Introducción al Otro-Esquema Z. -Parte II- Clase 19. Seminario 2. Jacques Lacan

El esquema Z. Del otro lado del muro del lenguaje. Reconstitución imaginaria y reconocimiento imaginaria y reconocimiento simbólico, Por qué hay formación de analistas.

Hoy quisiera proponerles un pequeño esquema que ilustrará los problemas suscitados por el yo y el otro, el lenguaje y la palabra.

Este esquema no sería un esquema si presentara una solución. Ni siquiera es un modelo. Es sólo una manera de fijar las ideas, que una imperfección de nuestro espíritu discursivo reclama.

No he vuelto a detenerme, pues entiendo que se trata de algo que les es ya bastante familiar, en lo que distingue a lo imaginario de lo simbólico.

¿Qué sabemos respecto al yo? 

¿Es real el yo, es una (proyección) o es una construcción imaginaria? Partimos de la idea, que les vengo machacando desde hace tanto tiempo, de que no hay forma de aprehender cosa alguna de la dialéctica analítica si no planteamos que el yo es una construcción imaginaria. Nada le quita al pobre yo el hecho de que sea imaginario: diría inclusive que esto es lo que tiene de bueno. Si no fuera imaginario no seríamos hombres, seríamos (proyecciones). Lo cual no significa que basta con que tengamos ese yo imaginario para ser hombres. También podemos ser esa cosa intermedia llamada loco. Un loco es precisamente aquel que se adhiere a ese imaginario, pura y simplemente.

He aquí el esquema:

S es la letra S, pero también es el sujeto, el sujeto analítico, es decir, no el sujeto en su totalidad. Todo el tiempo nos dan la lata con que se lo aborda en su totalidad. ¿Por qué iba a ser total? Nada sabemos de esto. ¿Es que han encontrado ustedes seres totales? Tal vez sea un ideal. Yo nunca vi ninguno. Por mi parte, yo no soy total. Ustedes tampoco. Si fuéramos totales, cada uno sería total por su lado y no estaríamos aquí, juntos, tratando de organizarnos, como se dice.

Es el sujeto, no en su totalidad sino en su abertura. Como de costumbre, no sabe lo que dice. Si supiera lo que dice no estaría ahí. Está ahí, abajo a la derecha.

Claro está que no es ahí donde él se ve, esto no sucede nunca, ni siquiera al final del análisis. Se ve en a, y por eso tiene un yo. Puede creer que él es este yo, todo el mundo se queda con eso y no hay manera de salir de ahí.

Lo que por otro lado nos enseña el análisis es que el yo es una forma fundamental para la constitución de los objetos. En particular, ve  –proyecta- bajo la forma del otro espejular a aquel que por razones que son estructurales llamamos su semejante. Esa forma del otro posee la mayor relación con su yo, es superponible a éste y la escribimos a’.

Tenemos, pues, el plano del espejo, el mundo simétrico de los ego y de los otros homogéneos. De él debe distinguirse otro plano, que llamaremos el muro del lenguaje.

Lo imaginario cobra su falsa realidad, que sin embargo, es una realidad verificada, a partir del orden definido por el muro del lenguaje…. El yo tal como lo entendemos, el otro, el semejante, todos estos imaginarios son objetos.  Cierto es que no homogéneos  con lunas – es decir: proyecciones- constantemente corremos  el riesgo de olvidarlo. Pero son efectivamente objetos son nombrados como tales en un sistema organizado, que es el del muro del lenguaje.

Cuando el sujeto habla con sus semejantes lo hace en el lenguaje común, que toma a los yo imaginarios por cosas no simplemente ex sistentes (es decir, como cosas que han sido puestas afuera como proyectadas), sino como reales. No pudiendo saber lo que hay en el campo donde se sostiene el diálogo concreto, se las ve con cierto número de personajes; a’, a”.  En la medida en que el sujeto los pon en relación con su propia imagen, aquellos a quienes les habla también son aquellos con quienes se identifica.

Dicho esto, es preciso no omitir nuestra suposición básica, la de los analistas: nosotros  creemos que hay otros sujetos aparte de nosotros, que hay relaciones auténticamente intersubjetivas.

No tendríamos motivo alguno para pensarlo si no fuera por el testimonio de aquello que caracteriza a la intersubjetividad: que el sujeto puede mentirnos. Es la prueba decisiva. No digo que sea el único fundamento de la realidad del otro sujeto, sino que es su prueba. En otros términos, nos dirigimos de hecho a unos Al, A2, que son lo que no conocemos, verdaderos Otros, verdaderos sujetos.

Ellos están del otro lado del muro del lenguaje, allí donde en principio no los alcanzo jamás. Fundamentalmente, a ellos apunto cada vez que pronuncio una verdadera palabra, pero siempre alcanzo a a’, a”, por reflexión… Apunto siempre a los verdaderos sujetos, y tengo que contentarme con sombras. El sujeto está separado de los Otros, los verdaderos, por el muro del lenguaje.

Si la palabra se funda en la existencia del Otro, el verdadero, el lenguaje está hecho para remitirnos al otro objetivado (es decir, percibido por nuestra conciencia y objetivo de estudio)… (si) al otro con el que podemos hacer todo cuanto queremos, incluido pensar que es un objeto (o sea, una cosa o elemento) que no sabe lo que dice.

Cuando nos servimos del lenguaje, nuestra relación con el otro juega todo el tiempo en esa ambigüedad. Dicho en otros términos, el lenguaje sirve tanto para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente comprenderlo. Y de esto precisamente se trata en la experiencia analítica.

El sujeto no sabe lo que dice, y por las mejores razones, porque no sabe lo que es. Pero se ve. Se ve del otro lado, de manera imperfecta, ustedes lo saben, a causa de la índole fundamentalmente inacabada del Arquetipo espejular, que no sólo es imaginario sino ilusorio.

Perversión de la técnica analítica.

Sobre este hecho se basa la inflexión pervertida que desde hace algún tiempo viene tomando la técnica analítica. En esta óptica se aspiraría a que el sujeto conglomerase todas las formas más 0 menos fragmentadas, fragmentantes, de aquello en lo cual se desconoce. Se querría que reuniese todo lo que Vivió efectivamente en el estadio pregenital, sus miembros esparcidos, sus pulsiones parciales, la sucesión de los oblatos parciales.

Se querría permitirle a este yo cobrar fuerzas, realizarse, integrarse, el pequeñín. Si este fin es perseguido de manera directa, si se toma por guía lo imaginario y lo pregenital, necesariamente se llega a ese tipo de análisis donde la consumación de los objetos parciales se lleva a cabo por intermedio de la imagen del otro. Sin saber por qué, los autores que optan por esta vía llegan todos a la misma conclusión: el yo sólo puede reunirse y recomponerse por el sesgo del semejante que el sujeto tiene delante de sí; o detrás, el resultado no varía.

En este camino Lacan continua diciendo: El sujeto reconcentra su propio yo imaginario esencialmente bajo la forma del yo del analista. Por otra parte, este yo no resulta simplemente imaginario, porque la intervención hablada del analista se concibe de manera expresa como un encuentro de yo a yo, como una proyección por el analista de objetos precisos.

Lo que hay que procurar, como se escribe, es que el sujeto pase de una realidad psíquica a una realidad verdadera, es decir, a una proyección recompuesta en lo imaginario, y muy exactamente, como tampoco se nos disimula, sobre el modelo del yo del analista.

Existe suficiente coherencia como para advertir que no es cuestión de adoctrinar ni de representar lo que debe hacer uno en el mundo. Donde se opera es, obviamente, en el plano de lo imaginario. Donde se opera es, obviamente, en el plano de lo imaginario. Por eso, nada se apreciara más que lo sitúa más allá de lo considerado ilusión, y no muro, del lenguaje: la vivencia inefable.

Entre los pocos ejemplos clínicos aportados hay uno breve, muy gracioso, el de la paciente aterrada ante la idea de que el analista sepa lo que guarda en su maleta. Ella lo sabe y al mismo tiempo no lo sabe. Todo lo que puede decir es dejado de lado por el analista frente a esta inquietud imaginaria. Y de pronto se comprende que ahí está lo único importante: ella teme que el analista le quite todo lo que tiene en el vientre, es decir, el contenido de la maleta, que simboliza su objeto parcial.

La noción de la asunción imaginaria de los objetos parciales por intermedio de la figura del analista culmina… en una consumación imaginaria del analista.

Lacan se pregunta: ¿No hay una concepción diferente del análisis,  que permita concluir, que éste (el análisis) es algo diferente de la reconstrucción de una parcialización fundamental imaginaria del sujeto?

Formación del analista.

Si se forman analistas es para que haya sujetos  tales que en ellos el yo esté ausente. Este es el ideal del análisis, que, desde luego, es siempre virtual (virtual: que solo existe de forma aparente y no es real)…. Nunca hay un sujeto sin yo, un sujeto plenamente realizado, pero es esto lo que hay que intentar obtener siempre del sujeto en análisis.

El análisis debe apuntar al paso de una verdadera palabra, que reúna al sujeto con otro sujeto, del otro lado del muro del lenguaje. Es la relación última del sujeto con otro verdadero, con el Otro que da la respuesta que no se espera, que define el punto terminal del análisis.

Durante todo el tiempo del análisis, con la sola condición de que el yo del analista tenga a bien no estar ahí, con la sola condición de que el analista no sea un espejo viviente sino un espejo vacío, lo que pasa, pasa entre el yo del sujeto -en apariencia siempre habla el yo del sujeto- y los otros.

Todo el progreso del análisis radica en el desplazamiento progresivo de esa relación, que el sujeto puede captar en todo instante, más allá del muro del lenguaje, como transferencia, que es de él y donde no se reconoce… No se trata de reducir, como se escribe, esa relación, sino de que el sujeto la asuma en su lugar.

El análisis consiste en hacerle tomar conciencia de sus relaciones, no con el yo del analista, sino con todos  esos Otros que son sus verdaderos  garantes (que le dan seguridad) y que no ha reconocido.

Se trata de que el sujeto descubra de una manera progresiva a qué Otro se dirige verdaderamente aún sin saberlo. Y de que asuma progresivamente las relaciones de transferencia en el lugar en que está, y donde en un principio no sabía que estaba.

A la frase de Freud, Wo war, soll Ich Ich (Donde Ello era, Yo debo advenir) puede dársele dos sentidos. Tomen a este Es (ello) como la letra S. Allí está, siempre está allí. Es el sujeto. Se conoce o no se conoce. Esto ni siquiera es lo más importante: tiene o no tiene la palabra. Al final del análisis es él quien debe tener la palabra, y entrar en relación con los verdaderos Otros. Ahí donde el S estaba, ahí el Ich (Yo) debe estar.

Es ahí donde el sujeto reintegra auténticamente sus miembros disgregados, y reconoce, reunifica su experiencia.

En el transcurso de un análisis puede haber algo que se forma como un objeto. Pero este objeto, lejos de ser aquello de que se trata, no es más que una forma fundamentalmente alienada. Es el yo imaginario quien le da su centro y su grupo, y es perfectamente identificable a una forma de alienación, pariente de la paranoia.

Que el sujeto acabe por creer en el yo es, como tal, una locura. Gracias a Dios, el análisis lo consigue muy rara vez, pero tenemos mil pruebas de que se lo impulsa en esa dirección.

Nuestro programa para el año próximo será: ¿qué quiere decir paranoia?, ¿qué quiere decir esquizofrenia? Paranoia, a diferencia de esquizofrenia, está siempre en relación con la alienación imaginaria del yo.

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