El deseo, la vida y la muerte -Parte II Clase 18. Seminario 2. Jacques Lacan

Tan alto como la Luna

Resistencia del análisis. El más allá de Edipo. La vida spolo sueña en morir.

¿En qué momento nos habla Freud de un más allá del principio del placer?

En el momento en que los analistas se han internado por el camino de lo que Freud les enseñó, y creen saber. Freud les dice que el deseo es el deseo sexual, y le creen. Ese es, precisamente, su error: porque no comprenden qué quiere decir

La experiencia sexual, no solo en la experiencia vivida, sino también en la experimental,  en el comportamiento animal, manifiesta la “eficacia del señuelo”.

Nada más fácil que engañar a un animal sobre las connotaciones que hacen de un objeto, cualquiera sea su apariencia, aquello hacía lo cual se dirigirá como a su pareja. Las Gestalten cautivantes, los mecanismos de desencadenamiento innatos, se inscriben en el registro de pavoneo y del pareo.

Cuando Freud afirma que el deseo sexual está en el centro del deseo humano, todos sus seguidores le creen, tanto le creen que quedan persuadidos de que es muy sencillo y lo único que falta es hacer la ciencia de ello, la ciencia del deseo sexual, fuerza constante. Basta con apartar los obstáculos, y la cosa marchará sola. Basta con decirle al paciente: usted no se da cuenta, pero el objeto está ahí. Esto es lo que en primera instancia se presenta como la interpretación.

La resistencia del analista.

Pero la cosa no marcha. En ese momento-es el punto de viraje dice que el sujeto resiste. ¿Por qué se dice esto? Porque Freud también lo dijo. Pero qué quiere decir resistir se comprendió tanto como se comprendió deseo sexual. Se piensa que hay que empujar. Y es ahí donde el propio analista sucumbe al señuelo. Les mostré lo que significaba la insistencia del lado del sujeto sufriente… Pues bien, el analista se pone en el mismo nivel, insiste a su manera, y en forma evidentemente mucho más necia, ya que consciente.

Desde la perspectiva que acabo de abrirles, son ustedes quienes provocan la resistencia. La resistencia, en el sentido en que la entienden, o sea una resistencia que resiste, sólo resiste porque ustedes hacen presión encima.

Por parte del sujeto, no hay resistencia. Se trata de liberar la insistencia existente en el síntoma. Lo que el propio Freud llama en esta ocasión inercia, no es una resistencia: como cualquier clase de inercia, es una especie de punto ideal. Son ustedes quienes para entender lo que pasa, la suponen. No están errados, siempre y cuando no olviden que se trata de vuestra hipótesis. Esto significa, simplemente, que hay un proceso, y que para comprenderlo ustedes imaginan un punto cero. La resistencia sólo empieza a partir del momento en que desde ese punto cero intentan, en efecto, hacer avanzar al sujeto.

En otros términos, la resistencia es el estado actual de una interpretación del sujeto. Es la forma en que, en ese mismo momento, el sujeto interpreta el punto en que está. Dicha resistencia es un punto ideal abstracto. Son ustedes quienes llaman a eso resistencia. Esta significa, simplemente, que no puede avanzar más de prisa, y ante eso ustedes no tienen nada que decir. El sujeto está en el punto en que está. Se trata de saber si avanza o no. Es obvio que no tiene ninguna tendencia a avanzar, pero por poco que hable, por mínimo que sea el valor de lo que dice, lo que dice es su interpretación del momento, y la secuencia de lo que dice es el conjunto de sus interpretaciones sucesivas.

Para ser exactos, la resistencia es una abstracción que ustedes meten ahí para orientarse. Introducen la idea de un punto muerto al que llaman resistencia, y de una fuerza que hace que eso avance. Hasta ahí es correcto. Pero si de esto pasan a la idea de que la resistencia es algo que se debe liquidar, como se escribe a diestra y siniestra, van a dar al absurdo puro y simple. Tras haber creado una abstracción, dicen: hay que hacer desaparecer esa abstracción, es preciso que no haya inercia.

Resistencia hay una sola: la resistencia del analista. El analista resiste cuando no comprende lo que tiene delante. No comprende lo que tiene delante cuando cree que interpretar es mostrarle al sujeto que lo que desea es tal objeto sexual. Se equivoca. Lo que imagina que es aquí objetivo, sólo es una pura y simple abstracción. Es él quien está en estado de inercia y de resistencia.

Por el contrario, de lo que se trata es de enseñarle al sujeto a nombrar, a articular, a permitir la existencia de ese deseo que, literalmente, está más acá de la existencia, y por eso insiste. Si el deseo no osa decir su nombre, es porque el sujeto todavía no ha hecho surgir ese nombre.

Pueden apreciar que la acción eficaz del análisis consiste en que el sujeto llegue a reconocer y a nombrar su deseo. Pero no se trata de reconocer algo que estaría allí, totalmente dado, listo para ser coaptado. Al nombrarlo, el sujeto crea, hace surgir, una nueva presencia en el mundo. Introduce la presencia como tal, y, al mismo tiempo, cava la ausencia como tal. Únicamente en este nivel es concebible la acción de la interpretación.

Por cuanto, en virtud de un balanceo, siempre estamos colocándonos entre el texto de Freud y la experiencia, vuelvan al texto y verán que Más allá sitúa cabalmente el deseo más allá de todo ciclo instintivo definible por sus condiciones.

Para dar cuerpo a lo que estoy intentando articular ante ustedes, les dije que teníamos un ejemplo,… el ejemplo de Edipo cuando Edipo se ha consumado, el más allá de Edipo.

No es casual que Edipo sea el héroe-padre del complejo de Edipo. Se habría podido escoger otro, ya que todos los héroes de la mitología griega tienen alguna relación con este mito, lo encarnan bajo otras facetas, muestran otros de sus aspectos. Si Freud se asiento hacia éste, no fue sin motivo.

Edipo no es otra cosa que el paso del mito a la existencia. Poco nos importa que haya existido o no, pues tras una forma más o menos reflejada existe en cada uno de nosotros, está en todas partes, y existe mucho más que si hubiera existido realmente.

Por lo tanto, Edipo existe, y ha realizado plenamente su destino. Lo realizo hasta este término,… algo idéntico a una fulminación, a un desgarramiento, a una laceración por sí mismo: el no ser ya nada, absolutamente nada. Y en ese preciso momento es cuando pronuncia estas palabras que la vez pasada les recordé: “Ahora cuando nada soy, acaso me convierto en hombre.”

Para evitar que se queden prendados de la frase por cierta ilusión, por ejemplo la de que en este caso el término hombre tenga una significación cualquiera, es necesario volver la frase a su contexto.

Edipo alcanzó la plena realización de la palabra de los oráculos que señalaban ya su destino incluso antes de que naciera.

Acepta su destino en el momento de mutilarse, pero ya lo había aceptado cuando aceptó ser rey… Es perfectamente lógico que todo recaiga sobre Edipo, pues él es el nudo central  de la palabra. Se trata de saber si lo aceptará o no. Edipo piensa que a fin de cuentas es inocente, pero lo acepta hasta el final, puesto que se desgarra. Y pide que se le permita asentarse en Colona, en el recinto sagrado de las Euménides. Realiza así la palabra final.

Edipo había sido expulsado, desterrado. Sin embargo, la vida  futura de Tebas depende precisamente de esa palabra encarnada,… con sus efectos de desgarramiento, de anulación del hombre… (el oráculo había declarado) Atenas recogerá la suma de existencia verdadera que él encarna, y afirmará sobre vosotros todas las superioridades, conocerá todos los triunfos.

Corren tras él. Enterado de que va a recibir visitas, embajadores de toda clase, sabios, políticos fanáticos, su hijo, Edipo dice: “Ahora, ¿Cuándo nada soy, me convierto en hombre.”

Aquí comienza el más allá del principio del placer –pulsión de muerte- Cuando la palabra está completamente realizada cuando la vida de Edipo ha pasado completamente a su destino, ¡qué queda de Edipo?  Esto es lo que nos muestra Edipo en Colona: el drama esencial del destino, la ausencia absoluta de caridad, de fraternidad, de nada que tenga relación con lo que llamamos sentimientos humanos.

¿En qué se resume el tema de Edipo en Colona?

El coro dice: más vale, a fin de cuentas, no haber nacido nunca, y si se ha nacido, morir lo más pronto posible.

¡Qué sucede entonces? Edipo muere. Esta muerte se produce en condiciones muy particulares. Aquel que de lejos ha seguido con su mirada a los dos hombres (Edipo y Teseo, rey de Tebas) que avanzan hacia el centro del lugar sagrado, se vuelve y ahora sólo ve a uno de ellos, “cubriéndose el rostro con el brazo en actitud de sagrado horror”.  Se tiene la impresión de que no es algo muy agradable de mirar, una especie de la presencia de aquel que ha pronunciado sus últimas palabras.

Creo que Edipo en Colona alude en este punto, a vaya a saber qué cosa mostrada en los misterios, -que aquí están todo el tiempo como trasfondo-  Pero en cuanto a nosotros, si quisiera dar una imagen iría a buscarla, una vez más, en Edgar Allan Poe.

Edgar Allan Poe bordeó incesantemente el tema de las relaciones entre la vida y la muerte, y lo hizo de un modo no exento de alcance.

Como eco a esta licuefacción de Edipo pondré la Historia del Señor Valdemar.

Se trata de una experiencia sobre la sustentación del sujeto en la palabra por el camino de lo que entonces llaman magnetismo, forma de teorización de la hipnosis: alguien es hipnotizado in articulo mortis a fin de ver qué sucede.

Es un hombre que se encuentra en el final de su vida; sólo le queda un pedacito de pulmón, en cualquier otra parte se está muriendo. Le han explicado que si quiere ser un héroe de la humanidad, no tiene más que hacérselo saber al hipnotizador. Si se pusiera manos a la obra en las horas precedentes a la exhalación de su último suspiro, podría verse lo que pasa. Es una bella imaginación de poeta, y llega mucho más lejos que nuestras tímidas imaginaciones médicas, aunque volquemos todo nuestro esfuerzo en esta vía

En efecto, el sujeto pasa a mejor vida, y durante varios meses permanece en un estado de agregación suficiente –como- : un cadáver sobre un lecho que, de vez en cuando, habla para decir estoy muerto.

Esta situación, merced a toda clase de artificios… dura hasta el momento en que se procede al despertar, logrado mediante pases contrarios a los que adormecen; y del desdichado se obtienen algunos gritos: Dese prisa o vuelva a dormirme, haga algo pronto, es horrible.

Ya dijo hace seis meses que estaba muerto, pero cuando se lo despierta, el Señor Valdemar no es más que una licuefacción repugnante, una cosa que no posee nombre en lengua alguna, la aparición desnuda, pura y simple, brutal, de ese rostro imposible de mirar de frente… la caída total de esa especie de hinchazón que es la vida la burbuja se hunde y se disuelve en el purulento liquido inanimado.

En el caso de Edipo se trata de eso. Edipo –todo lo demuestra desde el comienzo de la tragedia-, ya no es más que la hez de la tierra, el desecho, el residuo, cosa vaciada de toda apariencia especiosa.

Edipo en Colona, cuyo ser está íntegramente en la palabra formulada por su destino, presentifica la conjunción de la muerte y la vida. Vive con una vida que es muerte, muerte que está ahí exactamente debajo de la vida. A esto nos conduce también el extenso texto en el cual Freud nos dice: No vayan a creer que la vida es una diosa exaltante surgida para culminar en la más bella de las formas, no crean que hay en la vida la menor fuerza de cumplimiento y progreso. La vida es una hinchazón, un moto, no se carácteriza por otra cosa— y así lo escribieron muchos otros aparte de Freud —que por su aptitud para la muerte.

La vida es eso: un rodeo, un rodeo obstinado, por sí mismo transitorio, caduco y desprovisto de significación. ¿Por qué razón en ese punto de sus manifestaciones llamado hombre, algo se produce que insiste a través de esa vida y que se llama sentido? Nosotros  le decimos humano, pero ¡es esto tan seguro? ¿Es tan humano el sentido? Un sentido es un orden, es decir, un surgimiento. Un sentido es un orden que surge.  En él una vida insiste en entrar, pero él expresa quizás algo que está totalmente más allá de ella, pues cuando vamos a la raíz de esa vida y detrás del drama del paso a la existencia, sólo encontramos la vida unida a la muerte. A esto nos conduce la dialéctica freudiana.

La vida sólo piensa en descansar lo más posible mientras espera la muerte.

Es lo que come el tiempo del lactante al comienzo de su existencia, por sectores horarios que no le dejan abrir sino apenas un ojo cada tanto. Traicioneramente hay que sacarlo de ahí para que alcance ese ritmo por el cual nos ponemos en concordancia con el mundo.

Si el deseo sin nombre puede aparecer a nivel del deseo de dormir,… ello se debe a que constituye un estado intermedio:…  el letargo es el estado vital más natural. La vida sólo sueña en morir. Morir, dormir, soñar quizá, como dijo cierto señor, precisamente en el momento en que de eso se trataba: to be or not to be.

Tomen esta frase, evidentemente no muy graciosa: Más valdría no haber nacido. Causa asombro enterarse de que en el mayor dramaturgo de la Antigüedad esto se perfilaba en una ceremonia religiosa…. Más valdría no haber nacido –desgraciadamente, responde el otro, suceda apenas una vez cada cien mil.

¿Por qué es esto ingenioso?

En primer lugar, porque juega con las palabras, elemento técnico indispensable. Más valdría no haber nacido. ¡Desde luego! Significa que aquí hay una unidad impensable de la que no se puede decir absolutamente nada antes de que pase a la existencia, a partir de lo cual, en efecto, puede insistir,.. (pero se podría concebir que no insistiera, y que todo volviese al reposo y el silencio universales -dice Pascal- de los astros).

Es siempre en el empalme de la palabra, a nivel de su aparición, de su emergencia, de su surgescencia, donde se produce la manifestación del deseo. El deseo surge en el momento de encarnarse en una palabra, surge con el simbolismo.

Esta entrada fue publicada en Seminario 2 y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario