El concepto del análisis. Clase 22. Seminario 1

¿Alguien quiere preguntar algo?

LECLAIRE: Cuando examinamos lo que se ha escrito sobre la transferencia, tenemos la impresión de que el fenómeno de la transferencia entra en la categoría de las manifestaciones de orden afectivo, de las emociones; en oposición a otras manifestaciones de orden intelectual, como, por ejemplo, los procedimientos que apuntan a la comprensión. Por lo tanto, siempre resulta incómodo intentar dar cuenta, en términos corrientes y habituales, de su perspectiva acerca de la transferencia. Las definiciones de transferencia hablan siempre de emoción, de sentimiento de fenómeno afectivo; esto se opone categóricamente a todo lo que en un análisis puede llamarse intelectual.

LACAN: Si… Vea, existen dos modos de aplicación de una disciplina que se estructura a través de una enseñanza. Está lo que usted oye, y luego lo que usted hace con lo que oye. Estos dos planos  pueden coincidir en ciertos signos secundarios….Veo desde este ángulo lo que puede tener de fecundo toda acción verdaderamente didáctica. Transmitir conceptos  no es  tanto lo que está aquí en juego sino explicárselos, pasándoles en consecuencia el relevo y la carga de cumplir con ellos. Pero hay algo aún más imperativo: señalarles los conceptos de los que nunca hay que servirse.

Si hay algo de este orden en lo que aquí enseño es lo siguiente: les ruego a cada uno de ustedes que, en el interior de su propia investigación de la verdad, renuncien radicalmente aunque sólo fuese a título provisional para ver qué se gana dejándola de lado- a utilizar una oposición como la de afectivo e intelectual.

No deja de ser tentador adherir a esta consigna durante cierto tiempo, ya que es evidente que al utilizar esta oposición sólo se desemboca en una serie de callejones sin salida. Esta oposición es de las más contrarias a la experiencia analítica, y de las que más oscurecen su comprensión.

Me piden que rinda cuentas de lo que enseño, y de las objeciones que esta enseñanza puede encontrar. Les enseño el sentido y la función de la acción de la palabra, en tanto ella es el elemento de la interpretación. Ella es el médium fundador de la relación intersubjetiva y retroactivamente modifica a ambos sujetos. Es la palabra la que literalmente, crea lo que los instaura en esa dimensión del ser que intento hacerles percibir.

No se trata aquí de una dimensión intelectual. Si en algún sitio se sitúa lo intelectual, es a nivel de los fenómenos del ego, en la proyección imaginaria del ego, pseudoneutralizada – pseudo en el sentido de mentira- que el análisis denunció como fenómeno de defensa y resistencia.

Estamos en una posición de naturaleza diferente, más difícil. Porque nos enfrentamos a un símbolo extremadamente polivalente. Pero sólo habremos dado un paso adelante cuando lleguemos a formular adecuadamente los símbolos de nuestra acción. Ese paso adelante, como todo paso adelante, es también un paso retroactivo. En consecuencia, diré que estamos así elaborando, en la medida en que ustedes me siguen, un psicoanálisis. Nuestro paso adelante en el campo del psicoanálisis es, al mismo tiempo, un retorno a la aspiración de su origen.

LECLAIRE: Formulando esta pregunta quería liquidar algo que había quedado en suspenso. La última vez, al hablar de la transferencia usted introdujo tres pasiones fundamentales, y entre ellas la ignorancia. A ella quería llegar.

LACAN: La vez pasada quise introducir, como en una tercera dimensión, el espacio, o más bien el volumen, de las relaciones humanas en la relación simbólica. Es con toda intención que recientemente, la vez pasada, hablé de estas aristas pasionales… son puntos de unión, puntos de ruptura, crestas que se sitúan entre las diferentes áreas en que se extiende la relación interhumana: lo real, lo simbólico, lo imaginario.

El amor.

El amor se distingue del deseo, considerado como la relación límite que se establece entre todo organismo y el objeto que lo satisface. Pues su objetivo no es la satisfacción, sino ser. Por eso, sólo podemos hablar de amor allí donde existe relación simbólica como tal.

Aprendan a distinguir ahora el amor como pasión imaginaria del don activo que él constituye en el plano simbólico.

El amor, el amor de quien desea ser amado, es esencialmente una tentativa de capturar al otro en sí mismo, de capturarlo en sí mismo como objeto.

El deseo de ser amado, es el deseo de que el objeto amante sea tomado como tal, englutido, sojuzgado en la particularidad absoluta de sí mismo como objeto. A quien aspira ser amado muy poco le satisface- ya se sabe- ser amado por su bien. Su exigencia es ser amado hasta el punto máximo que puede alcanzar la completa subversión del sujeto en una particularidad, y en lo que esa particularidad tiene de más opaco, de más impensable. Se quiere ser amado por todo, no sólo por su yo- como dice Descartes- sino por su color de cabello, por sus manías, por sus debilidades, por todo.

Por eso, pero inversa y diría correlativamente, amar es amar un ser más allá de lo que parece ser. El don activo del amor apunta hacia el otro, no en su especificidad, sino en su ser.

El amor, (no ya como pasión) sino como don activo, apunta siempre más allá del cautiverio imaginario, al ser del sujeto amado, a su particularidad. Por ser así puede aceptar en forma extrema sus debilidades y rodeos, hasta puede admitir sus errores, pero se detiene en un punto, punto que sólo puede situarse a partir del ser: cuando el ser amado lleva demasiado lejos la traición a sí mismo y persevera en su engaño, el amor se queda en el camino.

El amor- en tanto es una de las tres líneas divisorias en las que el sujeto se compromete cuando se realiza simbólicamente en la palabra- se dirige hacia el ser del otro. Sin la palabra, en tanto ella afirma el ser, sólo hay –infatuación-enamoramiento-, fascinación imaginaria, pero no amor. Hay amor padecido, pero no don activo del amor.

El odio.

Con el odio sucede lo mismo. Existe una dimensión imaginaria del odio pues la destrucción del otro es un polo de la estructura misma de la relación intersubjetiva. Ya les señalé que se trata de lo que Hegel reconoce como el callejón sin salida de la coexistencia de dos conciencias, a partir del cual deduce su mito de la lucha por puro prestigio.

También en este caso, la dimensión imaginaria está enmarcada por la relación simbólica y, en consecuencia, el odio no se satisface con la desaparición del adversario. Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a lo contrario: a su envilecimiento, su pérdida, su desviación, su delirio, su negación total, su subversión. En este sentido el odio, como el amor, es una carrera sin fin.

Hoy, los sujetos no tienen que asumir la vivencia del odio en lo que éste puede tener de más ardiente. ¿Por qué? Porque ya de sobra somos una civilización del odio. ¿Acaso no está ya bien desbrozada (limpia de maleza) entre nosotros la pista de la carrera de la destrucción? El odio en nuestro discurso cotidiano se reviste de muchos pretextos, encuentra racionalizaciones sumamente fáciles

Tal vez sea este estado de floculación difusa (proceso de adicionar ingredientes que aglutinan a otros elementos)  del odio el que satura, en nosotros, la llamada a la destrucción del ser. Como si la objetivación del ser humano en nuestra civilización correspondiera exactamente a lo que- en la estructura del ego- es el polo del odio. (Por ejemplo: el moralismo occidental)

El odio encuentra allí (moralismo occidental) los objetos cotidianos con los que nutrirse. Pero, sería un error pensar que este odio está ausente en las guerras, donde algunos sujetos privilegiados lo realizan plenamente.

Tengan claro que cuando hablo de amor y odio designo las vías de la realización del ser no la realización del ser, únicamente sus vías.

La ignorancia.

Cuando el sujeto se compromete en la búsqueda de la verdad como tal es porque se sitúa en la dimensión de la ignorancia; poco importa que lo sepa o no.

Es éste uno de esos elementos que los analistas llaman… disposición a la transferencia. Existe en el paciente disposición a la transferencia por el sólo hecho de colocarse en la posición de confesarse en la palabra, y buscar su verdad hasta su extremo, en el extremo que está ahí, en el analista. Conviene también considerar la ignorancia en el analista.

El analista no debe desconocer lo que llamaré el poder de accesión al ser de la dimensión de la ignorancia, puesto que debe responder a aquel que, en todo su discurso, lo interroga en esa dimensión. No tiene que guiar al sujeto hacia un saber, un saber, sino hacia las vías de acceso a ese saber. Debe comprometer al sujeto en una operación dialéctica, no decirle que se engaña pues, forzosamente, él está en el error, sino mostrarle que habla mal, es decir que habla sin saber, como un ignorante, pues las que cuentan son las vías de su error.

El psicoanálisis es una dialéctica,… un arte de conferir (adjudicar o atribuir un derecho, un cargo o una facultad a un individuo)…  El arte de Sócrates en el Menón, consiste en enseñar al esclavo a dar su verdadero sentido a su propia palabra. Este arte es el mismo en Hegel. En otros términos, la posición del analista debe ser la de una ignorancia docta, que no quiere decir sabía, sino formal y que ser formadora para el sujeto.

Grande es la tentación, porque está en el clima de nuestra época, de esta época de odio, de transformar la ignorantia docta en lo que he llamado, y no es nuevo, ignorantia docens. Apenas cree el psicoanalista saber algo, de psicología por ejemplo, comienza ya su perdición, por la sencilla razón de que en psicología, nadie sabe gran cosa, salvo que la psicología misma es un error de perspectiva sobre el ser humano.

Tengo que tomar ejemplos banales para hacerles entender lo que es la realización del ser del hombre porque, aunque no quieran, lo sitúan en una perspectiva errónea, la de un falso saber.

De todos modos deben darse cuenta que, cuando el hombre dice yo soy o yo seré, incluso yo habré sido, o bien, yo quiero ser, siempre se produce un salto, una hiancia.

Es tan extravagante decir, en relación a la realidad, yo soy psicoanalista como yo soy rey. Ambas afirmaciones son totalmente válidas y, sin embargo, nada las legitima en el orden de lo que podemos llamar la medida de las capacidades.

 Las legitimaciones simbólicas en función de las cuales un hombre asume lo que otros le confieren escapan por entero al registro de la habilitación de capacidades.

Esto lo encontramos en menor escala todos los días: un señor de cualidades mediocres, que presenta todo tipo de inconvenientes cuando ocupa un cargo inferior, es elevado por una investidura de algún modo soberana, por más limitado que sea el dominio donde esto suceda, y cambia totalmente. No tienen más que observarlo cotidianamente, el alcance de sus fuerzas y debilidades se transforma, y la relación entre ambas puede llegar a invertirse

LACAN: ¿Quién tiene otras preguntas?

BEJARANO:… Pienso en un ejemplo concreto… Tendría que intentar mostrarnos, en el caso Dora, cómo se siguen los diferentes registros.

LACAN: En el caso de Dora, quedamos en la antesala de todo esto; sin embargo, se los puedo situar un poco aportándoles una respuesta conclusiva sobre la cuestión de la transferencia en su conjunto.

La experiencia analítica es instaurada por los primeros descubrimientos de Freud sobre el trípode: sueño, lapsus, agudeza. El síntoma es un cuarto elemento; puede servir, no de palabra, pues no está hecho con fonemas, pero sí de signos  (contraseña) en base al organismo.

Es en esta experiencia y con retraso respecto a su instauración -Freud mismo reconoce haberse asustado- donde aísla el fenómeno de la transferencia. Al no estar reconocida la transferencia funcionó como obstáculo al tratamiento. Una vez reconocida se convierte en su mejor apoyo.

Pero incluso antes de percatarse de la existencia de la transferencia Freud ya la había designado. En efecto, como ya les dije, en la Tramdeutung encontramos una definición de la Transferencia  en función del doble nivel de la palabra…

Por desgracia, este año hable poco del lapsus. El lapsus, se trata de una dimensión fundamental, pues es el aspecto radical del sin sentido que presenta todo sentido. Hay un punto donde el sentido emerge y es creado. Pero precisamente en ese punto, el hombre muy bien puede sentir que el sentido, al mismo tiempo, está aniquilado, que es creado justamente por estar aniquilado. ¿Qué es la agudeza, sino la irrupción calculada del sin sentido en un discurso que parece tener sentido?

MANNONI:-Es el punto umbilical de la palabra.

Exactamente… El sueño tiene un ombligo muy confuso…. El ombligo de la agudeza es perfectamente agudo: la broma. Su esencia más radical está expresada en el no-sentido.

Pues bien, nos damos cuenta que esa transferencia es nuestro sostén.

Hay otra forma de abordar el problema de la transferencia: hacerlo a partir de ese nivel de lo imaginario cuya importancia no dejamos de subrayar aquí. El desarrollo relativamente reciente de la etología animal nos permite darle una estructuración más clara que la que le daba Freud. Pero esta dimensión – imaginare- fue nombrada efectivamente como tal en el texto de Freud. ¿Cómo podría haberlo evitado? Ya lo vieron este año en Introducción al narcisismo: la relación del ser viviente con los objetos que desea se articula con condiciones de Gestalt que sitúan como tal a la función de lo imaginario.

La teoría analítica no desconoce la función de lo imaginario; pero introducirla tan sólo para tratar la transferencia equivale a ponerse orejeras, pues la encontramos en todas partes y, particularmente, cuando se trata de la identificación. Pero tampoco hay que emplearla a tontas y a locas.

Observemos, en este sentido, que la función de lo imaginario está presente en el comportamiento de toda pareja animal.

En todas las acciones vinculadas al apareamiento de los individuos capturados en el ciclo del comportamiento sexual surge una dimensión de pavoneo. Durante el pavoneo sexual, cada individuo está capturado en una situación dual, en la que se establece, a través de la intervención de la relación imaginaria una identificación, sin duda momentánea, pues está vinculada al ciclo instintal.

Asimismo, durante la lucha entre los machos, podemos ver a los sujetos convenir en una lucha imaginaria. Existe allí, entre los adversarios, una regulación a distancia que transforma la lucha en danza. Y, en determinado momento, como sucede en el pareo, los papeles están elegidos, la dominación de uno sobre otro es reconocida, sin que sea preciso llegar, no diré a las manos, pero sí a las uñas, a los dientes, a los pinchos. Uno de los miembros de la pareja adopta la actitud pasiva y se somete a la preponderancia del adversario. Uno esquiva al otro, adopta uno de los papeles y manifiestamente lo hacen en función del otro, es decir, en función de lo que el otro ha alegado en el plano de la Gestalt.

Los adversarios evitan una lucha real que conduciría a la destrucción de uno de ellos y transponen el conflicto al plano de lo imaginario. Cada uno se localiza en la imagen del otro, y se lleva a cabo una regulación que distribuye los papeles dentro del conjunto de la situación, la cual es diádica.

En el hombre, lo imaginario está reducido, especializado, centrado en la imagen espejular, que constituye  a la vez los callejones sin salida y la función de la relación imaginaria.

La imagen del yo -por el sólo hecho de ser imagen, el yo es yo ideal- resume toda la relación imaginaria en el hombre. Por producirse en un momento en que las funciones no están aun plenamente desarrolladas, adquiere un valor saludable, que la asunción jubilatoria del fenómeno del espejo expresa suficientemente; sin embargo, no por ello deja de estar en relación con la prematuración vital y, en consecuencia, con un déficit originario, con una hiancia a la que su estructura queda ligada.

Esta imagen de sí, el sujeto volverá a encontrarla constantemente como marco de sus categorías, de su aprehensión del mundo: como objeto, y esto, teniendo como intermediario al otro. Es en el otro siempre donde volverá a encontrar a su yo ideal, a partir de allí se desarrolla la dialéctica de sus relaciones con el otro.

Si el otro satura, colma esa imagen, se convierte en objeto de una carga narcisista que es la de la infatuación-enamoramiento…

Por el contrario, y siguiendo la misma línea, si el otro aparece frustrando al sujeto en su ideal y en su propia imagen, genera la tensión destructiva máxima. Por un pelo, la relación imaginaria con el otro vira en un sentido o en otro; es ésta la clave de los problemas que Freud plantea en lo que concierne a la súbita transformación entre el amor y odio en el enamoramiento.

Es el fenómeno de carga imaginaria juega el papel de pivote en la transferencia.

La transferencia, si bien es cierto que se establece en y por la dimensión de la palabra, sólo aporta la revelación de esa relación imaginaria cuando alcanza ciertos puntos cruciales del encuentro hablado con el otro, en este caso el analista.

Desembarazado el discurso mediante la regla llamada fundamental de parte de sus convenciones, comienza a jugar más o menos libremente respecto al discurso corriente, y abre al sujeto la vía de esa fecunda equivocación en Ia que la palabra verídica confluye con el discurso del error. Pero, también cuando la palabra huye la revelación, la equivocación fecunda, y se desarrolla en el engaño- dimensión esencial que precisamente nos impide eliminar al sujeto como tal de nuestra experiencia, y reducirla a términos objétales- se descubren esos puntos que, en la historia del sujeto, no fueron integrados, asumidos, sino reprimidos.

El sujeto desarrolla en el discurso analítico su verdad, su integración, su historia. Pero en esa historia hay huecos: allí donde se produjo lo que fue rechazado… es decir que en un momento accedió al discurso y luego fue rechazado.

El fenómeno de la transferencia encuentra la cristalización imaginaria. Gira en torno a ella y con ella debe reunirse.

En O, coloco la noción del yo (moi) inconsciente del sujeto. Este inconsciente está constituido por lo que el sujeto esencialmente desconoce de su imagen estructurante, de la imagen de su yo, es decir, las capturas por las fijaciones imaginarias que fueron inasimilables en el desarrollo simbólico de su historia esto significa que eran traumáticos.

¿De qué se trata en el análisis? Se trata de que el sujeto pueda totalizar los diversos accidentes cuya memoria está conservada en O en forma tal que su acceso le está cerrado. Ella sólo se abre por la verbalización, es decir por la mediación del otro, o sea por el analista. A través de la asunción hablada de su historia, el sujeto se compromete en la vía de realización de su imaginario truncado.

A medida que el sujeto lo asume en el discurso, se produce ese complemento de lo imaginario que se realiza en el otro, en la medida en que se lo hace oír al otro.

Lo que está en O pasa a O’. Todo lo proferido desde A, del lado del sujeto, se escucha en B, del lado del analista.

El analista lo escucha, pero a la vuelta también lo oye el sujeto. El eco de su discurso es simétrico al carácter especular de la imagen. Esta dialéctica giratoria, que les represento en el esquema por una espiral, ciñe cada vez más cerca a O y O’. El progreso del sujeto en su ser debe finalmente llevarlo a O, pasando por una serie de puntos que se reparten entre A y O.

En esta línea, el sujeto pone una y otra vez sus manos a la obra, y confesando en primera persona su historia, progresa en el orden de las relaciones simbólicas fundamentales donde tiene que encontrar el tiempo, resolviendo las detenciones y las inhibiciones que constituyen el superyó. Precisa tiempo.

Si los ecos del discurso se aproximan con excesiva rapidez al punto O’- es decir, si la transferencia se hace demasiado intensa- se produce un fenómeno crítico que evoca la resistencia; la resistencia en la forma más aguda en que es posible verla manifestarse: el silencio. Pueden darse cuenta ¿no es cierto? que, como dice Freud, la transferencia se convierte en un obstáculo cuando es excesiva.

También es preciso decir que, si este momento se produce oportunamente, el silencio adquiere su pleno valor en tanto silencio: no es simplemente negativo, sino que vale como más allá de la palabra. Algunos momentos de silencio, en la transferencia, representan la aprehensión más aguda de la presencia del otro como tal.

Una última observación. ¿Dónde situar al sujeto en tanto éste se distingue del punto O? Está necesariamente en algún sitio entre A y O- más cerca de O que de cualquier otro punto- digamos, ya volveremos a él, en C.

Cuando a causa de las vacaciones me abandonen, vacaciones que deseo les sean agradables, les ruego que relean a la luz de estas reflexiones los preciosos textos técnicos de Freud. Reléanlos, y verán hasta qué punto adquirirán, para ustedes, un nuevo sentido, un sentido más vivaz. Se darán cuenta que las aparentes contradicciónes en relación a la transferencia, a la vez resistencia y motor del análisis, sólo se comprenden en la dialéctica de lo imaginario y lo simbólico.

El análisis llamado análisis de las resistencias esta siempre demasiado apurado por develar al sujeto los patrones del ego, sus defensas, sus madrigueras y, en consecuencias, lo muestra la experiencia y Freud lo enseña en un pasaje preciso de los Escritos Técnicos: no permite que el sujeto avance ni siquiera un paso. Freud dice que, en este caso, es preciso esperar.

Es preciso esperar. Es preciso esperar el tiempo necesario para que el sujeto realice la dimensión en cuestión en el plano del símbolo, es decir, desprenda de lo vivido en análisis de esa persecución, de esa pelea, de esa opresión que realiza el análisis de las resistencias- la duración propia de algunos automatismos de repetición, lo cual les brinda, de algún modo, valor simbólico.

MANNONI:-Pienso que éste es un problema concreto. Por ejemplo, hay obsesivos para quienes toda su vida es una espera. Hacen del análisis una espera más. Es justamente lo que quisiera comprender: ¿por qué esa espera del análisis reproduce en cierto modo la espera de la vida y la modifica?

LACAN: … El año pasado, desarrollé la dialéctica del Hombre de las ratas en torno a la relación amo y esclavo. ¿Qué espera el obsesivo? La muerte del amo. ¿De qué le sirve esta espera? Se interpone entre él y la muerte. Cuando el amo muera todo empezará. Vuelven a encontrar en todas sus formas esta estructura.

Por otra parte, el esclavo tiene razón; tiene todo derecho a jugar con esta espera. Citando una salida que se atribuye a Tristan Bernard, el día que fue detenido para ser llevado al campo de Dantzig: Hasta ahora vivimos en la angustia, ahora viviremos en la esperanza.

El amo- digámoslo- está en una relación mucho más abrupta con la muerte. El amo en estado puro está en una posición desesperada: nada tiene que esperar sino su propia muerte, pues nada puede esperar de la muerte del esclavo, excepto ciertos inconvenientes.

En cambio, el esclavo tiene mucho que esperar de la muerte del amo. Más allá de la muerte del amo, será preciso que afronte la muerte como todo ser plenamente realizado, y que asuma, en el sentido heideggeriano, su ser-para-la-muerte. Precisamente el obsesivo no asume su ser-para-la muerte, está en suspenso. Esto es lo que hay que mostrarle. Esta es la función de la imagen del amo como tal.

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