El Yo y el otro yo. Clase 4. Seminario 1

Sigmund Freud avec Jacques Lacan

La resistencia y transferencia. El sentimiento de la presencia. Mediación y revelación. Las inflexiones de la palabra.

Múltiples formulaciones de Freud parecen mostrar que la resistencia emana: De lo reprimido, incluso de lo suprimido.

Lacan partiendo de “Escritos técnicos”  y de pasajes de “Estudio acerca de la histeria” destaca los siguientes elementos:

1° Cuando se llega a una región donde la resistencia se hace sentir. Esta resistencia emana del proceso mismo del discurso. De su aproximación… a su expresión.

2° La experiencia freudiana muestra que es aquí donde aparece la transferencia.

3° La transferencia se produce justamente porque satisface a la resistencia.

4° Esa parte del complejo que se manifiesta en forma de transferencia resulta impulsada hacia lo consciente en ese momento. El paciente se empecina en defenderla con la mayor tenacidad.

5° Cuando la resistencia se vuelve demasiado fuerte, surge la transferencia…nada es más difícil en análisis que…el forzamiento de los fenómenos de la transferencia.

¿Qué puede esto enseñarnos acerca de la naturaleza de la resistencia?

La asociación libre nos permite acceder a una formulación de la historia del sujeto.

(Sin embargo) henos aquí ante un fenómeno: captamos un nudo en este desarrollo, una conexión, una presión original o, más bien,… una resistencia.

Vemos producirse, en cierto punto de esta resistencia, lo que Freud llama la transferencia, es decir la actualización de la persona del analista. La resistencia tiene una presentación transferencial.

En el punto más significativo del fenómeno, el sujeto la experimenta, como la brusca percepción de algo que no es tan fácil de definir: “Una presencia”

“La presencia” surge en el momento de la resistencia.

Asistimos aquí a la emergencia de una palabra verdadera.

Mas cuando, esta palabra verdadera no es dicha, y por no haberla expresado, a renglón seguido en su conexión con el interlocutor (analista) solo quedan desechos, pedazos, desprendimientos de esta palabra.

En la medida en que la palabra verdadera no es pronunciada, la que puede revelar el secreto más profundo de su ser, sólo puede quedar enganchado, vinculado, conectado al otro, a través de los desprendimientos de esta palabra. No quedan sino los desechos.

He aquí entonces adonde quería yo llegar… “en la medida en que el reconocimiento del ser no culmina, la palabra hablada fluye enteramente  hacia la vertiente a través de la cual se engancha al otro”  (el analista)

No es ajeno a la esencia de la palabra, si se me permite la expresión, engancharse al otro. La palabra es sin duda mediación, interviene como solución entre el sujeto y el otro, e implica la realización del otro en la solución misma.

Un elemento esencial de la realización del otro es que la palabra hablada puede unirnos a él. Es esto sobre todo lo que les he enseñado hasta ahora, ya que es ésta la dimensión en la que nos desplazamos constantemente.

Pero existe otra faceta de la palabra que es revelación.

Revelación, y no expresión: el inconsciente sólo se expresa mediante una deformación, distorsión, transposición.

Este último verano escribí Función y campo de la palabra y del lenguaje sin emplear allí adrede el término expresión, pues toda la obra de Freud se despliega en el sentido de la revelación, no en el de la expresión. La revelación es el resorte último de lo que buscamos en la experiencia analítica.

La resistencia se produce en el momento en que la palabra de revelación no se dice… en el momento en que el sujeto no encuentra ya salida. Se engancha al otro porque lo que es impulsado hacia la palabra no accedió a ella.

El advenimiento inconcluso de la palabra, en la medida en que algo puede quizá volverla fundamentalmente imposible, es el punto pivote donde la palabra (hablada), en el  análisis, fluye por entero hacia su primera vertiente y se reduce a su función de relación con el otro. Si la palabra funciona entonces como intervención con el otro, es porque no ha culminado como revelación.

El problema consiste siempre en saber a qué nivel se produce el enganche del otro.

En el transcurso de la experiencia analítica esta distancia varia incesantemente.

Se trata de saber cómo, en determinado momento, asoma hacia el otro ese sentimiento tan misterioso de la presencia. Quizás está integrado a aquello de lo cual Freud nos habla en la Dinámica de la transferencia, es decir a todas las estructuras previas, no sólo de la vida amorosa del sujeto, sino de su organización del mundo.

Si tuviese que aislar la primera desviación de la palabra, el momento primero en que toda la realización de la verdad del sujeto se marca en su curva, el nivel primero en el que la captación del otro asume su función, lo haría mediante una fórmula que me dio alguien, aquí presente, a quien controlo. Le pregunté un día: ¿En qué punto está su sujeto respecto a usted esta semana? Me respondió entonces con una expresión que coincide exactamente con lo que intentaba situar en esta inflexión: Me tomó como testigo.

Poco después aparecerá la seducción.

Y más adelante aún, el intento de captar al otro en un juego donde la palabra adquiere incluso —la experiencia analítica nos lo ha demostrado— una función más simbólica, una satisfacción instintiva más profunda. Sin tomar en cuenta el término último: desorganización total de la función de la palabra en los de transferencia, situación en la que el sujeto –señala Freud- se libera totalmente y consigue hacer exactamente lo que le da la gana.

En resumidas cuentas, esta consideración nos conduce al punto del que partí en mi trabajo sobre las funciones de la palabra. A saber, a la oposición entre palabra vacía y palabra plena; palabra plena en tanto que realiza la verdad del sujeto, palabra vacía en relación a lo que él tiene que hacer aquí y ahora con su analista. Situación en la que el sujeto se extravía en las maquinaciones del sistema del lenguaje, en el laberinto de los sistemas de referencia que le ofrece el sistema cultural en el que participa en mayor o menor grado. Una amplia gama de realizaciones de la palabra se despliega entre estos dos extremos.

Esta perspectiva nos conduce exactamente al siguiente punto: la resistencia de la que hablamos proyecta sus resultados sobre el sistema del yo, mientras  el sistema del yo no puede ni siquiera concebirse sin el sistema —si así puede decirse— del otro.

El yo es referencial al otro. El yo se constituye en relación al otro. Le es correlativo. El nivel en que es vivido el otro sitúa el nivel exacto en el que, literalmente, el yo existe para el sujeto.

A partir de aquí, observen ustedes lo paradójica que es la posición del analista. Es en el momento en que la palabra del sujeto es más plena cuando yo, analista, podría intervenir. ¿Pero sobre qué intervendría?: sobre su discurso.

Ahora bien, cuanto más íntimo le es al sujeto su discurso, más me centro yo sobre este discurso, más me siento llevado, yo también, a aferrarme al otro, es decir, a hacer lo que siempre se hace en ese famoso análisis de las resistencias, buscar el más allá del discurso, más allá, piénsenlo bien, que no se encuentra en ningún sitio; más allá que el sujeto debe realizar, pero que justamente no ha realizado y que está entonces constituido por mis propias proyecciones, en el nivel en que el sujeto lo realiza en ese momento.

La última vez, señalé los peligros de las interpretaciones o imputaciones intencionales que, verificadas o no, susceptibles o no de verificación, no son a decir verdad más verificables que cualquier otro sistema de proyecciones. Allí está la dificultad del análisis.

Cuando decimos que interpretamos las resistencias nos topamos con esta dificultad:

¿Cómo operar en un nivel de menor densidad de relación de la palabra? ¿Cómo operar en esa inter psicología, del ego y del alter-ego, a la que nos reduce la degradación misma del proceso de la palabra?

En otros términos ¿cuáles son las relaciones posibles entre esa intervención de la palabra que es la interpretación y el nivel del ego en tanto que siempre supone correlativamente al analizado y al analista?

¿Qué podemos hacer para aún manejar válidamente la palabra en la experiencia analítica, cuando su función se ha orientado en el sentido del otro hasta un punto tal que ha dejado de ser mediación, para ser sólo violencia implícita, reducción del otro a una función correlativa del yo del sujeto?

Se dan cuenta ustedes de la naturaleza oscilante de este problema. Nos conduce nuevamente a esta pregunta: ¿qué significa ese apoyo tomado en el otro? ¿Por qué el otro se vuelve cada vez realmente menos otro cuanto más asume exclusivamente esta función de apoyo?

En el análisis se trata de salir de este círculo vicioso. ¿Pero no estamos acaso aún más profundamente atrapados en él en tanto la historia de la técnica muestra que se ha puesto siempre y cada vez más el énfasis en el aspecto yoico de las resistencias? El mismo problema puede también formularse de otro modo: ¿Por qué el sujeto cuanto más se afirma como yo, más se aliena?

Volvemos así a la pregunta de la sesión anterior: ¿Quién es pues, aquel que busca reconocerse más allá del yo?

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