Una definición materialista del fenómeno de la conciencia. Clase 4. Seminario 2.

Lo vivido y el destino. El núcleo de nuestro ser. El yo es un objeto. Fascinación, rivalidad, reconocimiento.

Les enseño que Freud descubrió en el hombre el peso y el eje de una subjetividad que supera a la organización individual en tanto que suma de las experiencias individuales, e incluso en tanto que línea del desarrollo individual. Les doy una definición posible de la subjetividad, formulándola como sistema organizado de símbolos, que aspiran a abarcar la totalidad de una experiencia, animarla y darle su sentido. ¿Y qué es lo que aquí estamos tratando de realizar, sino una subjetividad? Las direcciones, las aperturas sobre nuestra experiencia y nuestra práctica, que aquí aportamos están destinadas a inducirlos a proseguirlas en una acción concreta.

En esta enseñanza, al igual que en un análisis, tenemos que enfrentar resistencias.

Las resistencias tienen siempre su sede, nos lo enseña el análisis, en el yo. Lo que corresponde al yo es eso que a veces denomino la suma de los prejuicios que implica todo saber y que cada uno de nosotros, individualmente, arrastra. Se trata de algo que incluye lo que sabemos o creemos saber, porque saber siempre es, en algún aspecto, creer saber.

Por eso, cuando una perspectiva nueva les es aportada de un modo descentrado con respecto a su experiencia, siempre se opera un movimiento por el cual tratan de recuperar el equilibrio, el centro habitual de su punto de vista: signo de lo que les explico y que se llama resistencia. Deberían, al contrario, abrirse a nociones surgidas de una experiencia diferente, y sacarles partido.

Entonces y a esto quería llegar ¿Qué es el análisis de las resistencias?

No es intervenir ante el sujeto para que éste tome conciencia de la forma en que sus aficiones, sus prejuicios, el equilibrio del yo, le impiden ver… No es una persuasión, que muy pronto cae en la sugestión…  No es reforzar, como se dice, el yo del sujeto, o encontrar un aliado en su parte sana…  No es convencer…  Es, en cada momento de la relación analítica, saber en qué nivel debe ser aportada la respuesta. Es posible que esta respuesta a veces haya que aportarla a nivel del yo.

Una palabra es matriz de la parte desconocida del sujeto, y ése es el nivel propio del síntoma analítico, nivel descentrado con respecto a la experiencia individual, ya que es el del texto histórico que lo integra. Y en consecuencia, es indudable que el síntoma sólo cederá ante una intervención que recaiga sobre este nivel descentrado.

Toda intervención que se inspire es una reconstitución prefabricada, forjada a partir de nuestra idea del desarrollo normal del individuo y que apunte a su normalización, fracasará. Por ejemplo, lo que le faltó, la frustración que tiene que aprender a padecer. Se trata de saber si el síntoma se resuelve en un registro o en el otro, no hay término medio.

Sin embargo, la cosa es problemática en la medida en que el diálogo inter-yoico no deja de tener ciertas repercusiones, y quizá, por qué no, psicoterapéuticas.

Psicoterapia se ha hecho siempre sin saber muy bien lo que se hacía, pero seguramente dando intervención a la función de la palabra. Se trata de saber si, en el análisis, la función de la palabra ejerce su acción por la sustitución del yo del sujeto por la autoridad del analista, o si es subjetiva.

El orden instaurado por Freud prueba que la realidad axial del sujeto no está en su yo. Intervenir sustituyendo al yo del sujeto, como se sigue haciendo en cierta práctica del análisis de las resistencias, es sugestión, no es análisis.

El síntoma, sea cual fuere, no queda propiamente resuelto cuando el análisis se practica sin poner en primer plano la cuestión de saber sobre qué debe recaer la acción del analista, cuál es el punto del sujeto, por así decirlo, al que debe apuntar.

Creo haber acentuado lo bastante,… que el inconsciente es ese sujeto ignorado por el yo, desconocido por el yo,  el núcleo de nuestro ser, escribe Freud en la Traumdeutung, cuando Freud  trata sobre el proceso primario, está hablando de algo que posee un sentido ontológico y que él llama núcleo de nuestro ser.

El núcleo de nuestro ser no coincide con el yo. Este es el sentido de la experiencia analítica, y alrededor de esto nuestra experiencia se ha organizado y ha ido depositando esos estratos de saber que actualmente se enseñan.

¿Basta con limitarse a eso y decir: el yo (je) del sujeto inconsciente no es yo?  Pues no basta… nada implica la recíproca. Normalmente se ha pensado que este yo (je) es el verdadero yo. Se ha imaginado que el yo  es  tan  solo una forma incompleta, errónea, del yo (je)…  Así, se efectuó ese descentramiento esencial en el descubrimiento freudiano, pero de inmediato lo redujeron.

Es la misma diplopía (trastorno de la visión que consiste en ver doble) que muestra una experiencia muy conocida por los oculistas. Pongamos dos imágenes bien cerca una de otra y casi a punto de tocarse: gracias a cierto estrabismo se fundirán en una, si están bastante cerca. De igual modo, se ha hecho entrar al yo en el yo (je) descubierto por Freud, y así restauran la unidad.

Esto sucedió en el análisis a partir del día en que, advirtiendo que -por una razón que deberá ser elucidada retrospectivamente-  la primera fecundidad del descubrimiento analítico se agotaba en la práctica, se volvió a lo que llaman el análisis del yo, pretendiendo encontrar en él el exacto reverso de lo que había que demostrarle al sujeto.

Se creía que analizando el yo aparecería el reverso de lo que era preciso hacer comprender, efectuando así una reducción semejante a la que antes menciones: dos imágenes diferentes en una sola.

Sin duda, el verdadero yo (je) no es yo.

Lo importante es… que en todo momento debemos tener presente: el yo no es yo (je)… Es otra cosa, un objeto particular en el interior de la experiencia del sujeto. Literalmente, el yo es un objeto: un objeto que cumple una determinada función que aquí denominamos función imaginaria.

Esta tesis es absolutamente esencial en la técnica… Las investigaciones de Freud en torno a la segunda tópica tuvieron el propósito de restablecer en su lugar a un yo que empezaba a deslizarse otra vez hacia su antigua posición… Todo lo que Freud escribió perseguía el fin de reinstalar la exacta perspectiva de la excentricidad del sujeto con respecto al yo.

Sostengo que esto es lo esencial, y que alrededor de esto debe ordenarse todo. ¿Por qué?

Por vuestra evidencia, la evidencia de vuestra experiencia psicológica, está determinada por una confusión conceptual de la que nada saben…  Vivimos a nivel de los conceptos mucho más de lo que creemos…  Su modo de reflexión es esencial para la manera en que el ser de una determinada era cultural se experimenta y, al mismo tiempo, se concibe.

El fenómeno de la conciencia.

Pues bien, es un postulado admitido por todos nosotros el carácter elaborado y elevado del fenómeno de la conciencia… Y todos estamos convencidos, de que,  la aprehensión de la conciencia, y por tanto del yo… allí es donde se da nuestra existencia. Pensamos que la unidad del yo es, si no explorada, al menos aprehendida en el hecho de la conciencia.

Lo que la experiencia analítica pone de relieve, dejando perplejo a Freud, son, por el contrario, las ilusiones de la conciencia.

A pesar de lo fácil que es, en sus proyectos de 1895, Freud no logra situar exactamente el  fenómeno de la conciencia dentro de su esquema, ya elaborado, del aparato psíquico.

Mucho después, en la metapsicología, cuando procura explicar las diferentes formas patológicas sueño, delirio, confusión mental, alucinaciones-por desinvestiduras de sistemas, se sigue enfrentado a una paradoja cuando se trata de hacer funcionar el sistema de la conciencia, y piensa entonces que deben de haber leyes especiales.

El sistema de la conciencia no entra en su teoría. La concepción psicofísica de Freud sobre las investiduras de los sistemas intraorgánicos es singularmente hábil para explicar lo que sucede en el individuo. Por hipotético que ello sea, la experiencia que hemos adquirido después acerca de la difusión y distribución de los influjos nerviosos, demuestra más bien la admisibilidad de la construcción biológica de Freud. Pero con la conciencia, esto no funciona.

Me dirán: eso prueba que Freud se enredó. Vamos a considerar las cosas desde otro ángulo.

¿Qué es lo que da a la conciencia su carácter aparentemente primordial?

El filósofo parece apoyarse en un dato indiscutible cuando parte de la transparencia de la conciencia a sí misma. Si hay conciencia de algo, se nos dice, no es posible que esta conciencia que hay no se capte a sí misma como tal. Nada puede ser experimentado sin que el sujeto pueda captarse en el interior de esa experiencia en una suerte de reflexión inmediata.

Por supuesto, desde el paso decisivo de Descartes, los filósofos han dado unos cuantos pasos más. Plantearon una pregunta que sigue abierta, la de saber si  el yo (je) es captado en forma inmediata en el campo de conciencia.

No ahondaré más en la investigación metafísica del problema de la conciencia. Voy a proponerles, no una hipótesis de trabajo -sostengo que no se trata de una hipótesis-, sino una manera de dar por terminado el asunto, de cortar el nudo gordiano. Porque existen problemas que hay que decidirse a abandonar sin haberlos resuelto.

Se trata, una vez más, de un espejo.

¿Qué es la imagen en el espejo?  Los rayos que vuelven sobre el espejo nos hacen situar el objeto, que por lo demás se halla en alguna parte de la realidad, en un espacio imaginario.

El objeto real no es el objeto que ven en el espejo. Hay aquí, pues, un fenómeno de conciencia como tal. En todo caso, esto es lo que les propongo admitir…

Pues bien: esto es lo que les propongo considerar en lo esencial como un fenómeno de conciencia, que no habrá sido percibido por ningún yo, que no habrá quedado reflejado en ninguna experiencia yoica: en esa época estaba ausente toda especie de yo y de conciencia.

Les explico que el hombre es un sujeto descentrado por cuanto se halla comprometido en un juego de símbolos, en un mundo simbólico… Las maquinas más complicadas no están hechas sino con palabras.

La palabra es ante todo ese objeto de intercambio por el cual nos reconocemos… La circulación de la palabra comienza así, y se infla hasta el punto de constituir el mundo del símbolo que permite cálculos algebraicos… La máquina es como la estructura suelta, sin la actividad del sujeto… El mundo de la maquina es el mundo simbólico.

Se abre entonces la pregunta por lo que, en este mundo, constituye el ser del sujeto.-

La máquina (el mundo simbólico) constituye la continuidad gracias a la cual los hombres, ausentes por un tiempo, poseerán el registro de lo que sucedió en el intervalo de los fenómenos de conciencia propiamente dichos.

Y aquí puedo decir fenómenos de conciencia sin entificar ningún alma cósmica ni presencia alguna en la naturaleza. Porque a estas alturas, quizá por habernos internado bastante bien en la fabricación de la máquina, ya no anda más confundiendo la intersubjetividad simbólica con la subjetividad cósmica. Al menos así lo espero.

Para comenzar tan sólo a plantearse qué es el yo, hay que desprenderse de la concepción que llamaremos religiosa de la conciencia.

(Por otra parte) El ateísmo puramente sentimental, verdaderamente incoherente, del pensamiento cientificista, lo impulsa de rebote a hacer de la conciencia la cumbre de los fenómenos. Hace lo posible… por presentar a la conciencia como la más excelsa de las obras maestras, la razón de todo, la perfección. Pero tales  epifenómenos no sirven para nada. Cuando se abordan los  fenómenos siempre se actúa como si no se los tuviera en cuenta.

(Por ejemplo) en embriología, cuando se habla de la intervención de una forma formadora en el embrión, acto seguido se piensa que, desde el momento en que hay un centro organizador, no puede haber sino una conciencia. Conciencia, ojos, oídos: hay, pues, un pequeño demonio en el interior del embrión….  Como resultado ya no se intenta organizar lo que es manifiesto en el fenómeno, porque se estima que todo lo que es superior implica conciencia. Sin embargo, sabemos que la conciencia está ligada a algo enteramente contingente: la existencia de nuestros ojos o de nuestros oídos.

Contra ellas ha reaccionado el buen sentido mediante cantidad de tabúes.

Son primicias. El conductismo dice: Nosotros vamos a observar las conductas totales, no prestemos atención a la conciencia. Pero bien se sabe que esta puesta entre paréntesis de la conciencia no ha sido tan fecunda.

La conciencia no es el monstruo que creemos. El hecho de excluirla, de someterla, no aporta de veras ningún beneficio.

Esto nada tiene que ver con la conciencia.

Les ruego considerar (durante cierto lapso, durante esta introducción), que la conciencia es algo que se produce cada vez que tenemos… una superficie tal que pueda producir lo que llamamos una imagen. Es una definición  materialista.

Una imagen, esto quiere decir que los efectos energéticos que parten de un punto dado de lo real… se reflejan en algún punto de una superficie, impresionan el mismo punto correspondiente del espacio… Toda clase de cosas en el interior del mundo se comportan como espejos. Basta que las condiciones sean tales que a un punto de una realidad corresponda un efecto en otro punto; que se establezca una correspondencia biunívoca entre dos puntos del espacio real.

He dicho del espacio real; voy demasiado aprisa. Hay dos casos: o bien los efectos se producen en el espacio real, o bien se producen en el espacio imaginario.

Pudieron así advertir que todo lo que es imaginario, todo lo que es, hablando con propiedad, ilusorio, no por ello es subjetivo.

Hay un ilusorio perfectamente objetivo, objetivable, y no es necesario hacer desaparecer toda vuestra honorable compañía para que lo entiendan.

Toda la dialéctica que a manera de ejemplo les presenté bajo el nombre de estadio del espejo se basa en la relación entre, por una parte, cierto nivel de tendencias, experimentadas (digamos por ahora, en determinado momento de la vida-como desconectadas, discordantes, fragmentadas-y de esto siempre queda algo) y, por la otra, una unidad con la cual se confunde y aparea. Esta unidad es aquello en lo cual el sujeto se conoce por vez primera como unidad, pero como unidad alienada, virtual.

Es preciso que en el sistema condicionado por la imagen del yo intervenga el sistema simbólico, para que pueda establecerse un intercambio, algo que es no conocimiento sino reconocimiento.

Ven así que el yo en ninguna circunstancia puede ser  otra cosa que una función imaginaria… Es tan ambiguo como puede serlo el objeto mismo.

El sujeto se plantea como operativo, como humano, como yo (je), a partir del momento en que aparece el sistema simbólico.

El yo es tan sólo una función. A partir del momento en que el mundo simbólico está fundado, él mismo puede servir de símbolo.

Porque se pretende que el yo es el sujeto, porque se lo unifica como función y como símbolo, hoy tuvimos que dedicarnos a despojarlo de su estatuto simbólico, fascinante que hace que creamos en él.

 

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