La báscula del deseo. Clase 13. Seminario 1

Confusión de lenguas en análisis. Nacimiento del yo (je). Desconocimiento no es ignorancia. Mística de la introyección.

Este dispositivo comienza a resulta familiar –el esquema de los dos espejos- Les he mostrado como se podía concebir la producción de la imagen real que se forma gracias al espejo cóncavo en el interior del sujeto, en un punto que llamaremos O. El sujeto percibe esta imagen real como una imagen virtual en el espejo plano, en O’ para ello basta con que se encuentre colocado en una posición vertical.

Tenemos aquí dos puntos: O y O’

¿Qué hemos de entender?

Ya ven que se trata de algo que se refiere a la constitución del Yo ideal, y no del Ideal del yo, es decir del origen fundamental, espejular, del yo.

En Introducción al Narcisismo, vemos a la libido sometida a una dialéctica con el objeto. En este texto podemos ver la estrecha relación existente, entre la formación del objeto y la formación del yo.

El problema del narcisismo surge, precisamente, porque son estrictamente correlativos y su aparición verdaderamente contemporánea.

Es completamente cierto que, a partir de cierto momento del desarrollo de la experiencia freudiana, la atención se concentra en torno a la función imaginaria del yo.

Después de Freud…el psicoanálisis se confunde con el retorno a la concepción académica, del yo como función psicológica de síntesis…. Sin embargo, Freud pese a todas las dificultades que tuvo con la formulación del yo nunca perdió el hilo-meta-psicológico. ¿Qué significa esto sino que se está más allá de la psicología?

¿Qué significa decir Yo (je)?… ¿Significa acaso lo mismo que el ego, concepto analítico? Des de aquí debe partirse.

Yo (je) es un término verbal cuyo empleo es aprendido en una cierta referencia al otro, referencia que es una referencia hablada….

El Yo (je) nace en referencia al tú.

El Yo (je) se constituye, en primer lugar, en una experiencia de lenguaje, en referencia al tú y que lo hace en una relación donde el otro le manifiesta… ¿Qué? Ordenes, deseos, que él debe reconocer; órdenes y deseos de su padre, su madre, sus maestros, o bien de sus pares y camaradas.

Al comienzo, el niño tiene, ciertamente, pocas posibilidades de hacer reconocer sus propios deseos, salvo en la forma más inmediata. No sabemos nada, al menos en el origen, sobre el punto preciso de resonancia donde se sitúa el individuo para ese pequeño sujeto. Eso es lo que le hace ser tan desgraciado.

¿Cómo lograría además reconocer sus deseos? Nada sabe de ellos. Digamos que tenemos todas las razones para pensar que nada sabe de ello. Nos lo demuestra, a nosotros los analistas, nuestra experiencia con los adultos.

En efecto, los adultos deben buscar sus deseos. De no ser así, no necesitarían del análisis. Lo cual nos señala hasta qué punto está separados de lo que está relacionado con su yo (moi), a saber de lo que pueden hacer reconocer como propio.

Digo: nada sabe de ellos. Formula vaga… Aclaremos ahora esta fórmula.

¿Qué es la ignorancia?

Ciertamente se trata de una noción dialéctica, pues sólo se constituye como tal en la perspectiva de la verdad. Si el sujeto no se sitúa en referencia a la verdad, no hay entonces ignorancia. Si el sujeto no comienza a interrogarse acerca de lo que es y de lo que no es, entonces no hay razón alguna para que haya algo verdadero y algo falso, y ni siquiera para que, más allá, haya realidad y apariencia.

Digamos que la ignorancia se constituye de modo polar en relación a la posición virtual de una verdad que debe ser alcanzada. Es, entonces, un estado del sujeto en la medida que ese sujeto habla.

En el análisis, desde el momento en que comprometemos al sujeto, implícitamente, en una búsqueda de la verdad, comenzamos a constituir su ignorancia. Somos nosotros quienes creamos esta situación y, por consiguiente dicha ignorancia.

Cuando decimos que el yo no sabe nada acerca de los deseos del sujeto es porque la elaboración de la experiencia, en el pensamiento de Freud, nos lo enseña. Esta ignorancia no es pues una pura y simple ignorancia. Es lo que está expresado concretamente en el proceso de la Denegación, y que se llama en el conjunto estático del sujeto, desconocimiento

Desconocimiento no es ignorancia. El desconocimiento representa cierta organización de afirmaciones y negaciones a las que está apegado el sujeto. No podemos pues concebir el desconocimiento sin un conocimiento correlativo. Si el sujeto puede desconocer algo, tiene que saber de algún modo en torno a que ha operado esta función. Tras su desconocimiento tiene que haber cierto conocimiento de lo que tiene que desconocer.

Tomemos el ejemplo de un delirante que vive en el desconocimiento de la muerte de uno de sus allegados. Sería erróneo creer que lo confunde con un ser vivo. Desconoce, o rehusa reconocer que está muerto. Sin embargo, la actividad que despliega a través de su comportamiento nos indica que sabe que hay algo que no quiere reconocer.

¿Qué es entonces este desconocimiento implicado detrás de la función del yo, que es esencialmente función de conocimiento?

Este es el punto a través del cual abordaremos la problemática del yo…Quizá sea éste el origen efectivo, de nuestra experiencia; nos entregamos ante lo analizable a una operación de traducción que apunta a desatar una verdad, más allá del lenguaje del sujeto… ambiguo en el plano del conocimiento…  Para avanzar en este registro, es preciso preguntarse qué es ese conocimiento que orienta y dirige el desconocimiento.

En el animal, el conocimiento es una acomodación; acomodación imaginaria. La estructuración del mundo en forma de medio ambiente, se realiza por la proyección de ciertas relaciones, de ciertas “formas” que organizan ese mundo y lo hacen específico para cada animal.

En el hombre no ocurre nada semejante… La anarquía de sus pulsiones más elementales está demostrada por la experiencia analítica. Sus comportamientos parciales, su relación con el objeto- el objeto libidinal- están sometidos a una diversidad de avatares. La síntesis fracasa.

¿Qué corresponde pues, en el hombre, a ese conocimiento innato que conforma, para el animal, una guía para la vida?

Debe aislarse aquí la función que para el hombre desempeña la imagen de su propio cuerpo –señalando a la vez que ella también reviste gran importancia para el animal.

Hago aquí un pequeño salto, porque supongo que ya hemos examinado juntos esta cuestión.

Estadio del espejo.

La actitud del niño, entre los 6 y los 18 meses, frente a un espejo, nos informa sobre la relación fundamental del individuo humano con la imagen…Su rasgo fundamental: es su carácter exaltante.

Lo más importante de esta conducta no es su aparición a los 6 meses, sino su ocaso a los 18 meses. En efecto, súbitamente, la conducta del niño cambia por completo….

En el momento en que el estadio del espejo desaparece, se presenta una analogía, comparable con el movimiento de báscula, que se produce en ciertos movimientos del desarrollo psíquico. Lo podemos verificar en esos  “fenómenos  de transitivismo” en los cuales la acción del niño equivale, para él, a la acción del otro….El niño dice: Francisco me pegó, cuando en realidad fue él quien pegó a Francisco. Entre el niño y su semejante existe un espejo inestable. ¿Cómo explicar estos fenómenos?

Hay un momento en el cual se produce para el niño, a través de la mediación de la imagen del otro, la asunción jubilatoria de un dominio que aún no ha alcanzado. Sin embargo, el sujeto se muestra totalmente capaz de asumir este dominio en su interior. Movimiento de báscula.

Por supuesto, no puede asumirlo sino como forma vacía…Cuando Freud habla del ego, no se trata de ningún modo de algo incisivo, determinante, imperativo que podríamos  confundir con lo que la psicología académica denomina instancias superiores…  Freud  señala que debe tener una relación muy estrecha con la superficie del cuerpo…. No se trata de la superficie sensible, sensorial, impresionada, sino de esa superficie en la medida que está reflejada en una forma. No hay forma sin superficie; una forma se define por una superficie…

La imagen de la forma del otro es asumida por el sujeto. Está situada en si interior, es gracias a esta superficie que,… se introduce esa relación del adentro con el afuera por la cual el sujeto se sabe, se conoce como cuerpo.

Por otra parte, ésta es la única diferencia verdaderamente fundamental entre la psicología humana y la psicología animal: El hombre sabe que es un cuerpo, cuando en realidad no hay ninguna razón para que lo sepa, puesto que está en su interior.

El hombre se captura como cuerpo, como forma vacía del cuerpo, en un movimiento de báscula –del tipo reloj- de intercambio con el otro

Asimismo, aprenderá a reconocer invertido en el otro todo lo que está en él, en estado de puro deseo, deseo originario, inconstituido, confuso, deseo que se expresa en el vagido del niño…

Aprenderá, pues aún no lo ha aprendido, tan solo cuando pongamos en juego la comunicación.

Esta precedencia no es cronológica sino lógica, no hacemos más que deducirla… Nos permite distinguir los planos de lo simbólico, lo imaginario y lo real, sin los cuales no podemos progresar en la experiencia analítica.

Antes que el deseo aprenda a reconocerse… por el símbolo, solo es visto en el otro.

En el origen, antes del lenguaje, el deseo sólo existe en el plano único de la relación del estadio espejular –especular-, existe proyectado, alienado en el otro (yo no lo tengo, lo tiene el otro). La tensión que provoca no tiene salida… Es decir que no tiene otra salida –Hegel- lo enseña- que la destrucción del otro.

Confluimos aquí con lo que cualquier psicólgo puede observar en el comportamiento de los sujetos…. Por ejemplo, San Agustín señala, en una frase que he repetido a menudo, esos celos devastadores, sin límites, que el niño pequeño experimenta hacia su semejante, principalmente cuando éste está prendido al seno de su madre, es decir, al objeto de deseo que es esencial para él.

Es ésta función central. La relación existente entre el sujeto y su arquetipo, su yo ideal, por la que accede a la función imaginaria y aprende a reconocerse como forma… Cada vez que el sujeto se captura como forma y como yo, cada que se constituye… en su estatura… su deseo se proyecta hacia afuera. Su consecuencia es la imposibilidad de toda coexistencia humana.

Sin embargo, a Dios gracias, el sujeto está en el mundo del símbolo, es decir en un mundo de otros que hablan. Su deseo puede pasar entonces por la mediación del reconocimiento…. De no ser así, toda función humana se agotaría en el anhelo indefinido de la destrucción del otro como tal.

Inversamente cada vez que, en el fenómeno del otro, surge algo que permite de nuevo al sujeto volver a proyectar, volver a completar, a nutrir- como dice Freud en algún sitio- la imagen del Yo-ideal, cada vez que de modo analógico vuelve a producirse la asunción jubilosa  del estadio del espejo, cada vez que el sujeto es cautivado por uno de sus semejantes, el deseo retorna entonces al sujeto. Pero retorna verbalizado.

En otros términos, cada vez que se produce las identificaciones del Yo-ideal aparece ese fenómeno sobre el que he llamado la atención de ustedes desde el comienzo: “el enamoramiento.”… La diferencia entre el “enamoramiento” y la transferencia es que el enamoramiento no se produce automáticamente; requiere ciertas condiciones determinadas por la evolución del sujeto.

En el artículo sobre El Yo y el Ello, Freud escribe que el Yo está formado por la sucesión de las identificaciones con los objetos amados que le permitieron adquirir su forma…El Yo es un objeto que se asemeja a una cebolla: si pudiéramos pelarlo encontraríamos las sucesivas identificaciones que lo constituyeron.

El perpetuo retorno del deseo a la forma y de la forma al deseo, en otras palabras de la conciencia y del cuerpo, del deseo en la medida que es parcial al objeto amado, en el que el sujeto literalmente se pierde, y al que se identifica, es el mecanismo fundamental alrededor del cual gira todo lo que se refiere al ego.

Unas pocas palabras para concluir.

No hemos avnazado todo lo que hubiese deseado… Hemos logrado captar como el deseo, alienado (movido, trastocado de lugar) es reintegrado de nuevo, reproyectado al exterior en el Yo-ideal. Así es como se verbaliza el deseo. Se produce un movimiento de báscula entre dos relaciones invertidas. La relación espejular ego, que el sujeto asume y realiza, y la proyección, siempre dispuesta a renovarse, en el Yo-ideal.

Erotismo y relación imaginaria.

La relación imaginaria primordial brinda el marco fundamental de todo erotismo posible. El objeto de Eros en calidad de tal deberá someterse a esta condición.

La relación objetal siempre debe someterse al marco narcisista e inscribirse en él. Ciertamente, lo trasciende, pero lo hace de modo tal que resulta imposible su realización en el plano imaginario. Esto constituye para el sujeto, la necesidad de lo que llamaré amor.

Una criatura precisa alguna referencia al más allá del lenguaje, a un pacto, a un compromiso que la constituya, hablando estrictamente, como otra, incluida en el sistema general, o más exactamente universal, de los símbolos interhumanos.

No hay amor que funcionalmente pueda realizarse en la comunidad humana si no es a través de un pacto que, cualquiera sea la forma que adopte, siempre tiende a aislarse en determinada función, a la vez en el interior del lenguaje y en su exterior. Es lo que se llama la función de lo sagrado; función que está más allá de la relación imaginaria.

Retengan que el deseo sólo es reintegrado en forma verbal, mediante una nominación simbólica: esto es lo que Freud llamó el núcleo verbal del ego.

Por esta vía se comprende la técnica analítica. En ella se sueltan las amarras de la relación hablada, se rompe la relación de cortesía, de respeto, de obediencia respecto al otro. El término asociación libre define muy mal aquello de lo que se trata: son las amarras de la conversación con el otro las que intentamos cortar.

A partir de ese momento, el sujeto dispone de cierta movilidad en ese universo de lenguaje donde lo hacemos penetrar. Mientras el sujeto acomoda su deseo en presencia del otro se produce, en el plano imaginario, esa oscilación del espejo que permite que cosas imaginarias y reales que, para él habitualmente no suelen coexistir, se encuentren en cierta simultaneidad o en ciertos contrastes.

Hay allí una relación esencialmente ambigüa.

¿Qué intentamos mostrarle al sujeto en el análisis? ¿Hacia dónde intentamos guiarlo en la palabra auténtica?

Todos nuestros intentos y nuestras consignas tienen como meta, en el momento en que liberamos el discurso del sujeto, despojarlo de toda función verdadera de la palabra: ¿gracias a qué paradoja volveremos entonces a encontrarla? Esta senda paradójica consiste en extraer la palabra del lenguaje. ¿Cuál será entonces el alcance de los fenómenos que transcurren en el intervalo? Tal es el horizonte del interrogante que intento desarrollar ante ustedes.

 

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