El circuito. Clase 7. Seminario 2. Jacques Lacan

Conservación, entropia, información. Principio de placer y principio de realidad. Reminiscenia y repetición.

La necesidad de repetición.

Lacan propone una discusión del contenido de una conferencia de la noche anterior, ofrecida por  Maurice Merleau Ponty –filosofo fenomenólogo francés- quien quería demostrar,  que la percepción tiene una dimensión activa, en la medida en la que representa una apertura primordial al mundo de la vida

Lacan comenta: en el determinado momento del discurso de Maurice Merleau-Ponty, surgió el guestaltismo como algo que para él es realmente la medida, el patrón del encuentro con el otro y la realidad…. Lacan se interroga si ¿puede el campo del análisis llegar a lo homogéneo?.

Lacan agrega: Sólo que para Merleau-Ponty todo está ahí, en la conciencia. Una conciencia contemplativa constituye el mundo por una serie de síntesis, de intercambios y lo sitúa a cada instante en una totalidad renovada, más envolvente, pero que siempre tiene su origen en el sujeto.

HYPPOLITE: Estoy escuchando el movimiento que usted desarrolla a partir de la Gestalt. A fin de cuentas, se trata de una fenomenología de lo imaginario, en el sentido en que empleamos este término.

MANNONI:-Puedo sin embargo, sobrepasar el plano de lo imaginario. Yo veo el germen del pensamiento guestaltista en el pensamiento de Darwin. Cuando éste reemplaza la variación por la mutación, descubre una naturaleza que produce buenas formas. Pero la existencia de formas que no son simplemente mecánicas plantea entonces un problema. Me parece que la Gestalt es una tentativa de resolverlo.

LACAN: Por supuesto. Lo que usted dice es un paso más, que yo no doy porque no quiero ir más allá del plano en que permanece Merleau Ponty. Pero, de hecho, si le siguiéramos, si tomáramos la palabra forma en su acepción más amplia, volveríamos a un vitalismo, a los misterios de la fuerza creadora.

LACAN: Explicar el mundo por una tendencia natural a crear formas superiores es lo opuesto al conflicto esencial tal como Freud  lo ve obrar en el ser humano. Pero este conflicto supera al ser humano. Es como si proyectara a Freud al Más allá del principio del placer, que es una categoría indiscutiblemente metafísica sale de los límites del campo de lo humano, en el sentido orgánico del término. ¿Se trata de una concepción del mundo? No, se trata de una categoría del pensamiento, a la cual no puede dejar de referirse toda experiencia del sujeto concreto.

Sr. HYPPOLITE: No discuto en absoluto la crisis descrita por Freud. Pero al instinto de muerte él opone la libido, y la define como la tendencia de un organismo a agruparse con otros organismos, como si hubiera ahí un progreso, una integración… Hay en él a pesar de todo una concepción de la libido, no bien definid a por cierto, que afirma la integración cada vez mayor de los organismos. Freud lo dice con toda claridad en el propio texto.

Entiendo. Pero observe que la tendencia a la unión -Eros tiende a unir- nunca es captada sino en su relación con la tendencia contraria, que lleva a la división, a la ruptura, a la redispersión, y muy especialmente de la materia inanimada. Estas dos tendencias son estrictamente inseparables. No hay noción que sea menos unitaria. Retomemos esto paso por paso.

¿A qué atolladero llegamos la vez pasada? El organismo, concebido ya por Freud como una máquina, tiende a retornar a su estado de equilibrio: esto es lo que formula el principio del placer. A primera vista, empero, esa tendencia restitutiva se distingue mal, en el texto de Freud, de la tendencia repetitiva que él aísla y que constituye su aportación original. Nos planteamos, pues, la siguiente pregunta: ¿en qué se distinguen las dos tendencias?

Desde el comienzo hasta el final de la obra de Freud, el principio del placer se explica de este modo: ante un estímulo que llega al aparato viviente, el sistema nervioso es en cierto modo el delegado esencial del homeostato, del regulador esencial gracias al cual el ser vivo persiste, y al cual va a corresponder una tendencia a retrotraer la excitación a lo más bajo. A lo más bajo, ¿qué quiere decir esto? Tenemos aquí una ambigüedad que deja perplejos a los autores analíticos. Léanlos, los verán resbalar por la pendiente que abre ante ellos la forma en que Freud dialectiza la cuestión.

Freud les ofrece así la ocasión de un malentendido más, y la alarma es tal que todos a coro se precipitan en él.

Lo más bajo de la tensión puede querer decir dos cosas– todos los biólogos estarán de acuerdo-Primero: según se trate de lo más bajo en función de cierta definición del equilibrio del sistema, o Segundo: de lo más bajo puro y simple, es decir, en lo tocante al ser vivo, la muerte.

Verdaderamente, se puede considerar que con la muerte todas las tensiones son llevadas otra vez, desde el punto de vista del ser vivo, a cero. Pero también se pueden tomar en consideración los procesos de descomposición que siguen a la muerte. Entonces se acaba definiendo el fin del principio del placer por la disolución concreta del cadáver. Hay aquí algo cuyo carácter abusivo es imposible pasar por alto.

No obstante, puedo citarles a varios autores para quienes reducir el estímulo a lo más bajo designa sencillamente la muerte del ser viviente. Esto implica suponer resuelto el problema, confundir el principio del placer con lo que se cree que Freud nos designó bajo el nombre de instinto de muerte. Digo lo que se cree, porque cuando Freud habla de instinto de muerte designa, felizmente, algo menos absurdo, menos antibiológico y anticientífico.

Hay algo que es distinto del principio del placer y que tiende a devolver todo lo animado a lo inanimado: así se expresa Freud. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Qué lo fuerza a pensar en esto? No la muerte de los seres vivientes. Sí la vivencia humana, el intercambio humano, la intersubjetividad. En lo que observa del hombre hay algo que le obliga a salir de los límites de la vida.

Existe, sin duda, un principio que lleva a la libido a la muerte, pero no lo hace de un modo cualquiera. Lo hace sino por los caminos de la vida, justamente.

Es por los caminos de la vida –y no puede pasar sino por ellos- que se sitúa y es localizado el principio que lo lleva a la muerte. No puede ir a la muerte por cualquier camino.

En otros términos, la máquina se mantiene, traza cierta curva, cierta persistencia. Y precisamente por la vía de esta subsistencia algo diferente se manifiesta, sostenido por esa existencia que está ahí y le indica su paso

Debemos afirmar sin tardanza una articulación esencial… Esta formulación tiene un nombre para los físicos, es el primer principio de la termodinámica, es de la conservación de la energía: para que hay algo al final, es preciso que hay habido por lo menos otro tanto al comienzo.

Segundo principio, estipula que en la manifestación de esta energía hay modos nobles y otros que no lo son. Dicho con otras palabras, no se puede remontar la corriente.  Cuando se hace un trabajo se gasta una parte, en calor por ejemplo, hay perdida. Esto se llama entropía.

No hay misterio en la entropía: es un símbolo… La entropía es una E mayúscula completamente e indispensable para nuestro pensamiento… Karlus Mayer –medico de marina- la fundó, es actualmente el principio de todo.

Pues bien, Freud encuentra esa entropía, y ya al final del Hombre de los lobos. Siente perfectamente que guarda alguna relación con su instinto de muerte, pero sin poder tampoco aquí, hallar su fundamento… Le faltaba algo…

El pensamiento moderno está intentando atraparlo por vías frecuentemente ambiguas y hasta confusionales, y no pueden ustedes desconocer que son contemporáneos de su alumbramiento.

En el actual estado de cosas, se trata de la información que se trasmite en la comunicación… Las investigaciones trataban de cuantificar la comunicación.

Se trata de averiguar cuáles son las condiciones más económicas para transmitir palabras que la gente reconoce. Del sentido no se ocupa nadie. Esto pone bien de relieve un hecho sobre el que hago hincapié y que siempre se olvida: el lenguaje, ese lenguaje que es el instrumento de la palabra, es algo material.

Solo así empieza la cuestión de si pasa o no pasa, en qué momento se degrada, en que momento ya no se comunicación. En psicología se llama Jam –la palabra es americana- del  inglés: interferir.

Es preciso iniciarlos a este sistema simbólico si quieren ustedes abordar  ordenes enteros de una realidad que nos toca directamente… hace falta estar introducido en ese circuito del lenguaje y saber de qué se habla cuando se habla de comunicación. Y a verán que esto es esencial a propósito del instinto de muerte, que parece opuesto.

Loa matemáticos calificados para manejar estos símbolos sitúan la información como aquello que va en dirección opuesta a la entropía –dispersión de la energía-

La información, si se introduce en el circuito de la degradación .disminución- de la energía, puede hacer milagros: “Si puede detenerse los átomos que se agitan con excesiva lentitud, y conservar sólo los que muestran una tendencia mínimamente frenética, hará remontar la pendiente general de la energía y volverá a cumplir, con lo que estaría degradado en calor, un trabajo equivalente al que se había perdido”.

Esto parece alejado de nuestro tema. Ya verán como lo reencontramos. Partamos otra vez de nuestro principio de placer, y volvamos a sumirnos en las ambigüedades.

A nivel del sistema nervioso, cuando hay estimulación, todo opera, todo entra en juego, los eferentes y los aferentes, para que el ser vivo vuelva a encontrar el reposo. Es el principio del placer según Freud.

En el plano de la intuición hay,… ¿no les parece?, cierta discordancia entre el principio del placer así definido y las travesuras que evoca el placer.

La gente busca su placer. Entonces, ¿Por qué se traduce esto teóricamente en un principio que anuncia: lo que se busca, a fin de cuentas, es la cesación del placer? De cualquier modo todos los sospechaban, pues se conoce la curva del placer. Pero, como puede verse, la vertiente de  la teoría sigue aquí un sentido estrictamente contrario a la intuición subjetiva: en el principio del placer, el placer, por definición, tiende a su fin. El principio del placer es que el placer cese.

¿Qué sucede, en esta perspectiva, con el principio de realidad?

Por lo general se introduce el principio de realidad señalando, sencillamente, que por buscar excesivamente el placer sobrevienen toda clase de accidentes: nos quemamos los dedos, pescamos una blenorragia, damos con nuestros huesos en el suelo. Así se nos describe la génesis de lo que llaman el aprendizaje humano Y se nos dice que el principio del placer se opone al principio de realidad.

En la perspectiva que hemos hecho nuestra, la cosa cobra, por supuesto, un sentido muy distinto. El principio de realidad consiste en que el juego dure, o sea en que el placer se renueve, en que el combate no acabe por falta de combatientes. El principio de realidad consiste en que preservemos nuestros placeres, esos placeres cuya tendencia es, precisamente, llegar a la cesación.

No crean que los psicoanalistas están satisfechos con esta forma de pensar el principio del placer, absolutamente esencial sin embargo en la teoría, y de cabo a rabo: si ustedes no piensan el principio del placer en este registro, es inútil introducirlos e n Freud.

¿Qué revela el análisis si no la discordancia profunda, radical, de las conductas esenciales para el hombre, con respecto a todo lo que vive?

La dimensión descubierta  por el análisis es lo contrario de algo que progresa por adaptación, por aproximación, por perfeccionamiento…  Es siempre la aplicación estrictamente inadecuada de ciertas relaciones simbólicas totales, y ello implica varias tonalidades, por ejemplo la intromisión de lo imaginario en lo simbólico, o inversamente.

Hay una diferencia radical entre toda investigación del ser humano, incluso a nivel del laboratorio, y lo que sucede a nivel animal. Del lado del animal, hay una ambigüedad fundamental en la que nos desplazamos entre el instinto y el aprendizaje…

En el animal, las llamadas preformaciones del instinto  no son absolutamente excluyentes del aprendizaje. Además, sin cesar se manifiestan en él posibilidades de aprendizaje dentro de los marcos del instinto. Más aún, se descubre que las emergencias del instinto no podrían tener lugar sin una llamada del entorno, como se dice, que estimule y provoque la cristalización de las formas, los comportamientos y las conductas.

Hay aquí una convergencia, una cristalización que da la sensación, por escépticos que seamos, de una armonía preestablecida, susceptible desde luego de toda clase de tropiezos. La noción de aprendizaje es en cierto modo indiscernible de la maduración del instinto.

En este campo surgen naturalmente, como puntos de referencia, categorías guestaltistas. El animal reconoce a su hermano, su semejante, su pareja sexual. Encuentra su sitio en el paraíso, su medio, y lo modela también, se imprime allí él mismo…. El animal se encaja en el medio.

Hay adaptación, y justamente una adaptación que tiene su fin, su término, su límite. El aprendizaje animal presenta, pues, los caracteres de un perfeccionamiento organizado y finito.

¡Qué diferencia con lo que las mismas investigaciones -eso creen- nos descubren sobre el aprendizaje en el hombre! Ponen en evidencia la función del deseo de insistir, el privilegio de las tareas inconclusas.

Se invoca al señor Zeigarnik sin saber bien lo que dice: “que una tarea será tanto mejor memorizada cuanto que en condiciones determinadas haya salido mal”.

¿No se dan cuenta de que esto se opone totalmente a la psicología animal, e incluso a la noción que podemos hacernos de la memoria como apilamiento de engramas, de impresiones, donde el ser se forma?

En el hombre, la mala forma es lo prevalente. El sujeto vuelve a una tarea en la medida en que quedó inconclusa. El sujeto recuerda mejor un fracaso en la medida en que fue doloroso.

El efecto Zeigarnik, el frcaso doloroso o la tarea inconclusa: todo el mundo comprende esto…. Pero no se comprende que no es una explicación. O que si lo es, significa que no somos animales.

Quisiera hacerles entender en qué nivel se sitúa la necesidad de repetición…. Por ciertas razones, tuvo lugar un vuelco… y el hombre encuentra su camino ya no por via de la reminiscencia sino por la repetición.

¿Cómo y por qué todo lo que significa un progreso esencial para el ser humano tiene que pasar por la vía de una repetición obstinada?

Llego así al modelo ante el cual quiero dejarlos hoy, de modo que puedan vislumbrar qué quiere decir en el hombre la necesidad de repetición. Todo está en la intrusión del registro simbólico. Pero voy a ilustrarlo.

Los modelos son cosa muy importante. No es que quieran decir algo: no quieren decir nada. Pero así somos-es nuestra debilidad animal-, necesitamos imágenes. Y, a falta de imágenes, ocurre que algunos símbolos no salen a luz. En general, lo grave es más bien la deficiencia simbólica. La imagen nos viene de una creación esencialmente simbólica.

Es algo que se dice, ustedes lo oyen y no lo creen. La máquina de calcular tiene una memoria…. Les divierte decirlo, pero no lo creen. Desengáñense. Tiene una forma de memoria que está destinada a poner en tela de juicio todas las imágenes que hasta entonces nos habíamos hecho de la memoria.

Para que la máquina se acuerde, con cada pregunta, cosa a veces necesaria, de las preguntas que se le propusieron antes, se encontró algo más ingenioso: la primera experiencia de la máquina circula en ella en estado de mensaje.

Es curioso, una máquina que vuelve sobre sí misma. Hace pensar en el feed-back, y tiene relación con el homeostato.

En este caso es más complicado. Se lo llama mensaje. Es muy ambiguo… ¿Qué es un mensaje en el interior de una máquina? Es algo que procede por apertura o no apertura, como una lámpara electrónica por sí o no… Es algo articulado, del mismo orden que las oposiciones fundamentales del registro simbólico.

En un momento dado, este algo que da vueltas debe, o no, entrar en el juego. Está siempre dispuesto a dar una respuesta, y a completarse en el acto mismo de responder, es decir, a dejar de funcionar como circuito aislado y giratorio y entrar en un juego general. Esto se asemeja en todo a lo que podemos concebir como, la compulsión de repetición.

Al disponer de este pequeño modelo uno se percata de que en la propia anatomía del aparato cerebral hay cosas que vuelven sobre sí mismas.

Recuerden lo que decíamos en años anteriores, sobre las llamativas coincidencias que Freud apunta en el orden de lo que él llama telepatía. Cosas muy importantes, dentro del orden de la transferencia, se cumplen correlativamente en dos pacientes, estando uno en análisis y el otro apenas en contacto o estando ambos en análisis. En su momento les mostré que por ser agentes integrados, eslabones, soportes, anillos de un mismo círculo de discurso, es que los sujetos ven surgir al mismo tiempo tal acto sintomático, o revelarse tal recuerdo.

En el punto al que hemos llegado les sugiero, en perspectiva, concebir la necesidad de repetición, tal como se manifiesta concretamente en el sujeto, por ejemplo en análisis, bajo la forma de un comportamiento montado en el pasado y reproducido en el presente de manera poco conforme con la adaptación vital.

Aquí reaparece lo que ya les señalé, a saber, que el inconsciente es el discurso del otro. Este discurso del otro no es el discurso del otro abstracto, del otro en la díada, de mi correspondiente, ni siquiera simplemente de mi esclavo: es el discurso del circuito en el cual estoy integrado. Soy uno de sus eslabones.

Es el discurso de mi padre, por ejemplo, en tanto que mi padre ha cometido faltas que estoy absolutamente condenado a reproducir: lo que llaman super-ego. Estoy condenado a reproducirlas porque es preciso que retome el discurso que él me legó, no simplemente porque soy su hijo, sino porque la cadena del discurso no es cosa que alguien pueda detener, y yo estoy precisamente encargado de transmitirlo en su forma aberrante a algún otro.

Tengo que plantearle a algún otro el problema de una situación vital con la que muy posiblemente él también va a toparse, de tal suerte que este discurso forma un pequeño circuito en el que quedan asidos toda una familia, toda una camarilla, todo un bando, toda una nación o la mitad del globo. Forma circular de una palabra que está justo en el límite del sentido y el sin sentido, que es problemática.

Esto es la necesidad de repetición tal como la vemos surgir más allá del principio del placer. Vacila más allá de todos los mecanismos de equilibración, de armonización y de acuerdo en el plano biológico. Sólo es introducida por el registro del lenguaje, por la función del símbolo, por la problemática de la pregunta en el orden humano.

¿De qué modo resulta esto literalmente proyectado por Freud sobre un plano que en apariencia es de orden biológico? Tendremos que volver a la cuestión las próximas veces. Sólo fragmentada, descompuesta queda prendida la vida en lo simbólico. El propio ser humano está en parte fuera de la vida, participa del instinto de muerte. Sólo desde ahí puede abordar el registro de la vida.

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