite captar los elementos primarios que estaban en juego; en todo caso, podemos legítimamente buscarlos.

Por ello, el análisis del delirio nos depara la relación fundamental del sujeto con el registro en que se organizan y despliegan todas las manifestaciones del inconsciente. Quizás, incluso, nos dará cuenta, si no del mecanismo último de la psicosis, al menos de la relación subjetiva con el orden simbólico que entraña.

Quizá podremos palpar cómo, en el curso de la evolución de la psicosis, el sujeto se sitúa en relación al conjunto del orden simbólico, orden original, medio distinto del medio real y de la dimensión imaginaria, con el cual el hombre siempre tiene que vérselas, y que es constitutivo de la realidad humana.

So pretexto de que el sujeto es un delirante, no debemos partir de la idea de que su sistema es discordante. Es sin duda inaplicable, lo cual es uno de los signos distintivos de un delirio. En lo que se comunica en el seno de la sociedad, es absurdo, como se dice, e incluso harto embarazoso.

La primera reacción del psiquiatra ante un sujeto que empieza a contarle disparates, es de molestia. Escuchar a un señor proferir afirmaciones a la vez perentorias y contrarias a lo que se suele admitir como orden normal de la causalidad, es algo que lo perturba, y su principal preocupación en el interrogatorio es que las clavijas encajen en los agujeritos, como decía Péguy en sus últimos escritos, refiriéndose a la experiencia que el asumía, y a esas personas que quieren, en el momento en que se declara la gran catástrofe, que las cosas conserven las mismas relaciones que antes. Proceda con orden, señor, dicen al enfermo, y los capítulos ya están escritos.

Al igual que todo discurso, un delirio ha de ser juzgado en primer lugar como un campo de significación que ha organizado cierto significante, de modo que la primera regla de un buen interrogatorio, y de una buena investigación de la psicosis, podría ser la de dejar hablar el mayor tiempo posible.

Luego, uno se hace una idea. No digo que en la observación siempre suceda así, y, en general, los clínicos han sabido abordar las cosas bastante bien. Pero la noción de fenómeno elemental, las distinciones de las alucinaciones, los trastornos de la percepción, de la atención, de los diversos niveles en el orden de las facultades, han contribuido sin duda alguna a oscurecer nuestra relación con los delirantes.

En cuanto a Schreber, lo dejaron hablar, por la sencilla razón de que no le decían nada, y tuvo todo el tiempo del mundo para escribir su gran libro.

Vimos ya la vez pasada que Schreber introduce distinciones en el concierto de las voces, como productos de esas diferentes entidades que llama los reinos de Dios.

Esta pluralidad de agentes del discurso plantea por sí sola un grave problema, porque no es concebida por el sujeto como una autonomía. Hay cosas de gran belleza en este texto cuando habla de las voces, y hace ver su relación con el fondo divino, de donde no deberíamos pasar a decir que emanan, porque entonces empezaríamos nosotros a hacer una construcción. Hay que seguir el lenguaje del sujeto, y el no habló de emanación.

En el pasaje que leí, el sujeto insiste en que el ruido que hace el discurso es tan moderado que lo llama cuchicheo. Pero ese discurso está ahí todo el tiempo, sin discontinuidad. El sujeto puede taparlo, así se expresa, mediante sus actividades y sus propias palabras, pero siempre está listo para volver a adquirir la misma sonoridad.

Vemos surgir así a ese discurso latente siempre dispuesto a sonar, y que interviene en su propio plano, en otra clave que la música de la conducta total del sujeto.

Este discurso se presenta al sujeto Schreber, en la etapa de la enfermedad de la que habla, con un carácter dominante de Unsinn (Sin sentido).

Pero ese Unsinn no es para nada simple. El sujeto que escribe y nos hace sus confidentes se pinta como padeciendo ese discurso, pero el sujeto que habla (están relacionados de alguna manera, si no, no lo estaríamos calificando de loco)  dice cosas muy claras, esta que ya cité: Aller Unsinn hebt sich auf!; ¡Todo sin-sentido se anula, se eleva, se transpone! El presidente Schreber dice escuchar esto, en el registro de la alocución que le dirige su interlocutor permanente.

Ese Aufheben es un término muy rico, es el signo de una implicación, de una búsqueda, de un recurso propio del Unsinn (Sin sentido), que como dice Kant en su análisis de los valores negativos, dista mucho de ser una pura y simple ausencia, una privación de sentido. Es un Unsinn (Sin sentido) muy positivo, organizado, son contradicciones que se articulan, y por supuesto, en él está presente todo el sentido del delirio de nuestro sujeto, que vuelve tan apasionante a su novela… La negación no es en este caso una privación, y vamos a ver con respecto a que tiene validez.

¿Cuál es la articulación, en este discurso, del sujeto que habla en las voces y del sujeto que relata esas cosas como significantes? Es sumamente complejo.

La última vez empecé a esbozar esta demostración insistiendo en el carácter significativo de la suspensión de sentido, que se produce por el hecho de que las voces no terminan sus frases.

Hay allí un procedimiento particular de evocación de la significación, que nos ofrece sin duda la posibilidad de concebirla como una estructura,… (Un caso anterior) ya habíamos podido vislumbrar en ese caso una estructura muy cercana al esquema que damos de las relaciones entre el sujeto que habla concretamente, que sostiene el discurso, y el sujeto inconsciente, que está ahí, literalmente, en ese discurso alucinatorio….  Está ahí, señalado, no podemos decir que en un más allá, puesto que precisamente en el delirio falta el otro, pero en un más acá, una especie de más allá interior.

Proseguir esta demostración no sería imposible. Pero tal vez sería introducir demasiado rápido, si queremos proceder con todo rigor, esquemas que podrían parecer preconcebidos en relación a los datos. En el contenido del delirio, sobran datos de más fácil acceso, que nos permiten proceder de otro modo, y tomarnos nuestro tiempo.

La diferencia con el alienado.

¿Acaso no sabemos nosotros, los psicoanalistas, que el sujeto normal es en lo esencial alguien que se pone en posición de no tomar en serio la mayor parte de su discurso interior? Observen bien en los sujetos normales, y por ende en ustedes mismos, la cantidad de cosas que se dedican fundamentalmente a no tomar en serio. Es tal vez, sencillamente, la primera diferencia entre ustedes y el alienado. Por eso en gran medida, el alienado encarna, sin pensarlo siquiera, aquello en lo cual iríamos a parar si empezáramos a tomar las cosas en serio.

Tomemos pues en serio, sin demasiado temor, a nuestro sujeto, nuestro presidente Schreber y, como no podemos discernir de una vez ni el objetivo, ni las articulaciones, ni los fines de ese singular Unsinn (Sin sentido), intentemos abordar mediante ciertas preguntas lo que vislumbramos, y veamos dónde disponemos de brújula.

Primero, ¿hay un interlocutor?

Si, hay uno, que en el fondo es único… Precisamente, veremos que el delirio de Schreber, a su manera, es un modo de relación del sujeto con el conjunto del lenguaje.

Lo que Schreber expresa nos muestra la unidad que el percibe en quien sostiene ese discurso permanente ante el cual se siente alienado, y al mismo tiempo una pluralidad en los modos y los agentes secundarios a quienes atribuye las diversas partes del discurso. Sin embargo, la unidad es efectivamente fundamental, ella domina, y él la llama Dios. Aquí estamos en terreno conocido. Para decir que es Dios, el hombre tendrá sus razones.

¿Por qué negarle el manejo adecuado de un vocablo cuya importancia universal conocemos, que es incluso para algunos una de las pruebas de su existencia? Bastante sabemos cuán difícil es, para la mayoría de nuestros contemporáneos, distinguir cuál es su contenido preciso, entonces, ¿por qué en el caso del delirante, en especial, nos tenemos que negar a dar crédito a lo que nos dice?

Lo notable es que Schreber es un discípulo de la Aufklärung (Iluminación), es incluso uno de sus últimos florones, pasó su infancia en una familia donde la religión no contaba, nos da la lista de sus lecturas: todo ello le sirve como prueba de la seriedad de lo que experimenta. Después de todo, no entra en discusiones para saber si se equivocó o no, dice: Es así.

Es un hecho del que he tenido las pruebas más directas, sólo puede ser Dios, si la palabra tiene algún sentido. Hasta entonces nunca había tomado en serio esa palabra, y a partir del momento en que experimenté estas cosas, hice la experiencia de Dios. La experiencia no es la garantía de Dios, Dios es la garantía de mi experiencia. Yo les hablo de Dios, tengo que haberlo sacado de algún lado, y como no lo saque del cúmulo de mis prejuicios de infancia, mi experiencia es verdadera. En este punto es muy fino. No sólo es, en suma, un buen testigo, sino que no comete abusos teológicos. Esta, además, bien informado, yo diría que es un buen psiquiatra clásico.

Análisis de la estructura de Dios de Screber.

Un comentario primero:

Encontré un texto del Padre Festugiere muy buen escritor, y excelente conocedor de la antigüedad griega, en este caso, de los dioses de Epicureo. Leí estas líneas muy bien escritas:

“Desde que existe la creencia en los dioses, existe el convencimiento de que ellos regulan los asuntos humanos, de que ambos aspectos de la fe son conexos (..) La fe nació de la observación mil veces repetida de que la mayoría de nuestros actos no alcanzan su objetivo, siempre queda necesariamente un margen entre nuestros designios mejor concebidos y su cumplimiento; permanecemos así en la incertidumbre, madre de la esperanza y del temor”

Su introducción está consagrada a la constancia de la creencia en los dioses, está algo sesgado por su tema, es decir, que el epicureísmo se construyó por entero en torno a la cuestión de la presencia de los dioses en los asuntos humanos, porque no puede dejar de asombrarnos la parcialidad de esta reducción de la hipótesis divina a la función providencial, es decir a la exigencia de que seamos recompensados por nuestras buenas intenciones: cuando son amables, les ocurren cosas buenas. Pero, en fin, es significativo.

Sobre todo, que no hay huella de ella en Schreber, cuyo delirio es en gran parte teológico, que tiene una pareja que es divina.

Ciertamente, la notación de una ausencia es menos decisiva que la notación de una presencia, y el hecho de que algo no este debe siempre, en el análisis de los fenómenos, estar sujeto a precauciones… Si contásemos con más precisiones sobre el delirio del presidente Schreber, quizá se podría contradecir esto. Ahora bien, la notación de una ausencia es extraordinariamente importante para la localización de una estructura

Entonces, señalo lo siguiente: válida o no teológicamente, no hay huella alguna en Schreber de la noción de providencia, de la Instancia que remunera, tan esencial al funcionamiento del inconsciente y que aflora en lo consciente En consecuencia, digamos, para ir rápido, que esta erotomanía divina ciertamente no debe inscribirse de inmediato en el registro del superyó.

Entonces, aquí tenemos a ese Dios. Ya sabemos que es el que habla todo el tiempo, el que no cesa de hablar para no decir nada. Hasta tal punto es esto cierto que Schreber consagra muchas páginas a examinar qué querrá decir ese Dios que habla para no decir nada, que, sin embargo, habla sin parar.

Esta función inoportuna no puede distinguirse ni por un instante del modo de presencia propio de Dios.

Pero las relaciones de Schreber con el de ningún modo se limitan a esto, y quisiera poner el énfasis ahora en la relación fundamental y ambigua en que esta Schreber respecto a su Dios, que se sitúa en la misma dimensión que la de su parloteo incesante.

De algún modo, esta relación está presente desde el origen, aún antes de que Dios se haya descubierto, en el momento en que el delirio tiene como sostenes a personajes del tipo Flechsig y en primer término al propio Flechsig, su primer terapeuta.

La expresión alemana que, siguiendo a Freud, voy a subrayar, expresa para el sujeto su modo de relación esencial con el interlocutor fundamental, … el asunto es el siguiente, lo más atroz es que lo van a dejar plantado.

La traducción de ese liegen lassen no es mala, pues tiene sonoridades sentimentales femeninas…. Es dejar yacer. A lo largo de todo el delirio schreberiano, la amenaza de ese dejar plantado retorna como un tema musical, …

Es imposible no tener la impresión de que la relación global del sujeto con el conjunto de los fenómenos de los que es presa consiste en esta relación esencialmente ambivalente: cualquiera sea el carácter doloroso, pesado, inoportuno, insoportable de esos fenómenos, el mantenimiento de su relación con ellos constituye una necesidad cuya ruptura le sería absolutamente intolerable.

Cuando ella se encarna, vale decir cada vez que pierde contacto con ese Dios—con quien está en relación en un doble plano, el de la audición y otro más misterioso, el de su presencia, (vinculado a lo que llama la beatitud de la pareja), … cada vez que se interrumpe la relación, que se produce el retiro de la presencia divina, estallan toda suerte de fenómenos internos de desgarramiento, de dolor, diversamente intolerables.

Este personaje con el que tiene que ver Schreber en una doble relación, dialogo y relación erótica, distintas y sin embargo nunca disyuntas, se caracteriza también por lo siguiente: nunca entiende nada de lo que es propiamente humano.

A diferencia del Dios que sondea los riñones y los corazones, el Dios de Schreber sólo conoce la superficie de las cosas, no ve más que lo que ve, y nada comprende de lo que es interior, pero como todo está inscrito en algún lado con lo que él llama el sistema de notación, en fichitas, al final, al cabo de esta totalización, estará de todos modos perfectamente al tanto de todo.

Schreber explica muy bien por otra parte que es obvio que Dios no puede tener el menor acceso a cosas tan contingentes y pueriles como la existencia de máquinas de vapor y locomotoras. Pero, como las almas que ascienden hacia las beatitudes han registrado todo esto en forma de discurso, Dios lo recoge y tiene así de todos modos alguna idea de lo que pasa en la tierra en cuanto a esas menudas invenciones, desde el trompo hasta la bomba atómica.

Es un sistema muy lindo, y tenemos la impresión de que es descubierto por un progreso extraordinariamente inocente, (por el desarrollo de consecuencias significantes), en un despliegue armonioso y continuo a través de diversas fases, cuyo motor es la relación perturbada que mantiene el sujeto con algo que toca al funcionamiento total del lenguaje, del orden simbólico y del discurso.

No puedo decirles todas las riquezas que entraña… Hay pues que suponer que Dios entra en el discurso. Es una prolongación de la teoría de lo simbólico, lo imaginario y lo real.

Entraña algo: que las intenciones de Dios no son claras. Nada es más impresionante que ver cómo la voz delirante surgida de una experiencia indiscutiblemente original conlleva en el sujeto una especie de quemazón del lenguaje que se manifiesta por el respeto con que mantiene la omnisciencia y las buenas intenciones como sustanciales a la divinidad.

Pero no puede dejar de ver, particularmente al comienzo de su delirio, cuando los fenómenos penosos provenían de toda suerte de personajes nocivos, que Dios de todas maneras lo permitió todo.

Ese Dios lleva a cabo una política absoluta mente inadmisible, de medias tintas, de semi-travesuras y Schreber desliza al respecto la palabra perfidia. A fin de cuentas, debe suponerse que hay una perturbación fundamental del orden universal.

Como dicen las voces: Recuerden que todo lo mundializante entraña en sí una contradicción. Es de una belleza cuyo relieve no necesito señalar.

Nos detendremos por ahora en este análisis de la estructura de la persona divina.

El paso siguiente consistirá en analizar la relación de la fantasmagoría en su conjunto con lo real mismo. Con el registro simbólico, el registro imaginario, el registro real, haremos un progreso, que nos permitirá descubrir, espero, la naturaleza de lo que está en juego la interlocución delirante.

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