Los circuitos del Deseo. Clase 26-2 Seminario 5. Jacques Lacan

La distancia obsesiva. Pequeña teoría de la blasfemia.

Los circuitos del deseo.

El problema del neurótico.

Lo que hemos estudiado en estos últimos tiempos en histérico nos permite situar donde se encuentra el problema del neurótico.

Se debe a la relación del significante con la posición del sujeto dependiente de la demanda.

►El histérico.

El histérico ha de articular algo que llamaremos provisionalmente su deseo, y el objeto de este deseo mientras que no es el objeto de su necesidad.

Freud lo dice en los mismos albores del psicoanálisis, que para el histérico se trata de hacer subsistir el objeto del deseo como distinto e independiente del objeto de toda necesidad.

La relación con el deseo, con su constitución, con su mantenimiento bajo una forma enigmática en el trasfondo con respecto a toda demanda, es el problema del histérico.

¿Qué es el deseo [de la histérica?

Es todo un mundo vasto, es la dimensión histeria latente en cualquier clase de ser humano en el mundo. Es todo lo que puede presentarse como pregunta sobre su propio deseo, lo que hemos llamado x, el indecible deseo. Eso es como Freud nos lo articula, la base de la identificación histérica.

El circuito de la histérica.

Toda histérica se hace eco de todo lo relacionado con la pregunta sobre el deseo … pero también en alguien que puede no ser histérico sino ocasionalmente, e incluso de forma latente, en la medida en que en él se ponga de manifiesto una modalidad histérica de plantear la pregunta.

Esta pregunta sobre su deseo le abre el mundo a la histérica, un mundo de identificaciones que la pone en cierta relación con la máscara, quiero decir con todo lo que puede, de una forma cualquiera, fijar y simbolizar, de acuerdo con cierto tipo, la pregunta sobre el deseo.

Esta pregunta, … que constituye una llamada a los histéricos en esencia, la identifica con una especie de mascara general bajo la cual se agitan todas las formas posibles de falta.

El obsesivo.

Ahora nos ocuparemos del obsesivo. La estructura del obsesivo, … está designada igualmente por una determinada relación con el deseo, No es la relación dx sino otra que hoy llamaremos do.

La relación del obsesivo con su deseo está sometida a lo siguiente: que conocemos desde hace tiempo gracias a Freud, a saber, el papel precoz que en él ha jugado lo que se llama, la desunión de las pulsiones, el aislamiento de la destrucción.

Toda la estructura del obsesivo está determinada por el hecho de que el acceso a su deseo pasó, como para todo sujeto, por el deseo del Otro, y deseo fue de entrada destruido, anulado.

Con esto no estoy diciendo nada tan nuevo, simplemente lo artículo de una forma nueva.

Quienes ya tienen a obsesivos entre manos pueden saber que un rasgo esencial de su condición es que su propio deseo disminuye, parpadea, vacila y se desvanece a medida que él se le acerca.

Aquí el deseo demuestra llevar la marca del hecho de que el obsesivo ha abordado de entrada el deseo como algo que se destruye, porque se le presento como el de su rival y el sujeto respondió al estilo de aquella reacción de destrucción que subyace a su relación con la imagen del otro, que lo desposee y lo destruye.

El acceso por parte del obsesivo a su deseo queda, pues, afectado por esta marca que hace que todo acercamiento lo haga desvanecerse.

El obsesivo sólo se mantiene en una relación posible con su deseo a distancia. Lo que se ha de mantener para el obsesivo es la distancia con respecto a su deseo, y no la distancia con respecto al objeto. …  Lo que la experiencia nos muestra de la forma más clara, es que ha de mantenerse a cierta distancia de su deseo para que dicho deseo subsista.

—Relación del obsesivo en el plano de la demanda.

Pero hay otro aspecto que se observa en la clínica, en lo concreto, cuando el obsesivo establece con el otro una relación que se articula en el plano de la demanda, ya sea que se trate de su madre primero, o de cónyuge.

—Significado de cónyuge para el análisis.

¿Qué puede significar, para nosotros, analistas, este término de cónyuge?

Es aquel con quien es preciso, de una forma cualquiera, de grado o por fuerza, volver a estar constantemente en una cierta relación de demanda. Aunque en toda una serie de cosas uno se calla, nunca es sin dolor. La demanda exige ser llevada hasta el fin.

—Relaciones del obsesivo con su cónyuge.

Es exactamente esto, que es lo más sutil de ver, [pero lo observarán cuando se tomen la molestia] —el obsesivo se empeña en destruir el deseo del Otro.

Todo acercamiento al interior del área del obsesivo se salda normalmente, por poco que uno se deje sorprender, con un ataque sordo, un desgaste permanente, que tiende a producir en el otro la abolición, la devaluación, la depreciación de lo que es su propio deseo.

Hay, sin duda matices, son términos cuyo manejo exige cierta práctica, pero no hay otros que nos permiten percatarnos siquiera de la verdadera naturaleza de lo que ocurre.

Ya señalé en otra parte, en la infancia el obsesivo, el carácter totalmente particular, acentuado, que adquiere precozmente en él articulación de la demanda.

En este esquema empiezan ustedes a poder situarlo. Este niño siempre está pidiendo algo, y, cosa sorprendente, de entre todos los niños que en efecto están todo el rato pidiendo algo, su demanda es la que siempre es percibida, incluso por parte de los mejor intencionados, como propiamente insoportable. Es cargante, como se suele decir.

No es que pida más extraordinarias que los demás, es en su forma de pedirlo, es en la relación del sujeto con la demanda donde reside el carácter específico de la articulación de la demanda de ése que es ya obsesivo en el momento en que esto se manifiesta, durante el declive del Edipo o en el periodo llamado de latencia.

—Articulación de la demanda en la histérica.

En lo referente a nuestra histérica, hemos visto que, para sostener su deseo enigmático, emplea a minúscula como artificio.

Podemos representarlo mediante dos tensiones paralelas, una en el plano de la formación idealizante, (S◊a), otra en el de la identificación con otro con minúscula, i(a).

Piensen ustedes en el sentimiento de Dora para con el Sr. K. Por otra parte, cada histérica tiene, en una de las tareas de su historia, un soporte semejante, que viene a desempeñar aquí el mismo papel que a.

—Articulación de la demanda en el obsesivo.

El obsesivo no toma el mismo camino. Está mejor orientado para arreglárselas con el problema del deseo. Parte desde un lugar distinto y con otros elementos.

Es en una determinada relación, precoz y esencial, con su demanda, (SD), como puede mantener la distancia necesaria para que sea en algún lugar posible, para él, pero desde lejos, aquel deseo en esencia anulado, aquel deseo ciego cuya posición se trata de asegurar.

Vamos a circunscribir la relación del obsesivo con su deseo. La relación especifica del sujeto con su demanda es un primer rasgo. Hay otros.

—¿Qué es la obsesión?

Ustedes saben que la obsesión está siempre verbalizada, es decir que en ella tiene mucha importancia la formula verbal.

En cuanto a esto, Freud no tiene ninguna duda, Si se enfrenta a una conducta obsesiva latente, considera que sólo ha revelado su estructura cuando adquiere la forma de una obsesión verbal.

Hasta llega a decir que, en la cura de una neurosis obsesiva, sólo se han dado los primeros pasos cuando se consigue que el sujeto dé a sus síntomas todo su desarrollo, lo cual puede presentarse como un agravamiento clínico.

De lo que se trata en todas las fórmulas obsesivas es de una destrucción completamente articulada.

¿Es preciso insistir en el carácter verbal de las fórmulas de anulación que forman parte de la estructura de la propia obsesión? Todos sabemos que lo constituye su esencia y le da su poder fenomenológicamente angustiante para el sujeto es que se trata de una destrucción mediante el verbo y mediante el significante.

El sujeto es víctima de una destrucción que llaman mágica —no sé por qué, ¿por qué no decir verbal, simplemente? — del Otro, dada en la propia estructura del síntoma.

—Circuito del obsesivo.

El circuito del obsesivo.

Si me permitiera emplear a fondo este esquema para inscribir en él el esquema destructivo de la relación con el Otro, diría que, para el obsesivo, el circuito es algo así.

La blasfemia.

El temor de hacerle daño al Otro con pensamientos, que es lo mismo que decir con palabras, pues son pensamientos hablados, nos introduce a toda una fenomenología que convendría estudiar bastante detenidamente.

No sé si se han interesado ustedes alguna vez en el tema de la blasfemia. Es una muy buena introducción a la obsesión verbal.

—¿Qué es blasfemia?

Digamos que la blasfemia provoca la caída de un significante eminente que, por decirlo así, se trata de ver a qué nivel de la autorización significante se sitúa.

Este significante está en relación con aquel significante supremo llamado el Padre, con el cual no se confunde de ningún modo, aunque desempeñe un papel homólogo.

Que Dios tiene relación con la creación significante misma, de eso no hay duda, como tampoco de que el blasfemo se sitúa en esta dimensión y en ninguna otra.

El blasfemo hace caer dicho significante a la categoría de objeto, identifica en cierto modo el logos con su efecto metonímico, la hace bajar un punto.

Sin lugar a dudas, esta observación no constituye la respuesta completa a la cuestión de la blasfemia, pero seguramente es una aproximación al fenómeno del sacrilegio verbal que se constaba en el obsesivo.

Como siempre, es una vez más en Freud donde encontramos las cosas más colosalmente ejemplares.

Recuerden, en el caso del Hombre de las Ratas, el episodio de aquella cólera furiosa que lo lanza contra su padre, a la edad de cuatro años si recuerdo bien. Se tira por el suelo mientras lo llama —Tú mantel, tú plato, etcétera.

Se trata de una verdadera colisión y colusión del esencial del Otro con ese efecto venido a menos de la introducción del significante en el mundo humano que se llama un objeto, y especialmente un objeto inerte, objeto de intercambio, de equivalencia.

La letanía de sustantivos movilizada en la furia del niño lo indica suficientemente, no se trata de saber si el padre es lampará, plato o mantel, se trata de hacer descender al Otro a la categoría de objeto, y destruirlo.

Solo en una cierta articulación significante consigue el sujeto obsesivo preservar al Otro, de manera que el efecto de destrucción es, por otra parte, lo mismo con lo que aspira a sostenerlo en virtud de la articulación significante. Está muy sólidamente instalado en él.

No hay nada de ninguna manera a temer en cuanto a la psicosis. Dicho significante basta para preservar en él la dimensión del Otro, pero ésta se encuentra en cierto modo idolatrada.

El francés nos permite articularlo de una forma que ya esbocé aquí una vez —Tu eres quien me … Esto es lo que le articula el sujeto al Otro.

Para el obsesivo, eso se detiene ahí. La palabra plena en la que se articula el compromiso del sujeto en una relación fundamental con el Otro no puede consumarse, salvo mediante [la] repetición.

La propia articulación [de la formula verbal] que la funda se cierra con la destrucción del Otro, pero como es articulación significante, al mismo tiempo lo hace subsistir.

Es en el interior de esta articulación donde veremos qué lugar ocupa el significante falo en cuanto al ser y al tener, que fue donde nos detuvimos al final de la última sesión que

Esto nos permitirá ver la diferencia que hay entre una solución que permite mostrarle al obsesivo cual es verdaderamente su relación con el falo como significante del deseo del Otro y la consiste en satisfacer la demanda en una especie de espejismo imaginario, concediéndole al sujeto su objeto a través de la simbolización por parte del analista del fantasma imaginario. En esta dimensión se desarrolla toda la observación que hemos criticado.

La solución ilusoria consiste en suma en decirle a la mujer —¿Tiene usted envidia del pene? Pues bien … Es lo que le decía Casimir Perier a un tipo que lo tenía acorralado contra una farola —¿Qué quiere usted?  El tipo le responde —¡Libertad! —Pues bien, ahí la tiene, le dice Casimir Perier, mientras se le escurre entre las piernas y se larga, dejándolo patidifuso.

Tal vez no es esto exactamente lo que podemos esperar de una solución analítica. El hecho mismo de que esta observación se termine con una identificación eufórica, embriaga, del sujeto, cuya descripción coincide enteramente con un ideal masculino hallado en el analista, introduce quizás un cambio en el equilibrio del sujeto, pero desde luego no es la verdadera respuesta a la pregunta del obsesivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta entrada fue publicada en Seminario 5 y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario