Homeostasis e insistencia. Clase 5. Seminario 2 Jacques Lacan

Idolatría. El análisis del yo no es el análisis del inconsciente al revés.

Homeostasis e insistencia.

Retomemos las cosas en el punto en que los dejé la vez pasada, es decir, el momento en que el sujeto aprehende su unidad.

El cuerpo fragmentado encuentra su unidad en la imagen del otro, que es su propia imagen anticipada: situación dual donde se esboza una relación polar pero no-simétrica. Esta disimetría ya nos está indicando que la teoría del yo en psicoanálisis no coincide en forma alguna con la concepción docta del yo, la cual, por el contrario, se asocia a una cierta aprehensión ingenua que antes califique como propia de la psicología históricamente fechable, del hombre moderno.

El sujeto es nadie. Está descompuesto, fragmentado. Se bloquea, es aspirado por la imagen, a la vez engañosa y realizada del otro, o también su propia imagen espejular. Ahí, encuentra su unidad.

En el punto en que los dejé, el sujeto estaba en ninguna parte…

Se trata de introducir una regulación simbólica, cuyo esquema tienen ustedes en la subyacente matemática inconsciente de los intercambios de las estructuras elementales. La comparación termina aquí, porque no vamos a entificar al legislador: sería un ídolo más.

Dr. LECLAIRE: … Tengo la impresión de que al rechazar esa entificación muy consciente, del sujeto, tendemos, y usted, tiende, a trasladar dicha idolificación a otro punto. No se tratará entonces del sujeto, sino del otro, de la imagen, del espejo.

LACAN: Aquí hay más de uno formado en la filosofía, digamos, tradicional, y para quien la aprehensión de la conciencia por sí misma es uno de los pilares de su concepción del mundo. Esto es algo que indudablemente no se puede tratar a la ligera, y la vez pasada les advertí perfectamente que daba el paso de cortar el nudo gordiano, optando por dejar radicalmente de lado todo un punto de vista.

Alguien que se encuentra aquí, y cuya identidad no tengo por qué revelar, después de mi última conferencia me dijo: Esa conciencia, me parece que tras habérnosla maltratado mucho, usted la reintroduce con esa voz que restablece el orden, y que regula la danza de las máquinas.

Nuestra deducción del sujeto exige, sin embargo, que situemos esa voz en alguna parte del juego interhumano.

He optado por decirles que nos vemos llevados a exigir que la palabra ordenadora la tome la máquina.

LACAN: … Supongan que la maquina pueda contarse a sí misma. Así es, para que funcionen las combinaciones matemáticas que ordenan los intercambios objétales… es preciso que en la combinatoria cada una de las maquinas pueda contarse a sí misma.

¿Qué quiero decir con esto?

¿Dónde se cuenta a sí mismo el individuo en función subjetiva, sino en el inconsciente? Es este uno de los fenómenos más manifiestos que descubre la experiencia freudiana.

Se trata de librar nuestra noción de la conciencia de toda hipoteca en cuanto a la aprehensión del sujeto por sí mismo… En los fenómenos subjetivos verán que la conciencia aparece siempre con una gran irregularidad. En la inversión de perspectiva que impone el análisis, su manifestación aparece siempre ligada a condiciones más físicas, materiales que psíquicas.

Así, ¿acaso no incumbe el fenómeno del sueño al registro de la conciencia?  Un sueño es algo consciente. Ese tornasol imaginario, esas imágenes cambiantes son por entero de igual índole que ese lado ilusorio de la imagen sobre el que insistimos a propósito de la formación del yo.

El sueño se asemeja mucho a una lectura en el espejo, procedimiento de adivinación de los más antiguos y que también puede emplearse en la técnica hipnótica. Fascinándose en un espejo, y de preferencia un espejo tal como fue siempre, desde el comienzo de la humanidad hasta una época relativamente reciente: más oscuro que claro, espejo de metal pulido, el sujeto puede lograr revelarse a sí mismo muchos elementos de sus fijaciones imaginarias.

Entonces, ¿dónde está la conciencia? ¿En qué sentido buscarla, situarla? En más de un pasaje de su obra Freud plantea el problema en términos de tensión psíquica, y procura saber según  qué mecanismos es investido y desinvestido el sistema conciencia. Su especulación-vean el Proyecto y la Metapsicología-lo lleva a considerar que es una necesidad discursiva considerar al sistema conciencia como excluido de la dinámica de los sistemas psíquicos. El problema queda para él sin resolver, y deja al futuro la tarea de aportar al respecto una claridad que se le escapa. Tropieza, manifiestamente, con un callejón sin salida.

Aquí estamos, pues, confrontados con la necesidad de un tercer polo… Es verdad, nos hace falta un triángulo. Pero hay mil formas de operar sobre un triángulo. Un triángulo no es por fuerza una figura sólida que descansa sobre una intuición. También es un sistema de relaciones. En matemáticas, realmente sólo se empieza a manejar el triángulo a partir del momento en que, por ejemplo, ninguno de sus bordes tiene privilegio.

Aquí estamos, pues, en busca del sujeto en tanto que se cuenta a sí mismo. El problema es saber dónde está. Que esté en el inconsciente, al menos para nosotros, analistas, creo es a lo que los he conducido en el punto al que estoy llegando.

Lo importante no es demoler la conciencia: no buscamos producir aquí estrepitosas caídas de vidrios. Se trata de la extrema dificultad de dar mediante la experiencia analítica una formulación del sistema de la conciencia que corresponda a lo que Freud llama referencia energética, de la dificultad para situarla en el interjuego de los diferentes sistemas psíquicos.

Este año, el objeto central de nuestro estudio es el yo. Hay que despojar al yo del privilegio que recibe de una cierta evidencia; de mil maneras trato de indicarles que esta evidencia no es sino una contingencia histórica…. El lugar que ha ocupado en la deducción filosófica es una de sus más claras manifestaciones.

La noción del yo extrae su evidencia actual de un cierto prestigio conferido a la conciencia en tanto que experiencia única, individual, irreductible… La intuición del yo guarda, en cuanto centrada sobre una experiencia de conciencia, un carácter cautivante, del que es menester desprenderse para acceder a nuestra concepción de sujeto.

Intento apartarlos de su atracción, a fin de permitirles captar finalmente dónde está, para Freud, la realidad del sujeto. En el inconsciente, excluido del sistema del yo, el sujeto habla.

La cuestión es saber si entre los dos sistemas, el sistema del yo-del que en determinado momento Freud llegó a decir que era lo único organizado que había en el psiquismo-y el sistema del inconsciente, hay equivalencia.

La introducción de su nueva tópica por Freud fue entendida como el regreso del viejo y querido yo; hay textos, y de los mejores analistas, que lo atestiguan, hasta Los mecanismos de defensa de Anna Freud, escritos diez años después. Fue una verdadera liberación, una explosión de júbilo: ¡Ah, por fin de vuelta, Vamos a poder ocuparnos de él, no sólo tenemos el derecho, también es lo aconsejado. Así se expresa la señorita Freud al comienzo de los Mecanismos de defensa. Debe decirse que el hecho de ocuparse de otra cosa en lugar del yo era para los analistas una experiencia hasta tal punto extraña, que lo sentían como una prohibición de ocuparse de él.

Es evidente que Freud siempre habló del yo. Y esta función le interesó siempre muchísimo, en tanto que exterior al sujeto…

¿En el análisis de las resistencias encontramos el equivalente de lo que llaman análisis del material? ¿Operar sobre las formas de actuar del yo, o explorar el inconsciente, acaso son del mismo orden? ¿Son complementarios los dos sistemas? ¿Son los mismos, sólo que con el signo cambiado? El inconsciente y lo que contraría su revelación, ¿son como el revés y el derecho? Si es así, es entonces legítimo hablar, como se abrevió a hacerlo un analista, El Dorado, de egología inconsciente.

Si algo quiere decir Freud al introducir su nueva tópica… es recordar que entre el sujeto del inconsciente y la organización del yo no sólo hay completa desproporción absoluta: hay diferencia radical.

Hay un principio del que hemos partido hasta ahora, dice Freud, el de que el aparato psíquico, en tanto que organizado, se coloca entre el principio del placer y el principio de realidad. Freud, desde luego, no tiene una mente inclinada a la idolificación. Nunca creyó que en el principio de realidad no había principio de placer. Porque si se obedece a la realidad, es porque el principio de realidad es un principio de placer de efecto retardado. Inversamente, si el principio de placer existe, es conforme a cierta realidad: esta realidad es la realidad psíquica.

Si el psiquismo tiene un sentido, si hay una realidad llamada realidad psíquica, o, en otros términos, si hay seres vivos, esto es en la medida en que existe una organización interna que tiende hasta cierto punto a oponerse al paso libre e ilimitado de las fuerzas y descargas energéticas como las que podemos suponer, de una manera puramente teórica, entrecruzándose en una realidad inanimada.

Hay un recinto cerrado en el interior del cual se mantiene un determinado equilibrio, por efecto de un mecanismo ahora llamado homeostasis, el cual amortigua, atempera la irrupción de las cantidades de energía provenientes del mundo exterior. Denominemos a esta regulación función restitutiva de la organización psíquica.

Freud no dispone del término homeostasis y emplea el de inercia –fechnerismo- Descarga y retorno a la posición de equilibrio: esta ley de regulación vale para los dos sistemas, postula Freud. Pero por eso mismo se ve llevado a preguntarse: ¿cuál es la relación entre estos dos sistemas? ¿Se trata simplemente de que lo que es placer en uno es displacer en el otro, y a la inversa? Si los dos sistemas fueran inversos el uno del otro tendría que llegarse a una ley general de equilibrio, y, por una vez, habría un análisis del yo que sería el análisis del inconsciente al revés. Este es, considerado en forma teórica, el problema que planteé hace un momento.

Aquí Freud se percata de que algo no satisface el principio del placer. Se percata de que lo que sale de uno de los sistemas, el del inconsciente tiene una insistencia.

Digo insistencia porque la palabra expresa bien, de una manera familiar, el sentido de lo que en francés se tradujo por automatismo de repetición,…  La palabra automatismo nos trae los ecos de toda una ascendencia neurológica. No es así como debe entendérselo. Se trata de compulsión a la repetición, y por eso creo hacer algo concreto introduciendo la noción de insistencia.

Este sistema tiene algo que molesta. No es proporcional, no pega…

El principio de homeostasis obliga a Freud a inscribir todo lo que deduce en términos de investidura, carga, descarga, relación energética entre los diferentes sistemas. Ahora bien, se da cuenta de que allí dentro hay algo que no funciona. Más allá del principio del placer, es eso, ni más ni menos.

Examina primero un punto muy local, el conocido fenómeno de la repetición de sueños en el caso de las neurosis traumáticas, que contraviene la regla del principio del placer encarnada, a nivel del sueño, en el principio de la realización imaginaria del deseo. Freud se dice: ¿Por qué diablos hay en este caso una excepción? Pero no hay una sola excepción que pueda poner en tela de juicio algo tan fundamental como el principio del placer, que es el principio de regulación que permite inscribir en un sistema coherente de formulaciones simbólicas el funcionamiento concreto del hombre considerado como una máquina.

Este principio no se deduce de su teoría, está en la base de su pensamiento, en la medida en que en su época se piensa en ese preciso registro. Asimismo, si leen el texto verán que a Freud, de las diferentes excepciones que invoca, ninguna le parece del todo suficiente para poner este principio en tela de juicio. Pero las excepciones, consideradas como un conjunto, le parecen convergentes.

LACAN: Me anunciaban hace un momento que acabaría por encallar, y que al sujeto lo encontraríamos en alguna parte, en estado de ídolo….  el fenómeno mismo sobre el cual se basa el análisis e s el siguiente: apuntando a la rememoración, encontrémosla o no, hallamos la reproducción, bajo la forma de la transferencia, de algo que pertenece manifiestamente al otro sistema.

LECLAIRE. Quisiera responder globalmente porque me siento un poco aludido… A propósito del sujeto del inconsciente, usted me acusó de idolificación; pues bien, yo dije que lo figuré, aunque, para ser rigurosos, al igual que Jehová, no debía ser ni figurado ni nombrado. Sin embargo lo figuré, sabiendo lo que hacía. Tengo la sensación de que usted pone la idolificación del lado del otro.

Dr. LECLAIRE:-Tengo simplemente la sensación de que el fenómeno de evitamiento se produce cada vez que se habla del sujeto. Es una especie de reacción, cada vez que se habla del sujeto.

LACAN:  ¿qué quiere usted decir?

LECLAIRE:-Ridence, (Libramiento) el mismo que antes.

LACAN: En esto, se lo ruego, no nos perdamos. No es el mismo evitamiento.

LACAN: Hay una función restitutiva, que es la del principio del placer. Pero hay también una función repetitiva. ¿Cómo se articulan?

El sujeto puede reproducir indefinidamente una experiencia, de la que descubren ciertas cualidades por medio de la rememoración.

Dios sabe cuánto trabajo les cuesta entender qué satisface en ella al sujeto. Ya lo expliqué, hace algunos años, respecto del Hombre de los lobos. ¿Qué es esa insistencia del sujeto en reproducir? ¿Reproducir qué? ¿Está en su conducta? ¿Está en sus fantasmas? ¿Está en su carácter? ¿Está incluso en su yo?… Cualquier cosa, registros sumamente diferentes pueden servir como material y elementos para esa reproducción.

La reproducción en la transferencia en el seno del tratamiento no es, a todas luces, más  que un caso particular de una reproducción mucho más difusa, con la que hay que vérsela en lo que llaman análisis del carácter,análisis de la personalidad total, y otras gansadas.

Freud se pregunta qué significa, desde el punto de vista del principio del placer, el carácter inagotable de dicha reproducción. ¿Se produce porque hay algo descompuesto, o bien obedece a un principio diferente, más fundamental?

Dejo abierta la pregunta: ¿cuál es la naturaleza del principio que regula aquello de que se trata, vale decir, el sujeto? ¿Es éste asimilable, reducible, simbolizable? ¿Es algo? ¿O bien no puede ser ni nombrado ni aprehendido, sino únicamente estructurado?

Este será el tema de las lecciones de nuestro próximo trimestre.

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