A, m, a, S –Clase 24 Seminario 2 Jacques Lacan

El lenguaje encarnado en una lengua humana.

LACAN:- El lenguaje encarnado en una lengua humana está hecho, no lo dudamos, con imágenes escogidas que poseen, todas ellas, cierta relación con la existencia viviente del ser humano, con un sector bastante estrecho de su realidad biológica, con la imagen del semejante.

Precisamente por esta relación con la imagen, otro, semejante, ella puede ser un obstáculo al progreso de la realización del sujeto en el orden simbólico, cuya función pura se manifiesta de mil formas en la vida humana,  función connotable en  términos de presencia y ausencia, de ser y no ser.

Y es por esto por lo que siempre nos encontramos con una resistencia que se opone a la restitución del texto integral del intercambio simbólico. Somos seres encarnados, y siempre pensamos por medio de algún expediente imaginario que detiene, para, embrolla la mediación simbólica. Esta se ve perpetuamente cortada, interrumpida.

MANNONI:—Lo que me molesta es que tengo la sensación de que este doblez imaginario no corta solamente, sino que es el alimento Indispensable del lenguaje simbólico, y que el lenguaje, si se lo priva completamente de ese alimento, se convierte en la máquina, es decir, en algo que deja de ser humano.

LACAN. -Nada de sentimiento. No vaya a decir que la máquina es una malvada y estorba nuestra existencia. No se trata de eso. La máquina es únicamente la sucesión de los pequeños O y los pequeños 1, y además, el problema de si es humana o no está totalmente resuelto: no lo es. Sólo que también hay que averiguar si lo humano, en el sentido en que usted lo entiende, es tan humano.

MANNONI: —Es una cuestión muy grave.

LACAN:- Sin embargo la noción de humanismo, sobre el cual no les daré un seminario… Y no debemos asombrarnos del hecho de que el orden simbólico sea completamente  irreductible a lo que comúnmente llaman experiencia humana. Usted me dice que nada sería si eso no se encarnara en la imaginación. No lo dudamos, pero las raíces, ¿están todas allí? Nada nos permite decirlo.

LACAN:- Trataré de llevar todas estas consideraciones al pequeño esquema resumen sumativo que ya les presente.

Al comienzo del tercer capítulo de Más allá del principio del placer, Freud explica las etapas del progreso del análisis… Texto luminoso, cuya copia todos ustedes deberían llevar en el bolsillo para remitirse a él en todo instante.

Primeramente, dice, apuntamos a la resolución el síntoma dando su significación. Mediante este proceder se obtuvieron algunas luces, incluso algunos efectos.

R.P. BEIRNAERT:- ¿Por qué?

LACAN: -¿Por qué?, pregunta usted. Porque el síntoma es en sí mismo de punta a punta, significación, esto es, verdad, verdad puesta en forma. Se distingue del indicio natural por el hecho de que ya está estructurado en términos de significado y significante, con lo que esto implica, es decir el juego de significantes. En el interior mismo de lo dado concreto del síntoma, ya hay precipitación en un material significante. El síntoma es el revés de un discurso.

R.P. BEIRNAERT:- Pero ¿de qué modo es eficaz la comunicación inmediata al enfermo?

La comunicación de la significación al enfermo cura en la medida en que trae aparejada en éste la …  la convicción. El sujeto integra, en el conjunto de las significaciónes que ya ha admitido, la explicación que usted le da, y esto no puede carecer de efecto, de manera puntual, en el análisis salvaje. Pero está lejos de ser general.

Por ese motivo pasamos a la segunda etapa, donde se reconoce la necesidad de  la integración en lo imaginario. Es preciso que surjan, no simplemente la comprensión de la significación, sino propiamente hablando la reminiscencia, es decir, el paso a lo imaginario.

En ese continuo imaginario que llamamos yo, el enfermo tiene que reintegrar, tiene que reconocer como propio de él, tiene que integrar en su biografía, la serie de las significaciónes que desconocía. Sigo en este momento al comienzo del tercer capítulo de Ensayos de psicoanálisis.

Tercera etapa: se advierte que esto no alcanza, a saber, que hay una inercia propia de lo que ya está estructurado en lo imaginario.

Lo principal, a lo largo de estos esfuerzos, prosigue el texto, consigue recaer en las resistencias del enfermo. Ahora el arte está en descubrir tales resistencias lo más rápidamente posible, mostrárselas al enfermo y moverlo, impulsarlo mediante la influencia humana a ir abandonando dichas resistencias.

El paso a la conciencia, el devenir consciente de lo inconsciente, incluso por esa vía, no siempre es posible de alcanzar por completo. Todo ese recuerdo no es quizás estrictamente lo esencial, si no se obtiene al mismo tiempo, la convicción.

Freud insiste en que después de la reducción de las resistencias hay un residuo que puede ser lo esencial. Introduce aquí la noción de repetición,…. Esta consiste esencialmente, dice, en que del lado de lo que está reprimido, del lado de lo inconsciente,  no hay ninguna resistencia, sólo hay tendencia a repetirse.

En este mismo texto Freud subraya la originalidad de su nueva tópica. La simple connotación cualitativa inconsciente/ consciente no es aquí esencial. La línea de clivaje no pasa entre inconsciente y consciente sino entre, por una parte, algo que está reprimido y sólo tiende a repetirse, es decir, la palabra que insiste, esa modulación inconsciente de la que les hablo, y, por la otra, algo que la obstruye y que está organizado de otra manera, a saber, el yo.

Si leen este texto a la luz de las nociones con las que pienso haberlos familiarizado, verán que el yo es situado estrictamente como siendo del orden de lo imaginario. Y Freud subraya que toda resistencia procede, como tal, de ese orden.

Antes de dejarlos, y dado que es preciso puntuar, poner un punto final que les sirva de tabla de orientación, retornaré los cuatro polos que inscribí más de una vez en la pizarra.

Comienzo por A, que es el Otro radical,… que es también el polo real de la relación subjetiva y al que Freud vincula la relación con el instinto de muerte.

Luego tienen m, el yo,… y…  a, el otro, que no es un otro en ninguna manera, ya que está esencialmente acoplado al yo, en una relación siempre reflexiva, intercambiable: el ego es siempre un alter-ego.

Tienen aquí S, que es a la vez el sujeto, el símbolo, y también el Es.

La realización simbólica del sujeto, que es siempre creación simbólica, es la relación que va de A a S. Ella es subyacente, inconsciente, esencial a toda situación subjetiva.

Esta esquematización no parte de un sujeto aislado y absoluto Todo está ligado al orden simbólico, desde que hay hombres en el mundo y que ellos hablan. Y lo que se transmite y tiende a constituirse es un inmenso mensaje donde todo lo real es poco a poco retransportado, recreado, rehecho. La simbolización de lo real tiende a ser equivalente al universo, y los sujetos no son allí sino relevos, soportes. Lo que hacemos ahí dentro es un corte a nivel de uno de esos acoplamientos.

Nada se comprende si no es a partir de esto, que en toda la obra de Freud les es recordado y enseñad…  El punto crucial de su aporte es la idea,…  en la que insiste principalmente (es que) hay una verdadera oposición entre función consciente y función inconsciente…  (Esto) a Freud le parece esencial para explicar lo concreto que sucede con los sujetos que tiene delante, para comprender los dominios de la vida psíquica. Lo que sucede a nivel del puro consciente, a nivel del córtex donde se sitúa ese reflejo del mundo que es lo consciente, es como tal inmediatamente borrado, no deja huellas. Las huellas tienen lugar en otra parte.

De aquí partieron muchos absurdos, alimentados por el término profundidad, que Freud habría podido evitar y que se ha utilizado en forma tan desacertada.

Sólo que el ser humano, por su parte, va más allá de lo real que le es biológicamente natural. Y ahí comienza el problema.

Para el animal el tipo, la forma, están ligados a una elección en el medio exterior, como el revés y el derecho. ¿Por qué con el ser humano pasa otra cosa?

(En)  el hombre, lo nuevo es que algo se encuentra ya lo bastante abierto, imperceptiblemente desordenado en el ajuste imaginario, como para que pueda insertarse la utilización simbólica de la imagen.

En él hay que suponer cierta hiancia biológica, la que intento definir cuando les hablo del estadio del espejo. La captación total del deseo, de la atención, supone ya la falta. La falta está ya ahí cuando hablo del deseo del sujeto humano en relación con su imagen, de esa relación imaginaria extremadamente general que llaman narcisismo.

Los sujetos vivos animales son sensibles a la imagen de su tipo. Punto completamente esencial, al que se debe que toda la creación viviente no sea una inmensa orgia. Pero el ser humano tiene una relación especial con la imagen que le es propia: relación de hiancia, de tensión alienante. Ahí se inserta la posibilidad del orden de la presencia y de la ausencia, es decir, del orden simbólico. La tensión entre lo simbólico y lo real está ahí subyacente… Es sustancial.

Para todos los sujetos humanos que existen, la relación entre el A y el S siempre pasará por la intermediación de esos sustratos imaginarios que son el yo y el otro y que constituyen los cimientos imaginarios del objeto: A, m, a, S.

Lo imaginario esta así en la posición de interrumpir, cortar, escandir lo que sucede a nivel del circuito.

Reparen que lo que sucede entre A y S posee un carácter en sí mismo conflictivo. A lo sumo, el circuito se contraría, se para, se corta a sí mismo. Digo a lo sumo, porque el discurso universal es simbólico, viene de lejos, no lo hemos inventado. No fuimos nosotros quienes inventamos el no-ser, sino que hemos caído en un rinconcito de no-ser. Y por lo que atañe a la transmisión de lo imaginario tenemos también lo nuestro, con todas las fornicaciones de nuestros padres, abuelos, y otras historias escandalosas que son la sal del psicoanálisis.

A partir de aquí las necesidades del lenguaje y las de la comunicación interhumana son fáciles de comprender. Conocen ustedes esos mensajes que el sujeto emite bajo una forma que los estructura, los gramaticaliza, como procedentes del otro, bajo una forma invertida. Cuando un sujeto le dice a otro eres mi maestro o eres mi mujer, esto quiere decir exactamente lo contrario. Esto pasa por A y por m, y en seguida llega al sujeto, al que de golpe entroniza en la peligrosa y problemática posición de esposo o de discípulo. Así es como se expresan las palabras fundamentales.

Pues bien, en el síntoma, dicho de otro modo, en una neurosis, ¿de qué se trata? Han podido observar que en el esquema, el yo está verdaderamente separado del sujeto por la a minúscula, es decir, por el otro. Y sin embargo, hay un vínculo…. Entre los dos, existe este dato estructurante: los sujetos están encarnados.

En efecto, lo que sucede a nivel del símbolo sucede en seres vivos. Lo que está en S pasa para revelarse por el soporte corporal del sujeto, pasa por una realidad biológica (cuerpo) que establece una división entre la función imaginaria del viviente, una de cuyas formas estructuradas es el yo -no tenemos tanto de qué quejarnos-, y la función simbólica que es capaz de cumplir y que le confiere una posición eminente frente a lo real.

Decir que hay neurosis, decir que hay reprimido, que se acompaña siempre de retorno, equivale a decir que algo del discurso que va de A a S pasa y al mismo tiempo no pasa.

Lo que merece llamarse resistencia se debe a que el yo no es idéntico al sujeto, y que es propio de la naturaleza del yo el integrarse en él circuito imaginario que condiciona las interrupciones del discurso fundamental.

Sobre esa resistencia pone Freud el acento cuando dice que toda resistencia procede de la organización del yo. Porque es mientras  imaginario, y no simplemente  mientras  existencia carnal, que el yo se encuentra, en el análisis, en la fuente de las interrupciones de un discurso que sólo pide pasar en actos, en palabras, o en repetir, es lo mismo.

Cuando les digo que la única resistencia verdadera en el análisis es la resistencia del analista, esto significa que un análisis sólo es concebible en la medida en que el a está borrado. (el analista como a, el otro, el semejante)

En el análisis debe cumplirse cierta purificación subjetiva (de lo contrario, ¿para qué todas esas ceremonias a las que nos entregamos?),   de suerte que durante todo el tiempo de la experiencia analítica se pueda confundir el polo a con el polo A.

El analista participa de la naturaleza radical del Otro, en tanto es lo más difícilmente accesible que hay.

Desde ese momento, y a partir de ese momento, lo que parte de lo imaginario del yo del sujeto se pone en concordancia, no con ese otro al que está acostumbrado y que es su pareja, aquel que está hecho para entrar en su juego, sino justamente con el Otro radical que está enmascarado.

La llamada transferencia acontece muy exactamente entre A y m, en la medida en que el a, representado por el analista, no está.

Como dice Freud en este texto de un modo admirable, se trata de una superioridad…  pero sospecho que hay aquí un juego de palabras, como indica lo que sigue (gracias a la cual la realidad que aparece en la situación analítica es reconocida siempre, como un espejo) término sorprendente (como el espejismo de cierto pasado olvidado). El término Spiegel, espejo, está ahí.

A partir del momento en que ya no existe la resistencia de la función imaginaria del yo, el A y el m pueden en cierto modo concordar, comunicarse en grado suficiente para que entre ambos se establezca cierto isocronismo, cierta positivización simultanea… La palabra fundamental que va de A al S encuentra aquí una vibración armónica, algo que, lejos de interferir, permite su paso… Incluso se puede… decir que el discurso fundamental hasta allí censurado por emplear el mejor término, se esclarece.

Este progreso se realiza por el efecto de transferencia, el cual pasa en otra parte que no es aquella donde pasa la tendencia repetitiva (compulsión de repetición). Lo que insiste (compulsión de repetición), lo que sólo pasa, acontece entre A y S.

La transferencia, por su parte, pasa entre m y a. Y sólo en la medida en que el m aprende paulatinamente, por así decir, a ponerse en concordancia con el discurso fundamental, puede ser tratado de la misma manera en que es tratado el A, es decir, paulatinamente ligado al S.

Esto no significa que un yo supuestamente autónomo encuentre apoyo en el yo del analista, como escribe Lowenstein en un texto que hoy no les leeré, pero que había elegido escrupulosamente, y devenga un yo cada vez más fuerte, integrante y docto. Por el contrario, significa que el yo se convierte en lo que no era, significa que llega al punto donde está el sujeto.

No crean por ello que después de un análisis el yo se volatilice: sea ese análisis didáctico o terapéutico, no asciende uno al cielo, desencarnado y puro símbolo.

Toda experiencia analítica es una experiencia de significación . Una de las grandes objeciones que nos han opuesto es la siguiente: ¿qué catástrofe sobrevendrá si se le revela al sujeto su realidad, su pulsión no-sé-qué, su vida homosexual? –por ejemplo-…  Sin embargo, la objeción es caduca y carente de valor. Admitiendo inclusive que se le revela al sujeto alguna tendencia que habrá podido ser apartada de él para siempre mediante vaya a saber qué esfuerzo, lo que en el análisis se pone en tela de juicio no es la revelación al sujeto, de parte nuestra, de su realidad. En efecto, cierta concepción del análisis de las resistencias se inscribe en buena medida en este registro. Pero la experiencia auténtica del análisis se opone a ello en formacompleta: el sujeto descubre por intermedio del análisis su verdad, es decir, la significación que cobran en su destino particular esos datos de partida que le son propios y que podernos decir son lo que le tocó en suerte.

Los seres humanos nacen con toda clase de disposiciones, sumamente heterogéneas. Pero cualquiera que sea su suerte fundamental, su suerte biológica, lo que el análisis revela al sujeto es su significación. Esa significación es función de cierta palabra, que es y no es palabra del sujeto: él recibe esa palabra ya totalmente hecha, es su punto de pasaje…  (Palabra en la que) los términos vocación y llamada poseen todo su valor.

Si no existiera esa palabra recibida por el sujeto, y que remite al plano simbólico, no habría ningún conflicto con lo imaginario, y cada cual seguiría pura y simplemente su inclinación. La experiencia nos muestra que no es así. Freud nunca renunció a un dualismo esencial como constituyente del sujeto. Esto no significa más que estos recruzamientos. Quisiera continuarlos.

El yo se inscribe en lo imaginario.

Todo lo que es del yo se inscribe en las tensiones imaginarias, como el resto de las tensiones libidinales. Libido y yo están del mismo lado. El narcisismo es libidinal.

El yo no es una potencia superior, ni un puro espíritu, ni una instancia autónoma, ni una esfera sin conflictos (como se osa escribir) sobre la cual tendríamos que tomar apoyo. ¿Qué es esa historia? ¿Debemos exigir de los sujetos que posean tendencias superiores a la verdad? ¿Qué es la tendencia trascendente a la sublimación? Freud la repudia de la manera más formal en Más allá del principio del placer. En ninguna de las manifestaciones concretas e históricas de las funciones humanas ve la menor tendencia al progreso, y esto posee cabalmente su valor en aquel que inventó nuestro método. Todas las formas de la vida son igualmente sorprendentes, milagrosas; no hay tendencia hacia formas superiores.

Es aquí donde llegamos al orden simbólico, que no es el orden libidinal en el que se inscriben tanto el yo como la totalidad de las pulsiones. Tiende más allá del principio del placer, fuera de los límites de la vida, y por eso Freud lo identifica al instinto de muerte.

Releerán ustedes el texto y verán si les parece digno de aprobación. El orden simbólico es rechazado del orden libidinal que incluye todo el dominio de lo imaginario, comprendida la estructura del yo. Y el instinto de muerte no es sino la máscara del orden simbólico, mientras  que (Freud lo escribe) está mudo, es decir, mientras  que no se ha realizado. Mientras el reconocimiento simbólico no se haya establecido, por definición, el orden simbólico está mudo.

Al orden simbólico, (a la vez no-siendo e insistiendo en ser), apunta Freud cuando nos habla del instinto de muerte como lo más fundamental: un orden simbólico naciendo, viniendo, insistiendo en ser realizado. 

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