La verdad surge de la equivocación. Clase 21. Seminario 1

Falido=Logrado. La palabra del más allá del discurso. Me falta la palabra. Deseo.

Partimos de las reglas técnicas tal como están expresadas por primera vez en los Escritos Técnicos de Freud… Por una inclinación inherente a la naturaleza del tema, hemos sido llevados a ese punto en torno al cual giramos… hacia la estructura de la transferencia.

Recurrir a la proyección ilusoria de cualquier relación fundamental sobre el compañero analítico, o aún hacer intervenir la relación de objeto, la relación entre transferencia y contratransferencia, todo lo cual permanece dentro de los límites de una “psicología de los dos cuerpos”, es inadecuado. Nos lo demuestran, no sólo las deducciónes teóricas, sino los testimonios concretos de los autores que he citado. Recuerden lo que nos dice Balint a propósito de lo que constata en el momento de lo que él llama la terminación de un análisis, nos dice que no es más que una re acción narcisista

Para situar los problemas que a ella se refieren (diremos) que no se puede explicar la transferencia por una relación dual imaginaria; el motor de su progreso es la palabra.

Por lo tanto hemos puesto de manifiesto la necesidad de un tercer término, el único que permite concebir la transferencia en espejo: la palabra.

El análisis como tal es una técnica de la palabra, y la palabra es el ambiente mismo en el que se desplaza. Únicamente respecto a la función de la palabra pueden distinguirse entre sí los diferentes resortes del análisis, y adquirir su sentido, su lugar exacto. Toda enseñanza que desarrollaremos a continuación no hará más que volver, de mil maneras, a esta verdad.

Nuestro último encuentro nos enriqueció con la discusión de un texto fundamental de San Agustín acerca de la significación de la palabra.

El sistema de San Agustín pude ser llamado dialectico…. Comprobamos que mucho antes de que nazca la lingüística en las ciencias modernas, alguien que medita sobre el arte de la palabra, es decir que habla de él, es llevado a plantear un problema que el progreso de esta ciencia vuelve a encontrar actualmente.

Este problema se plantea a partir de dos cuestiones de
Primero: de saber de qué modo la palabra se relaciona con la significación,
Segundo; de qué modo el signo se relaciona con lo que significa.

Asi es, cuando capturamos la función del signo, nos vemos siempre remitidos de signo a signo. ¿Por qué? Porque el sistema de signos, tal como están concretamente instituidos, “aquí y ahora” forma un todo en sí mismo. Es decir, instituye un orden sin salida. Por supuesto, es preciso que haya una, sino sería un orden insensato.

Este callejón sin salida sólo se revela cuando se considera el orden de los signos en su totalidad o conjunto. Sin embargo, es así como han de ser considerados, en su conjunto, porque el lenguaje no puede ser concebido como el resultado de una serie de brotes, de capullos que surgirían de las cosas…

El lenguaje sólo puede ser concebido como una trama, una red que se extiende sobre el conjunto de las cosas, sobre la totalidad de lo real. Inscribe en el plano de lo real ese otro plano que aquí llamamos “el plano simbólico.”

Otro tema es la cuestión de la adecuación del signo… (es decir) a lo que la cosa significa, nos coloca ante un enigma. Este enigma no es otro que el de la verdad.

Los signos, o bien poseen el sentido, o bien no lo poseen.
Cuando comprenden lo que expresan los signos del lenguaje es siempre, a fin de cuentas, gracias a una luz exterior a los signos: ya sea ésta una verdad exterior que permite reconocer aquello de lo que son portadores, ya sea gracias a la presentación de un objeto, repetida e insistentemente correlacionado con un signo.
Y he aquí que la perspectiva se invierte. La verdad está fuera de los signos, en otro lugar. Esta  dialéctica… nos orienta hacia el reconocimiento del magister auténtico, del maestro interior de la verdad.

La cuestión misma de la verdad ya está planteada por el progreso dialectico mismo.

La cuestión misma de la verdad ya está incluida desde el momento en el interior de su discusión, puesto que es con la palabra que cuestiona la palabra (es que) se crea así la dimensión de la verdad.

San Agustín argumenta: la palabra puede ser engañadora.
Ahora bien, el signo por sí sólo no puede presentarse y sostenerse más que en la dimensión de la verdad.
Porque es engañadora, la palabra se afirma como verdadera. Esto, para quien escucha. Para quien habla, el engaño mismo exige primero el apoyo de la verdad que se quiere disimular y, a medida que se desarrolla, supone una verdadera profundización de la verdad a la cual, si puedo decirlo así, él responde.

En efecto, a medida que la mentira se organiza, emite sus tentáculos, le es necesario el control correlativo de la verdad que encuentra a cada recodo del camino y que debe evitar.
La tradición moralista lo afirma: es preciso tener buena memoria cuando se ha mentido.
Es preciso saber muchas cosas para poder sostener una mentira. Nada es más difícil de montar que una mentira que se sostenga. Ya que, en este sentido, la mentira realiza, al desarrollarse, la constitución de la verdad.

El verdadero problema es el del error, y es allí donde está planteado desde siempre.

Es evidente que el error solo puede de definirse en términos de verdad.

No hay error que no se formule y enseñe como verdad. Par decirlo de una vez: el error es la encarnación habitual de la verdad. Si queremos ser estrictamente rigurosos, diremos que, hasta que la verdad no está totalmente desvelada (es decir y según toda probabilidad nunca, por los siglos de los siglos) propagarse en forma de erro es parte de su naturaleza.

No es preciso avanzar mucho más para percibir aquí la estructura constituyente de la revelación del ser en tanto tal.

Permanezcamos hoy en la fenomenología de la función de la palabra.

Hemos visto que el engaño, como tal, sólo puede sostenerse en función de la verdad, y no sólo de la verdad, sino del progreso de la verdad (que el error es la manifestación habitual de la verdad misma) y, por lo tanto, las vías de la verdad son, por esencia, las vías del error.

Me dirán ustedes: ¿cómo detectar entonces en el seno de la palabra el error? Será necesario, o bien la prueba por la experiencia, la confrontación con el objeto; o bien la iluminación de esa verdad interior…

Esta objeción no carece de peso.

El fundamento mismo de la estructura del lenguaje es el significante, que siempre es material,… y el significado.

Considerados uno a uno, están en una relación que se presenta como estrictamente arbitraria. No hay mayor razón para llamar a la jirafa, jirafa, y al elefante, elefante, que para llamar a la jirafa, elefante, y al elefante, jirafa. Ninguna razón impide decir que la jirafa tiene una trompa, y que el elefante tiene un cuello demasiado largo. Si dentro del sistema habitualmente utilizado, esto es un error, ese error no puede detectarse,… mientras las definiciones no hayan sido planteadas. ¿Hay quizá algo más difícil que plantear las definiciones justas?

El error se demuestra como tal porque, en determinado momento, culmina en una contradicción… En otros términos, en el discurso es la contradicción la que establece la separación entre verdad y error.

A ello se debe la concepción hegeliana del saber absoluto. El saber absoluto es ese momento en que la totalidad del discurso se cierra sobre sí misma en una no contradicción perfecta hasta el punto de (y precisamente por) plantearse, explicarse y justificarse. ¡De aquí a que alcancemos ese ideal!

Conocida es la discusión que persiste entre los distintos sistemas simbólicos que ordenan las acciones; los sistemas religioso, jurídico, científico, político. No hay allí superposición ni conjunción… No podemos, en consecuencia, concebir el discurso humano como unitario. Toda emisión de palabra siempre, hasta cierto punto, en una necesidad interna de error. Henos aquí pues conducidos, aparentemente, a un escepticismo histórico que suspende el valor de verdad de todo lo que puede emitir la voz humana, lo suspende a la espera de una futura totalización.

El sistema simbólico de las ciencias avanza hacia la lengua bien hecha, que podemos considerar como su lengua propia, una lengua privada de toda referencia a una voz.

En otro punto… el descubrimiento freudiano no deja de aportar, por ser empírico, una contribución fascinante, tan fascinante que nos ciega en cuanto a su existencia.

Lo propio del campo psicoanalítico es suponer, en efecto, que el discurso del sujeto se desarrolla normalmente- así dice Freud -en el orden del error, del desconocimiento, incluso de la denegación: ésta no es exactamente la mentira, está entre el error y la mentira. Estas son verdades de burdo sentido común. Pero- aquí radica la novedad- durante el análisis en ese discurso que se desarrolla en el registro del error, ocurre algo a través de lo cual hace irrupción la verdad, y que no es la contradicción.

Puesto que los tomamos entre cuatro paredes, tampoco les preparamos el encuentro con lo real. Nuestra función no es guiarlos de la mano por la vida, es decir, por las consecuencias de sus tonterías. En la vida podemos ver cómo la verdad alcanza al error por detrás. En el análisis, la verdad surge por el representante más manifiesto de la equivocación: el lapsus, la acción que impropiamente se llama fallida.

Nuestros actos falidos son actos que triunfan, nuestras palabras que tropiezan son palabras que confiesan. Unos y otras revelan una verdad de atrás. En el interior de lo que se llama asociaciones libres, imágenes del sueño, síntomas, se manifiesta una palabra que trae la verdad. Si el descubrimiento de Freud tiene un sentido sólo puede ser éste: la verdad caza al error por el cuello en la equivocación.

Aparecería igualmente a partir de ese formidable descubrimiento que es la condensación. Estarían errados si creen que condensación quiere decir simplemente correspondencia termino a término entre un símbolo y alguna cosa. Al contrario, en un determinado sueño, el conjunto de los pensamientos del sueño, es decir el conjunto de las cosas significadas, de los sentidos del sueño, está captado como en una red y está representado, no termino a término, sino por una serie de entrecruzamientos…

Lean la Tramdeutung, y verán que así lo entiende Freud: el conjunto de los sentidos está representado por el conjunto de lo que es significante. Cada elemento significante del sueño, cada imagen, hace referencia a una serie de cosas a significar e, inversamente, cada cosa a significar está representada por varios significantes.

El descubrimiento de freudiano nos conduce pues a escuchar en el discurso esa palabra que es manifiesta a través, o incluso a pesar del sujeto.

El sujeto no nos dice esta palabra sólo con el verbo, sino con todas sus restantes manifestaciones. Con su propio cuerpo el sujeto emite una palabra que, como tal, es palabra de verdad, una palabra que él ni siquiera sabe que emite como significante. Porque siempre dice más de lo que quiere decir, siempre dice más que lo que sabe que dice.

La objeción principal… a la inclusión del dominio de la verdad en el dominio de los signos que los sujetos muy a menudo dicen cosas que van mucho más lejos de lo que piensan, y que son incluso capaces,  de reconocer la verdad sin adherirse a ella. (San Agustín)

Mediante algo, cuya estructura y función de palabra hemos reconocido, el sujeto testimonia un sentido más verídico que todo lo que expresa con su discurso de error. Si nuestra experiencia no se estructura de este modo no tiene, estrictamente hablando, sentido alguno.

La palabra que emite el sujeto llega, sin que él lo sepa, más allá de sus límites en tanto sujeto discursante, y a la vez permanece, sin duda alguna en el interior de sus límites en tanto sujeto hablante.

¿Qué quiere decir Freud cuando enuncia que el inconsciente no conoce la contradicción, ni el tiempo?
¿Quiere decir acaso que el inconsciente es una realidad verdaderamente impensable? Ciertamente no, pues no hay realidad que sea impensable.

La realidad se define a partir de la contradicción… No vemos por qué el inconsciente escaparía a este tipo de contradicción. Lo que Freud quiere decir cuando habla de la suspensión del principio de contradicción en el inconsciente, es que la palabra verídica que supuestamente debemos detectar, no por observación sino por interpretación, en el síntoma, el sueño, el lapsus, el chiste, obedece a leyes diferentes a las del discurso sometido a la condición de desplazarse en el error hasta el momento del encuentro con la contradicción. La palabra auténtica tiene otros modos, otros medios, que el discurso corriente.

Es esto lo que debemos explorar rigurosamente si queremos realizar aunque no sea más  que un mínimo progreso en la reflexión acerca de lo que hacemos…
Por supuesto, nada nos obliga a hacerlo.
No obstante, todo progreso capaz de constituir una revelación en el mundo simbólico implica, al menos por un breve instante, un esfuerzo de pensamiento.

Es pues verosímil que su actividad exija que el analista se mantenga alerta respecto al sentido de lo que hace y que, de vez en cuando, se deje un rato para pensar.

Estamos, pues, ante una pregunta: ¿Cuál es la estructura de esta palabra que está más allá del discurso?

La novedad freudiana,… es la revelación en el fenómeno de esos puntos vividos, subjetivos, donde emerge una palabra que sobrepasa al sujeto discursante.

Novedad tan cautivadora que difícilmente podemos creer que nadie la haya percibido antes. Sin duda, era necesario que la mayoría de los hombres estuviesen atrapados durante algún tiempo en un discurso sumamente perturbado, quizá desviado, y en cierto sentido inhumano, alienante, para que esta palabra se manifestara con tal acuidad, tal presencia, tal urgencia.

No lo olvidemos, ella surgió en la parte sufriente de los seres, y el descubrimiento freudiano asumió la forma de psicología mórbida, de psicopatología.

Quiero ahora insistir en esto:

Sólo en el movimiento dialéctico de la palabra más allá del discurso adquieren su sentido y se ordenan los términos que empleamos habitualmente, cual si fuesen datos, sin pensar demasiado en ellos.

La Condensación  demuestra ser tan sólo la polivalencia de los sentidos en el lenguaje, sus superposiciones, sus entrecruzamientos, por los cuales el mundo de las cosas no está recubierto por el mundo de los símbolos, sino que es retomado así: a cada símbolo corresponden mil cosas, y a cada cosa mil símbolos.

La Negación  muestra el aspecto negativo de esta no superposición, puesto que es preciso hacer entrar a los objetos en los agujeros, y como los agujeros no corresponden, son entonces los objetos los que sufren.

También el tercer registro, es  el de  La  Represión, puede referirse al discurso. Ya que, observen bien- obsérvenlo bien en la práctica, es una indicación, háganlo y verán- cada vez que hay represión en el sentido estricto de la palabra- pues represión no es repetición ni tampoco denegación- se produce siempre una interrupción del discurso. El sujeto dice que le falta la palabra.

Conocen el famoso ejemplo de la palabra que le faltaba a Freud: el nombre propio del pintor del fresco de Orvieto Signorelli. ¿Por qué le faltaba esta palabra?… Hay también una frase a menudo citada por Freud: Dios no puede enseñar a sus muchachos todo lo que Dios sabe. Esto es la represión.

Cada vez que el maestro se detiene en la vía de su enseñanza por razones que dependen de la naturaleza de su interlocutor, hay ya represión…

Y yo, que les enseño cosas ilustradas mediante imágenes, destinadas a volver a colocar las ideas en su lugar, yo también genero represión aunque un poco menos que la que se genera habitualmente, la cual es del orden de la denegación.

Si hay sueño es porque hay represión, ¿verdad? Entonces, ¿qué es lo que aquí estaba reprimido?… cierto deseo fue suspendido durante ese día, y que cierta palabra no fue pronunciada, no podía ser pronunciada, palabra que llegaba al fondo de la confesión, al fondo del ser.

Dejaré hoy aquí la pregunta: ¿en el estado actual de las relaciones entre los seres humanos, puede una palabra fuera de la situación analítica ser una palabra plena?
La interrupción es la ley de la conversación. El discurso cotidiano tropieza siempre con el desconocimiento, que es el resorte de la negación.

Freud concede, lo cual puede parecer una sorprendente denegación, que es preciso admitir dos clases de sueños;
– lo sueños de deseo y
– los sueños-castigo.
Pero si comprendemos de qué se trata, nos damos cuenta que el deseo reprimido que se manifiesta en el sueño se identifica con ese registro en el cual estoy intentando hacerlos penetrar: es el ser que espera revelarse.

Esta perspectiva confiere su pleno valor al término deseo en la obra de Freud. Unifica el campo del sueño, permite comprender los sueños paradójicos… (Algunos sueños) no presentifican tanto un castigo como una revelación del ser. Marcan uno de los pasos de la identificación del ser (en ese sentido, se podría decir que se parecen al sentido funcional de H. Silberer, o la percepción endo-psíquica de Freud)… acaso el pasaje del ser a una nueva etapa, a una encarnación simbólica de sí mismo. A ello se debe el valor de todo lo que es del orden de la accesión, del concurso, del examen, de la habilitación: valor no de prueba, ni de test, sino de investidura.

Por si acaso, he puesto en la pizarra este pequeño diamante que es un diedro de seis caras.

Supongamos  iguales todas sus caras, algunas están arriba y otras abajo respecto a un plano. Por más que todas sus caras sean iguales no es un poliedro regular.

Concibamos que el plano medio, el plano (de color verde) donde se sitúa el triángulo que divide en dos  a esta pirámide, representa la superficie de lo real, de lo real en su simplicidad. Nada de lo que está aquí puede franquearlo, los lugares están ocupados. Pero todo ha cambiado en el otro piso. Porque las palabras, los símbolos introducen un agujero, un hueco, gracias al cual todo tipo de pasajes son posibles. Las cosas se vuelven intercambiables.

Ese agujero en lo real se llama, según el modo de abordarlo, el ser o la nada. Ese ser y esa nada están vinculados esencialmente al fenómeno de la palabra. La tripartición de lo simbólico, lo imaginario y lo real- categorías elementales sin las cuales nada podemos distinguir en nuestra experiencia- se sitúa en la dimensión del ser.

Sin duda, no gratuitamente, son tres. Debe allí existir una ley mínima que la geometría no hace sino encarnar: a saber, que si desprenden en el plano de lo real una aleta que se introduce en una tercera dimensión, ustedes no podrán hacer nada sólido sin, por lo menos, otras dos aletas.

Este esquema presentifica lo siguiente: sólo en la dimensión del ser, y no en la de lo real, pueden inscribirse las tres pasiones fundamentales: en la unión entre lo simbólico y lo imaginario, esa ruptura, esa arista que se llama el amor; en la unión entre lo imaginario y lo real, el odio; en la unión entre lo real y lo simbólico, la ignorancia.

Sabemos que la dimensión de la transferencia existe de entrada, en forma implícita, antes del comienzo mismo del análisis, antes que ese concubinato que es el análisis la desencadene. Ahora bien, estas dos posibilidades, amor y odio, están siempre  acompañadas por una tercera, que generalmente se descuida, y que no se cuenta entre los componentes primarios de la transferencia: la ignorancia como pasión. Sin embargo, el sujeto que viene a analizarse se coloca, como tal, en la posición de quien ignora. Sin esta referencia no hay entrada posible al análisis: nunca se la nombra, nunca se piensa en ella, cuando en realidad es fundamental.

La pirámide superior, que corresponde a la elaboración de  la Represión,  la Condensación y la Negación, se edifica a medida que progresa la palabra. Y el ser se realiza.

Al comienzo del análisis, como al comienzo de toda dialéctica, ese ser existe implícitamente, de modo virtual, no está realizado… La palabra incluida en el discurso se revela gracias a la ley de la asociación libre que lo pone en duda, entre paréntesis… Esta revelación de la palabra es la realización del ser.

Por hoy terminaremos aquí.

Ruego insistentemente a quienes este discurso haya interesado, incluso trabajado, que la próxima vez me formulen preguntas- no demasiado largas puesto que sólo nos queda un seminario- en torno a las que intentaré ordenar la conclusión, si es que puede hablarse de conclusión. Nos servirá como nudo para emprender el año próximo un nuevo capítulo

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